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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (39 page)

BOOK: La Edad De Oro
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—La Mansión Roja me perdonó, pero no la Curia. La pena que impusieron fue cuarenta y cinco minutos de estímulo directo del centro de dolor de mí cerebro… —El recuerdo estremeció a Faetón—. Pero el tribunal canceló quince minutos de mi sentencia porque convine en borrar la persona de rescate. Después la Curia me ordenó que experimentara los recuerdos y la vida de los alguaciles que yo había humillado, para que experimentara su furia, frustración y dolor. La lucha ya no parecía gloriosa… Me alegró sufrir ese castigo, pues sabía que había actuado mal. La Curia y Estrella Vespertina no regatearon, no, pero sí el Colegio de Exhortadores.

«Fue un trato maligno. Me sorprendieron en un momento de debilidad. Yo destruí mi memoria. ¿Intentaba suicidarme?

—¿Qué sucede ahora, amo? ¿Has llegado al estado de resignación y aceptación?

Faetón se irguió, se enjugó el rostro, afirmó los hombros, aspiró profundamente.

—Nunca me resignaré. Quizá no todo esté perdido. A menos… —Faetón sintió perturbación—. ¿Me estoy engañando de nuevo? ¿Una recurrencia de la fase de negación del ciclo de duelo?

—Sabes que en este momento no puedo realizar una lectura noética. No conozco el estado de tu mente. No debes sucumbir al miedo ni la desesperación… pero tampoco debes sucumbir a las esperanzas falsas.

—Muy bien, pues. Quizás haya pasos que aún puedo dar. Efectúa una llamada a esa muchacha que imita a Dafne. Parece ser buena persona. Pregúntale si…

—Lo lamento, amo, pero ella ya no recibe tus llamadas, y no tengo autorización para transmitirlas.

—¿Qué…?

—Ninguno de los principales servicios de telecomunicación y telepresentación te acepta como cliente. Dafne Tercia ha ordenado a su senescal que rechace tus llamadas, para que no la acusen de ayudarte o confortarte, pues en tal caso sufriría las mismas prohibiciones que tú.

Faetón tardó un instante en comprender las implicaciones. Cerró los ojos con dolor.

—Creí que tendría un tiempo para prepararme, o que habría una ceremonia, una despedida.

—Normalmente sería así, y todos los que participan en el boicot te excluirían al mismo tiempo. Pero reina gran confusión.

—¿Confusión?

—Recuerda que los demás cofres de memoria sellados por el acuerdo de Lakshmi, en todo el planeta, se han abierto. Grandes sectores de la memoria de miles de millones de personas están regresando. Muchos aún están confundidos. Todos los canales están abarrotados de señales, joven amo. Todos envían mensajes y preguntas a sus amigos y comensales; me temo que has despertado el clamor del mundo.

Faetón apretó el puño pero no tenía nada que golpear, ni siquiera podía hacer un gesto dramático, pues era insustancial en su escena del puente de la
Fénix Exultante.

—Scaramouche, Jenofonte o Nada, o quienquiera esté detrás de esto, usa la confusión para ocultar más pruebas y activar más virus, sin duda. Más pruebas son borradas o falseadas. Y deben de haber predicho que esto ocurriría cuando yo abriera la caja de memoria. ¿Por qué? Nos enseñan que la Mente Terráquea tiene sabiduría suficiente para prever y contrarrestar los peligros de este tipo antes de que surjan. El plan de ellos se debe basar en la premisa de que no es así. Deben de tener un sofotec tan sabio como Mente Terráquea, pero que no forma parte de la Mentalidad de la Ecumene Dorada. ¿De qué otro modo pudieron hacer esto? ¿No hay nadie a quien podamos avisar?

—Debo advertirte, joven amo, que no existen pruebas de que se haya producido un ataque. En este momento no soy capaz de determinar si estás sufriendo una alucinación o pseudomnesia.

—Si los Exhortadores aún no han decretado oficialmente su boicot contra mí, ¿puedes indicarme qué empresas, combinaciones mercantiles o servicios aún me aceptan como cliente?

—Obviamente la Composición Caritativa aún no te ha excluido del espacio mental del hospicio. Helión sigue pagando los costes de transacción y el tiempo informático para tus conexiones conmigo, y para mi conversación contigo. La Composición Caritativa ha dejado un mensaje, que te será entregado cuando desees, indicando que el ofrecimiento que se discutió contigo ha caducado, y la oferta se retira. Helión quisiera tener una última palabra contigo antes de excluirte de mi sistema. Quizá desees aprovechar la oportunidad para que todo aquello que está almacenado en mi mente señorial se registre en tu espacio mental privado, tomar tus libros, recuerdos, información exclusiva, personalidades alternativas, registros o todo lo demás que te pertenezca.

La imagen de la
Fénix Exultante
comenzó a desvanecerse. Fluía como agua por la ventana rota de la cámara de memoria. Las manos de Faetón intentaron aferrar la esquina del espejo de control más próximo, los brazos de la majestuosa silla del capitán. Su silla. Pero sus dedos insustanciales atravesaron las imágenes sin tocarlas.

