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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (37 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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—Vaya, después de todo, parece que no vienen a rescatarnos. —Y dio un profundo suspiro de resignación mientras el ejército de la Yihad seguía con su misión. La Liga había ido hasta allí para destruir a Omnius, no para salvar a un puñado de esclavos humanos—. Solo somos un daño colateral.

Pero entendía lo que trataban de hacer, y sintió cierto orgullo al comprender que tendría ocasión de morir en combate… en la que quizá sería la última gran batalla de aquella espantosa guerra. Hasta entonces, a Borys no se le había ocurrido ninguna forma digna de dar su vida. Si la Armada tenía éxito, las máquinas serían destruidas.

—Luchad bien y que vuestros enemigos caigan deprisa —musitó para sus adentros.

Las veloces kindjal y los bombarderos penetraron en la atmósfera. Los intensos destellos eran extrañamente silenciosos. La onda expansiva de fuerza desintegradora cayó sobre Borys, cayó por igual sobre humanos y robots mucho antes de que pudieran oírla acercarse.

El grupo de combate volvió a plegar el espacio para dirigirse al siguiente sistema. Afortunadamente, esta vez Vor no perdió ninguna nave importante. De acuerdo con la información recogida por la última ronda de mensajeros, quedaban menos de trescientas ballestas y jabalinas de las mil con las que habían comenzado.

Vor comprobó la actividad en la superficie del Planeta Sincronizado que veía allá abajo, su siguiente objetivo, poco más que un nombre y unas coordenadas. «Así es como debo verlo». Un objetivo, una victoria necesaria. Incluso si la población esclavizada del planeta le daba la bienvenida, él debía dar la orden y lanzar el ataque. Convertir cada Planeta Sincronizado en un yermo estéril. Tras convencerse a sí mismo de que aquello era necesario, dejó de pensar. Endureció su corazón, porque no tenía elección.

Vor siguió saltando sistemáticamente por el espacio plegado, golpeando más planetas enemigos, y perdió otras dos naves. Sus escuadrones de bombarderos atacaban simultáneamente. Los guerreros de la Yihad, cada vez más furiosos, viajaban de un mundo a otro, acercándose más y más a Corrin, el mundo central de las máquinas. Todas las otras supermentes fueron eliminadas. Con cada nuevo éxito, la flota de la Yihad dejaba una estela de mundos devastados, sin ningún tipo de vida, ni mecánica ni humana.

Finalmente, Vor se reunió con el resto de la flota, como estaba previsto, y contaron sus efectivos. Solo quedaban doscientas sesenta y seis naves. Las unió todas en un grupo único de batalla, dirigido por él mismo, con Quentin Butler como segundo. No había tiempo para lamentarse, para llorar… no todavía. Vor lograría la victoria al precio que fuera. No había sitio para reproches, no podían volver la vista atrás.

Ahora no podían detenerse. La monstruosa flota robótica seguía su camino a Salusa Secundus. Sin pararse a consultar a su conciencia, Vor reunió sus naves y las preparó para el siguiente salto.

A Corrin.

43

No hay dos cerebros humanos que sean iguales. Un concepto difícil de asimilar para una máquina pensante.

E
RASMO
,
Reflexiones sobre los
seres biológicos racionales

Con los motores calientes y utilizando los últimos restos de combustible para una brusca desaceleración, el primer grupo de naves de guerra robóticas regresó del asalto frustrado a Salusa Secundus. La misión había sido abortada, y habían tenido que cambiar sus prioridades por orden directa del Omnius Primero. El grupo de naves robot serviría como primera defensa contra la Gran Purga de los hrethgir. Todas las proyecciones mostraban un resultado similar: las naves humanas cargadas de armamento atómico llegarían muy pronto.

Tras recibir aquella chocante noticia por boca de Vidad, Omnius había enviado diez naves superveloces con potentes motores a buscar a la flota de exterminio y traerla de vuelta a Corrin. Las naves de la Liga estaban en camino. ¿Era posible —probable— que el resto del Imperio Sincronizado ya hubiera sido destruido?

Las naves superveloces consumieron todo el combustible por la aceleración continua, y salieron del sistema a una velocidad cada vez más alta, sin reservar energía para el viaje de vuelta o tan siquiera para la desaceleración. Los mensajeros alcanzaron al grueso de la flota de

Omnius en cinco días, pero no pudieron reducir la velocidad para atracar en las naves más grandes. Simplemente, transmitieron las órdenes de la supermente y reprogramaron la flota mientras pasaban de largo en su precipitada carrera.

La flota robótica tuvo que dispersarse para que cada nave pudiera maniobrar y dar la vuelta. Las naves que podían alcanzar una mayor velocidad tenían prioridad, y partieron las primeras en un frenético viaje de vuelta para formar un cordón protector alrededor del principal de los Planetas Sincronizados. Estas naves más veloces forzaron tanto sus sistemas que muchas llegaron bastante maltrechas a Corrin, con los sistemas sobrecargados o, directamente, inutilizados. Las naves más voluminosas y lentas llegarían después, tan pronto como fuera posible.

