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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

La Edad De Oro (31 page)

BOOK: La Edad De Oro
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—Estabas por contarme una historia escalofriante para disuadirme de aceptar los riesgos de la madurez.

—No seas impertinente, hijo.

—Creí que te gustaba la impertinencia, padre.

—Sólo en dosis moderadas. Te hablaré sobre Jacinto y yo.

Faetón no quería oír una larga historia.

—¿Tengo razón al sospechar que Jacinto Sexto te detesta por lo que quieres contarme acerca de Jacinto Séptimo?

Helión asintió adustamente.

—Dijiste que se llamaba Jacinto Subhelión —dijo Faetón—. ¿Trocaste personalidades con él?

—Cada cual vivió la vida del otro durante un año y un día.

—Y él se negó a cambiar cuando terminó el año. Se creía que era tú. —Helión asintió de nuevo—. Padre, ¿cómo pudiste ser tan tonto?

Helión suspiró y miró hacia arriba.

—Con toda franqueza, Faetón, no sé si a tu edad yo era tan brillante como tú eres ahora.

Faetón sacudió la cabeza incrédulamente.

—¿No pensaste en las consecuencias?

Helión bajó la vista.

—Éramos muy íntimos. Él y yo pensamos que podíamos trabajar mejor juntos si nos comprendíamos de veras. En esa época, las cosas absurdas parecían posibles, incluso inevitables. Era una época emocionante. Creo que nuestra recién hallada inmortalidad nos embriagaba, y nos considerábamos invencibles. Creíamos que podíamos resistir la tentación de permanecer en la personalidad del otro.

—¡Pero el trueque mental va contra la doctrina Gris Plata!

—Olvidas con quién hablas, jovencito. Yo escribí esa doctrina a causa de este episodio. ¿Nunca revives tus textos de historia?

En su juventud, Faetón consideraba tediosa la historia. Sentía mayor interés por el futuro que por el pasado. En ese momento le interesaba su futuro personal. Miró las puertas doradas con un desgarrón de impaciencia.

—Por favor, continúa con tu fascinante historia, padre. Ansío oír el final.

—Muy gracioso. Seré breve, pues no me interesa demorarme mucho en ella. Cuando sólo existían la escuela señorial Blanca y la Negra, Jacinto y yo unimos fuerzas para crear una escuela intermedia que tomara lo mejor de ambas doctrinas, el atractivo artístico de las Mansiones Negras y el intelectualismo y la disciplina de las Blancas. Él aportó inspiración y lógica. Yo aporté fondos y determinación. El trueque mental dio a cada cual las fortalezas y virtudes del otro. Juntos, convertimos a los escépticos y conquistamos un millón de mercados.

«Pero cuando hubo transcurrido un año y un día, ambos reclamamos mi propiedad y mis fincas. En definitiva, ambos recordábamos haber hecho los doscientos años de dura labor que habían permitido ganarlas. Para zanjar la disputa, convinimos en respetar la decisión de los Exhortadores.

—¿Existía el Colegio de Exhortadores cuando eras joven?

—Sí —replicó Helión con impaciente humor—. Fue después del descubrimiento del fuego pero antes de ese novedoso invento, la rueda. Debería contarte cómo domesticamos el perro, pusimos un hombre en la Luna y resolvimos el teorema de campo universal. ¿Me permites continuar? Estoy tratando de decir algo.

—Lo lamento, padre. Continúa.

—Cuando los Exhortadores declararon que él era la copia, se negó a aceptarlo. Entró en una simulación onírica que le permitió fingir que había ganado el caso. Reescribió su memoria y ordenó que su filtro sensorial eliminara toda prueba en contrario. Siguió viviendo como Helión Primo. Prestaba servicios mentales y vendía sus rutinas en el mundo real. Ganaba lo suficiente para pagar el alquiler de su espacio onírico. Eso funcionó por un tiempo. Pero al difundirse el uso de las rutinas de autoconfiguración, sus suscripciones se agotaron, y fue expulsado al mundo real.

