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Authors: Greg Bear

Tags: #Ciencia Ficción

La ciudad al final del tiempo (55 page)

BOOK: La ciudad al final del tiempo
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—Las probamos —dijo Denbord—. Eran difíciles de manejar. Pero algunos de los viejos exploradores se retiraron… me refiero a los muertos, lo que fuesen. Se deshicieron.

—Ecos, sin duda. Abundan por aquí.

—¿Estaban muertos? —preguntó Tiadba.

—Quizá no muertos, pero sí eran muy desafortunados. Puede que hubiese versiones de
vosotros
que tomaron malas decisiones y quedaron atrapadas, sus destinos atrapados y retorcidos por el Tifón. El Tifón hace uso de todo lo que captura o encuentra. No es un final agradable. No es un final, por lo que he visto durante las últimas decenas de miles de vigilias. Trabajo aquí, guardo lo que descubro y se lo comunico a los que hasta aquí llegan.

—¿Cuántos progenies han sobrevivido? —preguntó Denbord.

Nico alzó las manos en una oración de contar.

—No estoy seguro. Un centenar… menos. —Pahtun tocó el suelo y una caja, como del tamaño de una caja de ropa, se elevó. Rodeándola, se rascó las palmas, pronunció algunas palabras en voz baja y agitó la cabeza. La caja respondió y todos sus lados se abrieron. En su interior, crecieron ramas delgadas con mareante rapidez, lanzando chispas claras. Eran versiones en miniatura de los árboles que les rodeaban y les cubrían.

—Quitaos los trajes. Dejadlos en el suelo. Una vez que pierdan el aire, los echaremos aquí dentro. —Señaló la masa agitada de la casa—. Las armaduras se remontarán y actualizarán… nuevo conocimiento, mejor guía. Y luego os iréis. Desharé este campamento y yo también huiré. La senda está cerca y no quiero que me atrape un Silente. Además, estamos demasiado cerca del Testigo.

—¿Cómo es posible? —preguntó Tiadba—. Nos llevaron al Caos lejos de él.

—Distancia, ángulo, métrica… me temo que todo cambia. Y cada vez resulta más difícil planear y preparar.

Hizo un gesto con las manos, destacando el dedo flor, y uno a uno, renuentes, se quitaron los trajes —todos menos Macht— y los colocaron en el suelo. Herza y Frinna se quedaron cerca de la caja, como si su misterio aparentemente benigno las confortase. Shewel las acompañó.

Pahtun recogió los trajes y los lanzó a las ramas en movimiento, donde sisearon y desaparecieron. Esperó a que Macht se decidiese.

—Alta hechicería —dijo Denbord, con un guiño y un codazo, y luego se tocó la nariz. Seguía sin creer, pero qué otra cosa podían hacer. La protección era evidente, aunque temporal.

—Hazlo —le indicó Tiadba a Macht. Él la miró con furia pero al final le entregó el traje a Pahtun, quien lo lanzó a la masa plateada.

Los progenies se quedaron casi desnudos alrededor de la caja y se turnaron para contar la última gran intrusión, el daño al Kalpa, el adiestramiento, el final del primer Pahtun, los botes estelares en el valle que desapareció, los fantasmas fragmentarios de ciudades, la forma extraña en que se movía aquí la luz.

Y los ecos.

—Sin duda Perf ahora está con ellos —dijo Macht, y Nico se arrodilló y juntó los dedos de las manos… una oración de súplica, aunque nadie sabía qué podía estar pidiendo ahí fuera.

Pahtun escuchó atentamente, aunque Tiadba sospechaba que ya antes había escuchado historias similares.

—Lo habéis hecho bien enfrentándoos a muy malas posibilidades, jóvenes progenies —dijo—. Está bien saber que todavía podemos modelar seres como vosotros. Pero la ciudad ignora muchas cosas sobre el Caos… Siempre ha sido así. No puedo volver, ni tampoco puedo comunicar lo que sé, porque la ciudad no debe arriesgarse hasta ese punto. Bien podríamos ser producto del Tifón, creados para confundir.

