La batalla de Corrin (74 page)

Read La batalla de Corrin Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La batalla de Corrin
7.23Mb size Format: txt, pdf, ePub

La forma móvil requisada del titán hizo un movimiento furioso.

—¡Mire lo que me ha hecho, bashar supremo! Exijo una venganza…

—Te ha arrebatado tu cuerpo, Quentin. No dejes que también te arrebate tu humanidad. —Por dentro Vor sentía frío, y no por la temperatura de la torre—. Durante la Yihad, hemos tenido que comportarnos como monstruos para lograr nuestro objetivo en demasiadas ocasiones. Debemos dejarlo así, en un pequeño gesto.

—¡Me niego!

Vor rodeó la forma móvil de Juno.

—¡Quentin Butler, sigo siendo tu superior! Has dedicado tu vida entera al ejército. Y has realizado actos heroicos en numerosas ocasiones… no lo eches a perder ahora. Te estoy dando una orden directa, como bashar supremo.

Quentin permaneció inmóvil durante un largo momento. El cuerpo mecánico parecía temblar por la indecisión y el torbellino emocional que el hombre sentía por dentro.

Vor le explicó lo que tenía pensado. Finalmente, Quentin se acercó con su forma móvil a la ventana de la elevada torre. Con un poderoso movimiento de su antebrazo articulado y blindado, rompió el grueso cristal reforzado. Trozos de cristal y hielo cayeron, y un viento gélido entró aullando en la habitación.

Mientras sentía el viento helado morderle las pocas zonas del cuerpo que llevaba descubiertas, Vor cogió el contenedor de Agamenón y miró a las fibras ópticas, consciente de que su padre podía verle y oírle.

—Sé muy bien que soy lo que tú hiciste de mí. De ti aprendí que debo tomar las decisiones difíciles que los demás no se atreven a tomar y aceptar las consecuencias. Por eso pude dirigir la Gran Purga, aunque costase tantas vidas humanas. Y por eso debo ser yo quien haga esto.

»He leído tus extensas memorias, padre. Sé que imaginabas un final heroico para ti, que esperabas enfrentarte a grandes ejércitos y morir en una dura batalla.

Con el cilindro en las manos, se acercó a la ventana rota del mirador, pestañeando, porque el viento helado se le clavaba como un cuchillo en los ojos y las mejillas.

—Y sin embargo —siguió diciendo—, tú, el poderoso titán Agamenón, tendrás la muerte más ignominiosa.

Agamenón gritaba.

—No, Vorian. ¡No debes hacerlo! ¡Podemos iniciar una nueva Era de los Titanes! Nosotros…

Vor no hizo caso de las continuas protestas del general.

—Te doy lo que mereces… un final anodino, totalmente insignificante.

Y dicho esto empujó el contenedor por el alféizar. El cilindro cayó y cayó, derramando el electrolíquido azul, hasta que se hizo pedazos contra el hielo duro como el acero del glaciar haciendo saltar pedacitos de plaz, materia gris y líquido viscoso en todas direcciones.

Cuando todo hubo acabado, Vor y Quentin salieron al corredor.

—Los neos querrán su sangre —dijo el cimek—, y la mía… si tuviera, claro.

Durante un tiempo, los neocimek de los mundos conquistados recientemente seguirían adelante sin darse cuenta de que la estructura de mando había sido eliminada. Sin embargo, Vor sabía que los otros cimek tenían problemas de liderazgo, que entre ellos no había muchos capacitados para la toma de decisiones. Por eso los titanes habían secuestrado a Quentin y habían tratado de convertirlo en uno de ellos. Sin la dirección de Agamenón, los cimek de nueva generación no serían capaces de mantener unido su incipiente imperio. Su influencia se iría apagando.

Vor corría por delante en los túneles. Quentin le seguía tan deprisa como podía, porque no acababa de acostumbrarse a la forma móvil que le había quitado a Juno.

