de que todas las cosas están llenas,
no puede valer tanto por sí misma,
que no sepa que está mucho más lejos
su principio de lo que se le muestra.
Por eso en la justicia sempiterna
la vista que recibe vuestro mundo,
igual que el ojo por el mar, se adentra;
que, aunque en la orilla puede ver el fondo,
no lo ve en alta mar; y no está menos
allí, pero lo esconde el ser profundo.
No hay luz, si no procede de la calma
imperturbable; y fuera es la tiniebla,
o sombra de la carne, o su veneno.
Bastante ya te he abierto el escondrijo
que te escondía la justicia viva,
que con tanta frecuencia cuestionaste;
diciendo: "Un hombre nace en la ribera
del Indo, y no hay allí nadie que hable
de Cristo ni leyendo ni escribiendo;
y todos sus deseos y actos buenos,
por lo que entiende la razón del hombre,
están sin culpa en vida y en palabras.
Y muere sin la fe y sin el bautismo:
¿Dónde está la justicia al condenarle?
¿y dónde está su culpa si él no cree?"
¿Quién eres tú para querer sentarte
a juzgar a mil millas de distancia
con tu vista que sólo alcanza un palmo?
Cierto que quien conmigo sutiliza,
si sobre él no estuviera la Escritura,
su dudar llegaría hasta el asombro.
¡Oh animales terrenos! ¡Mentes zafias!
La voluntad primera, por sí buena,
de sí, que es sumo bien, nunca se mueve.
Sólo es justo lo que a ella se conforma:
ningún creado bien puede atraerla,
pero aquella, espiendiendo, los produce.»
Igual que sobre el nido vuela en círculos
tras cebar a sus hijos la cigüeña,
y como la contempla el ya cebado;
hizo así, y yo los ojos levanté,
esa bendita imagen, que las alas
movió impulsada por tantos espíritus.
Dando vueltas cantaba, y me decía:
«Lo mismo que mis notas, que no entiendes,
tal es el juicio eterno a los mortales.»
Al aquietarse las lucientes llamas
del Espíritu Santo, aún en el signo
que a Roma hizo temible en todo el mundo,
volvió a decir aquél: «No sube a este
reino, quien no creyera en Cristo, antes
o después de clavarle en el madero.
Mas sabe: muchos gritan "¡Cristo, Cristo!"
y estarán en el juicio menos prope
de aquel, que otros que a Cristo no conocen;
serán por el etíope afrentados
cuando los dos colegios se separen,
los para siempre ricos y los pobres.
¿A vuestros reyes qué dirán los persas
al contemplar abierto el libro donde
escritos se hallan todos sus pecados?
La que muy pronto moverá las plumas
y que devastará el reino de Praga,
de Alberto podrá verse entre las obras.
La pena podrá verse que en el Sena
causará, la moneda falseando,
quien por un jabalí hallará la muerte.
La insaciable soberbia podrá verse,
que al de Inglaterra y al de Escocia ciega,
sin poder aguantarse en sus fronteras.
Veráse la lujuria y vida muelle
de aquel de España y del de la Bohemia,
que ni supo ni quiso del valor.
Veráse al cojo de Jerusalén
su bondad señalada con la I,
y con la M el contrario señalado.
Veráse la avaricia y la vileza
de quien guardando está la isla del fuego,
donde Anquises su larga edad dejara;
en abreviadas letras su escritura
para dar a entender cuán poco vale,
que mucho anotarán en poco espacio.
Enseñará las obras indecentes
de su tío y su hermano, que una estirpe
tan egregia y dos tronos ensuciaron.
El que está en Portugal y el de Noruega
allí se encontrarán, y aquel de Rascia
que mal ha visto el cuño de Venecia.
¡Dichosa Hungría, si es que no se deja
mal conducir! ¡y dichosa Navarra,
si se armase del monte que la cerca!
Y creer se debiera como muestra
de esto, que Nicosia y Famagusta
se reprueban y duelen de su bestia,
que del lado de aquéllas no se aparta.
Cuando aquel que da luz al mundo entero
del hemisferio nuestro así desciende
que el día en todas partes se consuma,
el cielo, que aquél solo iluminaba,
súbitamente vuelve a hacerse claro,
con muchas luces, que a una reflejan.
