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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (36 page)

BOOK: La Edad De Oro
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—¿Cómo puedo confiar en ti? —preguntó.

—Abre tus recuerdos prohibidos. Allí hallarás a mi amo.

—¿Cómo puedo confiar en ti sin tomar una medida tan drástica?

—No lo sé. La cruel tecnología de vuestra sociedad torna imprudente confiar en los ojos, la memoria, los pensamientos. Quizá no seas quien crees que eres. Todo lo que sabes podría ser falso. Esto podría ser un sueño. Quizá debas guiarte por tu instinto y tus sentimientos. ¿De qué otro modo puedes ser fiel a tu carácter?

Faetón asintió. ¿Acaso la Mente Terráquea no le había aconsejado lo mismo?

En definitiva, Faetón no sabía con certeza si las suposiciones de Atkins eran correctas. La noción de un enemigo externo de la Ecumene Dorada era imposible y absurda. No había enemigos: el concepto era tan anacrónico como Atkins mismo. No había nada exterior a la Ecumene Dorada en ninguna parte del espacio.

—Además —dijo Scaramouche—, ¿confías más en la sociedad de la Tierra que en mi amo? Han ocultado tu memoria y robado tu vida. Mi amo procura devolvértelas.

—Al menos permíteme llamar para confirmar lo que me has contado hasta ahora. Si lo que has dicho es cierto, me inclinaré a creer el resto.

—Ten cuidado con tus contactos. Encauza las llamadas por un anexo público, sin alertar a Radamanto. Preferiría no llamar la atención de vuestros sofotecs. Legal o ilegalmente, hallarán una manera de detener tu fuga una vez que se enteren.

—¿Cómo se puede temer a Radamanto?

—Faetón, créeme: tu gobierno, urgido por vuestros sofotecs, ha hecho muchas cosas dañinas y deshonrosas, que luego fueron purgadas de tus recuerdos.

—No harían semejante cosa sin nuestro consentimiento.

—¿No? ¿Quién te lo ha dicho? ¿Los sofotecs? Pero no importa. Haz tu llamada. Quizá no todas vuestras líneas estén intervenidas.

Alzó la mano derecha, con los dedos extendidos, en un gesto de paz. Faetón miró a sus espaldas. El neptuniano había cruzado las cercas de la dehesa y se aproximaba por los bosquecillos de cipreses. Pero todavía estaba lejos. Por otra parte, Faetón no temía un ataque físico, pues no estaba físicamente presente.

Cerró los ojos, se desconectó de Radamanto, encendió su filtro sensorial, invocó su espacio mental privado y tocó uno de los iconos que lo rodeaban. El icono del disco amarillo abrió una línea de comunicaciones con un canal de una biblioteca local. Estaba en Sueño Medio, así que en un instante una rutina de búsqueda halló información y la insertó en su memoria. En efecto, el Proyecto de Exploración Lejana había comprado una deuda al Proyecto Biotecnológico Rueda-de-la-Vida, una deuda contraída por Ingeniería Celestial Faetón.

Faetón abrió los ojos. No vio al maniquí sino a Scaramouche, vestido con un atuendo cómico, pálido como la muerte, el rostro hendido por una sonrisa maniaca, los ojos relucientes. Desconectado de Radamanto, Faetón estaba de vuelta en la versión de la escena de la Mansión Roja, de modo que un aura negra de malicia y perfidia palpable manaba de la acechante figura como un hedor.

La espada no estaba envainada, y nunca lo había estado. Scaramouche sólo se la había pasado a la mano izquierda, donde Faetón no podía verla, acercando la punta a la mano de Faetón. Los volantes del hombro de Scaramouche no susurraron cuando asestó la estocada. Fue un movimiento levísimo; la punta de la espada rozó la palma de Faetón, y Faetón flexionó los dedos; el circuito interpretó la flexión como un gesto de aceptación.

En Sueño Medio, el cerebro de Faetón sufrió una súbita conmoción, no los recuerdos prometidos sino una sensación de aturdimiento, horror, frío y dolor. Su visión se derrumbó en un túnel bordeado por una turbulencia roja y negra. Un mensaje inundó su mente sin palabras:
Jenofonte te ha matado. Tonto, no puedes escapar de la muerte ocultándote en un ataúd lejano. No puedes escapar de la venganza por tu traición clausurando los recuerdos de lo que me hiciste. Conoces tu culpa: ahora cae.

En la bruma de su visión estaba Scaramouche, todavía sonriendo. Faetón intentó alzar una mano, trató de activar un circuito de emergencia. No pudo.

Vio que el sonriente Scaramouche, con un floreo, se pasaba la espada a la otra mano y acometía. El programa de la Mansión Roja rodeó la sensación de ser atravesado en el cuello con un dolor y un temor inimaginables. Faetón sintió que el frío acero atravesaba vena y garganta y músculo como un escalpelo, rozando las vértebras. Sintió que brotaba una sangre caliente y espesa, y oyó el silbido de su tráquea tronchada.

Luego, nada.

17 - El recuerdo

No había dolor. Él no era más que un par de guantes que flotaban en la oscuridad, rodeados por un semicírculo de cubos e iconos. A lo lejos había una espiral de puntos.