Parecía estar en la cámara de memoria, pero su espacio mental privado, siguiendo una orden que él había dado tiempo atrás, en Lakshmi, se había encendido. Un círculo de cubos lo rodeó. Las dos escenas estaban superpuestas; los iconos cúbicos parecían flotar en el aire entre los estantes y la luz solar de la cámara de memoria.

Cerca de la cabeza de Faetón, uno de los cubos, un programa maestro, presentaba en su lado superior una ventana flotante que mostraba la lista de propiedades que Faetón había pensado extraer de la memoria de la mansión.

La pena desapareció del rostro de Faetón. Su expresión era severa sin ser adusta. No estaba exenta de dolor, pero estaba exenta de toda aceptación del dolor. Su rostro parecía el de la antigua estatua de un rey.

Aceptó la lista y alzó un dedo en el gesto de «ejecutar programa».

A su izquierda y derecha se abrieron cofres de memoria menores, como por propia voluntad, y los iconos cúbicos irradiaron tonos verdes para indicar que absorbían la información. Los cubos se pusieron negros cuando se llenaron.

Gran parte del material era demasiado largo o complejo para encajar en el espacio mental personal de Faetón; algunos archivos eran borrados. Un centelleo rojo acompañaba cada borradura, pues Faetón tenía que aprobar la orden en cada ocasión. Había tantos archivos de memoria que se destruían, y tantos centelleos rojos, cada vez más rápidos, que pronto la habitación pareció arder, como si Faetón quemara su vieja vida sin calor ni ruido.

Había obras del pensamiento, dormidas durante siglos, que él nunca volvería a usar; memorias de tedio juvenil, o escenas redundantes que no le brindaban diversión ni instrucción, ni siquiera nostalgia; ciencias desactualizadas; borradores para formas de contemplación que ya no se practicaban; los desechos de una larga vida en la Mansión Radamanto. No había motivos para llorar. Se dijo que todo era desecho.

Y él recordaba esta lista por Venus, por Lakshmi. La había confeccionado antes de firmar el acuerdo. Lo había hecho sabiendo que ese acuerdo se rompería. Había sospechado que este exilio llegaría. Había planeado… había planeado todo esto.

Pero había planeado una salida ordenada, un repliegue, quizá después de triunfar en su causa legal contra Helión Segundo. Con la fortuna de Helión, con todos los ingresos de la Plataforma Solar en sus manos, podría haber recobrado la
Fénix Exultante,
saldado sus deudas y comprado los suministros que necesitaba, restaurando su provisión de antihidrógeno para partir.

Por eso no le había asustado la amenaza de exilio de los Exhortadores. Había planeado abandonar la Ecumene Dorada en un viaje de siglos, decenas de siglos.

Pero su plan consistía en esperar hasta después de la Gran Trascendencia de diciembre, sin abrir la caja de memoria prematuramente, sin caer bajo el boicot de los Exhortadores. Si lo condenaban al ostracismo, Vafnir no le vendería antihidrógeno y Gannis no le vendería crisadmantio.

Sus planes no incluían el ataque de Jenofonte, ni el virus que sólo podía haber sido elaborado por un sofotec no perteneciente a la Mente Terráquea, un sofotec que según la lógica y la historia no podía existir.

Miró por la ventana rota. La imagen de la
Fénix Exultante
pendía contra la oscuridad del cielo nocturno, y su casco dorado llameaba bajo el resplandor del gigantesco Sol cercano. Un casco muerto.

¿No tenía un plan alternativo? ¿No podía rescatar nada de este berenjenal? Faetón apartó los ojos del círculo de cubos.

En el fondo de su espacio mental personal había una espiral de estrellas. Estaba allí cada vez que él activaba su espacio mental personal. El hecho de no haber reconocido el trasfondo de su zona personal tendría que haberle indicado que era importante.

La espiral de estrellas: era increíble que no la hubiera reconocido.

Extendió el brazo. La galaxia era más pequeña y cercana de lo que parecía. La tomó en la mano.

Un paraguas de venillas de luz indicaba las posibles rutas que había planeado a través de las estrellas cercanas. Cada vez que tocaba una ruta con el dedo, se desplegaban imágenes a izquierda y derecha, mostrando cálculos de aceleración y desaceleración, estimaciones de densidad local del espacio, anotaciones sobre posibles fuentes de volátiles para reaprovisionarse de combustible en vuelo, notas sobre los lugares adonde habían ido las sondas no tripuladas anteriores (incluyendo síntesis de descubrimientos y observaciones científicamente significativos) y, más importante aún, notas sobre lugares adonde las sondas no tripuladas no habían ido nunca.

La galaxia reposaba en su mano como una joya. Las estrellas giraban despacio, mientras el mapa se adaptaba a los tiempos de diversos períodos del viaje proyectado. Como una senda de fuego, indicaba la trayectoria de su primera expedición. Ramificaciones de rutas alternativas atravesaban las estrellas y los años luz. Era hermoso. No podía abandonarlo.

