Cuando los dos caminaban de vuelta a la entrada de la antigua ciudadela de los pensadores, Vor sintió dudas. Por un momento, pensó en huir en el
Viajero Onírico
, antes de que los cimek pudieran realizar su horripilante vivisección. Pero le había costado demasiado preparar aquello, y no podía echarse atrás.
El titán andaba pavoneándose detrás de él.
—Te gustará ser cimek, te lo prometo. Podrás ser lo que quieras, y no estarás constreñido por las limitaciones de una endeble forma biológica. No importa lo que imagines, nosotros podemos crear una forma que se amolde a cualquier deseo.
—Puedo imaginar muchas cosas, padre. —Allá en lo alto, el cielo glacial parecía una prolongación de la superficie del planeta, como si el hielo y la nieve se hubieran extendido también al cielo y hubieran dejado una capa de aire en medio.
Vor caminaba tan erguido como podía, y aunque seguía pareciendo joven y viril, se sentía muy antiguo. Tratando de reunir el valor para lo que le esperaba, entró en la estructura gigante. Y en los pasadizos, a pesar de las diferentes capas de ropa protectora que llevaba, sintió frío.
—Antes de someterme a la operación, ¿por qué no me dejas que te acicale una vez más, como antes?
—¿Por los viejos tiempos? Algunos clichés nunca pasan de moda, ¿verdad?
Vor rió, con un sonido que pareció hueco al disiparse en el inmenso vacío que los rodeaba.
—Por supuesto, siempre puedes cambiarte a una forma móvil limpia, pero me gustaría experimentar esa sensación una vez más antes de renunciar para siempre a mi cuerpo. Y los dos disfrutaríamos.
—Una idea excelente… y luego podré admirar mi aspecto. —Agamenón hacía sonar su adorno de cota de malla al caminar por los fríos corredores, construidos hacía siglos. El adorno se veía tan extraño y fuera de sitio como los artilugios, cuchillos y pistolas de proyectiles que tenía en las jaulas de exposición que llevaba alrededor de su forma móvil.
A Vor la adrenalina y la expectación lo movían a seguir adelante, sofocado y ansioso. El y el general estaban expectantes por motivos diferentes.
En aquellos momentos, mientras Juno preparaba la sala de operaciones, su padre lo guió por una serie de murallas protegidas por neocimek con contenedores cerebrales translúcidos situados en bastidores, como extraños genitales mecánicos. Subieron a una torre, aún medio enterrada en el hielo, que se alzaba sobre el paisaje helado y agrietado. A Agamenón siempre le había gustado examinar sus territorios, por muy escasos que fueran.
—Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que me acicalaste —dijo Agamenón, apoyando su forma móvil contra el material de mantenimiento que los cimek habían reunido—. Voy a disfrutar de esto, Vorian. De hecho, creo que te operaré yo mismo, como agradecimiento por haberme limpiado y abrillantado.
—No querría que fuera de otro modo, padre.
En lo alto de la fría torre, entraron en una habitación enorme y llena de espejos, con cuatro formas cimek vacías contra las paredes… diferentes formas de combate que al general le gustaban especialmente. Los productos para limpiar y pulir estaban pulcramente colocados en unos armarios y estantes. Un amplio ventanal miraba sobre la extensión gris y helada de Hessra. Vor se estremeció involuntariamente. Mientras examinaba aquellos productos, recordó lo joven e inocente que era en sus días de humano de confianza. En aquel entonces, creía las falsas memorias del general, sus historias, sus teorías. Nunca se le ocurrió cuestionar lo que le decían. En cambio ahora ya no creía nada.
Había vivido y aprendido muchas cosas.
—Bien, padre —dijo Vor volviéndose hacia el cimek, que esperaba—. Empecemos.
Apoya siempre a tu hermano, tanto si tiene razón como si no.
Dicho zensuní
Tras el éxito del ataque kanla, Ishmael se dirigió a su gente en el interior de la cámara más grande de su poblado en las cuevas. Se sentía vivo por primera vez desde hacía mucho tiempo, y la sangre bullía en el interior de su viejo cuerpo. Él y sus hombres, demasiado civilizados, habían matado a sus enemigos y se habían repartido los despojos. Se habían quedado el agua, la comida, el material y el dinero de los extraplanetarios. Pero para Ishmael aquello no bastaba… nada podría compensar lo que los comerciantes de carne habían hecho en los otros poblados atacados.