«Pero no terminó allí. Si los sofotecs hubieran permitido que alguien editara las partes de su memoria en que pensaba que era yo, habría visto su viejo yo, despierto, orientado y cuerdo, en un santiamén. Pero los sofotecs dijeron que no se podía hacer sin su autorización. Y él no podía dar su autorización, pues no escuchaba a nadie que intentara decirle quién era.

«En cambio, me entabló juicio y me acusó de robar su vida. Perdió de nuevo. No podía costearse el alquiler de un sofotec que le diera asesoramiento laboral, y no podía encontrar otro trabajo. Los otros Jacintinos, Cuarto, Quinto y Sexto, lo ayudaron un tiempo con su caridad, pero la desperdició en la compra de más recuerdos falsos. Al fin, para ahorrar dinero, vendió su cuerpo y se copió por completo en una sección lenta y barata de la Mentalidad. Por cierto, para las mentes puras es más fácil comprar ilusiones, porque no hay transición neuroalámbrica.

—¿Eso no le facilitó el encontrar trabajo? Las mentes puras pueden ir a cualquier parte adonde llegue la red de la Mentalidad.

—No encontró un nuevo trabajo. Sólo creó la ilusión de que estaba trabajando. Se inventó recuerdos falsos que le indicaban que ganaba lo suficiente para vivir.

Helión bajó la vista un instante, meditando.

—Vendió sus vidas adicionales, una tras otra —murmuró—. Las siete. Un respaldo numénico consume mucho tiempo informático costoso.

«Luego vendió sus modelos estructurales. Quizá llegó a la conclusión de que no necesitaba una imitación de un tálamo o hipotálamo, pues no tenía glándulas ni sueños, y quizá no necesitara una estructura para imitar los actos de los centros de dolor y placer, las reacciones parasimpáticas, las respuestas sexuales y demás.

»Al fin, para ahorrar espacio, comenzó a vender memoria e inteligencia. Cada vez que yo entraba en línea para hablar con él, estaba más imbécil, había olvidado más. Pero seguía alterando su simulación, induciéndose a olvidar que él y otros habían sido más inteligentes.

—Padre, ¿fuiste a verle? —preguntó Faetón.

Helión puso el rostro más severo que Faetón le había visto.

—Desde luego. Él era mi mejor amigo.

—¿Qué sucedió? Supongo que… él murió.

—La situación se prolongó indefinidamente. Hacia el fin, tanto él como el mundo que había fabricado eran caricaturas insulsas, chatas, trémulas y lentas. En un tiempo había sido brillante, noble y digno. Ahora no podía concentrarse ni siquiera el tiempo suficiente para seguir un árbol lógico multiestructural cuando intenté razonar con él. Y vaya si lo intenté.

»Pero sostenía que era yo quien alucinaba, no él, y que no podía entenderme porque sus pensamientos estaban en un plano más elevado. ¿A quién más podía acudir? Los títeres en blanco y negro que había creado en derredor coincidían servilmente con él. Había olvidado que existía un mundo exterior.

«Estuve allí cuando sucedió. Se volvió cada vez más intermitente, y cayó por debajo de los niveles críticos. En determinado momento era un alma viviente, más cercano a mí que un hermano. Al siguiente, era una grabación.

«Aun en el último momento, ignoraba que estaba a punto de morir. Todavía pensaba que era Helión, el saludable, rico y amado Helión. Todas las manifestaciones de sus sentidos, todos sus recuerdos, le decían que era afortunado y dichoso. No sentía hambre ni dolor. ¿Cómo podía presentir que estaba a punto de morir? Todos nuestros intentos de decírselo eran bloqueados por su filtro sensorial. —El rostro de Helión estaba gris de pesadumbre. Añadió—: Y siempre me ronda un pensamiento espantoso. ¿Qué hay de nosotros, cuando creemos tener una vida dichosa y saludable, cuando creemos saber quiénes somos?