Por un instante, mientras Faetón forcejeaba para arrancarse la filosa espada del cuello, los guantes formaron garras, aleteando en el aire. Un octágono rojo indicó que el sistema no podía interpretar estos gestos.

Luego Faetón se sintió despejado, relajado, alerta. Alzó el índice izquierdo, el gesto de estado.

El letrero de estado se desplegó desde el cubo principal. La pantalla mostró que aún era Faetón Primo (Reliquia, para propósitos legales) Radamanto [Parcial de Emergencia].

Bien. Habitualmente, despertar de esa forma indicaba que acababa de morir y un yo de seguridad estaba despertando en un banco de la Mentalidad Numénica. Así que no había muerto, a pesar de las apariencias.

Sin embargo, el dolor había sido suficiente para activar una subpersona de emergencia. Serena y mentalmente ágil, esta subpersona se había escrito originalmente para lidiar con accidentes repentinos en el espacio. Era una persona que Faetón había desarrollado, no comprado; dudaba que hubiera un registro público de que él la tenía; dudaba que el enemigo supiera que la tenía.

Miró el dorso de la muñeca de su guante izquierdo: el gesto para pedir la hora. La cuenta del tiempo estaba acelerada al máximo, de modo que no transcurría tiempo externo. Era probable que el cuerpo de su maniquí aún no hubiera tocado el suelo.

Por reflejo, Faetón (mejor dicho, la subpersona de emergencia) había pasado de su lento cerebro bioquímico al cerebro de respaldo y su red neural superconductora. Por eso sus pensamientos se aceleraban. Cuando terminara la emergencia, el cerebro bioquímico sería actualizado con los pensamientos o conclusiones que él hubiera alcanzado en tiempo rápido.

Los reflejos de la subpersona de emergencia también habían clausurado los centros emocionales de su hipotálamo, e impedido que su mesencéfalo continuara con las reacciones físicas normales que acompañaban el shock y la pérdida de sangre asociados con una laceración masiva. Eso era afortunado: vio que en la rutina sensorial de la Mansión Roja había líneas de mando que exageraban el dolor, el temor y el sufrimiento, así como instrucciones para insertar fobias duraderas y «cicatrices emocionales» en el tálamo y el mesencéfalo de la víctima. La Mansión Roja era melodramática. Faetón borró de inmediato esas órdenes.

No sentía dolor, temor ni asombro; la subpersona de emergencia no tenía esas aptitudes.

El anexo de conexiones y sistemas en funcionamiento mostraba que un grupo de señales no registradas había atravesado su circuito de Sueño Medio. El primer grupo era una mera simulación del sensorio, destinada a crear las sensaciones internas y externas de una muerte instantánea y violenta. Más interesante era el virus inteligente que había penetrado sus sistemas centrales, disfrazándose y reencauzándose, y había salido de su cerebro por un circuito de monitoreo que lo conectaba al aparato médico que sostenía su cuerpo. Tocó con el guante la caja de diagnósticos de la derecha. Varias ventanas se abrieron como un abanico de naipes. Aún había rastros del virus en los tampones de seguridad. Éstos eran programas defensivos desarrollados siglos atrás, rarezas históricas, pero la tradición Gris Plata requería que él desperdiciara espacio cerebral para llevarlos. Los habían instalado el día en que se graduó a la plena madurez.

Varios programas defensivos tenían un analizador para reproducir los virus que intentaban destruir. Este virus no había logrado borrar todos esos rastros. Era como si un perro guardián aún tuviera trozos de la piel de un intruso entre los dientes.

Otra rutina con que contaba era un reconstructor de información. Habitualmente se usaba para evaluar los daños en servoconstructores espaciales perforados por meteoros o en unidades remotas, resucitando el software muerto para examinarlo. Como si la piel del intruso se pudiera clonar para producir una imagen del sujeto, esta rutina le permitía deducir un modelo funcional del virus que acababa de atravesarlo.

El virus era consciente, un poco más listo que un ser humano. Había sido una criatura melancólica que sabía que estaba condenada a un microsegundo de existencia, y sentía curiosidad por el mundo exterior cuya existencia deducía. Pero estas meditaciones filosóficas no le habían hecho titubear en su misión. No había prestado mucha atención a los programas de seguridad de Faetón, así como un hombre trabado en una lucha a muerte no presta atención a un mosquito.

Pues la entidad viral estaba en guerra. (Era más exacto llamarla «civilización viral» durante la última parte del tercer nanosegundo, pues los registros desperdigados y fragmentarios mostraban que la entidad se había reproducido por millares, desarrollando una extraña clase de arte y literatura y otras interacciones para las cuales Faetón no tenía nombre, tratando de lidiar con una existencia breve y pérfida.) La civilización viral había librado varias batallas con los agentes de seguridad que rodeaban el interfaz del cofre público del hospicio Caritativo.

La Composición Caritativa tenía programas, registros y rutinas que se remontaban a las batallas de virus mentales de la terrible Quinta Era, e incluso algunas de las Guerras de Establecimiento de principios de la Cuarta Era. Caritativa era una entidad antigua; aún tenía viejos reflejos, y muy mortíferos.

