La Edad De Oro (35 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Edad De Oro
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Faetón guardó un turbado silencio.

—Querías cambiar la sociedad —continuó el maniquí—. Pero vuestro sistema social es una trampa. Antes que nadie piense siquiera en alterar el sistema, vuestros sofotecs se anticipan y advierten a los Exhortadores que usen su presión para someter y conformar al innovador. Si la presión no funciona, existen la Curia y los tribunales. Y si la ley no funciona, existe Atkins. ¿Por qué crees que lo conservan? Pero tú viste el modo de burlar la trampa. Si se construyera un sofotec libre de la moralidad tradicional, sería capaz de diseñar estrategias para engañar a los sofotecs comunitarios de la Mente Terráquea. La nueva moralidad, al permitir un enfoque más flexible de la libertad, e inducir a los humanos a correr riesgos, terminaría con el estancamiento y reanudaría la marcha de la humanidad hacia niveles evolutivos más elevados.

—No parece un proyecto mío —dijo Faetón—. Nunca me importó la evolución. La civilización permite que los hombres se alteren deliberadamente, y con mayor celeridad que mediante procesos evolutivos…

El maniquí se impacientó y sesgó el aire con la mano derecha.

—¡No! ¡Estoy hablando de una evolución mística, de un tipo que no se puede expresar ni definir!

—Eso me parece aún menos propio de mis intereses —ironizó Faetón.

—Pero la Composición Tritónica Neptuniana estaba interesada, y aún lo está. Y la evolución no era tu objetivo, en absoluto. Para ti era una aventura. Querías que la humanidad fuera libre. Libre para realizar grandes actos. Actos maravillosos.

—Actos de renombre sin par —murmuró Faetón pensativamente—. ¡Exacto!

Era una visión gloriosa, considerarse un revolucionario que reformaba la sociedad con miras a un propósito elevado. Pero no lo creía.

—¿Eso explica por qué mi espacio mental privado está equipado sólo con rutinas de ingeniería, balística y terraformación? ¿Por eso mi visión está equipada con docenas de rutinas de búsqueda y análisis, del tipo que sólo usan los científicos espaciales? ¿Por eso compré billones de toneladas métricas de nanomaquinaria biológica al Proyecto de Biotecnología de Rueda-de-la-Vida?

—En absoluto. Dadas tus dificultades en la Tierra, la Composición Neptuniana te ofreció ayuda para construir tu planetoide artificial. El plan general consistía en eliminar los anillos de Saturno para formar nuevas lunas, y en encender la atmósfera tal como se ha hecho en Júpiter, para obtener energía. Tu nuevo sofotec, Nada, gobernaría un sistema planetario en miniatura.

Faetón sonrió. Había trabajado en un proyecto de ignición de Saturno en un momento de su carrera. El éxito de Gannis en Júpiter transformaba el próximo gigante gaseoso en un candidato lógico para un mejoramiento similar. Pero Faetón conocía los datos sobre Saturno.

—El público nunca permitiría que Saturno ardiera. Está demasiado enamorado de esos anillos inservibles, y está dispuesto a gastar grandes cantidades de tiempo para preservarlos.

—El sofotec Nada buscó un modo de burlar a los preservacionistas.

—Pero Saturno no tiene masa suficiente para una ignición sostenida…

—La ignición se sostendría, al principio, mediante bombardeos forzados de cantidades enormes de antimateria. Y después, un conjunto de antenas en lo profundo del Sol, con la ayuda de Helión, enfocaría un porcentaje de la energía solar hasta formar un estrecho rayo máser que, lanzado hacia Saturno, mantendría las temperaturas necesarias para una nucleogénesis sostenida.

