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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (77 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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95

Cada sociedad tiene su lista de pecados capitales. A veces estos pecados vienen determinados por actos reprobatorios que destruyen el tejido social; otras son definidos por líderes que solo desean perpetuar su posición.

N
AAM EL
A
NCIANO
, primer
historiador oficial de la Yihad

Como si hubieran olvidado sus violentas manifestaciones, la gente salió a celebrar el regreso de Vorian Atreides. Los cimek habían muerto, el último de los titanes había sido destruido, otra amenaza contra la humanidad había desaparecido del universo.

Mientras su limovehículo blindado avanzaba por los bulevares cubiertos de escombros de Zimia, las multitudes le vitoreaban y lanzaban caléndulas naranjas. Muchos llevaban carteles donde aparecía su valiente figura estilizada acompañada de las palabras «Héroe de la Yihad, defensor de la humanidad y conquistador de titanes».

Rayna Butler había recibido con regocijo la noticia de la «justificada ejecución» de las últimas máquinas con mente humana, y había adoptado alegremente a Vor —un verdadero amigo y seguidor de Serena— como parte de su movimiento.

El bashar supremo nunca se había sentido a gusto con aquella clase de atenciones. A pesar de su rango, siempre había luchado por Serena y su Yihad sin pensar en su beneficio personal. Él solo quería destruir al enemigo.

Contempló a toda aquella gente que se había reunido para las celebraciones. No recordaba haber visto nada parecido desde el final de la Gran Purga. Quizá ahora que tanta falta le hacía, podría transformar aquella energía en algo productivo. Utilizaría las armas que hicieran falta para lograr la victoria final.

Los cultistas, que veían una amenaza incluso en la maquinaria doméstica más sencilla, sin duda no soportarían pensar que Omnius seguía a salvo en su fortaleza de Corrin, amenazando con su sola presencia a la humanidad. Para ellos aquel lugar era la guarida del diablo.

Cuando su vehículo ya se acercaba al edificio del Parlamento, Vor vio que había una gran multitud reunida en la plaza conmemorativa. Algunos enarbolaban carteles de tela montados sobre estructuras móviles, con bonitos ribetes y estampados; otros iban repartiendo panfletos en los que aparecía impresa una extensa proclama. Con gran frenesí, estaban apilando ofensivos aparatos electrónicos e informatizados en el centro de la plaza, y los rociaron con gasolina para prenderles fuego.

Las fuerzas de seguridad de Zimia permanecían a cierta distancia. Estaban allí para despejarle a Vor el camino cuando su vehículo lo dejara al pie de la amplia escalinata del Parlamento. Cuando los manifestantes le vieron, empezaron a vitorearlo. Vor se apeó del vehículo tratando de no perder sus objetivos de vista y empezó a subir los escalones. Pasó entre las columnas grogipcias y se detuvo ante la entrada principal del edificio, donde vio una inmensa pancarta de tela sujeta toscamente a las puertas. El suelo estaba cubierto de panfletos con el mismo mensaje.

Vor lo ojeó y, por el tono vehemente y poco elaborado, supuso que Rayna lo habría escrito personalmente. Su firma aparecía al pie.

EL MANIFIESTO DE RAYNA BUTLER

¡Ciudadanos de la humanidad libre! Que por toda la Liga de Nobles se proclame que NO existe ningún buen uso posible para las máquinas pensantes. Por mucho que disfracen su maldad ahorrando trabajo a sus usuarios, son insidiosas en todos los niveles.

Mediante este manifiesto, la sociedad humana puede purgar el peor de los pecados. Todo ciudadano de la Liga debe adherirse a estas normas, y quedará sujeto a los siguientes castigos:

Si una persona conoce la localización de una máquina pensante y no la destruye o informa al movimiento, como castigo perderá los ojos, las orejas y la lengua.

Si una persona comete el terrible pecado de utilizar una máquina pensante, será castigada con la muerte.

Si una persona comete el aún más terrible pecado de tener en su poder una máquina pensante, morirá de la forma más dolorosa.

Si una persona comete el peor de todos los pecados y crea o fabrica una máquina pensante, el responsable del delito, todos sus empleados y todas sus familias morirán de la forma más dolorosa.

Quien tenga dudas sobre lo que es una máquina peligrosa debe ponerse en contacto con el movimiento y solicitar una opinión oficial. Cuando tenga esta opinión, la máquina ofensiva será retirada de la circulación y destruida de inmediato. Se aplicarán los castigos según lo estipulado más arriba.

Es preferible crear productos mediante el trabajo de esclavos que confiar en las máquinas pensantes.

No crearás una máquina a imagen y semejanza de la mente humana.

Perplejo ante la magnitud del aquel manifiesto y lo disparatado de su contenido, Vor avanzó por la entrada principal y entró en la cámara de asambleas. Sí, aún quedaba un enemigo. Sí, las máquinas pensantes aún existían. Pero los cultistas se concentraban en un objetivo equivocado.

«Corrin. Debemos ir a Corrin».

