La Edad De Oro (37 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Edad De Oro
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La subpersona de emergencia miró su letrero de estado y los registros del diario por última vez. El peligro inmediato había pasado.

¿O no? Abrió varias longitudes de onda dentro del traje y examinó su entorno externo.

Aún flotaba en el fluido del cofre del hospicio. La caja médica se había dañado al cerrarse el yelmo. Tubos y cables cortados aún caracoleaban cerca del cuello. Los otros circuitos del cofre estaban intactos y no parecían corrompidos por el virus. Un haz de alta compresión de su hombrera logró establecer contacto e interfaz con las bocas de teléfono y telepresentación de la pared del cofre.

En su mente, tocó el disco amarillo con el guante desencarnado.

—Radamanto, ¿estás lesionado?

La voz familiar —él la consideraba una voz de pingüino— sonó en sus oídos.

—Claro que no, querido muchacho. ¿Por qué estás alarmado?

Faetón se relajó. La emergencia había terminado. Puso la subpersona de emergencia a dormir, reingresó en su lento cerebro normal y sintió una ráfaga de furia, temor y ansiedad.

—¡Alguien intentó matarme!

—¿En estos tiempos, querido muchacho? ¡Imposible!

—Iré a casa.

Abrió más circuitos de comunicación de la armadura, hasta que el dispositivo de telepresentación quedó totalmente activado. Salió del Sueño Medio, entró en Sueño Profundo y, en su mente, abrió la puerta de la Mansión Radamanto. Pisó las losas del vestíbulo y miró airadamente alrededor.

Radamanto, con aire de mayordomo obeso, pestañeó sorprendido.

—¿Qué ocurre?

Faetón siguió de largo, traspuso la puerta, subió la escalera. Radamanto lo siguió al trote, jadeando:

—¿Qué es? ¿Qué sucede?

Faetón se detuvo ante el umbral de la cámara de memoria para recobrar el aliento. Allí era de mañana, y una luz solar amarilla como el oro caía oblicuamente a sus espaldas a través de ventanas perladas de rocío. Las ventanas abiertas dejaban pasar el fresco de la mañana. Los accesorios de plata y bronce de los armarios de derecha e izquierda titilaban como hielo. Faetón vio el vapor de su aliento.

En un estante bajo, cerca de la ventana, en un estanque de luz solar, estaba el cofre. Aun desde esa distancia podía ver las palabras de la tapa.
Una gran aflicción, y actos de renombre sin par, duermen dentro de mí, pues aquí está la verdad.

Radamanto le tocó el hombro.

—Faetón, por favor… cuéntame qué ha pasado.

Faetón entró en la cámara y miró a Radamanto por encima del hombro. La nota que se había escrito a sí mismo cuando era sólo una subpersona aún le vibraba en los oídos.
(Está claro. Debo hacer lo correcto, sin importar el precio que pague.)

—¿No recuerdas haber sido atacado por una entidad viral neptuniana? —preguntó Faetón.

—Anticipándome a tus órdenes, amo, llamé a los alguaciles, quienes han construido un nuevo tipo de sofotec basado en registros histórica llamado Sabueso. Sabueso ha realizado varias investigaciones basadas en información disponible, pero no encuentra una causa probable para continuar. He descargado una copia de mí para que sea examinada por la supermente Sudoeste, que pertenece a la Enéada, pero él tampoco ha detectado pruebas de que me hayan atacado. ¿Era correcta mi suposición dE que crees sufrir el ataque de un agresor violento?

—¿Crees que sufro pseudomnesia? ¿Qué todo esto es ilusión?

—Sería la suposición lógica. De lo contrario debemos suponer la existencia de un sofotec traidor en la comunidad mental de la Tierra, o bien de una civilización técnica altamente industrializada, externa a la nuestra, consciente de nosotros y presente entre nosotros, familiarizada con nuestros sistemas, pero que hasta ahora no ha producido una señal de existencia detectable para nosotros.