Entretanto, Omnius modificó todas sus industrias de tierra para producir armas y guerreros de combate. En unos pocos días, había establecido una defensa rudimentaria. El segundo grupo de naves de guerra empezó a llegar con cuentagotas… acompañado por el capitán de una nave de actualización que traía una esfera completa del Omnius de uno de los planetas destruidos.

Meses atrás, cuando escapó de su largo cautiverio a manos de Agamenón, a Seurat le habían reasignado a su antiguo trabajo, que realizaba con gran eficacia. Ahora llegaba tras escapar por muy poco de un Planeta Sincronizado cercano, uno de los primeros objetivos de la Gran Purga. Traía la confirmación directa de que un grupo de combate de la Yihad había aparecido como salido de la nada, atacó con un abrumador despliegue de ojivas nucleares de impulsos y luego desapareció, como si pudiera entrar y salir de un agujero en el tejido del espacio/tiempo.

Exactamente como había dicho el pensador de la Torre de Marfil. Tras darle esta información, Vidad consideró que ya había cumplido con su deber. Mientras las máquinas pensantes entraban en un torbellino de reacciones y preparativos, el pensador y su único acompañante humano partieron de inmediato en un relajado viaje de regreso a Salusa. Omnius no trató de detenerlos; ahora la figura del pensador era totalmente irrelevante.

Cuando supo de la llegada de Seurat, Erasmo decidió visitar inmediatamente la nave de actualización y entrevistarse con su capitán.

—Me gustaría acompañarle, padre —dijo Gilbertus, dejando al plácido clon de Serena entre las flores del jardín.

—Tus opiniones siempre son valiosas.

Un levitatrén los llevó a través de la ciudad hasta el puerto espacial, donde una estilizada nave de actualización blanca y negra descansaba sobre una nueva sección de pistas, no muy lejos de la terminal de metal reluciente. Cuando se encontró con el capitán, Erasmo estableció una interfaz con la unidad autónoma. Estudió los registros mentales de Seurat y, conforme ahondaba en su análisis, vio que surgían detalles interesantes.

El robot piloto había recibido una nueva copia de actualización y estaba listo para salir del Sistema Sincronizado cuando de pronto una flota enemiga salió de la nada, aniquiló la encarnación de Omnius y se desvaneció en el cosmos en un abrir y cerrar de ojos, sin duda para lanzar nuevos ataques. Seurat regresó a Corrin tan deprisa como pudo, llevando casi al límite la capacidad de los motores de su nave.

Erasmo interrumpió la conexión para analizar aquellas sorprendentes noticias. Se volvió hacia Gilbertus.

—Las acciones de las fuerzas de la Yihad son de lo más inesperadas. Están matando a millones y millones de humanos en los Planetas Sincronizados.

—No puedo creer que los humanos elijan voluntariamente aniquilar a tantos de los suyos —dijo Gilbertus.

—Mentat mío, siempre lo han hecho así. Solo que esta vez también están aniquilando a las máquinas pensantes.

—Me avergüenzo de pertenecer a esa especie.

—Están haciendo lo que haga falta para exterminarnos, al precio que sea.

—Usted y yo somos únicos, padre. Somos libres de la influencia no deseada de humanos y máquinas.

—Nunca seremos libres de nuestro entorno ni de nuestra configuración interna. En mi caso, es la programación y los datos adquiridos; en el tuyo, la genética y las experiencias vitales. —Mientras hablaba, Erasmo reparó en un par de relucientes ojos espía que flotaban en el aire, recopilando y transmitiendo datos—. El futuro de los dos depende de los resultados de esta gran guerra. Muchas cosas influyen en nuestro comportamiento y nuestras circunstancias, tanto si somos conscientes como si no.

—No deseo morir víctima del odio que los humanos sienten por las máquinas pensantes —dijo Gilbertus—. Y tampoco quiero que muera usted, padre.

A Erasmo le pareció que su hijo adoptivo estaba auténticamente triste, y que era del todo leal. Pero, décadas atrás, Vorian Atreides también se lo había parecido. Apartó aquel pensamiento y pasó un pesado brazo de metal por los hombros de Gilbertus, simulando un gesto de afecto.

—Volverán suficientes naves de nuestra flota para protegernos —dijo para tranquilizar a su pupilo humano, aunque no tenía datos fidedignos para confirmar sus palabras. Las máquinas tendrían que parapetarse en Corrin, establecer una base tras una barrera tan impenetrable que ningún humano pudiera tocarla.

—Es totalmente necesario —intervino Omnius, que había estado escuchando—. Es posible que yo sea la última encarnación de la supermente.