—Pero esa distancia produciría la pérdida de tal cantidad de energía…

—¡Detalles técnicos! ¡Tú pensabas que era posible! ¡Los neptunianos intentaban ayudarte! Comprendes cuál sería la ventaja para la Composición Tritónica Neptuniana, ¿verdad? Los parias, los disidentes y los que anhelan liberarse de la intrusión sofotec van a Neptuno, y las nubes de hielo que hay más allá, en busca de intimidad y libertad. Pero, tan lejos del Sol, no hay modo barato de manufacturar antimateria en grandes cantidades. Los neptunianos hacen de la necesidad una virtud, y viven en un entorno de baja energía sin cuerpos humanos ni redes complejas de comunicaciones. No hay Mentalidad Numénica para salvar a los viajeros de la muerte. Sus vidas están llenas de muerte y glorioso dolor, pero están realmente vivos. Pero si Saturno se convirtiera en un tercer Sol, el hogar de un sofotec que no temiera explorar nuevos conceptos de moralidad, y produjera antimateria como hacen las estaciones mercuriales, el coste de enviar energía a las colonias neptunianas se reduciría a la mitad.

Faetón abrió la boca para articular otra objeción, pero la cerró.

La historia tenía cierto sentido. Si el núcleo de Saturno se podía presurizar artificialmente (por ejemplo, con una aplicación de la misma tecnología que Helión usaba para agitar el núcleo del Sol), se podían mantener las condiciones necesarias para la fusión de hidrógeno. Pero cualquier parte de esa jaula de presión que no se pudiera crear o mantener por medio de remotos requeriría que un hombre con armadura —una armadura como la suya— descendiera al núcleo y supervisara la tarea.

Eso explicaba por qué había comprado tanta antimateria a Vafnir.

El deseo de poblar las lunas de Saturno con entornos habitables, una vez que se calentaran, también explicaba la compra de tantas toneladas de material biológico.

Y ese sueño era digno de él. ¡Ser el amo de su propio minisistema solar! Podría diseñar las lunas y minilunas del modo que escogiera.

Siempre le había molestado el desperdicio: que no se explotara el abundante hidrógeno de la atmósfera de los gigantes gaseosos; que la energía de las estrellas se derramara en el vacío, sin una esfera de Dyson que la contuviera y la aprovechara; que hubiera hierro, cobre y silicatos desperdigados en cien millones de guijarros y asteroides, en vez de estar en una fundición o una cuba de nanoensamblaje. Faetón veía que las vidas humanas eran más pobres de lo que debían, pobres porque no poseían la energía, los recursos ni el tiempo para lograr lo que deseaban.

—Supongamos que te creo —dijo—. En tal caso, ¿qué quieres de mí?

—Represento a Jenofonte. Lo recuerdas, ¿verdad? No estarías usando esa armadura a menos que hubieras recordado algo de tu pasado.

—¿Cuál es su nombre completo?

—Jenofonte Sin Número Lejano Ameboide, Composición Tritónica, Distribución Mental y Consumo de la Estructura Conflictiva Radial, Neuroformas Amalgamadas No Coherentes, Escuela Caótica Paciente e Impenitente (Era Indeterminada).

La estación Lejana era uno de los sitios adonde, según la documentación, Faetón había realizado varios viajes en las últimas décadas. Y él reconocía el nombre, al menos por las representaciones noticiosas. Jenofonte era uno de los tres aspectos de la enmarañada mente grupal neptuniana que dirigía la estación; los otros eran Jerjes y Jantocolía. Los tres (cuando se manifestaban como tres) eran famosos por sus proyectos para fundar colonias cada vez más distantes en el halo cometario que estaba más allá de Neptuno, estaciones del espacio profundo adonde nunca podía llegar la jurisdicción del Parlamento.

No era inverosímil que Jenofonte y sus dos aspectos hermanos ayudaran a Faetón en cualquier esfuerzo que pudiera producir una revolución en la sociedad. Hasta ahora todo encajaba con los datos que Faetón conocía.