—Las otras posibilidades son igualmente inimaginables, Radamanto ¿Cuándo fue la ultima vez que oíste hablar de un crimen en nuestra sociedad? Pero si alguien ha invadido mi sistema nervioso sin mi consentimiento, tenemos una violación mental, algo que el mundo no ha visto desde los días espantosos de la Quinta Era. Por otra parte, si se hizo con mi consentimiento, entonces debo de haber sabido que ahora abriría el cofre. De un modo u otro, debo hacerlo. Y no seré sólo yo quien recuerde lo que hice: todos los cofres comprometidos por los acuerdos de Lakshmi se abrirán. Si yo no puedo desentrañar este misterio, alguien debe hacerlo. Y no me hables de castigos para mí. ¡Toda la Ecumene Dorada estaría en peligro!

Cruzó la cámara de una zancada. Cogió el cofre con la mano.

—Dafne está en línea. Te pide que te detengas. La joven está frenética.

Faetón titubeó, el rostro ansioso de esperanza.

—¿Mi Dafne? —¿Era posible?

—No, Dafne Tercia Emancipada.

El maniquí. Y una de las muchas personas que vivían con el sistema Radamanto conectado al cerebro. Si el sistema se corrompía…

Faetón adoptó una expresión distante.

—Dile que ella es una de las personas que trato de salvar.

Hizo girar la llave. Llamearon unas letras rojas. «Advertencia. Esto contiene plantillas mnemónicas…»

—Sabueso Sofotec también está en línea. Desea realizar un examen noético de tu cerebro para verificar si te han atacado, pero sólo una anchura de banda angosta de los circuitos de la caja del hospicio donde estás puede llegar a tu cerebro. Quítate la armadura…

—No haré semejante cosa. Podrías estar poseído por el sofotec enemigo.

—Los inmortales no deben tomar decisiones precipitadas. Tómate un par de siglos para reflexionar, joven amo.

El mensaje de Jenofonte aún estaba en su mente:
Conoces tu culpa: ahora cae.
Sólo que Faetón no conocía nada. Nada tenía sentido, nada estaba claro.

—Nadie es inmortal cuando alguien está a punto de matarlo —dijo—. Y no tenemos tiempo. Debo actuar antes que borren las pruebas. El cuerpo real del neptuniano no puede haberse alejado mucho del mausoleo de Estrella Vespertina.

—Allí no está esa criatura, ni hay pruebas de que haya estado…

—Entonces ya han borrado las pruebas. Una vez que recuerde quién es Jenofonte, sabré qué está pasando.

Pero Radamanto alargó el brazo y apoyó la mano cerca de la mano de Faetón, que se tensó sobre la tapa del cofre, sin tocarla.

—Amo, debes saber que Dafne me pide que desobedezca las órdenes y no libere tus recuerdos. Sostiene que tiene privilegio como esposa, y que no estás en tus cabales. Dice que si ahora uso la fuerza para detenerte, comprenderás y aprobarás mis actos más tarde, cuando te hayas recobrado.

Faetón lo miró con infinita sorpresa. Adoptó una expresión severa, sin decir nada.

Radamanto retrocedió y alejó la mano de la caja. Sonrió tristemente y pareció encogerse de hombros.

—Sólo quería que supieras cómo son las cosas, amo.

Faetón abrió la caja.

Había algo misterioso, como una perla de luz distante, en el fondo de la caja. Se movía y, como un pétalo al abrirse, extendió brazos de fuego, hinchándose hasta llenar el universo… era como despertar de un sueño.

La reacción física era extrema. Un punto ardiente le presionaba el estómago; Faetón se arqueó; el gusto de la bilis le punzó la garganta.

Faetón, el rostro empapado de sudor, miró a Radamanto.

—¿Qué es?

—Son reacciones viscerales y parasimpáticas que acompañan el odio y el furor impotente.

