La Casa Corrino (68 page)

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Authors: Kevin J. Anderson Brian Herbert

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La Casa Corrino
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Los atacantes tomarían el control del castillo y la ciudad, así como del espaciopuerto y la base militar contigua. Si se apoderaban de unos pocos puntos clave, las fuerzas Grumman/Harkonnen podrían afirmar su conquista y prepararse para tender una emboscada a las fuerzas Atreides cuando regresaran. Además, Giedi Prime y Grumman estaban preparados para enviar abundantes refuerzos, en cuanto la operación preliminar hubiera concluido.

No obstante, las repercusiones políticas a largo plazo preocupaban a Rabban. Una protesta ante el Landsraad del duque Leto quizá provocaría una operación militar conjunta y/o sanciones y embargos. La situación podía complicarse mucho, y Rabban esperaba no haber tomado otra mala decisión.

En ruta, antes de lanzar a sus fuerzas, Hundro Moritani había desechado sus preocupaciones.

—El duque ni siquiera tiene heredero. Si fortalecemos nuestra posición, ¿quién aparte de Atreides osaría desafiarnos? ¿Quién iba a tomarse la molestia?

Rabban percibió cierto tono de locura en la voz del vizconde, y también en el feroz brillo de sus ojos.

El maestro espadachín Resser habló por el canal de comunicaciones.

—Todas las naves están preparadas para iniciar el ataque. A vos corresponde dar la orden, lord Rabban.

Rabban respiró hondo y atravesó la capa de niebla. Las naves le siguieron como una estampida de animales mortíferos, dispuestos a pisotear todo cuanto se cruzara en su camino.

—Tenemos las coordenadas de Cala City —dijo Resser—. Debería aparecer ante nosotros en cualquier momento.

—Maldita sea esta capa de nubes.

Rabban se inclinó hacia delante para mirar por la ventana de la cabina. Cuando la niebla se dispersó por fin, vio la bahía y el océano, los acantilados rocosos sobre los que se asentaba el castillo de Caladan…, la ciudad, el espaciopuerto y la base militar.

Entonces, gritos de sorpresa y confusión se oyeron en los canales de comunicaciones. En el océano que rodeaba Cala City, Rabban vio docenas, no, ¡centenares!, de buques de guerra en el agua, y plataformas defensivas flotantes que se mecían en el agua como una fortaleza móvil.

—¡Es una flota gigantesca!

—Esos barcos no estaban ahí ayer —dijo Resser—. Las habrán apostado por la noche para defender el castillo.

—Pero ¿en el agua? —El vizconde no daba crédito a lo que veía—. ¿Para qué iba Leto a dispersar tal potencia militar en el agua? Hace… siglos que eso no se hace.

—¡Es una trampa! —gritó Rabban.

En aquel preciso momento, Thufir Hawat ordenó despegar a todas las naves de guerra que le habían escoltado a Beakkal. Las naves pasaron volando sobre los parapetos del castillo, se desplegaron y describieron un círculo, para luego realizar maniobras aéreas en una impresionante demostración de fuerza. Las puertas de las docenas de hangares de la base militar se abrieron poco a poco, lo cual implicaba que muchas más naves de ataque esperaban el momento del despegue.

—¡Leto Atreides nos ha tendido una trampa! —Rabban dio un puñetazo sobre el panel de control—. Quiere aplastarnos y someter nuestras Casas al castigo del Landsraad.

Rabban maldijo al vizconde por haberle arrastrado a aquel ataque condenado al fracaso, tiró de los controles y regresó al amparo de las nubes. Dio órdenes a todas las naves Harkonnen de que interrumpieran el ataque.

—Retroceded. Ahora, antes de que identifiquen nuestras naves.

Desde su puente de mando, el vizconde Moritani gritó la orden de que los soldados grumman debían atacar, pero Hiih Resser estaba de acuerdo con Rabban. Fingió no oír las órdenes del vizconde y dio instrucciones a todas sus naves de que se replegaran y congregaran en órbita.

En el planeta, las fortalezas flotantes y los buques de guerra empezaron a alzar grandes cañones contra los objetivos del cielo.

Era evidente que las alarmas habían sonado, y que las fuerzas defensivas estaban preparadas para devolver el golpe.

Rabban volaba a toda velocidad, rezando para zafarse de la situación antes de que causara más humillaciones y perjuicios a la Casa Harkonnen. La última vez que había cometido un error semejante, el barón le había exiliado durante un año en el miserable Lankiveil. No quería ni imaginar cuál sería su castigo esta vez.

La flota se congregó en el lado oscuro del planeta, y después salió del sistema, con la esperanza de localizar al siguiente crucero que se dispusiera a entrar. Rabban sabía que era la única posibilidad de salvar el pellejo.

Thufir Hawat, de pie junto a las estatuas gigantescas, dirigía las maniobras desde una consola de comunicaciones portátil. Ordenó a sus escasas naves que realizaran otro vuelo agresivo, por si acaso. No obstante, los misteriosos atacantes ya habían huido, sorprendidos y avergonzados.