Recordé este fenómeno celeste,
cuando calló aquel símbolo del mundo
y de sus jefes su bendito pico;
pues que todas aquellas vivas luces
entonaron, luciendo aún más, cantigas
que se han borrado ya de mi memoria.
¡Oh dulce amor que de risa te envuelves,
qué ardiente en esos sistros te mostrabas,
de santos pensamientos inspirados!
Cuando las caras y lucientes piedras
de las que vi enjoyado el sexto cielo
sus angélicos sones terminaron,
creí escuchar el murmurar de un río
que claro baja de una roca en otra,
mostrando la abundancia de su fuente.
Y como el son del cuello de la cítara
toma forma, y así del orificio
de la zampoña por donde entra el viento,
de igual manera, sin tardanza alguna,
por el cuello del águila el murmullo
subió, cual si estuviese perforado.
Allí se tornó voz, y por el pico
salió en palabras, como lo esperaba
mi corazón, en donde las retuve.
«La parte en mí que ve y que al sol resiste
siendo águila mortal —me dijo entonces—
ahora debes mirar atentamente,
pues de los fuegos que hacen mi figura,
esos por los que brillan mis pupilas,
son los más excelentes de entre todos.
Ese que en medio luce como el iris,
fue el gran cantor del Espíritu Santo,
que el arca trasladó de pueblo en pueblo:
ahora sabe ya el mérito del canto,
en cuanto efecto fue de su deseo,
por el pago que le ha correspondido.
De los cinco del arco de mis cejas,
quien del pico se encuentra más cercano,
consoló a aquella viuda por su hijo:
ahora sabe lo caro que resulta
el no seguir a Cristo, conociendo
esta vida tan dulce y su contraria.
Y aquel que sigue en la circunferencia
que te digo, en lo más alto del arco,
con penitencias aplazó su muerte:
ahora sabe que el juicio sempiterno
no cambia, aun cuando dignas oraciones
de lo de hoy abajo hace mañana.
El que sigue, conmigo y con las leyes,
bajo buena intención que dio mal fruto,
por ceder al pastor se tornó griego:
ahora sabe que el mal que ha derivado
de aquel buen proceder, no le es dañoso
aunque por ello el mundo se destruya.
Y aquel que está donde el arco desciende,
fue Guillermo, a quien llora aquella tierra
que a Federico y Carlos ahora sufre:
ahora sabe en qué modo se enamora
de un justo rey el cielo, y en el brillo
de su semblante así lo manifiesta.
¿Quién creería en el mundo en que se yerra
que el troyano Rifeo en este arco
fuese la quinta de las santas luces?
Ahora ya sabe más de eso que el mundo
no puede ver de la divina gracia,
aunque su vista el fondo no discierna.»
Como la alondra que vuela en el aire
cantando, y luego calla satisfecha
de la última dulzura que la sacia,
tal pareció la imagen del emblema
del eterno poder, a cuyo gusto
todas las cosas adquieren su ser.
Y aunque yo con mis dudas casi fuese
cristal con el color que le recubre,
no pude estar callado mucho tiempo,
mas por la boca: «¿Qué cosas son éstas?»
me impulsó a echar la fuerza de su peso:
por lo cual vi destellos de alegría.
Y luego, con la vista más ardiente,
aquel bendito signo me repuso
para que yo saliera de mi asombro:
«Ya veo que estas cosas has creído
pues yo lo digo, mas no ves las causas;
y te están, aun creyéndolas, ocultas.
Haces como ése que sabe de nombre
las cosas, pero si otros no le explican
su sustancia, él no puede conocerla.
Regnum caelorum sufre la violencia
de ardiente amor y de viva esperanza,
que vencen la divina voluntad:
no como el hombre al hombre sobrepuja,
mas la vencen pues quiere ser vencida,
y con su amor, así vencida, vence.
La primer alma y quinta de las cejas
ha causado tu asombro, pues las ves
pintando las angélicas regiones.
No dejaron sus cuerpos, como piensas,
gentiles, mas cristianos, con fe firme
en los pies por clavar o ya clavados.
Pues una del infierno, donde nunca
se vuelve al buen querer, tornó a los huesos;
y esto fue en premio de esperanza viva:
de una viva esperanza que dio fuerzas
a la súplica a Dios de revivirle,
para poder corregir su deseo.