—Pero no recuerdo… a quién odio tanto… —Faetón miraba consternadamente sus dedos trémulos. Susurró—: Ella era tan bella. Tan bella y agradable. La mataron. ¿Mataron a quién? ¿Por qué no puedo recordar…?

—Tu mente se está tomando un momento para adaptarse, joven amo. No es una reacción anormal en neuroestructuras con consciencia multinivel, como la tuya. Tu mente trata de restablecer sendas memorísticas asociativas, conscientes e inconscientes, incluida la correlación emocional y simbólica. Como eres Gris Plata, tu cerebro intenta soñar, que es la estructura neural tradicional para correlacionar experiencias en asociaciones significativas.

Faetón se apoyó las manos en las rodillas y se obligó a enderezarse. Hablaba consigo mismo.

—¡Los Invariantes no necesitan tiempo para adaptarse al shock! ¡Los Taumaturgos cabalgan sus sueños como potros salvajes! ¿Por qué sólo nosotros debemos sufrir tanto dolor? ¿Esto es lo que significa ser humano…?

—Si falsificara, suavizara o detuviera tus reacciones, violaría el protocolo Gris Plata. No obstante, como ya no eres miembro de la Casa, se me permite…

Faetón sacó un pañuelo de nanomaquinaria negra de su guantelete y se enjugó la frente.

—No, estoy bien. Pero no creía que los despreciaría tanto… poco viril de mi parte, ¿no crees? —Soltó una risa débil—. Es sólo que… la estaban destrozando, ¿verdad? ¡Desmantelando el cadáver! ¡Como caníbales! ¡Comegusanos! —Golpeó el dintel de la ventana con el puño blindado. Al parecer la simulación de la cámara de memoria interpretaba que la armadura de Faetón tenía motores amplificadores de fuerza en las articulaciones, pues la viga de roble que formaba el marco se partió, los paneles de vidrio se rajaron, el yeso llovió de las paredes.

—¡No te alteres, joven amo! Tus reacciones fisiológicas indican un estado sumamente inestable. ¿Quieres que llame a un módulo de salud psiquiátrica o somática?

Faetón sintió que su persona parcial de emergencia se movía en sueños. Pero no sentía dolor físico.

—No —dijo—. Muéstramela. Muéstrame el cadáver.

—Si el joven amo está seguro de que goza de salud suficiente para…

Una risa amarga escapó de los labios de Faetón.

—¿Qué pasa? Mi salud es una simulación. En realidad no estoy aquí, así que no puedo desmayarme ni puedo morir. Sólo mis sueños pueden morir. ¡Bien, si mis sueños mueren, quiero ver el cadáver! —La ventana rota que tenía enfrente desapareció. Fue como si el cielo nocturno hubiera descendido para llenar la habitación. Faetón arrancó la ventana rota del marco con un golpe de su mano blindada; un gesto inútil, pues la imagen llenaba la ventana y sus ojos, a pesar de las obstrucciones. Estaba rodeado por un cielo jamás visto desde la superficie de la Tierra. Una oscura y perfecta inmensidad sin aire exhibía una miríada de estrellas. Cerca de él, como elevándose del suelo, destellando bajo la luz de un Sol gigante y cercano, como un leviatán emergiendo a la superficie de aguas negras, había una forma similar a una punta de jabalina. Estaba hecha de un material dorado que parecía metal pero no lo era.

A lo largo del eje principal, donde un asta debía unirse a la punta, se abría el núcleo del motor principal. Babor y estribor eran motores secundarios, y docenas de motores terciarios y propulsores de maniobra mechaban la popa, creando una impresión de gran potencia y velocidad. Encima y debajo, las láminas del blindaje de popa, como las valvas de una almeja, colgaban entreabiertas. Se podían bajar para cubrir las toberas, separadamente o en combinación. Estas placas blindadas eran aerodinámicas como la cola de un ave de rapiña, y se ahusaban hasta llegar a una punta al otro lado, y sus líneas hacían que la esbelta nave ya pareciera en movimiento.