Ahora que aquella prueba había pasado y estaban en casa, El’hiim se sentía profundamente turbado por lo que había visto, sobre todo por el acto de desangrar a un enemigo para aprovechar el líquido de su cuerpo.
—Hemos tirado por la borda siglos de civilización —le dijo con voz serena a Ishmael—. Nos hemos convertido en animales, y ahora ninguna ley de Arrakis nos apoyará. Hemos perdido más de lo que hemos ganado.
—Te equivocas. Hemos recuperado nuestro bagaje —repuso Ishmael—. Siempre hemos seguido las leyes del desierto, la ley de la supervivencia… la ley de Budalá. ¿Qué me importan las leyes que dictan los hombres civilizados en sus bonitas casas?
El’hiim frunció el ceño.
—A mí sí me importan.
Pero Ishmael no quería dejar que el asunto se enfriara. Cuando los ancianos se reunieron, habló con vehemencia, y muchos hombres y mujeres jóvenes le escucharon.
—Los esclavistas atacaron nuestro poblado, pero les hemos echado. Y hemos vengado a los que murieron en el otro poblado… ¡pero nuestros enemigos seguirán viniendo, una vez y otra vez! Les hemos abierto la puerta. Hemos dejado que los chacales descubran nuestra guarida. —Y alzó un puño retorcido—. Nuestra única esperanza es volver a las costumbres de Selim Montagusanos. Debemos coger solo lo necesario para sobrevivir y replegarnos a lo más profundo del desierto, donde los esclavistas no puedan encontrarnos.
Algunos de los presentes lanzaron vítores con entusiasmo, otros parecieron inquietos. Después de su sanguinaria aventura, algunos jóvenes querían más ataques de venganza, como cuando eran una banda de forajidos.
El naib El’hiim, con aire preocupado, se puso en pie y trató de calmar los ánimos.
—No hay necesidad de ser tan reaccionario, Ishmael. Los que atacaron el poblado eran criminales, y han sufrido el castigo más definitivo. Problema resuelto.
—El problema está en la base de nuestra sociedad —dijo Ishmael—. Por eso debemos partir y reencontrar nuestra esencia. Debemos recordar la profecía de Selim Montagusanos y hacer lo que nos dijo.
—Soy el naib, y el Montagusanos era mi padre. No demos más importancia de la que tienen a los sueños que tenía después de consumir altas dosis de melange. ¿Acaso no tenemos todos extrañas visiones cuando bebemos demasiada cerveza de especia? —Algunos de los Free Men rieron por lo bajo, en cambio Ishmael frunció el ceño—. Huir de nuestros problemas no nos ayudará a resolverlos, Ishmael. La solución que propones es… simplista.
—Y la tuya es ciega y cómoda, naib —espetó Ishmael—. Has visto a los extraplanetarios esclavizar y matar a nuestra gente, y sin embargo quieres hacer negocios con ellos y actuar como si nada hubiera pasado. Crees que podemos coexistir pacíficamente.
El’hiim dio una palmada.
—¡Sí, lo creo! Debemos coexistir.
—No me interesa ser un buen vecino de esa escoria. —Hasta ese momento, Ishmael había pensado que si obtenía el apoyo de los demás podría hacer que su hijastro cambiara de opinión. Pero vio que solo había una solución posible, una solución que llevaba años preparándose. Él había criado a El’hiim, había dado su palabra a Marha, y por eso no había querido emprender la acción más obvia, más necesaria. Pero, por el bien de su gente y el futuro de Arrakis, no podía seguir evitándolo.
Se volvió hacia su hijastro, al que había salvado de los escorpiones, al que había enseñado y protegido. Pero ahora debía proteger a su pueblo. Aquella decisión le desgarraba, y quizá el fantasma de Marha volvería para perseguirle por haber roto su promesa. Pero tenía que hacerlo. Debía ayudar a los zensuníes a conservar su libertad y su vida. Y en el fondo de su alma sabía que El’hiim los llevaría a la debilidad y la destrucción.
—Ishmael, hay muchos factores que considerar —dijo El’hiim tratando de aplacarlo—. Todos entendemos que los acontecimientos recientes resultan inquietantes. Pero si volvemos a convertirnos en forajidos, perderemos todo lo que hemos logrado en el pasado medio siglo. Quizá juntos podríamos…
—Un desafío —dijo Ishmael interrumpiéndolo con voz atronadora.
