Gilbertus parecía muy preocupado, pero el robot se volvió hacia él.
—Quizá esta sea la única forma de que alguno de nosotros consiga sobrevivir, Gilbertus.
Solo las máquinas, con su eficacia y su implacabilidad, podían haber salido airosas ante una misión tan faraónica.
Hicieron salir a los humanos de las cuadras de esclavos, como ganado, y los metieron en los cargueros. Una tras otra, aquellas naves aparatosas y apenas capacitadas para volar fueron elevándose a la atmósfera para situarse en una órbita baja. La mayoría de las naves de guerra seguían en sus puestos, dentro del perímetro de la red descodificadora, pero algunas descendieron a la superficie para coger inmensos cargamentos de pasajeros involuntarios.
Los cargueros y las otras naves tenían unos mínimos sistemas de soporte vital, pero no habría suficiente comida ni provisiones para mantener a aquellos millones de rehenes durante mucho tiempo. A Erasmo eso no le preocupaba particularmente. Si los comandantes humanos reaccionaban como él esperaba, la situación podía cambiar de forma drástica en cuestión de días.
Mientras el resto del planeta estaba entregado a un frenesí de actividad, Erasmo disfrutaba de la compañía de Gilbertus Albans en los tranquilos y relajantes jardines de su villa. El hombre preguntó por Serena, porque no la encontraba por ningún lado. El robot formó una sonrisa tranquilizadora en su rostro.
—Tú y yo somos los que mejor preparados estamos para solucionar esta crisis, Mentat mío. Necesito que te concentres.
Gilbertus se sonrojó y respondió con una débil sonrisa.
—Tiene razón. A veces Serena me distrae.
Había pasado un día desde la llegada de la Flota de Venganza de la Liga, y en ese intervalo, habían consolidado sus fuerzas y se habían situado en posición de ataque. Evidentemente, estaban preparados para actuar. Erasmo esperaba que el «puente de hrethgir» estuviera listo a tiempo para disuadirlos.
A su alrededor, las fuentes producían sonidos suaves y relajantes. Las plantas estaban en flor, y los colibríes revoloteaban de flor en flor. Todo en Corrin parecía tranquilo, con la excepción de la flota que permanecía en el espacio. Erasmo apreciaba mucho aquel jardín.
—¿De verdad los mataría a todos, padre? —preguntó Gilbertus con voz tranquila—. Si el ejército de la Humanidad no hace caso de la amenaza y traspasa la barrera, ¿sería usted quien daría la orden, o lo haría Omnius?
Aunque el resultado sería el mismo en ambos casos, el robot independiente se dio cuenta de que para Gilbertus aquello era muy importante.
—Alguien tiene que hacerlo, Mentat mío. Somos máquinas pensantes, los humanos sabrán que no es un farol. No nos creen capaces de mentir. Así que, si decimos que vamos a hacerlo, debemos estar preparados para llegar hasta el final.
El rostro del hombre seguía conservando una expresión plácida.
—Nosotros no hemos buscado esta situación insostenible. Pero preferiría… que ellos fueran los responsables. No quiero que usted mate a tantos rehenes, padre. Que sea el comandante de la Liga el que apriete el gatillo, que sea él el responsable directo de la matanza si decide seguir adelante.
—Pero ¿cómo? Dime.
—Podemos volver las tornas convirtiendo sus satélites en una barrera que funcione en los dos sentidos. Podemos sintonizar las secuencias de destrucción de los cargueros con los sensores de la red descodificadora. Si el ejército de la Humanidad traspasa la red, los sensores transmitirán la señal para iniciar las secuencias. —Gilbertus casi parecía suplicarle—. Si provocan esas muertes sabiendo de antemano que es el precio que tendrán que pagar por su ataque, le dará a su comandante una razón de más para vacilar.
Aunque no acababa de entender la diferencia, Erasmo se sintió muy complacido ante la perspicacia de Gilbertus.
—Jamás cuestionaría tu intuición. Muy bien, dejaré que programes el sistema para que sean las naves humanas las que desencadenen la matanza. No habrá una acción directa por mi parte.
El hombre pareció extrañamente aliviado.
—Gracias, padre.
En la guerra, siempre hay acontecimientos que no pueden preverse en los planes militares, sorpresas que acaban convirtiéndose en los momentos decisivos de la historia.
P
RIMERO
X
AVIER
H
ARKONNEN
Mientras se preparaba para enfrentarse a las máquinas pensantes por última vez, Vorian Atreides pensó en todas las situaciones desesperadas que había vivido a lo largo de su carrera. Durante más de cien años, sus triunfos habían sido legendarios, pero, por las tragedias grogipcias, sabía que un único error podía borrarlo todo y hundir su nombre en un montón de escoria.