—Eso nos dijo el adiestrador —dijo Macht, y se mostró abatido.


Podríamos
ser —repitió Pahtun—. Haced uso de vuestros instintos… Son mucho mejores que los de cualquier Restaurador o Eidolon. Más cercanos a la Tierra primordial, más cercanos a la verdad. ¿Soy del Caos?

—No —dijo al fin Denbord, y Tiadba estuvo de acuerdo. Los otros guardaron silencio.

—Bien, algunos creen, otros sospechan; todo bien. Ninguno de nosotros puede acertar siempre. Esto es lo que puedo deciros. Las sendas cambian y crecen. Hay muchas ahí fuera, contrayéndose… la mayoría de ellas apuntan a un gran cráter, cortado por un valle que se extiende casi a medio camino de lo que queda de la Tierra. Ahí fuera he visto reunirse y crecer algunas cosas extrañas… no sé qué son o qué podrían hacer. El Caos por ahora les permite acumularse. He oído a los Eidolones llamarlos «Turbaciones». En ocasiones los angelines de la Torre Rota pueden ver hasta esa distancia… cuando los trucos de la luz en el Caos están a su favor. Rodean vuestro destino, Nataraja.

—¿Sigue existiendo? —preguntó Nico.

—Esperemos que sí —dijo Pahtun—. Si no es así, entonces nuestros esfuerzos han sido para nada. Los Grandes Eidolones, en su sabiduría, exiliaron personas importantes a esa ciudad rebelde, y con ellas, he oído, se llevaron herramientas importantes.

—¿Qué? —preguntó Nico con ojos brillantes.

—Si lo supiesen. El cuento del Bibliotecario… ¿os lo han contado, jóvenes progenies?

—No —dijeron.

—No al completo —añadió Nico.

Tiadba levantó los libros, que había llevado guardados en el morral de su armadura.

—Quizá no tengamos que saberlo —dijo.

En varias ocasiones, Pahtun había mirado a los libros con algo parecido al ansia.

—Dudo que vuestra ignorancia pudiese ayudar a nadie —dijo—. Es parte de la gran historia, la mayor historia de todas. Pero tú, joven progenie… te llamas Tiadba, ¿no es así?

No se lo había dicho. Quizá lo había sabido por la armadura.

—Sí —dijo.

—Lee para nosotros, ¿sí? Tenemos tiempo y hace mucho que no he oído un cuento de exploradores.

Tiadba abrió el libro y encontró una sección de Sangmer que describía su tripulación y su viaje en bote estelar por las últimas regiones del espacio y el tiempo.

El primero de Ishanaxade

Incluso rodeados por la belleza de los mundos-collar y las ingeniosas artes reunidas en tiempos pretéritos por todas las galaxias vivas, los miembros de mi tripulación sólo acertaban a sentir piedad de lo que habíamos visto… y temer la idea de volver a viajar por esos espacios destrozados. Independientemente de lo que nos llevásemos con nosotros —de a quién transportásemos— el viaje de vuelta sería todavía más difícil.

Mientras Polybiblios se preparaba —descartando sus yos de Shen y regresando a la unidad Deva— caminé por los márgenes granulosos de la cuenca donde los Shen habían almacenado sus descubrimientos. Allí, reluciendo como un tranquilo océano de jade bajo el resplandor encintado de la más espléndida estrella anular, se encontraban reunidos los cuadernos de destino de los viajes Shen durante la Brillantez, antes del final de la creación, con su información que tiempo atrás había quedado revuelta y se había vuelto irrecuperable… pero que seguían siendo hermosos.

Yo buscaba la tranquilidad, alguna forma de paz solitaria, pero algo mejor que considerar nuestra casi segura desaparición en el Caos.