44

Si me dieran la oportunidad de escribir mi propio epitafio, hay muchas cosas que no diría. Muchas que jamás confesaría. «Tenía el corazón de un guerrero». Este es el mejor epitafio que podría esperar.

C
OMANDANTE SUPREMO
V
ORIAN
A
TREIDES
,
a un biógrafo

En la oscuridad del espacio, lo que quedaba de la flota de la Yihad se desplazaba en una formación algo dispersa mientras diferentes equipos trabajaban a contrarreloj para tener sus naves a punto para el asalto final contra Corrin. Hacían reparaciones, preparaban ojivas nucleares, comprobaban el estado de los motores y los escudos Holtzman para la última batalla.

—En cuestión de horas, habremos destruido al último Omnius —dijo el comandante supremo Atreides por la línea de comunicación entre las naves—. En cuestión de horas, la raza humana será libre por primera vez desde hace más de mil años.

El primero Quentin Butler, que escuchaba el discurso desde el puente de su ballesta, asintió. A su alrededor, en el espacio, con el telón de fondo de las estrellas lejanas, las naves que quedaban de su flota despedían el reconfortante resplandor de las luces del interior y los sensores verdes anticolisión. Oía un parloteo continuo entre los canales de comunicación, continuas transmisiones sobre la marcha de los preparativos, informes de los guardas que vigilaban en las zonas más apartadas. Los martiristas entonaban cantos dando gracias, rezaban pidiendo venganza.

«Ya casi ha terminado». Con la flota de exterminación robótica a semanas de distancia, Corrin estaría totalmente desprotegido.

Quentin se sentía el corazón muerto, consumido por la certeza de haber acabado con la vida de millones y millones de esclavos humanos inocentes, pero intentaba evitar que estos terribles pensamientos penetraran en su conciencia. En aquellos momentos de oscuridad, Quentin solo encontraba consuelo en las palabras del comandante supremo Vorian Atreides. Habían tenido que tomar una decisión terrible pero, aunque el precio era altísimo, muchos más humanos morirían si no hacían de tripas corazón y aceptaban la responsabilidad de aquel reto.

Lograr una victoria total contra las máquinas pensantes, al precio que fuera.

Quentin no soportaba estar allí sentado en su nave, sin hacer nada. Necesitaba entrar en acción, acabar ya con aquella terrible tarea. Si se quedaban quietos demasiado tiempo, todos empezarían a pensar y pensar…

Corrin, el principal de los Planetas Sincronizados —el último de los Planetas Sincronizados—, era mucho más importante que todos los otros. Y ahora que se había convertido en el último bastión de la supermente, las apuestas eran muy altas y el peligro era mayor que nunca. Si una parte de la inmensa flota de ataque se había quedado atrás para protegerlo, las máquinas dedicarían todos sus recursos a luchar por su supervivencia. Teniendo en cuenta que, después de la Gran Purga, las naves de la Liga que quedaban estaban muy tocadas y eran muchas menos, la batalla podía ser terrible.

Si Omnius lograba salvar una copia de sí mismo antes del ataque atómico, si un capitán de una nave de actualizaciones como Seurat escapaba con una esfera de circuitos gelificados de la supermente, todo estaría perdido. Las máquinas volverían a propagarse.

Vorian Atreides había propuesto una solución innovadora. Entre las armas que llevaban con ellos, había transmisores de impulsos descodificadores que podían instalarse en miles de satélites. Antes de iniciar la batalla de Corrin, distribuirían los satélites Holtzman formando una red alrededor del planeta, para atrapar así de forma irremisible a la supermente.

En aquellos momentos, antes del ataque final, Quentin veía a sus oficiales y técnicos suboficiales en sus respectivas tareas, con aire apresurado. Su ayudante temporal estaba muy cerca, joven y expectante, lista para cumplir las órdenes de su superior o realizar otras tareas clave, para que Quentin pudiera concentrarse en el inminente combate… ¿Sería realmente la batalla final?

Desde que podía recordar no había conocido otra cosa que no fuera la Yihad. Se había convertido en un héroe muy pronto en su carrera, se había casado con una Butler y había tenido tres hijos que sirvieron en la lucha contra las máquinas pensantes. Había dedicado toda su vida a aquella guerra implacable. Pero en aquellos momentos se sentía terriblemente cansado y lo único que quería es que la guerra se acabara. Como el mito de Sísifo, condenado a una tarea imposible e infernal para toda la eternidad. Quizá si algún día volvía a Salusa —si Salusa sobrevivía a la batalla— se recluiría en la Ciudad de la Introspección y terminaría sus días sentado junto a Wandra, con la mirada perdida en el vacío…

Pero estaban en guerra, así que Quentin se obligó a dejar a un lado aquellos pensamientos. Le debilitaban emocional y físicamente. Como liberador de Parmentier y defensor de Ix, era un ejemplo para un número importante de yihadíes y mercenarios. Por muy cansado que estuviese, por muy pesimista que se sintiera, no debía demostrarlo.

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