Así pues, cuando llegó a Corrin con la Flota de Venganza, procedió con cautela. Las fuerzas que tenía a su cargo contaban con una potencia de fuego abrumadora, sí, pero en la guerra nunca hay garantías. Con cada nueva derrota a manos de los humanos, las máquinas pensantes aprendían cosas nuevas y desarrollaban contramedidas para evitar repetir los mismos errores. Siempre había más y más naves. La historia de la Yihad —y todas las guerras anteriores— estaba llena de ejemplos que demostraban la ingenuidad del humano, y de las decisiones creativas de los líderes militares para sorprender y superar a sus oponentes. Sin embargo, aunque las máquinas tenían acceso a vastos archivos con todas esas informaciones, Vor dudaba que Omnius pudiera entender el proceso mediante el que los humanos tomaban sus decisiones.
Como bashar supremo y recién nombrado campeón de Serena, Vor había ideado varias posibles estrategias de ataque y, durante el trayecto a Corrin, las expuso a los capitanes de las diferentes naves de la flota.
Dado que los cimek habían descubierto la vulnerabilidad de los escudos Holtzman frente a las armas láser, algunos de sus oficiales temían que los espías de Omnius también hubieran tenido acceso a esa información. Sí, lo cierto es que Omnius podía destruir la flota entera con una sola descarga de rayos láser. Aquella idea por sí sola, bastaba para asustar a más de un capitán. Sin embargo, Vor no lo veía muy claro. Los cimek eran enemigos de Corrin desde hacía mucho y no era probable que hubieran compartido con las máquinas aquella información. Además, la supermente llevaba décadas atrapada y, de haber conocido el secreto, seguramente habría tratado de utilizar el láser contra ellos enseguida.
Si ordenaba que las naves de su ejército entraran en combate sin activar los escudos, un gran número resultaría destruido de forma inmediata. Un sacrificio innecesario de valiosas naves y guerreros. En lugar de eso, él y Abulurd decidieron organizar la ofensiva final en diferentes oleadas. Al frente de cada una iría una línea de naves con los escudos activados, mientras que los de la retaguardia no los activarían hasta que el enemigo lanzara sus proyectiles.
Había sido un viaje increíblemente largo. Y Omnius no sabía que iban hacia allí, ni que el fin de las máquinas estaba cerca.
Al llegar al sistema de Corrin, Vor se reunió con los comandantes de las naves de la flota de vigilancia. Gracias al aviso de las naves que habían enviado por delante, habían realizado los preparativos y los ejercicios de instrucción necesarios mientras esperaban la llegada de la Flota de Venganza, que viajaba con motores convencionales, más seguros. Todo estaba a punto.
Desde el puente de mando del viejo
Serena Victory
, Vor contempló el planeta bañado en la luz sanguinolenta del gigante rojo. Después de destruir a los titanes y ganarse el apoyo del Culto a Serena, por fin tenía su oportunidad. Él sabía que la Liga jamás volvería a reunir la suficiente determinación para hacer algo así. Y por eso había que destruir a Omnius al precio que fuera. Ese día aparecerían nuevos héroes y mártires. El fin de una era larga y oscura se acercaba.
Abulurd, su segundo oficial, siempre tan meticuloso y fiable, supervisó la consolidación de todas las naves y los comandantes. Y solicitó un inventario completo de armas, personal de combate y naves. Hasta el más mínimo detalle tenía que estar perfecto.
Entretanto, desde su nave diplomática, situada en el extremo más alejado de la zona donde se estaba preparando la batalla, el virrey Faykan Butler pronunciaba discursos inspiradores. Transmitiendo por una línea de comunicación, Rayna guiaba a los soldados en sus oraciones. Estaban impacientes, pero no había necesidad de precipitarse. Omnius no podía ir a ningún sitio, aunque seguro que ya sabía lo que le esperaba.
En las proximidades del planeta, desde el interior de la mortífera red descodificadora, las máquinas estaban enzarzadas en una actividad frenética. Naves exploradoras iban y venían como abejorros enloquecidos, y las naves de guerra aterrizaban sobre el planeta y volvían a despegar unas horas después. Pusieron en órbita cantidades inmensas de naves, contenedores de chatarra y satélites gigantescos.
—¿Qué están haciendo, bashar supremo? —preguntó Abulurd—. Todo eso no es más que chatarra. ¿Pretenden llenarnos el camino de obstáculos? ¿Es una barricada?
—¿Quién entiende a esas máquinas? —gruñó uno de los oficiales tácticos del puente.
Pesadas y voluminosas estructuras que parecían contenedores de carga se situaron en órbita, un extenso y apretado montón, como una isla de… ¿de puestos de suministros? Vor meneó la cabeza.
—Creo que están actuando a la desesperada. Solo que no sé lo que significa.
La voz de Rayna seguía sonando de fondo por el puente de la nave insignia. Vor habría querido poder desconectar aquellos interminables sermones, pero entre su tripulación eran muchos los que habían quedado cautivados por aquella visionaria autoproclamada. Aquel acicate les daba la fe suicida que iban a necesitar para llevar la batalla de Corrin a su fin.