La tripulación se entretenía visitando los altares de los logros Shen… levantados por estudiantes humanos de mundos tiempo atrás consumidos por el Caos. Los Shen no reconocían ningún regalo, no aceptaban ninguna reverencia; hasta el punto de no rechazar ni derribar estos tributos. Abandonados al mal estado del paisaje, los monumentos se alzaban o se hundían siendo el capricho escalofriante de este inmenso falso planeta.

Los Shen habían sido los primeros en cartografiar las quinientas galaxias vivas, los primeros en enlazar los antiguos y estériles remolinos de soles moribundos para formar estrellas anulares, los primeros en hacer muchas cosas. Y aquí estaba este mar muerto y reluciente de exploración y conocimiento, lamiendo una playa de granos susurrantes, una burla para todos los que alguna vez hayan ansiado la gloria.

Teniendo por compañía mis pensamientos tenebrosos, me quité las ropas y caminé por los vectores, sintiéndolos enrollarse como cristales de gelatina, fríos y plateados alrededor de los tobillos, buscando el resplandor de mi orden… pero incapaces de compartir o participar. Se retiraron con susurros perdidos, un revuelo justo en el límite de los sentidos, como si todavía fuesen capaces de repetir historias antiguas. Una melancolía tan grande como la mía… y nadie más, pensé, hasta ver lo que al principio pensé que era una joven pequeña, acercándose hacia mí por la playa desde más de un kilómetro de distancia.

Se trataba de una imposibilidad: una figura de aspecto humano en un mundo donde sólo mi tripulación afirmaba pertenecer a la humanidad; mi tripulación, todos ellos humildes Restauradores, y, por supuesto, el Deva Polybiblios.

La joven podría haber sido una joven Restauradora, pero nadie de mi forma había nacido de tal modo, encarnando infancia y juventud, desde hacía decenas de billones de años.

Al acercarse, vadeé hasta la orilla, para luego arrodillarme en el margen y acariciar los diminutos fragmentos redondeados allí depositados, que relucían con un tranquilo brillo verde. Por el rabillo del ojo seguía el avance de la joven-niña, sin poder hacer nada, sintiendo que se aproximaba un momento realmente irreversible.

Pero no había retirada.

—¿Eres el Peregrino? —preguntó la niña cuando fue posible oír su voz.

—Algunos me llaman así. ¿Quién eras tú? —pensé que podría ser un fantasma de historia vector, recuperado por efecto de alguna contribución que yo hubiese podido hacer al mar embrollado… un poco de piel perdida, engañado por fuerzas que quedaban más allá de la comprensión de un Restaurador.

—Soy, no fui. No tengo nombre terminado. El Shen me ha entregado a un humano que llamaré Padre. Él ha reunido mis partes en este mar, como esas piezas de la orilla, y ayudó a dar la forma que ves ahora.

—¿Eres humana? —pregunté.

—Principalmente —dijo—. Mi padre reclama para mí la Gens Simia a través del linaje Deva.

Cerca como estaba, sus rasgos todavía no se habían asentado. Mostraba muchas posibilidades gráciles, pero no parecía incomodada ni avergonzada por esa multiplicidad.

—¿Cómo debemos presentarnos?

—Tengo un nombre Shen, pero es casi como no tenerlo.

—¿Qué más eres, además de humana? —pregunté, intentando no sonar descortés.

—No estoy segura. Polybiblios me asegura que contengo elementos de las fuerzas que en su momento ayudaron a dar forma y a definir la creación. Los Shen las encontraron, las reunieron y las depositaron en este mar, para que Padre las redescubriese y les diese forma. No sé cómo pudo incluir ideas tan grandes en esta forma tan pequeña. ¿Puedes verla?

—No veo a nadie o a nada con claridad.

Asumió un rostro definido y su perfil se agudizó, pero luego creció, demasiado grande, elevándose sobre el mar vectorial a muchas veces mi altura.

Alcé la vista, encantado por esta ingenuidad métrica.