Fue Faetón quien al fin rompió el denso silencio.

—¿Trataste de pagar sus cuentas? Eso lo habría mantenido con vida.

La expresión de Helión se endureció. Entrelazó las manos detrás de la espalda y miró a Faetón.

—Lo habría hecho con gusto —dijo con voz grave y huraña—, si él hubiera accedido a eliminar sus recuerdos falsos. Él no quiso acceder. Y yo no quería pagar las ilusiones que lo estaban matando.

Faetón miró ansiosamente las puertas doradas. Ya tenía muchos planes en mente para lo que haría con sus nuevas libertades y poderes cuando hubiera aprobado los exámenes. Pero su progenitor aún le cerraba el paso, solemne y sombrío, como si esperase una reacción. La cuenta oficial del tiempo aún estaba congelada, y la escena circundante parecía poblada de estatuas.

¿Qué respuesta esperaba su progenitor? Hasta el momento, Faetón no se había topado con grandes tristezas ni dificultades. No se le ocurría ningún comentario, ninguna reflexión acerca de esa historia.

—Habrá sido muy desagradable para ti —dijo, un poco desorientado.

—En efecto —dijo Helión con sarcasmo. Lo miró con ojos fijos e inexpresivos, una mirada de decepción.

Faetón sintió que la impaciencia se transformaba en furia.

—¿Qué quieres que diga? No derramaré lágrimas porque un hombre autodestructivo logró destruirse. A mí no me sucederá.

Helión se disgustó.

—Nadie espera que derrames lágrimas, Faetón. Él no era tu mejor amigo en el mundo, el único que te respaldó cuando todos los demás, incluso tus parientes, se mofaban de ti y te despreciaban. No, ni siquiera le conociste. Nadie llora la muerte de los extraños, por lenta, espantosa, cruel y grotesca que sea, ¿verdad?

—No pensarás que terminaré como tu amigo. Nunca jugaría con mis recuerdos de ese modo.

—Entonces, ¿por qué buscas el derecho de hacerlo?

—¡Por favor! ¡No creerás que temo vivir mi vida! Tú no actuarías así. ¿Por qué crees que yo lo haría?

—¿Yo no actuaría así? No estés tan seguro, hijo mío. Jacinto creía que era yo cuando lo hizo; fueron mis pensamientos y mis recuerdos los que lo guiaron. Durante la indagación de los Exhortadores, cuando yo creía que era él, ansiaba desesperadamente ser yo. Habría caminado sobre el fuego para ser Helión. Habría sufrido mil muertes en vez de perder mi yo. Me habría destruido perder esa causa, perder el derecho a pensar mis pensamientos, o perder los derechos sobre mis recuerdos. ¿Qué habría hecho si hubiera perdido? Bien, sé lo que hizo él, y él era otra versión de mí.

—¡A mí no me sucederá, padre! —exclamó Faetón, irritado—. No ignoraré el consejo de los sofotecs…

—No has entendido por qué te conté esta historia. Yo escuché a los sofotecs. No podían ayudarme. No querían violar la ley, y no se inmiscuían. Les interesa más su propia integridad que el sufrimiento humano. Su lógica es sorda a las súplicas de piedad. Si los sofotecs actuaran a su antojo, todos seríamos Invariantes, despojados de emociones y dueños de una perfección fría y muerta. La Escuela Gris Plata es sólo un modo de defender la naturaleza humana de los sutiles peligros que nos amenazan desde todas partes.

Faetón, que consideraba a Helión como el más tradicional de los tradicionalistas, comprendió súbitamente que Helión se consideraba un rebelde, un radical, un cruzado empeñado en alterar la sociedad. Era muy extraño pensar eso del propio padre.