Las alarmas empezaron a sonar.

—En cuanto encuentren el resultado de nuestro trabajo, no tardarán en imaginar lo que ha pasado —dijo Vor casi sin aliento—. Tenemos que llegar a las naves. ¿Hay alguna nave cimek que sepas dirigir? Yo tengo el
Viajero Onírico
.

—No se preocupe por mí, bashar supremo. Hay muchas opciones.

Tres neocimek con lanzaproyectiles incorporados a sus formas móviles aparecieron por los corredores. En cuanto vieron a Vorian Atreides, el único humano que había en la fortaleza helada, activaron sus sistemas. Pero Quentin estaba con él, y los neos lo reconocieron enseguida como uno de los titanes.

—Juno, ¿os ocupáis del prisionero? —preguntó uno de los neos.

A modo de respuesta, Quentin levantó sus brazos armados, muy superiores, y les disparó poderosos torpedos. La precisión de aquellos proyectiles hizo estallar los contenedores cerebrales, y los cuerpos móviles de desplomaron sobre el suelo.

—Quizá con el disfraz bastará —dijo Quentin.

—No cuentes con eso. Vamos.

Quentin, que cada vez se movía con mayor seguridad, empezó a adelantar a Vor con sus largas zancadas mecánicas.

—Hay una forma de acabar con todo esto. El general Agamenón estaba tan paranoico que él mismo plantó las semillas de la destrucción de los cimek.

Antes de que Vor pudiera preguntar nada, se encontraron con varias formas móviles destrozadas en un túnel cercano al muelle de aterrizaje donde tenían el
Viajero Onírico
.

—Parece que hay alguien más haciendo la guerra a los cimek.

Tres neos llegaron con gran estrépito al muelle desde otros pasadizos. Quentin giró, preparándose para disparar, pero enseguida se dio cuenta de que los neocimek huían de algo.

Detrás aparecieron cuatro neos-subordinados convertidos a la fuerza tras el asesinato de los pensadores. Los antiguos cuidadores de los pensadores se habían apropiado de piezas sueltas de otras formas cimek, y habían incorporado aquellos apéndices y armas adicionales en una configuración de lo más estrambótica. Piezas de combate, como las de Beowulf, que se habían ido guardando para su reparación o reciclaje para otras formas móviles. Y ahora los sirvientes involuntarios de Agamenón lanzaban su propia revolución.

Los subordinados corrieron por la zona de aterrizaje, disparando a los neos leales a los cimek. Cuando los neos acorralados vieron la inmensa forma móvil del titán, parecieron animarse. Se reorganizaron, pensando que tenían un aliado en Juno.

Pero, aunque los neos-subordinados seguían disparando, Quentin levantó sus brazos y disparó a los neos por detrás. La metralla y el electrolíquido azul volaron por todas partes. Los subordinados vacilaron un momento, pero enseguida volvieron a disparar.

—Me vieron destruir el cerebro de Juno —explicó Quentin a Vor—. Seguramente eso es lo que por fin ha hecho que se decanten por la violencia.

Los subordinados se abalanzaron sobre los restos de los neos como carroñeros en un campo de batalla. Después de asegurarse de que los contenedores cerebrales estaban totalmente destruidos, desmontaron sus armas y las agregaron a sus sistemas.

Quentin hizo girar la torreta de su cabeza y se dirigió hacia los subordinados, que esperaban pacientemente.

—¿Qué avances habéis logrado?

—Diez de los nuestros han muerto. Solo quedamos cuatro, pero ya hemos matado a muchos neos. Los túneles están llenos de formas móviles inertes. Hemos destruido los laboratorios donde se fabrica el electrolíquido, hemos vaciado todas las reservas y destrozado la maquinaria necesaria para crear más. Si algún cimek sobrevive a esta batalla, no tardará en necesitar desesperadamente su líquido de soporte vital.