El alma gloriosa de que hablo,
vuelta a la carne, en la que estuvo un poco,
creyó en aquel que podía ayudarla;
y creyendo encendióse en tanto fuego
de verdadero amor, que en su segunda
muerte, fue digna de estas alegrías.
La otra, por gracia que de tan profunda
fuente destila, que nadie ha podido
ver su vena primera con los ojos,
puso todo su amor en la justicia:
y así, pues, Dios le abrió, de gracia en gracia
la vista a la futura redención;
y él en ella creyó, y no toleraba
la peste de su antiguo paganismo;
y reprendía a las gentes perversas.
Las tres mujeres que viste en la rueda
derecha le sirvieron de bautismo,
antes del bautizar más de un milenio.
¡Oh predestinación, cuán alejada
se encuentra tu raíz de aquellos ojos
que la causa primera no ven tota!
Y vosotros mortales, sed prudentes
juzgando: pues nosotros, que a Dios vemos,
aún no sabemos todos los que elige;
y nos es dulce ignorar estas cosas,
y nuestro bien en este bien se afina,
pues lo que Dios desea, deseamos.»
Por la divina imagen de este modo,
para aclarar mi vista tan escasa,
me fue dada suave medicina.
Y como a un buen cantor buen citarista
hace seguir el pulso de las cuerdas,
por lo que aún más placer adquiere el canto,
así, mientras hablaba, yo recuerdo
que vi a los dos benditos resplandores,
igual que el parpadeo se concuerda,
llamear al compás de las palabras.
Volví a fijar mis ojos en el rostro
de mi dama, y mi espíritu con ellos,
de cualquier otro asunto retirado.
No se reía; mas «Si me riese
—dijo— te ocurriría como cuando
fue Semele en cenizas convertida:
pues mi belleza, que en los escalones
del eterno palacio más se acrece,
como has podido ver, cuanto más sube,
si no la templo, tanto brillaría
que tu fuerza mortal, a sus fulgores,
rama sería que el rayo desgaja.
Al séptimo esplendor hemos subido,
que bajo el pecho del León ardiente
con él irradia abajo su potencia.
Fija tu mente en pos de tu mirada,
y haz de aquélla un espejo a la figura
que te ha de aparecer en este espejo.»
Quien supiese cuál era la delicia
de mi vista mirando el santo rostro,
al poner mi atención en otro asunto,
sabría de qué forma me era grato
obedecer a rrú celeste escolta,
si un placer con el otro parangono.
En el cristal que tiene como nombre,
rodeando el mundo, el de su rey querido
bajo el que estuvo muerta la malicia,
de color de oro que el rayo refleja
contemplé una escalera que subía
tanto, que no alcanzaba con la vista.
Vi también que bajaba los peldaños
tanto fulgor, que pensé que la luz
toda del cielo allí se difundiera.
Y como, por su natural costumbre,
juntos los grajos, al romper del día,
se mueven calentando su plumaje;
después unos se van y ya no vuelven;
otros toman al sitio que dejaron,
y los demás se quedan dando vueltas;
me parecio que igual aconteciese
en aquel destellar que junto vino,
al llegar y pararse en cierto tramo.
Y aquel que más cercano se detuvo,
era tan luminoso, que me dije:
«Bien conozco el amor que me demuestras.
Mas aquella en que espero el cómo y cuándo
callar o hablar, estáse quieta; y yo
bien hago y, aunque quiero, no pregunto.»
Por lo cual ella, viendo en mi silencio,
con el ver de quien puede verlo todo,
me dijo: «Aplaca tu ardiente deseo.»
Y yo comencé así. «Mis propios méritos
de tu respuesta digno no me hacen;
mas por aquella que hablar me permite,
alma santa que te hallas escondida
dentro de tu alegría, haz que yo sepa
por qué de mí te has puesto tan cercana;
y por qué en esta rueda se ha callado
la dulce sinfonía de los cielos,
que tan piadosa en las de abajo suena.»
«Mortal tienes la vista y el oído,
por eso no se canta aquí —repuso—
al igual que Beatriz no tiene risa.
Por la santa escalera he descendido
únicamente para recrearte
con la voz y la luz que me rodea;
mayor amor más presta no me hizo,
que tanto o más amor hierve allá arriba,
tal como el flamear te manifiesta.
Mas la alta caridad, que nos convierte
en siervas de aquel que el mundo gobierna