—Jenofonte es tu socio —dijo el maniquí sin rostro—, un camarada tuyo cuya amistad está confirmada por los juramentos y signos más fuertes del amor fraternal. Pero tú lo has olvidado. Él no te ha olvidado a ti. Desde anoche, está en contacto con Rueda-de-la-Vida, quien era tu principal acreedora, aparte de Gannis de Júpiter. Jenofonte ha comprado tu deuda a Rueda-de-la-Vida. ¿Comprendes lo que esto significa? El equipo que tenías almacenado en la Equilateral de Mercurio pasará a tu posesión para que pagues tus deudas. Podemos devolvértelo. El proyecto puede continuar. Tu vida puede continuar.

Tu vida puede continuar.
La frase resonó en los oídos de Faetón. Se asombró súbitamente al recordar que se encontraba impaciente y un poco aburrido desde que estaba en la Celebración Milenaria, la mascarada. Ahora sabía por qué. Scaramouche se lo había aclarado. Faetón esperaba que la Celebración concluyera para que su vida continuara.

Para que continuara, tenía que resolver este misterio.

—¿Qué debo hacer? —preguntó.

—¡Ven! Exhuma tu cuerpo real de dondequiera repose, ya que no encontramos rastros de él en los mausoleos radamantinos. ¡Trae tu espléndida armadura y ven! Mi cuerpo, como he dicho, está cerca. Ya he emergido de esa fosa oscura donde me ocultaba, y ya avanzo con gruesas piernas para llegar a este lugar. Una pulsación en código llamará la nave camuflada de mi amo. Tú y yo escaparemos del opresivo calor y gravedad del hinchado Sol de tu sistema interior, y viajaremos al cinturón de hielo que hay más allá de Neptuno, donde el Sol es apenas una estrella más brillante.

—No emprenderé ese viaje prolongado sin pruebas más claras de que tu amo y yo fuimos socios y camaradas, como afirmas —dijo Faetón con cautela.

—Elimina los bloqueos de tu espacio cerebral. Yo te transmitiré tu yo perdido. Tus pensamientos serán reestructurados, y tus dudas quedarán resueltas. Tenemos una copia de tu memoria. Tu vida está en nuestras manos, e intentamos devolvértela. Sólo necesitas abrir la mente, abrir los ojos, y prepararte para recibirla.

Scaramouche quería que encendiera el filtro sensorial. De nuevo Faetón sintió suspicacia. Recordaba con cuánta insistencia el enviado neptuniano de la noche anterior había tratado de persuadirlo de abrir los circuitos que conducían a su espacio cerebral privado.

—¿Por qué vacilas? —preguntó el maniquí sin rostro. Alzó la mano derecha y movió los dedos vacíos—. Puedes ver que ya no tengo el icono de mi espada. Además, nada puede dañar a los señoriales; nunca estáis donde está el peligro. ¿Vuestra escuela de vida no consiste precisamente en eso?

—No es eso. Tú mismo has dicho que no puedo actuar deliberadamente para recobrar mis recuerdos perdidos, pues de lo contrario los Exhortadores me condenarán al exilio.

—Es verdad. No obstante, la adherencia al boicot de los Exhortadores es voluntaria, o al menos se supone que es así. Jenofonte no la honrará en la lejana oscuridad del espacio. Los sofotecs son fuertes a la luz del sistema interior, pero el universo es más vasto y la noche es más profunda de lo que ellos creen. Y si no quieres recobrar tus recuerdos, poco importa. Tú y Jenofonte podéis redescubrir la amistad desde un nuevo comienzo. El proyecto del tercer Sol aguarda, y sofotec Nada extraña a su progenitor y creador. Mira. Mi cuerpo real se aproxima. Tú también debes recoger tu cuerpo real. ¿Dónde estás? ¿Dónde está tu armadura?

Faetón movió la cabeza, amplificó su visión. A lo lejos, cerca del linde de la dehesa, avistó la sustancia, semilíquida y azulada de una armadura espacial neptuniana, con nudos y manojos de redes neurales, biomaquinaria y subcerebros temporales en su interior. La armadura se hinchó cuando más masa se derramó alrededor de la esquina. Se pegó al terreno, arrastrándose sobre mil patas diminutas, como si un estanque de gelatina se hubiera endurecido para imitar vida y movimiento. Faetón se volvió hacia el maniquí.