Vor se sintió como si le hubieran quitado un peso de encima.

—¡Excelente!

—Queda un problema. —Quentin se volvió hacia los subordinados—. ¿Sabéis dónde está Dante? Es el último de los titanes.

—Está en algún lugar del complejo, pero no sabemos muy bien dónde.

—Tenemos que encontrarle —le dijo Quentin a Vor—. Destruir a Dante es más importante de lo que imagina.

El
Viajero Onírico
estaba listo para despegar. Habría sido tan fácil escapar y volver a Salusa Secundus con la noticia, pero Vor resistió la tentación de aquella salida tan fácil.

—Quentin, hace dos décadas, el ejército de la Yihad cometió un grave error al dejar intacto un Planeta Sincronizado. No terminamos el trabajo y hemos pagado por ello. No pienso marcharme de aquí hasta que no hayamos acabado lo que vinimos a hacer.

—Gracias —contestó Quentin con voz pausada por el simulador de voz—. Gracias.

Dante siempre había sido poco más que un administrador; él había dirigido el negocio de derribar el Imperio Antiguo. Agamenón y Juno tenían muchas más inclinaciones militares que él. En cuanto descubrió que sus compañeros titanes habían sido asesinados, supo que tenía un grave problema. No sabía cómo había podido pasar, pero no se quedaría a esperar a un enemigo tan formidable.

Hessra no era la base más importante del nuevo imperio de los titanes. Tenían muchos más neos y esclavos humanos en los mundos ocupados de Richese y Bela Tegeuse, y en otros; y defensas mucho más importantes. A Agamenón nunca le preocupó especialmente perder el control sobre Hessra.

Así pues, mientras los neos leales seguían luchando contra los neos-subordinados suicidas, Dante salió por las arcadas de la ciudadela y se escabulló por el paisaje helado hasta las naves de guerra titanes. Eran las mismas que había utilizado para el ataque de prueba que demostró la interacción fatal entre los escudos Holtzman y el láser. Avanzó con rapidez por aquel terreno azotado por los vientos y, cuando llegó a una de las naves, alineó los puntos de anclaje y ajustó sus sistemas mecánicos para que su contenedor cerebral se soltara y fuera instalado en la nave. Tenía que salir de allí.

De los veinte titanes originales, solo quedaba él. Cuando los mentrodos se conectaron automáticamente a los sistemas de control, puso en marcha los motores. Sí, ahora podría huir y salvarse.

Dante no era un cobarde, solo era pragmático. Aquella rebelión estaba provocando demasiados daños. Su idea era volver con una fuerza abrumadora de Richese o alguno de los nuevos mundos conquistados. Con ayuda de los refuerzos, acabaría enseguida con la revuelta, y podrían seguir adelante.

Su nave se elevó al cielo vacío. Dante se sintió a salvo.

Instalado cómodamente ante los controles del
Viajero Onírico
, Vor activó los sistemas y se preparó para despegar. Los escáneres estaban operativos, listos para apuntar a su objetivo, en cuanto supiera dónde estaba. Los neos-subordinados informaron que habían visto la forma móvil del titán en el glaciar, instalándose en una de las formas bélicas.

Quentin avanzó con su inmenso cuerpo mecánico. Su simulador de voz estaba amplificado y su voz sonó atronadora.

—¡Es fundamental que no escape! Bashar supremo, ¿cuándo estará listo para partir? ¿Puede interceptarlo?

—El
Viajero Onírico
es rápido, pero no tiene armas suficientes. Pero podría entretenerlo. ¿Tienes algo…?

—Sí. —Quentin retrocedió sobre sus múltiples patas—. Entreténgalo un poco. Yo le seguiré en cuanto pueda. Y entonces Dante no podrá escapar. Es imperativo que no le dejemos escapar.

