La Edad De Oro (16 page)

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Authors: John C. Wright

Tags: #Ciencia-Ficción

BOOK: La Edad De Oro
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Ella deslizó el diario sobre la mesa.

—Te ofrezco esto con la esperanza de que lo rechaces y me lo devuelvas sin leerlo. Si confías en mí, créeme: lo que hay aquí destruye nuestro sueño matrimonial. Y si no confías en mí, ¿cómo te atreves a afirmar que me amas?

Él sacó su propio diario, un delgado volumen negro, lo abrió y lo arrojó a la mesa, haciendo tintinear el juego de porcelana. Una cuchara de plata saltó de la azucarera. El volumen quedó bajo la oblicua luz del sol, brillando sobre el lino.

La fecha de lectura de la cubierta mostraba el día anterior. Él se ofrecía a mostrarle lo que había sucedido desde su punto de vista.

—Un matrimonio basado en la falsedad es una contradicción en los términos.

Y recogió el diario de ella, pero vaciló. Dafne lo observaba atentamente, sin pestañear, con un rostro totalmente inexpresivo. En ese momento, sin embargo, la imagen de mayordomo de Radamanto se acercó a la mesa desde atrás de Faetón. Traía una bandeja de plata con una carta plegada y sellada.

—Perdón por entrometerme —dijo con su acento irlandés, inclinándose—. Pero han llamado al joven amo.

Faetón se volvió. ¿Qué era esto?

—¿Llamado? ¿Los Exhortadores?

—No, amo. La Curia. Ésta es una comunicación legal y oficial.

Faetón recogió la carta, rompió el sello, la leyó. No era una orden de arresto ni mencionaba un delito; sólo requería que se presentara en el Circuito del Tribunal de Sucesiones para establecer su identidad más allá de toda duda. Estaba redactado con tanta cortesía que no podía distinguir si era una petición o una orden. La única causa que se mencionaba en el documento era «el asunto de Helión».

—¿Qué es esto, Radamanto?

—Te piden que prestes declaración, amo. ¿Te explico los detalles del documento?

—Ahora estoy ocupado con otras cosas.

—Pero no podrás acceder a una plantilla mnemónica ni hacer nada para cambiar tu estructura de personalidad hasta que un examen noético establezca tu identidad.

—¿Por qué esto no se me comunicó antes?

—Nadie podía entregarte esta citación mientras estabas en la mascarada, porque nadie sabía dónde estabas.

—Bien, recibiré la llamada en la sala. Se puede adaptar para tener el aspecto que su estética requiera sin contravenir excesivamente la integridad visual…

—Amo, quizá desees examinar el documento con mayor detalle. Te ordenan que te presentes en persona, no por maniquí, parcial o telepresentación. Ninguna señal remota puede afectar tu cerebro durante el examen.

—¡Menudo contratiempo! ¿Adónde debo ir?

—Longitud cincuenta y uno de la ciudad anular.

—Entonces iré de inmediato, para quitármelo de encima. —Se guardó el diario de su esposa en el bolsillo.

Faetón salió del espacio onírico a su espacio mental privado y regresó nuevamente a un par de guantes flotantes sin cuerpo. El icono del diario de su esposa aún estaba «con él»; el acto de guardárselo en el bolsillo había bastado como símbolo. Aquí, por cierto, parecía más simple y tosco, sólo una imagen oblonga de color claro. Cuando su guante lo soltó, no cayó sino que quedó suspendido donde él lo dejó, a la izquierda de los cubos que representaban programas de ingeniería.

Despertó en su ataúd, en la pequeña habitación desnuda.

8 - La citación

Radamanto estaba con él cuando despertó, así que sus ojos vieron una cámara bien amueblada y decorada. Parecía una cabaña suiza de montaña, quizás un refugio de cazadores, con suelos de madera cubiertos con alfombras de piel de oso, un fuego ardiendo en un hogar bajo una repisa donde relucían trofeos deportivos. Había una hilera de mosquetes frente a la ventana. El guardarropa era de roble bruñido, con la talla de un escudo de armas. Puertas ventana con paneles romboidales de plomo y cristal conducían a un paisaje muy similar.

Radamanto, con apariencia de valet, se inclinó ceremoniosamente, ofreciéndole pantalones, camisa y chaqueta. Faetón apartó las sábanas de seda y salió de la cama con baldaquino.

La fealdad de su cuerpo de piel gruesa se había ido; Faetón parecía tan apuesto como cabía esperar. Cuando se dirigió al guardarropa, el valet se adelantó para abrirle la puerta, sin necesidad de darle órdenes en voz alta. Allí estaba la armadura dorada.

—Quiero ver las cosas como son —dijo.

La pintoresca y acogedora cabaña se transformó en un cubo feo de colores opacos. Sus sentidos se obnubilaron; su piel se tornó gruesa y tosca como plástico común. Sólo la armadura era igual. En todo caso, parecía aún mejor.

—Radamanto, ¿sabes abrir esta armadura, por favor?