—Faetón anterior, fueras quien fueses: te recuerdo, te perdono, soy tú —susurró—. Te odié por borrar mi memoria. No podía imaginar qué pudo haberme instado a destruir mi mente de esa manera, qué pudo haberme urgido a aceptar tanto dolor. Ahora recuerdo. Ahora lo sé. Y tenía razón. El riesgo valió la pena.

Aún podía salvar su plan. Aún podía salvar su sueño…

Radamanto, en su forma de mayordomo, se aclaró la garganta. Faetón apartó los ojos de la galaxia que sostenía en la mano. Era Helión.

Helión estaba en el umbral de la cámara de memoria, con rostro severo y triste. Su vestimenta no correspondía a la Inglaterra victoriana; en cambio, su autoimagen usaba su nívea armadura de la Plataforma Solar. No llevaba casco, y su cabello brillaba como oro hilado. La borradura de los archivos de Faetón hacía que la luz roja cruzara la escena como una llamarada; los reflejos destellaban en la armadura.

Helión entró en la cámara. El paisaje onírico personal de Faetón quedó excluido; los destellos rojos se disiparon, y la galaxia desapareció de su mano. La imagen del espacio de Mercurio desapareció de la ventana cercana a Faetón. En cambio, la ventana rota dejaba penetrar luz solar, cálido aire estival, aroma de flores, zumbido de abejas, perfumes y sonidos del mundo común diurno.

—Hijo —dijo Helión—, he venido para intercambiar nuestras últimas palabras.

18 - El Taumaturgo

Faetón señaló con dos dedos. Éste era Helión, no un registro, una personalidad de mensaje ni un parcial.

—¿Qué tenemos que decirnos, padre? ¿No es demasiado tarde? ¿Demasiado tarde para todo? —preguntó Faetón con acida ironía—. Pueden condenarte al exilio tan sólo por hablar conmigo.

—Hijo, esperaba que nunca llegáramos a esto. Eres un hombre recto y valiente, inteligente y honesto. Los boicots e interdicciones de los Exhortadores estaban destinados a detener indecencias, conductas inaceptables, actos de negligencia y crueldad. Estaban destinados a restringir a los peores. ¡Por cierto no estaban destinados a ti! —Profundos surcos de pena cruzaban el rostro de Helión—. No merecemos este destino.

La cámara pareció más real cuando entró Helión. Era un cambio sutil que Faetón no habría notado normalmente. Los colores eran más brillantes, las sombras tenían una textura delicada. El sol que entraba por las muchas ventanas cobró una coloración profunda y dorada. Se veían motas de polvo en los radiantes haces de luz, y el grano de la madera en los frisos donde caía la luz, arrancando destellos y relumbrones a los cofres y vitrinas de los estantes circundantes. No sólo las impresiones sensoriales eran más nítidas y brillantes en presencia de Helión, sino que Faetón se sintió más alerta, tranquilo y lúcido. Quizá los circuitos de la médula espinal y el mesencéfalo de Faetón no recibían mucho tiempo informático de Radamanto; por cierto las sensaciones simuladas proyectadas al nervio óptico de Faetón no eran de calidad tan alta como la que podía costearse Helión. Helión pagaba el tiempo informático de Faetón pero, naturalmente, reservaba más tiempo para su propio uso.

Era como si la riqueza y el poder rodearan a Helión como un aura de luz. Faetón dudaba que Helión notara el efecto que surtía en los demás.

—Gran parte de este destino es obra tuya, reliquia de Helión —dijo Faetón con amargura—. Ahora recuerdo que, cuando te resucitaron, fue tu voz la que instó a los Exhortadores a condenar mi viaje; fuiste tú quien intentó matar a mi bella
Fénix Exultante.
¿Por qué odias tanto mi nave?

—Quizá tu nave me disgustara en un tiempo, pero ya no es así. Tú sabes por qué… ¿o no? —Helión miró a Faetón de soslayo.

—Ni idea —dijo Faetón—. Quizá Gannis tenga motivos que puedo sospechar. Él quería mi nave como chatarra. Le pareció astuto venderme el casco y aplicar el embargo precautorio. El Colegio de Exhortadores tenía un propósito más profundo y más perverso. El futuro que propongo, un futuro en que la humanidad se expande por el universo, tiene ramificaciones que ni siquiera los sofotecs pueden predecir. Aunque siempre haya un núcleo de mundos centrado en la Tierra, totalmente civilizado y controlado, en mi futuro habrá una frontera, un lugar salvaje, un sitio sin controles sofotec, un lugar donde aún existan el peligro, la aventura y la grandeza. El temor de los Exhortadores a la guerra es una mera excusa. Lo que temen es la vida, pues la vida es cambio, turbulencia e incertidumbre. Pero tú… no puedo creer que tú compartas esa cobardía moral.

—Ya tuvimos esta conversación, hijo mío. En Lakshmi, Venus. —Escrutó los ojos de Faetón—. Aún no lo recuerdas, ¿verdad?

—Se robó más de mi vida que de la tuya —replicó Faetón airadamente—. Y tú tienes acceso a estos recuerdos prohibidos desde que te sumaste a los Pares. Me tomará más tiempo recobrarme.

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