Vor comprendía la necesidad de venganza del primero. Manipuló aquellos controles tan familiares que Seurat le había enseñado a utilizar hacía tanto tiempo, y el
Viajero Onírico
salió a toda velocidad en pos de la nave titán.

Quentin avanzó por las cámaras subterráneas hacia un lugar donde había guardada otra enorme nave. Había visto al general utilizarla en más de una ocasión, y Juno se la había enseñado para demostrarle las ventajas de los cuerpos cimek sobre la débil forma del humano. Y ahora Quentin podría utilizarla para algo mucho más satisfactorio.

La nave de guerra personal de Agamenón.

El
Viajero Onírico
salió al cielo estrellado y siempre crepuscular de Hessra. La nave de Dante, muy por delante, volaba hacia los límites del sistema.

Cuando el último de los titanes vio que solo una pequeña nave le perseguía, una simple nave de actualización, dio la vuelta y volvió atrás. Ya le había advertido a Agamenón que no confiara en su hijo humano, y no se había equivocado.

—Vorian Atreides. —Pronunció el nombre con voz neutra, como si no le sorprendiera—. ¿Eres tú el responsable de este desastre?

—No querría llevarme todo el mérito. Solo soy un hombre. Y a lo largo de su historia los titanes habéis generado una deuda tan grande que un hombre solo no podría cobrarla.

—Sabes que si quiero puedo destruir tu nave —dijo Dante, como si creyera que con amenazarle bastaría—. El
Viajero Onírico
no fue diseñado para enfrentarse a una nave cimek de guerra.

—Puede, pero tengo mucha más maniobrabilidad que tú. —Y dicho esto lanzó una andanada de pequeños proyectiles contra el casco de la nave de Dante y con un rápido bucle evitó los imponentes disparos del titán.

Vor volvió a descender por detrás e hizo correr al titán lanzando cuatro explosivos que inutilizaron uno de sus motores. El titán hizo girar su nave y abrió fuego. Esta vez chamuscó la base del
Viajero
.

La nave de Vor empezó a girar fuera de control, pero finalmente logró estabilizarla. Dio la vuelta y provocó deliberadamente al titán por la línea de comunicación con la esperanza de entretenerle como le había pedido Quentin. Dante le disparó de nuevo y tocó la proa de la nave.

En ese momento, una nave inmensa y horripilante, como un pterodáctilo diabólico, se precipitó contra Dante. Aquel coloso de formas angulosas salió de la nada, disparando, e hizo que la nave del titán se tambaleara.

Vor oyó la voz de Quentin por el comunicador, hablándole en el lenguaje en clave especial que había desarrollado el ejército.

—Debe saber por qué es tan importante que eliminemos a Dante. Cuando el general Agamenón creó su ejército de neocimek, temía que no le fueran leales, y por eso instaló un mecanismo de seguridad en sus contenedores cerebrales. Si en algún momento sospechaba de una traición, podía activarlo de forma individual.

»Y, a modo de seguro, los tres titanes crearon también una especie de dominó. El contenedor de cada uno de los titanes tiene una señal codificada. Al menos uno de ellos debe regresar regularmente en un radio de alcance de los neocimek para transmitir la señal, porque de lo contrario los neos quedarían desconectados de forma permanente. Sus mecanismos de soporte vital irían fallando y acabarían muriendo.

Vor no se lo podía creer.

—¿Me estás diciendo que si destruimos a Dante, de un solo golpe habremos destruido a toda la fuerza enemiga?

—Más o menos, aunque es posible que haya algún otro factor envuelto. Los neos locales quedarían fuera de combate de forma inmediata en cuanto muera el último titán. Agamenón estaba bastante paranoico.

Other books

The Hawk and the Dove by Virginia Henley
Dirty Truths by Miller, Renee
The Log Goblin by Brian Staveley
A Man Named Dave by Dave Pelzer
El enigma de la calle Calabria by Jerónimo Tristante
JFK by Stone, Oliver, Prouty, L. Fletcher