Líneas verticales negras y aerodinámicas se extendieron por la superficie de la armadura. El casco se plegó. La armadura fue como Faetón la había visto primero: negra, con paneles laterales de oro y adornos de oro en el cuello, el hombro, los muslos.

—¡Si debo comparecer ante el Alto Tribunal de la Curia, iré con todo esplendor para asombrar al mundo! ¡No iré a mi destino sin un atuendo digno!

Radamanto (a pesar de la normativa Gris Plata) no manifestó una apariencia, sino que habló con voz incorpórea al oído de Faetón.

—Perdón, amo, si no me expliqué. Pero no te han convocado para el Alto Tribunal. Debes presentarte ante el Tribunal de Sucesiones. Sospecho que no se reúnen para darte un castigo sino para recompensarte con una donación testamentaria…

Faetón se echó la armadura sobre los hombros. La tela negra se disolvió en hebras ondulantes que lo cubrieron, envolviendo el torso y las extremidades, y las placas y paneles dorados se acomodaron en su sitio. La sustancia negra se conectó con su piel. De nuevo experimentó una sensación de gran bienestar. Las nanomáquinas de la armadura penetraban su carne, alimentando y sosteniendo sus células con mayor eficacia que los mecanismos naturales que normalmente llevaban nutrientes y fluidos.

Se detuvo un instante, gozando de la sensación de rauda vitalidad que la armadura propagaba por sus nervios y músculos. Sólo entonces asimiló las palabras de Radamanto.

—¿Una donación? ¿Un tribunal decide darme una donación? ¿Qué disparate es éste? Pensé que manteníamos la Curia sólo por si la gente sentía la tentación de volver a cometer crímenes violentos, o burlarse de los contratos, o romper sus promesas. Los jueces triunviros no hacen regalos.

—Es un regalo testamentario, joven amo. Los jueces tienen poder para fallar sobre la posesión cuando las propiedades de los muertos están en disputa.

—Creí que los arqueólogos y los directores de museo cumplían esa función. ¿Qué tiene que ver esto conmigo, salvo como distracción para demorar mi afán de descubrir la verdad sobre mí mismo? ¿Qué más da? Ansío liquidar este asunto. ¿Podemos ponernos en marcha?

La pared opuesta del apartamento vacío estaba hecha de pseudomateria. La pseudomateria no era materia ni energía como los antiguos habrían entendido esos términos, sino una tercera manifestación del espacio tiempo. Las vibraciones de supercuerdas de ylem en las geometrías estables llamadas «octavas» producían cuantos de energía-materia; unas pulsaciones inestables formaban partículas virtuales provisorias. Una topología antinatural pero sumamente coherente (una topología que el universo no había inventado en sus tres primeros segundos) era la forma ondulatoria semiestable, llamada trítono. La pseudomateria, construida con estos semicuantos tritónicos, podía imitar la forma y la extensión, pero sólo en presencia de un campo energético estabilizador. Cuando ese campo energético se desactivaba, la posición de la pseudomateria se volvía incierta y la solidez desaparecía hasta que volvía a aplicarse el campo.

La pared se disipó como una burbuja de jabón pinchada cuando Faetón la atravesó, y recobró su realidad a sus espaldas. Faetón sabía que ciertas escuelas reprobaban el uso de la pseudomateria por razones estéticas y metafísicas; sintió una momentánea simpatía por ellas. La vida era más simple si se podía confiar en las cosas que aparentaban solidez.

Se encontró mirando un ancho espacio circular por una hilera de ventanas. Se elevaba a lo alto, menguando con la perspectiva hasta desaparecer. Debajo había un pozo que descendía hasta perderse de vista, como si no tuviera fondo. Generadores de campo con guías paralelas y fricción de tracción tachonaban las paredes verticales en un diseño enjoyado de rayas de tigre. El diseño parecía más biológico que mecánico; la geometría de esa arquitectura era fractal, orgánica, espiral; nada era euclidiano o lineal.

Un vehículo con brazos de araña y patas de cangrejo subió silenciosamente por el costado de la pared y se detuvo frente a las ventanas. El absoluto silencio indicaba que el ancho tubo no contenía aire. Una protuberancia semejante a una burbuja brotó del coche y se hinchó contra las ventanas, abriendo anchos labios. No había puertas. La sustancia de las ventanas se contorsionó y abrió como los pétalos de una ñor, fusionándose y mezclándose con la protuberancia. Faetón vio un corto y sinuoso corredor en el interior del vehículo. Parecía un esófago. El interior del vehículo no tenía paredes, suelo ni techo bien definidos. El colorido tapizado estaba hecho de pliegues o bultos lisos de tejido, suaves como plumas, sin formas rígidas ni bordes filosos. El material polimimético estaba destinado a adaptarse a muchas formas corporales exóticas o excéntricas. Un cráter de doce pasos de diámetro ocupaba el suelo de la piscina, lleno de viviagua. Faetón pensó que parecía un estómago.

—¿Qué es este lugar? —preguntó, retrocediendo con asco.

—Este lugar no se atiene a la Estética Consensuada.