—¿Crees que hay algo malo en los sofotecs? —preguntó Faetón—. ¡Somos señoriales, padre! Dejamos que Radamanto controle nuestras finanzas y propiedades, arbitre en nuestras disputas, eduque a nuestros hijos, diseñe nuestros paisajes oníricos e incluso haga de celestina para encontrarnos cónyuge.

—Hijo, los sofotecs pueden servir para asesorar al Parlamento sobre leyes y normas. Las leyes derivan de la lógica y del sentido común. Las versiones especiales que piensan igual que humanos, como Radamanto, pueden indicarnos cómo satisfacer nuestros deseos y equilibrar nuestros libros contables. Éstas son cuestiones de estrategia, de asignación eficiente de recursos y tiempo. Pero los sofotecs no pueden escoger nuestros deseos por nosotros. No pueden guiar nuestra cultura, nuestros valores, nuestros gustos. Ésa es cuestión del espíritu.

—¿Qué pretendes que hagamos? ¿Cambiarías nuestras leyes?

—Nuestras costumbres, no nuestras leyes. Hay muchas cosas que son repugnantes, mortíferas para el espíritu y autodestructivas, pero que la ley no puede prohibir. La adicción, el autoengaño, la autodestrucción, la calumnia, la perversión, el amor por la fealdad. ¿Cómo podemos desalentar esas cosas sin el uso de la fuerza? El Colegio de Exhortadores evolucionó como respuesta a esta necesidad. Pacíficamente, por medio de boicots, protestas públicas, denuncias e interdicciones, nuestra sociedad puede conservar la cordura frente a los peligros de nuestro espíritu, nuestra humanidad, los peligros a que nos exponen nuestra libertad ilimitada y nuestra potente tecnología.

Faetón comprendió por qué Helión siempre había respaldado al Colegio de Exhortadores, aunque sus decisiones fueran cuestionables. Los Exhortadores habían salvado la identidad de Helión frente a Jacinto, y se la habían devuelto. Pero Faetón no estaba de ánimo para oír sermones.

—¿Por qué me cuentas todo esto? ¿A qué viene?

—Faetón, te dejaré trasponer esas puertas. Una vez que las traspongas, gozarás de todos los poderes y privilegios que yo poseo. ¿A qué viene mi historia? Es muy sencillo. La paradoja de la libertad que mencionabas antes se aplica a toda nuestra sociedad. No podemos ser libres sin tener la libertad de causarnos daño. Los avances tecnológicos pueden eliminar los peligros físicos de nuestra vida, pero con ello aumentan los peligros espirituales. Al decir peligro espiritual, me refiero a un peligro para tu integridad, tu decencia, tu percepción de la vida. Te estoy advirtiendo contra esos peligros: puedes ser invulnerable, si lo decides, porque ningún peligro espiritual puede conquistarte sin tu propio consentimiento. Pero una vez que obtienen tu consentimiento, esos peligros son todopoderosos, porque ninguna fuerza externa puede acudir en tu ayuda. Los peligros espirituales siempre se encaran a solas. Por ello se fundó la Escuela Gris Plata; por esa razón practicamos la autodisciplina. Una vez que atravieses esas puertas, hijo mío, serás uno de nosotros, y no habrá nada que te proteja de la corrupción y la autodestrucción, salvo tú mismo.

«Tienes un alma orgullosa, Faetón, un poder para hacer grandes cosas, pero temo que un día desencadenes una tempestad de fuego que te consuma, y contigo al mundo que te rodea.

Helión se volvió y señaló las puertas.

—Allá está tu heredad. Ahora me hago a un lado. Pero si sientes que no estás preparado o no eres apto, no entres.

Hizo un gesto y la cuenta temporal se reinició.

¿Estaba preparado? Faetón nunca se había dejado invadir por la duda; subió la escalera con celeridad de bailarín. Mientras se detenía con la mano en los paneles de la puerta, pensó con tenaz certidumbre:
No seré como fue mi padre. Salvaría a mis amigos si se estuvieran ahogando; con ley o sin ella, encontraría un modo.

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