—Quiero un informe de los escáneres, Abulurd —dijo Vor—. A ver qué podemos averiguar. Esto no me gusta.
Mientras las cuadras de esclavos y los poblados humanos se vaciaban, Gilbertus Albans utilizó sus conocimientos de programación para agregar receptores a la miríada de contenedores que formarían el puente de hrethgir. Ahora, las señales que emitían de forma continua los satélites descodificadores serían como el cable de una trampa, y harían saltar las secuencias de autodestrucción instaladas en todas las naves y los contenedores de carga con escudos humanos. Si las señales de los satélites se interrumpían, la secuencia de auto-destrucción se iniciaría. Así de sencillo. Sí, la misma red que tenía atrapadas a las máquinas serviría también como aviso y, en última instancia, sería el mecanismo que haría saltar la trampa.
Gilbertus no había visto al clon de Serena desde hacía dos días, pero al menos no se había desconcentrado.
—No te preocupes —le dijo Erasmo—. Si logramos detener al ejército de la Humanidad, estaremos salvados, todos.
—Yo he cumplido con mi parte, padre.
—Y ahora yo debo cumplir con la mía, para asegurarme de que estás a salvo. —Aunque los ojos espía de Omnius revoloteaban por allí, el robot independiente había diseñado sistemas especiales de programación para distraerlos. Desde que el Omnius-Corrin lo había destruido (aunque luego «resucitó»), Erasmo no confiaba en él, y las dos copias rebeldes parecían incluso más inestables. Él necesitaba mucho más que un plan para asegurar su supervivencia y la de Gilbertus.
En el interior de su villa, Erasmo llevó a escondidas al hombre por un pasaje que los sensores no podían detectar y, por unas escaleras, bajaron hasta una estructura protegida mediante un escudo electrónico que ni SeurOm ni ThurrOm sabían que existía. En un primer momento había pensado utilizarlo para realizar experimentos que no quería que la supermente conociera… Yorek Thurr se lo había sugerido en una ocasión. Esperaba que Gilbertus estuviera seguro allí hasta que la crisis pasara.
—Quédate aquí —dijo—. Tienes provisiones para bastante tiempo. Cuando todo esté arreglado vendré para llevarte a un lugar seguro.
—¿Por qué Serena no puede estar conmigo?
—Sería peligroso trasladarla ahora. Las supermentes se darían cuenta. Te aconsejo que utilices este tiempo para tus ejercicios mentales.
Gilbertus lo miró con ojos grandes y expresivos.
—No se olvide de mí, padre.
—Eso es imposible, hijo mío. —Gilbertus lo abrazó, y el robot imitó su gesto antes de irse apresuradamente. No quería que el Omnius bipartito sospechara nada.
Ahora que Gilbertus Albans estaba a salvo, tenía otros planes. Fue en busca del investigador tlulaxa, Rekur Van.
Algunos hombres llevan la indecisión en su naturaleza. En la mía yo llevo determinación.
B
ASHAR SUPREMO
V
ORIAN
A
TREIDES
,
transmisión a la Flota de Venganza
Antes de que Vor pudiera dar la orden de atacar, en su línea de comunicación el chisporroteo de la estática interrumpió las oraciones de Rayna Butler y las sustituyó por una suave voz mecánica.
—Nos dirigimos al nuevo grupo de invasores humanos. Es evidente que habéis venido a Corrin para destruirnos. Antes de que hagáis nada, debéis saber que vuestros actos tendrían ciertas consecuencias.
El tono era hueco pero erudito, incluso un pelín arrogante. Vor conocía aquella voz… ¡Erasmo! Apretó la mandíbula y escuchó en silencio, y con un gesto de la mano indicó al resto del personal del puente que callara. En todas las pantallas de sus escáneres aparecieron primeros planos del sistema defensivo de los robots y el frenesí de actividad que había en órbita.
—Esas imágenes no son nuestras, bashar supremo —dijo Abulurd—. Se han colado en nuestro sistema de escáneres.
—¿Siguen funcionando los satélites Holtzman? —preguntó Vor, temiendo de pronto que su principal línea de defensa se hubiera desmoronado.
—Sí, siguen enviando impulsos descodificadores. Pero de alguna forma la señal de los robots ha penetrado en nuestros sistemas de comunicación. Estoy buscando circuitos alternativos.
—Escuchemos lo que Erasmo quiere decirnos… y luego ya podremos destruirlos —gruñó Vor.
La voz del robot habló mientras las imágenes iban cambiando.
—Vuestros sistemas de reconocimiento ya han detectado la presencia de un anillo de contenedores alrededor de Corrin. Hemos llenado todos esos cargueros y muchas de nuestras naves de guerra con rehenes humanos inocentes. Más de dos millones de esclavos sacados de nuestros campos de confinamiento y nuestras cuadras.