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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (75 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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—Lo sé.

—Los cimek que estén en lugares más remotos empezarán morir de aquí a un año aproximadamente, cuando no reciban la señal de verificación en la fecha convenida. Por eso Dante es tan importante.

Vor sonrió, pero solo un momento, hasta que llegó a la única conclusión posible.

—Entonces, si destruimos a Dante, tú morirás. De forma inmediata.

—Ya me ha visto, bashar supremo. Ya ve lo que soy. No pienso dejar que nadie me vea así en la Liga. Ni Faykan, ni… Abulurd. No quiero volver.

—Pero ¿qué le diré a Abulurd? Tiene que saber que…

—Ya se le ocurrirá algo, bashar supremo. Estas cosas siempre se le han dado mejor que a mí. Déjeme emprender esta última acción.

Vor levantó la voz.

—No. Encontraremos otra solución. Capturaremos a Dante…

—Piense en mí, bashar supremo. Yo no elegí convertirme en cimek, y no he dejado de buscar la forma de eliminarlos. Ahora, por fin sé qué he de hacer.

La inmensa nave diseñada para Agamenón trazó un arco y voló hacia Dante. El último titán aceleraba, tratando de ganar velocidad y escapar.

Pero uno de sus motores estaba dañado, y la nave de Agamenón era muy superior. Cuando empezó a acortar distancias, Quentin comenzó a disparar.

Y, aunque cada vez estaba más cerca, no aminoró la velocidad. Los motores estaban a su máxima potencia, e impulsaban a aquella inmensa nave cimek como un martillo al rojo… hasta que, finalmente, cuando el casco de la nave de Dante se doblaba bajo el impacto de la última andanada de proyectiles, la nave de Agamenón se estrelló contra ella, sin dejar de acelerar.

La explosión fue cegadora, y las dos naves estallaron en una inmensa nube de llamas.

Vor contempló aquellos últimos momentos sin poder hacer nada. Sentía una profunda pena en su corazón por la pérdida del bravo Quentin Butler… pero también una creciente sensación de triunfo. Por fin, el último de los crueles titanes, y con ellos todos los cimek, habían desaparecido.

93

La maldad no se limita exclusivamente a máquinas o humanos. Se pueden encontrar demonios en ambos lados.

M
AESTRO DE ARMAS
I
STIAN
G
OSS

Cuando Istian y el
sensei
mek llegaron al sistema salusano y descendieron hacia el puerto espacial de Zimia, el maestro de armas vio que todo estaba muy cambiado. Solo había estado una vez en la imponente metrópoli, después de concluir su entrenamiento en Ginaz, antes de que le asignaran su primera misión en los mundos más remotos de la Liga. Salusa Secundus siempre había sido un mundo lleno de esplendor, un escaparate de la mejor arquitectura y escultura de la Liga con el que se pretendía demostrar a todos la superioridad de la mente humana sobre la lógica de las máquinas pensantes.

En cambio, ahora el puerto espacial era un caos. Cuando su nave descendió buscando dónde aterrizar —aunque sus reiteradas peticiones no habían recibido respuesta—, Istian vio fuego en algunas calles, y edificios humeantes. Las multitudes marchaban por las avenidas. Con una extraña sensación en la boca del estómago, pensó en escenas similares que había presenciado en Honru y en Ix.

Finalmente, una voz familiar pero inesperada le llegó por el comunicador.

—Veo que llegas puntual, Istian. Tú siempre tan predecible. ¿Viene Chirox contigo?

—¡Nar Trig! ¡Cuánto me alegro de oírte!

La nave aterrizó en una pista vacía.

—¿Ha enviado el virrey una escolta para recibirnos? —preguntó Istian—. ¿Qué está pasando en Zimia? —Mientras el maestro de armas preguntaba, Chirox permanecía en silencio.

—El virrey está ocupado. Este es un día importante y glorioso para el Culto a Serena. Vuestra llegada será uno de nuestros mayores logros.

Istian se sentía inquieto, pero no habría sabido decir por qué. La escotilla de la nave se abrió y el maestro de armas salió junto al mek de combate. En cuanto vio a la muchedumbre esperando, cuando oyó los gritos furiosos y vio los estandartes de santa Serena y su hijo Manion, comprendió que Chirox no iba a recibir ninguna condecoración de manos del virrey.

—Nos ha engañado —dijo—. Es posible que tengamos que luchar.

El
sensei
mek se veía alto y poderoso, y sus brillantes fibras ópticas analizaron los detalles del entorno. Volvió la cabeza.

—No deseo luchar contra civiles inocentes.

—Si nos atacan, quizá no tendremos elección. Sospecho que el mensaje del virrey era falso, una treta para hacernos venir. —Istian había traído su espada de impulsos y su daga favorita para la lucha con escudos. Los traía como adornos ceremoniales. Y ahora serían sus únicas armas—. Esto pinta muy mal, Chirox.

El
sensei
mek esperó.

—Planificaremos la respuesta según las necesidades de cada momento.