—Debe uno sentirse importante al ser un contenedor de la gloria de la creación —dije, protegiéndome los ojos de la luz brillante de la estrella anular.

—Habitualmente, no puedo sentirlo —admitió—. Pero en ocasiones pierdo el control e intento fijar las cosas, o dar lógica… corregir. Creo que al madurar me controlaré y adoptaré una forma sólida fiable, como la tuya. Tu forma es agradable. Eso me dice Polybiblios.

—Entonces, ¿eres una recompensa? ¿Un regalo de maestros Shen a estudiante Deva?

—Mi padre parece tenerme gran afecto. —Había reducido la altitud y ahora sólo era un poco más alto que yo y ya parecía más madura—. Creo que desea estudiar en qué me convertiré.

Metió los dedos de los pies en el mar vectorial y oleadas rosas y rojas se extendieron hacia fuera, como si ella sola pudiese revivir todo lo que se hubiese perdido.

—Si me quedo aquí, el Shen no me dará, o no podrá darme, lo que necesito. Me convertiré en otro recuerdo abandonado, como este mar. Y entonces… lo que quede perecerá cuando el Shen caiga en el Caos.

Mi melancolía desapareció. Su aliento era de novedad, de frescura… radiaba un potencial para la alegría muy diferente a lo que yo hubiese experimentado antes. Sin duda este glamur poseía sus propias capacidades adaptativas, pero ¿qué podría ser ella para un Restaurador?

Ella se acercó y extendió una mano iluminada por la estrella.

—Polybiblios dice que el capitán de la nave torsión debe extender una invitación para unirse al viaje de regreso a la Tierra. Me dice que es peligroso. La decisión es tuya, Peregrino.

Podía sentir las antiguas fuerzas como un fuego que me calentase ojos y piel. Lo que en su momento había sido historia y teoría abstrusa —una musa perdida, condensada y perdida al final de la Brillantez— se mostraba ante mí, real y vivida, aunque transparente.

—Sigues siendo como un fantasma —dije—. Probablemente no ocuparás demasiado espacio ni consumirás muchas unidades de soporte.

—No como nada… todavía. Pero lo haré. Podría comerte a ti, Peregrino. —Ahora parecía más madura, con ojos audaces, profundos y dorados—. Quizás en la nave descubra mi verdadero nombre. Quizás ayudes a mi padre a encontrármelo.

Yo ya estaba más que la mitad de enamorado.

Agotada, la cabeza dándole vueltas por cosas que era imposible que comprendiese, Tiadba miró al círculo de exploradores. Todos parecían confundidos, debatiéndose con misterios y palabras muy alejados de su experiencia. El Pahtun emitió un refunfuñar bajo para luego agitar su enorme cabeza.

—Es un relato muy antiguo —dijo—. No estoy seguro de creerlo.

—Eso es lo que pone —dijo Tiadba a la defensiva.

—Oh, eso no lo dudo —dijo Pahtun—. Tantos exploradores, tantos relatos. A menudo me he preguntado cómo los Eidolones llegaron a ser como son y cómo Ishanaxade llegó a ser lo que es… pero ésas son otras historias y quizá yo todavía no conozco la verdad.

—Tiene cierto sentido —dijo Nico valientemente—. Tendremos que leer el libro más tarde. Para ver si la historia cambia.

—No sé si las historias cambian —dijo Tiadba, no por primera vez—. Quizá lo que cambia es mi comprensión.

—Hora de enseñarnos a los demás a leer las letras antiguas —insistió Denbord.

—Nos gustaría —dijeron Herza y Frinna, para sorpresa de Tiadba.

—Ni de broma —dijo Macht, y bostezó.

—Si hay tiempo —dijo Pahtun—. Las armaduras pronto estarán listas.

Algo similar al dormitar —pero muy lejos de ser sueño— llegó a Tiadba por primera vez desde que abandonaron el campamento de adiestramiento para cruzar el borde de lo real. No estaba segura de si soñaba o descubría una forma extraña de memoria.

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