Faetón extendió la mano hacia la nave. Como en un sueño, su punto de vista se desplazó por el interior del casco dorado. El espacio interior triangular era hueco, y mostraba una retícula de tetraedros. En el centro de cada tetraedro había una esfera geodésica. Cada esfera albergaba un campo de contención destinado a portar antihidrógeno, el cual, congelado en el cero absoluto, entraba en un estado metálico magnetizable. Había un sinfín de esferas, hasta donde se podía ver, dentro de la gran nave.

Pues era grande. En el centro de la nave, a lo largo del eje, había un toroide. Las bandas interna, media y externa del toroide podían girar a diferentes velocidades para producir una gravedad estándar. Faetón comprendió, o quizá recordó, que este toroide, el habitáculo de la nave, era tan grande como una colonia espacial de tamaño moderado. Un rápido cálculo, o quizás otro recuerdo, reveló la asombrosa magnitud de esa nave titánica.

Medía por lo menos cien kilómetros de proa a popa. Los tres motores principales tenían aberturas que podían engullir una luna pequeña. Si todas las naves espaciales de las flotas terráquea y joviana combinadas se hubieran reunido en una sola hilera —remolcadores, lanzaderas y naves lentas—, no habrían alcanzado la longitud de su quilla.

Sus recuerdos lo rodeaban como una muchedumbre de fantasmas, medio familiares, medio invisibles. ¿Él había poseído semejante nave?

Alzó la mano y apuntó. Con la velocidad del pensamiento, estuvo de nuevo fuera de la quilla, como si flotara cerca del filo de la aguda proa. No había caracteres de designación ni números de serie, pues no existía otra nave similar. Pero su nombre estaba tallado en caracteres dragontinos de cuatrocientos metros de altura. Recordó el nombre justo antes de mirarlo. Las letras eran borrosas. Lágrimas de orgullo le humedecieron sus ojos. La
Fénix Exultante.

El casco era de crisadmantio, como su armadura. Había toneladas y kilómetros del supermetal, construido un átomo artificial por vez. Con razón había contraído deudas con Gannis. Debía de haber comprado toda la producción energética de Júpiter una década tras otra. ¿Había sólo una laguna de doscientos cincuenta años en su memoria? ¿Había gastado una de las diez mayores fortunas que había visto la historia en manos de un solo hombre? No parecía que hubiera sido suficiente.

—Aerodinámica —dijo con voz pasmada—. ¿Por qué construí una nave espacial aerodinámica? No hay motivos para construir un vehículo aerodinámico en el espacio. Sólo hay vacío, no hay resistencia…

—No es una nave espacial —dijo la voz de Radamanto, que parecía salir de todos los puntos del cielo nocturno.

—¿Qué es?

—Las naves espaciales están destinadas al viaje interplanetario.

—Entonces es una nave estelar —murmuró Faetón. Su nave estelar, la única de su especie.

—Cerca de la velocidad de la luz —continuó Radamanto—, el polvo y el gas interestelar golpean la nave con energía relativa suficiente para requerir una proa blindada; el diseño aerodinámico está destinado a reducir la onda de choque. A esas velocidades, la masa de todos los demás objetos del universo, desde el marco de referencia de a bordo, se aproxima al infinito.

—Ahora recuerdo. ¿Por qué es la única?

—Tus congéneres están asustados. La única otra expedición que se lanzó para fundar otra Ecumene, la civilización de Cygnus X-l, desapareció y enmudeció, pues al parecer se destruyó a sí misma. Los sofotecs, por sabios que sean, no pueden vigilar los hábitats neptunianos del halo cometario. Otras estrellas y sistemas estarían fuera de nuestra mirada, y sólo serían atractivas para disidentes y rebeldes. Ellos poseerían nuestra tecnología sin ley alguna. Las amenazas crecerían. Quizá no en diez mil años, ni siquiera en un millón, pero con el tiempo serían inevitables. Tal es la argumentación del Colegio de Exhortadores.

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