El cabecilla de la chusma se adelantó… un hombre arrogante y de hombros anchos, con el pelo oscuro salpicado de canas. Sus facciones se habían endurecido con los años, y una larga quemadura le daba a la parte izquierda del rostro un aspecto ceroso.

—Ya me temía que te encontraría del lado de esa máquina demoníaca —dijo Nar Trig—. Únete a nosotros y podrás salvar tu alma.

—Mi alma es asunto mío. ¿Es este el comité de recepción que traes para recibir a Chirox como héroe? Chirox ha entrenado a miles de maestros de armas, que colectivamente han matado cien veces esa cantidad de máquinas pensantes.

—¡Pero es una máquina! —gritó uno de los cultistas detrás de Trig—. Rayna Butler dice que debemos eliminar todas las máquinas complejas. Y Chirox es una de las últimas. ¡Tenemos que destruirle!

—No ha hecho nada para merecer esto. —Istian sacó lentamente su espada de impulsos y la daga, esperando valientemente delante del
sensei
mek—. ¿Tan necesitados estáis de enemigos que os los tenéis que inventar? Esto es ridículo.

—Chirox también me entrenó a mí. —Trig levantó la voz para que todos aquellos fanáticos pudieran oírle—. Conozco sus trucos, y he superado sus capacidades. Ahora soy un iluminado… sé que los humanos somos superiores a las máquinas, porque no tienen alma.

Y eso me da ventaja sobre cualquier robot demoníaco. Te desafío en combate, Chirox. ¡Lucha conmigo! Podría dejar que la chusma te hiciera pedazos, pero prefiero destruirte yo en un duelo justo.

—Nar, detén esta locura —dijo Istian.

Chirox se adelantó a Istian.

—Me han retado en combate y debo aceptar. —La voz del robot era neutra. Desplegó su juego completo de brazos de combate.

Trig llevaba dos largas espadas de impulsos, una en cada mano. Las levantó las dos en alto, y la chusma lo vitoreó.

—Demostraré la superioridad del humano. Hace mucho tiempo tú me instruiste, Chirox. Pero lo único que te debo es tu destrucción.

—Está claro que nadie te ha enseñado lo que es el honor o la gratitud —repuso Istian, sin apartarse del mek. Él también levantó sus armas; no le importaba que la chusma le viera defender a la máquina. ¿Qué otra cosa podía hacer?

Una mueca de desprecio crispó el rostro marcado de Trig.

—¿Quién habla ahora, es la voz de mi amigo Istian o el espíritu de Jool Noret?

—¿Cambia eso algo?

—Supongo que no.

Chirox se adelantó para enfrentarse a su antiguo alumno. Trig sujetó con fuerza sus dos espadas. Istian no podía evitar aquel duelo absurdo. Los contrincantes permanecieron inmóviles, estudiándose el uno al otro.

A su espalda, la multitud de fanáticos quería a otro robot destrozado y desmembrado. Y cuando el principal objeto de sus iras fuera eliminado, es posible que su sed de sangre se volviera contra otros objetivos… como Istian Goss.

Con un grito inarticulado que lo mismo podía ser una invocación a la ayuda divina o una expresión de la ira que había alimentado durante toda su vida, Nar Trig se lanzó sobre Chirox. En un revoltijo de metal, el
sensei
mek frenaba sus golpes y contraatacaba, moviendo sus múltiples brazos como una araña. Había peleado en miles de duelos con sus alumnos de Ginaz, pero, aunque llevaba más de un siglo de servicio a los humanos, solo en una ocasión había matado de verdad: cuando mató accidentalmente al padre de Jool Noret.

—No tendría que luchar contigo —dijo el robot.

Las espadas de impulsos de Trig golpeaban, rebotaban y volvían a golpear. Pero Chirox desviaba los golpes una y otra vez, frenando las descargas de las puntas con el aislamiento de sus brazos mecánicos. La fiereza del rostro marcado de Trig era evidente, y atacaba con entusiasmo, sacando fuerza de su rabia.

Istian aferró su daga.

—Nar, detén esto o tendré que enfrentarme a ti personalmente.

El otro guerrero se volvió solo un instante, sorprendido.

—No, no lo harás…

Actuando de acuerdo con su programación, el mek de combate vio una ocasión y atacó, agitando los brazos-cuchilla. Una fina línea de sangre quedó marcada sobre el pecho de Trig. El hombre rugió y se arrojó de nuevo contra su oponente.

—Ya me encargaré de ti más tarde, Istian… ¡amigo de las máquinas!

La chusma gruñía, se movía amenazadoramente, pero parecían hipnotizados por la lucha.

Después de tantos años, Trig debía de haberse convencido a sí mismo de su superioridad como luchador. Y esperaba acabar con rapidez con el robot. Pero Chirox era mucho mejor que los otros robots de combate. Durante generaciones, había pulido sus habilidades y perfeccionado su programación frente a los mejores guerreros humanos de Ginaz. En su corazón, Istian no deseaba que su antiguo compañero sufriera ningún daño, ni quería tampoco que el
sensei
mek —a quien debía tanto— resultara dañado o fuera destruido.