Aún no le habían anunciado, pero Vor vio que los representantes ya estaban en pie, aplaudiendo, lanzando vítores… Y no por él. El virrey Butler estaba bajo la cúpula de comparecencias, en el centro de la sala, sosteniendo en alto una copia de aquel nuevo manifiesto. A su alrededor, los legisladores se levantaban en masa.

—¡Así sea! —gritó Faykan—. El manifiesto de mi exaltada sobrina queda aprobado por aclamación y, como virrey, lo convertiré en ley. A partir de mañana, esta será la ley en la Liga, y cualquier disidente será perseguido y castigado, junto con sus amigas las máquinas pensantes. ¡No habrá concesiones! ¡Muerte a las máquinas pensantes!

Como si hubiera eco en la sala, todos los presentes repitieron sus palabras, como un mantra. Para Vor, que estaba en la última grada, junto a la salida, aquel entusiasmo fue como una lluvia fría. Ojalá hubieran demostrado el mismo apasionamiento hacía años, cuando tanta falta hacía.

—¡Estamos dando una nueva forma a la sociedad galáctica, trazando un nuevo camino para la humanidad! —gritó Faykan en medio de la algarabía general—. Los humanos pensamos por nosotros mismos, trabajamos por nosotros mismos, y lograremos alcanzar nuestro destino. ¡Sin máquinas pensantes! Aferrarnos a la tecnología es como llevar muletas… ya es hora de que caminemos por nosotros mismos.

Entre la audiencia, algunos reconocieron a Vor y empezaron a señalarle y a musitar entre ellos. Finalmente, el virrey levantó los brazos en un exuberante gesto de bienvenida.

—Vorian Atreides, bashar supremo del ejército de la Humanidad. Nuestro pueblo ya estaba en deuda con usted por muchos motivos, y ahora nos ha dado uno más. ¡Los últimos titanes han muerto! Las abominaciones cimek han dejado de existir. Que su nombre sea venerado por toda la eternidad como héroe de la humanidad.

La gran sala estalló en una ovación. Mientras avanzaba hacia el foso del estrado, Vor sintió que a su alrededor los acontecimientos se precipitaban y lo arrastraban también a él. Pero él tenía un honor, un deber, y promesas que cumplir. Podía tratar de luchar contra la corriente, o ponerse al frente y dirigirla hacia Corrin.

Se hizo el silencio. Vor paseó la mirada por la concurrencia, deteniéndose en los rostros familiares, y luego miró a las zonas más alejadas de la sala, donde los seguidores de Rayna hacían ondear coloridos e inmensos estandartes.

—Sí, podemos celebrar la desaparición de los cimek —dijo—. ¡Pero aún no hemos terminado! ¿Por qué malgastáis vuestro tiempo y energía escribiendo manifiestos, destrozando aparatos domésticos y matándoos unos a otros… cuando Omnius sigue vivo? —Sus palabras hicieron que la audiencia jadeara colectivamente y luego callara.

—Hace veinte años se declaró el fin oficial de la Yihad, aunque quedaba un Planeta Sincronizado intacto. Corrin es como una bomba de relojería, y debemos desactivarla. El cáncer de Omnius sigue siendo el único punto negro en el brillante futuro de la humanidad.

La gente no esperaba aquella vehemencia de Vor. Evidentemente, pensaban que el veterano bashar supremo aceptaría sus honores y dejaría que el gobierno de la Liga siguiera con su trabajo. Pero él no calló.

—¡Muerte a las máquinas pensantes! —gritó alguien con voz encendida desde un palco.

Vor siguió hablando con voz alta y severa.

—Hemos evitado nuestra verdadera misión durante mucho tiempo. Una victoria a medias no es una victoria.

El virrey lo miraba, visiblemente incómodo.

—Pero, bashar supremo, sabe que no podemos penetrar las defensas de Omnius. Llevamos décadas intentándolo.

—Entonces debemos esforzarnos más. Aceptar las pérdidas que haga falta. Esperar nos ha costado millones de vidas. Pensad en la plaga, en las pirañas mecánicas. ¡Pensad en la Yihad! Después de todo lo que hemos tenido que sacrificar para llegar hasta aquí, solo un necio se detendría ahora. —Por las palabras de Faykan, Vor sabía que, una vez más, la Liga vacilaría, por eso provocó deliberadamente a los fanáticos de Rayna. Su voz cortaba como la espada de un mercenario—. Sí, muerte a las máquinas pensantes… pero ¿por qué perder el tiempo con sucedáneos cuando podemos destruir las de verdad? Y para siempre.

La chusma rugió, a pesar de la expresión inquieta de muchos representantes. Luego el silencio se extendió entre la gente, porque una mujer pálida y etérea se dirigía hacia la zona de comparecencias. Rayna Butler parecía totalmente tranquila y confiada, como si pudiera entrar en el Parlamento e interrumpir sus reuniones cuando ella quisiera. Llevaba una túnica nueva, verde y blanca, con un perfil en rojo sangre de Serena.