La civilización viral, a pesar de estar herida y arruinada, había ganado esas guerras y anulado importantes sectores que protegían el interfaz entre el cuerpo real e inconsciente de Faetón y el exterior. El virus había recibido órdenes de dominar los programas médicos que controlaban el cuerpo real de Faetón, y había ordenado que los servos desactivaran su corazón y su actividad nerviosa e impidieran todo respaldo. Otra parte de la civilización viral (que había formado una clase especial de cruzados u orden de poetas guerreros) estaba destinada a abandonar el cerebro de Faetón cuando se emitiera la señal de muerte, y rastrear esa señal en la Mentalidad Numénica, corrompiendo y borrando cada versión de su personalidad que apareciera en línea, reproduciéndose, ocultándose y reproduciéndose de nuevo, aguardando nanosegundos o siglos, según se requiriese, en caso de que las copias de Faetón almacenadas en otra parte se conectaran de nuevo con la Mentalidad, y luego despertando para abatirlo de nuevo.

La civilización viral estaba bien equipada para luchar contra los reflejos y programas defensivos Caritativos. Faetón no se sorprendía. Dada la naturaleza de una mente colectiva, no había intimidad en sus estructuras de mando superior. El padre del virus original podía haber estudiado las técnicas Caritativas en los canales públicos.

Faetón no entendía por qué el ataque había fracasado. Esta subpersona no era muy imaginativa, y estaba preparada para superar emergencias en el espacio, no para analizar datos de una guerra mental.

Pensó en abrir el registro de opciones. Y allí estaba. No habían sido los reflejos defensivos Caritativos los que habían desactivado el virus. Había sido su traje. Su armadura dorada.

La conexión entre la caja médica que sostenía su cuerpo y sus circuitos cerebrales era encauzada por los muchos interfaces de control de su traje. Cuando el virus intentó salir del cerebro de Faetón para ir a la caja médica, la armadura se había cerrado, cortando todo enlace entre Faetón y la caja donde estaba. No podían entrar ni salir mensajes ni energía. Ninguna energía de ningún tipo podía atravesar el blindaje de la armadura: una explosión termonuclear concentrada ni siquiera le habría provocado un rasguño. Faetón estaba vivo porque el forro de la armadura estaba programado para protegerlo y sostener su vida; simplemente había creado servicios médicos similares a los que ejecutaba la caja pública Caritativa.

Así que Faetón estaba a salvo. Aún no sabía qué sucedía, pero estaba a salvo.

La subpersona de emergencia era minuciosa. Mientras revisaba meticulosamente los registros, estudió un dato que antes no había parecido relacionado con su peligro personal. En el frenético momento en que él estaba medio ciego, herido y cayendo, había intentado pedir ayuda. El registro de comunicaciones mostraba que Radamanto Sofotec había respondido y estaba en línea. Las notas del registro mostraban que el virus se había reescrito a sí mismo, quizás adoptando una configuración más apta para un objetivo no humano, y se había lanzado por esa línea abierta. Durante el siguiente picosegundo, la señal de Radamanto fue deformada y corrompida. Esta línea se había cerrado antes que el traje hubiera desactivado todo, como si Radamanto hubiera sufrido daño.

La subpersona de emergencia no era muy emotiva, pero sabía que una falta de información, sobre todo en momentos de crisis, podía ser peligrosa, incluso fatal. Ahora no había dudas. Atkins estaba en lo cierto. Era un enemigo; se proponía matar, y un golpe de suerte lo había detenido Radamanto estaba en peligro, como cualquiera que usara un sistema de Radamanto… su padre, sus compañeros, sus lugartenientes y subalternos los miembros colaterales, todos. Aun la reliquia de Dafne, esa pobre y dulce muchacha que estaba enamorada de él.

Tendría que protegerla. (Aunque la subpersona de emergencia fuera un poco distante, incluía instrucciones de salvar primero a las mujeres y los niños durante los desastres. La subpersona de emergencia no carecía de caballerosidad.) La subpersona analizó los comentarios de despedida de Scaramouche.
No puedes escapar de la venganza.
¿Quién era Jenofonte?

Comprendió que la resolución de ese misterio se le escapaba. No era un desastre de ingeniería. No implicaba una descompresión explosiva, un fallo del campo de pseudomateria, una cascada de antimateria ni nada que él comprendiera, o para lo cual tuviera reflejos de respuesta.

Así que Faetón Parcial abrió su diario. «Cuando regrese mi personalidad plena, quizá ya no me sienta así. Estaré enmarañado y confundido con otras consideraciones y emociones. Quizá no recuerde cuan simple y claro me parecía todo en este punto del tiempo. Escribo este mensaje para recordártelo. Está claro. Es una situación desesperada. Puede morir gente. Tu suerte personal no es la consideración primordial. Debo abrir el cofre de memoria y obtener información completa acerca de la causa de este desastre. Sin conocer la causa, no podré impedir que suceda de nuevo. Debo hacer lo correcto, sin importar el precio que pague.»

BOOK: La Edad De Oro
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