—Pensé que el delegado neptuniano te había diseñado para tener aspecto de ser humano.

—El cuerpo humano que mi amo expulsó al volar era sólo una distracción, con personalidad desechable y recuerdos falsos, cuyo único propósito era atraer a los perseguidores. Yo fui generado a partir de células arrojadas a la hierba, de una espora que las sondas de Atkins pasaron por alto. Nuestras memorias (somos mil, expertos en todas las fases del engaño y la nanoingeniería militar) fueron almacenadas en códigos submoleculares.

—¿Sólo tienes un día de edad?

—En efecto, y he consagrado mi vida entera a encontrarte. ¿Vendrás con nosotros? Tu progenitor ha muerto. Tu fortuna ha desaparecido. Tu esposa se ahogó. Ven. No hay nada para ti en la Tierra. Nada.

El siglo favorito en la vida de Faetón había sido aquella época en que él y Dafne habían visitado el macrocomplejo de la Escuela Bathyterrana, bajo las placas tectónicas de corteza de la cuenca del Pacífico. Los Bathyterranos estaban complacidos porque ciertos efectos de las mareas que influían sobre las corrientes de convección del núcleo se habían alterado favorablemente cuando Faetón cambió la posición de la Luna. Habían declarado un festival para honrarlos a él y Dafne. Ella había realizado un documental onírico sobre el progreso del heroísmo en la historia, y allí alcanzó un cenit de popularidad.

La ciudad Bathyterrana les resultó un prodigio de ingeniería, maravillosamente adecuada a las nuevas percepciones sensoriales y formas corporales que la vida requería bajo la capa de magma. Torres invertidas pendían de la cima de antimontañas; taraceas semejantes a runas albergaban un millón de bibliotecas; jardines mentales semejantes a cúpulas de catedral adornaban el flanco de los antidesfiladeros, con sustancias y texturas adorables en las ecosombras y refracciones de sus nuevas percepciones de sonar. Los Bathyterranos eran cálidos, ingeniosos, hospitalarios e idealistas, y dieron a Faetón y Dafne la clave de acceso a la ciudad.

Sus nuevos cuerpos incluían cuatro nuevos sexos y dieciséis nuevos modos de éxtasis, que Dafne encontró fascinantes y que Faetón disfrutó. En la misma línea, estaban desarrollando nuevas ecologías de animales domesticados, formulaciones y virus. Los conocimientos de Dafne acerca de la bioconstrucción ecuestre permitían que las ciencias relacionadas con estos nuevos diseños somáticos se descargaran fácilmente en su memoria; y la ingeniería espacial de Faetón era aplicable, extrañamente, al entorno de la subcapa terrestre.

Su esposa y él se sumaron a este esfuerzo. Fue la única vez que trabajaron juntos en los mismos proyectos.

Fue una nueva luna de miel para ambos, más deleitable aún gracias a la amistad y los honores con que los homenajeaban los Bathyterranos. Con el tiempo, su nostalgia por las formas humanas tradicionales, y por la Estética Consensuada, los instó a despedirse de los habitantes subterráneos; pero, por un tiempo, la vida de Faetón con su esposa fue una época de emoción pura, trabajo útil y delectación.

Aquellos días no volverían jamás.
Nada para él en la Tierra.
Las palabras de Scaramouche lo afectaban. Faetón sintió una gran esperanza y una gran desesperación. Esperanza, porque quizás hubiera algo para él en la oscuridad del sistema solar externo. Un cambio para lograr que un nuevo Sol ardiera en la oscuridad, la oportunidad de transformar el hielo y las rocas en hábitats y palacios adecuados para la humanidad, monumentos al genio humano. Y desesperación, porque quizás allí no hubiera nada para él.

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