El duelo seguía. Con una extraña vacilación, Chirox lanzó sus brazos-cuchilla sobre Trig. Pero en el último momento se frenó ligeramente y dio tiempo a su oponente a evitar los golpes. Aquella era una técnica que se utilizaba en la lucha contra escudo, pero Trig no llevaba escudo, y Chirox lo sabía. ¿Por qué luchaba de aquella forma? Seguramente no quería hacer daño a su antiguo alumno.

Mientras luchaba, el mek hablaba, aunque su atención no se desvió ni un momento del combate.

—Recuerdo un duelo similar, hace mucho tiempo, cuando medí mis fuerzas contra Zon Noret. Él me ordenó que luchara al máximo de mi capacidad. Creía que podía superarme.

Era evidente que Trig le había oído, pero golpeó a su oponente con renovado vigor. La chusma lanzó vítores cuando vio que una de las espadas de impulsos había desactivado el apéndice con cuchillas inferior de Chirox. El brazo de metal quedó colgando con flacidez. Istian sabía que el mek podía reponerse en un minuto, pero si Trig luchaba bien, desactivaría sus defensas antes de que tuviera tiempo de recuperarse.

Istian quería intervenir, quería detener aquella demostración absurda, pero las cosas habían ido demasiado lejos. Los cultistas gritaban. Algunos empezaron a lanzarle piedras al mek, y una tocó el costado de su nave. Otra rebotó contra el rostro metálico de Chirox, pero él siguió luchando y hablando.

—A Zon Noret le mató su exceso de confianza. Yo no quería matarle, pero él desactivó mis mecanismos de seguridad y no pude contenerme. Con su muerte, Ginaz perdió a un maestro de armas dotado que podía haber vencido a muchos otros enemigos mecánicos. Fue una forma de malgastar recursos.

—¡Te mataré, demonio! —Trig atacó de nuevo, y sus espadas de impulsos chocaron contra el metal—. No eres un oponente para mí.

—¡Espera! —gritó Istian. Una de las piedras de los cultistas le acertó en la frente, y se sintió perplejo, más por la sorpresa que por el dolor. La sangre del corte empezó a caerle por la frente.

Chirox no cambió de postura y siguió luchando.

—Me has obligado a participar en un duelo contra mi voluntad. Te he pedido que te detengas, pero te has negado. No me dejas alternativa, Nar Trig. Esto —dijo moviendo sus brazos articulados en un remolino de golpes que desorientaron a Trig, que trató por todos los medios de frenarlos— no es voluntario.

Y con un movimiento de uno de sus largos brazos-cuchilla, en lugar de tratar de pinchar a su atacante o detener sus golpes, asestó un poderoso golpe lateral y lo decapitó. La cabeza giró en el aire y cayó al suelo. La sangre salía a borbotones, y el cuerpo del fanático maestro de armas se sacudió, todavía en pie, tratando de responder a los impulsos nerviosos. Las dos espadas de impulsos cayeron al suelo. Y entonces el cuerpo cayó de rodillas y se desplomó de cara, vomitando sangre arterial.

Istian sintió un escalofrío. Trig había elegido aquel camino. Y él no había podido hacer nada para evitarlo. Su mente no dejaba de pensar y pensar, de repasar lo que él mismo había hecho.

Colectivamente, la chusma de cultistas contuvo el aliento y se hizo un profundo silencio. Istian sintió que el alma se le caía a los pies cuando vio sus caras.

Chirox permanecía inmóvil, como si hubiera decidido que la prueba ya había acabado. Había derrotado a su oponente, y ahora quería marcharse.

—Ha sido un enfrentamiento justo —gritó Istian a la chusma—. Nar Trig ha sido derrotado limpiamente. —Aunque no creía que el honor y la justicia estuvieran muy presentes en la mente de los cultistas.

—¡Esa máquina pensante ha asesinado a nuestro maestro de armas!

—¡Ha matado a un humano!

—Todas las máquinas deben ser destruidas.

—Él no es nuestro enemigo —dijo Istian limpiándose la sangre de los ojos.

—¡Una máquina pensante no puede cambiar lo que es! ¡Muerte a las máquinas!

Chirox irguió su torso metálico y replegó los brazos-cuchilla manchados de sangre. Istian se situó junto al mek, con sus armas en la mano.

—Chirox no ha hecho nada malo. Ha entrenado a incontables maestros de armas, nos ha enseñado a luchar contra las máquinas. Es nuestro aliado, no un enemigo.

—¡Todas las máquinas son nuestros enemigos! —gritó alguien.

—Entonces tendrías que pensar un poco quiénes son tus verdaderos enemigos. Este mek es un aliado de los humanos. Y ha demostrado que las máquinas pueden luchar por nuestra causa tan bien como cualquier guerrero.

Pero los gritos furiosos de los cultistas parecían indicar otra cosa. Aquella gente llevaba armas muy rudimentarias. Palos, garrotes, espadas o cuchillos improvisados. El levantamiento general se había extendido por toda Zimia, y los fanáticos iban por todas partes provocando incendios y destruyendo toda la tecnología que encontraban, incluso artefactos inocuos y útiles.

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