Se preguntó quiénes serían. Ninguna de las naves enemigas había sido alcanzada, de modo que no había restos que analizar. Habría sido preferible derrotarles en un enfrentamiento militar y reunir pruebas, pero había hecho todo lo posible dadas las casi imposibles circunstancias.

Thufir sabía que su táctica había sido utilizada durante la Jihad Butleriana, y también antes. Era un truco que no podía usarse con frecuencia (tal vez pasaría mucho tiempo antes de que se repitiera), pero le había venido de maravilla.

Miró hacia las nubes y vio que el último invasor desaparecía. Debían sospechar que las fuerzas Atreides intentarían perseguirlos, pero el mentat no estaba dispuesto a dejar Caladan indefenso una vez más…

Al día siguiente, tras recibir la confirmación de que los intrusos habían subido a bordo de un crucero y abandonado el sistema de una vez por todas, Thufir Hawat hizo llamar a las barcas de pesca que aguardaban alrededor del castillo. Agradeció a los capitanes su ayuda y les ordenó que devolvieran todos los hologeneradores a las armerías Atreides, antes de reanudar sus faenas pesqueras.

107

No es fácil para algunos hombres saber que han cometido una maldad, porque el orgullo suele nublar la razón y el honor.

Lady J
ESSICA
, anotación en su diario

Mientras huía a través del palacio imperial con el niño secuestrado, Piter de Vries tomaba decisiones basadas en el instinto y en análisis instantáneos. Decisiones mentat. No lamentaba haber aprovechado una breve e inesperada oportunidad, pero sí no haber planeado una ruta de escape. El bebé se revolvía en sus manos, pero lo sujetó con más fuerza.

Si De Vries podía salir del palacio, el barón se sentiría muy complacido.

Después de bajar por una empinada escalera de servicio, el embajador Harkonnen abrió una puerta de una patada y se internó en un corredor estrecho con arcos de alabastro. Se detuvo para recordar su mapa mental del laberíntico palacio y determinar dónde estaba. Hasta el momento, había tomado pasillos y desvíos al azar con el fin de seguir una ruta impredecible, así como evitar la presencia de cortesanos curiosos y guardias de palacio. Tras un instante de introspección, recordó que el pasillo conducía al estudio y sala de juegos que utilizaban las hijas del emperador.

De Vries embutió una esquina de la manta en la boca del niño para ahogar su llanto, pero luego se arrepintió cuando el bebé empezó a patalear y atragantarse. Retiró la tela, y el niño aulló con mayor energía que antes.

Atravesaba el núcleo estructural del palacio. Sus pies susurraban sobre el suelo. Cerca de los aposentos de las princesas, las paredes y techos eran de roca escarlata importada de Salusa Secundus. La arquitectura sencilla y la falta de ornamentos contrastaban con las secciones opulentas de la residencia. Aunque significaban la descendencia de Shaddam, este concedía pocos lujos a sus indeseadas hijas, y daba la impresión de que Anirul las estaba educando en la austeridad Bene Gesserit.

Una serie de ventanas de plaz flanqueaban el pasillo, y el mentat echaba un vistazo a cada habitación mientras corría. El mocoso Atreides importaba poco. Si la situación tomaba un giro dramático, quizá necesitaría tomar como rehén a una hija Corrino para poder negociar con mayor fuerza.

¿O el emperador se enfurecería, pese a todo?

Durante los meses de cuidadosa planificación y observación, De Vries había preparado dos escondites distintos en el complejo de oficinas imperiales, accesibles mediante túneles y pasadizos que lo comunicaban con el palacio. Sus credenciales diplomáticas le garantizaban el acceso necesario.
¡Corre más deprisa!
Conocía maneras de ponerse en contacto con conductores de vehículos terrestres, y pensó que tal vez conseguiría llegar al espaciopuerto, pese a las alarmas y demás medidas de vigilancia.

Pero tenía que hacer algo para hacer callar al crío.

Cuando dobló una esquina, casi se dio de bruces contra un soldado Sardaukar de rostro infantil, el cual pensó que De Vries era otro guardia, debido al uniforme.

—Eh, ¿qué le pasa al niño?

Entonces, una voz sonó en su auricular.

—¡Hay problemas arriba! —dijo De Vries para distraerle—. Lo he puesto a salvo. Creo que ahora somos niñeras. —Acercó con brusquedad el niño a la cara del guardia—. ¡Cógelo!

Cuando el sorprendido soldado vaciló, De Vries utilizó la otra mano para clavarle una daga en el costado. Sin molestarse en comprobar si el soldado estaba muerto, De Vries huyó con el bebé en un brazo y la daga en la mano libre. Se dio cuenta, demasiado tarde, de que estaba dejando un rastro demasiado visible.

Vio al frente un destello de pelo rubio. Alguien se había asomado desde una habitación y retrocedido enseguida, tras las ventanas del pasillo. ¿Una hija de Shaddam? ¿Una testigo?