—El bashar supremo tiene razón —dijo Rayna—. Detuvimos la Gran Purga demasiado pronto, no logramos apagar la última brasa del fuego cuando teníamos ocasión. Fue un error muy costoso, un error que no debemos volver a cometer.

La gran sala retumbó por el entusiasmo, como si el edificio entero acabara de despertar de un largo período de hibernación.

—¡Muerte a Corrin!

—Por santa Serena —dijo Rayna por el micrófono.

Sus palabras resonaron por la cámara abovedada. Como una ola que se desplaza por el mar, la llamada pasó de unos a otros, cada vez más fuerte, hasta que se convirtió en una tempestad de gritos.

—¡Por santa Serena! ¡Por los tres mártires!

Vor dejó que el fervor y el entusiasmo de la chusma lo sacudieran. Con aquello tenía que bastar. Esta vez se aseguraría de que así fuera.

96

No importan las estrategias, los conocimientos o las oraciones, solo Dios puede decidir quién gana y quién pierde. Pensar otra cosa es arrogante y absurdo.

Sutra zensuní

Cuando Ishmael se enfrentó a su oponente en la arena, los zensuníes estaban divididos.

El día del combate, mientras el sol de la mañana se hacía cada vez más intenso, Ishmael avanzó con dificultad siguiendo la línea de las rocas, cargando con su equipo. Sus seguidores, los más conservadores de la tribu, corrían detrás, dándole ánimos, ofreciéndose a llevarle parte del material, pero él no les hacía caso. Aquello debía hacerlo él solo, por el futuro del pueblo zensuní y la conservación de su pasado sagrado.

Para él fue una sorpresa descubrir que entre los antiguos forajidos había tantos descontentos con los cambios y las actitudes que el naib El’hiim había fomentado en las últimas décadas. La mayoría de los ancianos se pusieron de su parte, incluida Chamal, al igual que los descendientes directos de los refugiados a quienes Ishmael salvó de la esclavitud en Poritrin. También le resultó gratificante ver entre los jóvenes a tantos que ansiaban la emoción de combatir al enemigo… al que fuera. Aquellos jóvenes contaban historias idealizadas de Selim Montagusanos y aventuras embellecidas sobre los grandes guerreros zensuníes que llegaron a Arrakis. Fueran cuales fuesen sus motivos, a Ishmael le gustó recibir tantas muestras de apoyo.

Por su parte, El’hiim llevó consigo a numerosos hombres y mujeres civilizados que viajaban con frecuencia a las ciudades y los asentamientos de VenKee. Gente dispuesta a comprometerse con los extraplanetarios, a renunciar a su cultura y su identidad… gente que confiaba alegremente en hombres que comerciaban con seres humanos.

Ishmael respiró hondo aquel aire caliente y polvoriento, se ajustó sus tampones nasales y aseguró bien las ataduras y abrochaduras de su destiltraje; luego se ciñó con fuerza la capa para que no le estorbara. Se volvió a mirar a la gente que esperaba entre las rocas.

Desde el extremo más alejado de la depresión, El’hiim y sus partidarios también observaban. Sabían que había llegado el momento.

—Esperadme si venzo —dijo Ishmael—. Y si muero, recordadme.

No oyó las palabras de apoyo de los suyos. Centró su pensamiento y salió a las arenas descubiertas. Y se encaramó por la suave pendiente de la duna más alta que había allí cerca. Aquella era su batalla e, independientemente de las consecuencias, en aquellos momentos solo debía pensar en el duelo. Eligió una buena posición, miró a su alrededor, al desierto, y estudió el ángulo de las pendientes. Era un sitio perfecto para vigilar la llegada de gusanos y montar uno sin dificultad.

Había hecho aquello muchas veces, pero ninguna había sido tan importante. Aún se acordaba de cómo Marha le había enseñado a hacerlo, igual que Selim hizo antes con ella. La echaba tanto de menos… y también a Ozza. Algún día se reuniría con ellas. Pero no sería hoy.

Ishmael se acuclilló en lo alto de la duna, de espaldas a los esperanzados espectadores que aguardaban entre las rocas. Tras clavar en la arena el extremo acabado en punta de su tambor, empezó a golpearlo rítmicamente con las palmas. Del otro extremo de la cuenca, le llegaba el débil sonido del tambor de El’hiim.

Los gusanos acudirían… y se enzarzarían en un combate.

Aquel tipo de enfrentamiento había sido ideado por Selim Montagusanos para eliminar el descontento entre sus seguidores. Solo en cuatro ocasiones se habían producido estos duelos titánicos; a su paso dejaban historias memorables, pero como realidad eran algo terrible. Fuera cual fuese el resultado del enfrentamiento, ese día Ishmael y El’hiim darían origen a muchas leyendas.

Después de llevar a su gente allí desde Poritrin y casarse con Marha, Ishmael siempre siguió algo incómodo tras los pasos del gran Selim. En cambio El’hiim había luchado activamente por apartarse de la sombra de su mítico padre y se había aventurado en una dirección equivocada. Ni él ni su hijastro habían sido buenos líderes para la tribu.

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