—¡Ya lo veo!

—Pertenece a una de las escuelas antiestéticas, los Neomorféticos, que forman parte del Movimiento Nunca Primeros. Son los detractores más elocuentes de las formas sociales y artísticas tradicionales…

—Sé quiénes son —respondió Faetón con fastidio—. No he olvidado todo.

Los Nuncaprimeristas pertenecían a la segunda generación después de la invención de la inmortalidad. Se oponían a todo lo que prefería la generación anterior. Todo el movimiento parecía basarse en la idea de que, por alguna razón incomprensible, la riqueza y el poder debían pasar de los mayores (que los habían ganado) a los más jóvenes (que no). Quizá las leyes e instituciones fueran distintas antes de la invención de la inmortalidad, pero esas preocupaciones parecían carecer de importancia en la actualidad.

—Helión los llama cacófilos, amantes de la fealdad —dijo Faetón—. Yo alegaba que había algo esperanzado, futurista y osado en su obra. Pero, puaj… Quizás Helión tuviera razón. Esa piscina tiene un color dudoso… ¿el agua contiene alucinógenos?

—Un soporífero para reducir el shock de la aceleración, amo, y química te entretenimiento para matar el tiempo durante el viaje.

—¿Cuánto dura este viaje?

—¿De aquí a la órbita geosincrónica? Trescientos segundos.

—Creo que puedo tolerar el tedio de mi propia compañía durante cinco minutos sin excesivo aburrimiento ni angustia, gracias. Más aún, creo que puedo prescindir de los cacófilos y su ascensor.

Había descubierto un espacio mental dentro de la armadura. Como si varios ojos de Argos se hubieran abierto en su cerebro, las impresiones sensoriales de la armadura fluyeron hacia su córtex; las facultades y poderes hacia su memoria; los controles hacia sus nervios motores. La armadura tenía una cantidad asombrosa de interfaces de control, servomentes y jerarquías operativas. Esos controles no parecían estar unidos a circuitos ni canales. La máquina o estructura que la armadura estaba destinada a controlar debía de ser infinitamente compleja y sofisticada.

Faetón, con su armadura, podía usar esas interfaces de control para dominar el espacio mental local. Necesitó menos de un segundo para ver y analizar los flujos energéticos que rodeaban las paredes de los tubos. Y crear campos de anclaje y generadores dentro del forro de la armadura, erigir una zona de fuerza magnética alrededor de sí y ascender sobre las oscilaciones energéticas a lo largo del eje del tubo, a varios múltiplos de la velocidad del sonido. Una rutina de emergencia en la ventana permitía que los paneles se deslizaran al costado y se cerraran detrás de él a medida que ascendía, antes que el aire escapara al vacío del interior del tubo. El forro negro de la armadura había penetrado sus tejidos, nervios y huesos, endureciéndole el cuerpo hasta darle la consistencia de un bloque de roble. Era capaz de tolerar las nueve gravedades de aceleración; el monitor interno de la armadura le aseguraba que, de haber tenido tiempo para completar los ajustes de tensión de sus células y membranas, habría podido soportar noventa.

—Radamanto, no pongo en peligro a nadie ¿verdad?

—En tal caso, amo, te lo habría advertido.

Faetón voló sobre una ráfaga de fuerza invisible hasta el tope del ascensor espacial. Allí halló un espacio esférico ancho e ingrávido, de más de un kilómetro de diámetro. En las paredes se veían dársenas y portales que conducían a las naves interplanetarias o a los cilindros y habitáis ce la ciudad anular. Faetón sintonizó su filtro sensorial en subtexto, de modo que varios mapas y diagramas que indicaban su posición y designaban las maquinarias y dispositivos energéticos se superpusieron a la escena. Faetón vio indicios de movimiento dentro de las muchas máquinas y conductos que atravesaban ese espacio. Miró en Sueño Medio para ver los sentidos asociados con estas actividades, y entendió que los sofotecs que mantenían la integridad ambiental de la ciudad anular tomaban precauciones contra los accidentes que pudiera causar el traje volante de Faetón. Empresas de seguros rastreaban el coste de las precauciones, los cuales se deducirían de su cuenta si ocurría un accidente. Un pensamiento lateral indicaba que, como la cuenta de Faetón estaba en cero, el embargo potencial recaería sobre Helión, junto con los demás detalles pertinentes a la situación actual.

Faetón se volvió hacia Radamanto, quien (ahora que el filtro sensorial de Faetón estaba activado) manifestó una imagen. Radamanto parecía un pingüino vestido con armadura de adamantio negro y dorado. Su casco seguía el mismo estilo egipcio que el de Faetón, aunque con una máscara facial alargada para cubrir el pico.

—¡Radamanto! ¿Qué es esto?

El pingüino estiró el cuello y examinó pensativamente su cuerpo rechoncho y cubierto de oro, alzando las alas rechonchas para examinarse gravemente las axilas.

—¿Algún error, amo? El protocolo Gris Plata requiere que yo trate de fusionarme con el paisaje.

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