Asomó la cabeza en la habitación, pero no vio a nadie. La chica debía de estar escondida detrás de los muebles, o debajo del escritorio sembrado de vídeolibros. Había algunos juguetes pertenecientes a la pequeña Chalice desperdigados por el suelo, pero la niñera se habría llevado a la pequeña. No obstante, sentía una presencia. Alguien estaba escondido.

La hermana mayor… ¡Irulan!

Tal vez le habría visto asesinar al guardia, y no podía permitir que informara a nadie. Su disfraz impediría que le identificara más adelante, pero eso no serviría de nada si le pillaban con el mocoso en los brazos, manchas escarlata en el uniforme y un cuchillo ensangrentado. Se adentró en la habitación con cautela, los músculos tensos. Observó una puerta en la pared de enfrente, levemente entreabierta.

—¡Sal a jugar, Irulan!

Oyó un ruido a su espalda y giró en redondo.

La esposa del emperador se movía con sorprendente torpeza, sin el sigilo y agilidad tan típico de las brujas. No tenía buen aspecto.

Anirul vio el bebé y lo reconoció. Entonces, lo comprendió todo, mientras observaba el maquillaje y los labios demasiado rojos del mentat.

—Te conozco.

Detectó muerte en los ojos del hombre, la necesidad de hacer algo.

Todas las voces interiores gritaron advertencias al unísono. Anirul hizo una mueca de dolor y se aferró las sienes.

Cuando vio que vacilaba, De Vries atacó con el cuchillo, tan veloz como una serpiente.

Aunque aturdida por el clamor que la atormentaba, la madre Kwisatz se movió con celeridad y saltó a un lado, como si hubiera recuperado de súbito la agilidad y destreza Bene Gesserit. Su velocidad sorprendió al mentat, que perdió el equilibrio un instante. Su cuchillo erró el blanco.

Anirul extrajo de su manga una de las armas favoritas de la Hermandad y agarró a De Vries por el cuello. Apoyó un gom jabbar contra su garganta. La punta brillaba a causa del veneno.

—Ya sabes lo que es esto, mentat. Entrega al niño o muere.

—¿Qué están haciendo para encontrar a mi hijo?

El duque Leto estaba al lado del chambelán Ridondo, mientras ambos contemplaban la carnicería que se había producido en la sala de partos.

La frente despejada de Ridondo brillaba de sudor. —Habrá una investigación, por supuesto. Todos los sospechosos serán interrogados.

—¿Interrogados? Qué educado.

Las dos hermanas Galenas yacían en el suelo. Cerca de la puerta, un Sardaukar había sido cosido a puñaladas. Jessica había estado medio desmayada en la cama. Qué poco le había faltado.
¡El asesino también habría podido matarla!
Alzó la voz.

—Estoy hablando de ahora, señor. ¿Han cerrado el palacio? La vida de mi hijo está en juego.

—Supongo que la guardia del palacio se ha hecho cargo de todas las cuestiones de seguridad. —Ridondo intentaba hablar con voz tranquilizadora—. Le aconsejo que lo dejemos en manos de profesionales.

—¿Suponéis? ¿Quién está al mando?

—El emperador no se encuentra presente para ponerse al mando de los Sardaukar, duque Leto. Ciertos canales de autoridad han de ser…

Leto salió como una tromba al pasillo, donde vio a un Levenbrech.

—¿Habéis cerrado el palacio y los edificios circundantes? —Nos estamos ocupando del problema, señor. Os ruego que no interfiráis.

—¿Interferir? —Los ojos grises de Leto destellaron—. Han atacado a mi hijo y a su madre. —Echó un vistazo a la placa donde constaba el nombre y rango del superior, sujeta a su solapa—. Levenbrech Stivs, acogiéndome a la Ley de Poderes de Emergencia, asumo el mando de la Guardia Imperial. ¿Me habéis comprendido?

—No, mi señor. —El oficial apoyó la mano sobre el bastón aturdidor que colgaba de su cinto—. Carecéis de autoridad para…

—Si blandís esa arma contra mí, sois hombre muerto, Stivs. Soy un duque del Landsraad y primo carnal del emperador Shaddam Corrino IV. No tenéis derecho a contradecir mis órdenes, sobre todo en este asunto.

Sus rasgos se endurecieron, y sintió que la sangre le hervía en las venas.

El oficial vaciló y miró a Ridondo.

—El rapto de mi hijo en los dominios del palacio es un ataque contra la Casa Atreides, y exijo mis derechos ateniéndome a la Carta del Landsraad. Se trata de una situación de emergencia militar, y en la ausencia del emperador y de su Supremo Bashar, mi autoridad excede a la de cualquier hombre.

El chambelán Ridondo pensó unos momentos.

—El duque Atreides tiene razón. Haced lo que dice.

Los guardias Sardaukar parecían impresionados por el noble Atreides y el firme uso de su autoridad. Stivs lanzó una orden por el comunicador adherido a la solapa.

—Cerrad el palacio, todos los edificios circundantes y los terrenos. Iniciad una búsqueda minuciosa de la persona que ha secuestrado al hijo recién nacido del duque Leto Atreides. Durante esta crisis, el duque se halla provisionalmente al mando de la guardia imperial. Obedeced sus órdenes.

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