El’hiim lo miró.
—¿Qué…?
Ishmael levantó la mano y golpeó al naib en la cara, para que todos lo vieran.
—Un desafío, según la tradición zensuní. Has dado la espalda a buena parte de tu pasado, El’hiim, pero nuestra gente no dejará que pases esto por alto.
El acto colectivo de contener la respiración resonó por la cámara. El’hiim retrocedió, sin acabar de creerse lo que el anciano había hecho.
Levantó las manos.
—Ishmael, detén esta locura. Soy tu…
—No eres mi hijo, no eres el hijo de Selim Montagusanos. Eres un insecto miserable que se está comiendo el corazón de nuestro pueblo.
Ishmael no pudo controlarse y volvió a abofetearle en la otra mejilla, esta vez más fuerte. Un insulto mortal.
—Te desafío por el título de naib. Nos has traicionado, nos has vendido a cambio de beneficios y comodidades. Te desafío a duelo por el control de todos los zensuníes, por nuestro futuro.
El’hiim parecía asustado.
—No lucharé… no puedo luchar contigo. Eres mi padrastro.
—He tratado de educarte en los caminos de Selim Montagusanos. Te enseñé las leyes del desierto, los sagrados sutras zensuníes. Pero me has avergonzado, y eres una vergüenza para la memoria de tu verdadero padre. —Levantó la voz—. Ante todos los presentes, renuncio a ti como hijo adoptivo… y que mi amada Marha me perdone.
La gente no podía creerlo. Pero Ishmael no vaciló, aunque veía la expresión perpleja y asustada de El’hiim.
—La ley zensuní es muy clara, El’hiim: si no quieres enfrentarte a mí, como exige la tradición, entonces dejaremos que decida Shai-Hulud.
Al oírle el naib pareció horrorizado. Los otros Free Men de la cámara observaban. Sabían exactamente lo que eso significaba.
Su futuro se decidiría en un duelo entre gusanos de arena.
Son tantas las cosas que dependen de percepciones… Vemos los acontecimientos a través del filtro de nuestro entorno, y eso hace más difícil saber si estamos haciendo lo correcto. En esta terrible tarea que debo acometer —un acto pecaminoso si se mira objetivamente— el problema es más evidente que nunca.
B
ASHAR SUPREMO
V
ORIAN
A
TREIDES
Cuando separaron su cerebro de su cuerpo, Quentin no tuvo que presenciar la espantosa intervención. Los cimek extrajeron su cerebro del cráneo antes de que recobrara la conciencia. En cambio, ahora tendría que ver con sus nuevas fibras ópticas cómo repetían el proceso con Vorian.
Juno parecía especialmente orgullosa del siniestro despliegue de instrumental de aquella fría sala de intervenciones. El metal y el plaz de las herramientas relucían, pero pronto quedaría cubierto de sangre.
A pesar del aislamiento de su contenedor cerebral, a Quentin le costaba controlar el sentimiento de repulsión. Esperaba que el bashar supremo supiera lo que estaba haciendo.
Dos de los híbridos neos-subordinados estaban por allí para ayudar en la operación que convertiría a Vorian Atreides en cimek. Al igual que Quentin, los subordinados participaban en aquello a la fuerza, pero no esperaba que le ayudaran. Estaban preparando la sala para la intervención, en silencio.
Una maquinaria voluminosa y articulada estaba conectada a las paredes y el techo de la sala, un variado surtido de taladros y láseres, agujas sonda, sierras de diamante y tenazas. Junto a una mesa pulida, había unos cubos metálicos donde tirarían las extremidades y los órganos. La mesa de operaciones estaba equipada con canales de drenaje.
—Durante un rato la cosa se pondrá un poco asquerosa —señaló Juno muy animada—. Pero el fin siempre justifica los medios.
—Los cimek siempre han justificado sus actos —dijo Quentin.
—¿Detecto un dejo de amargura en tus palabras, cachorrito mío?
—¿Acaso lo niegas? A mí mismo me cuesta justificarlo, pero el bashar supremo dice que debo intentarlo. —No soportaba tener que decir aquellas palabras—. Yo no elegí convertirme en cimek. No esperes que lo acepte tan fácilmente… aunque empiezo a ver que tiene sus ventajas.
—Sí, los hombres podéis ser de lo más obstinados. Llevo más de mil años con Agamenón. —Y volvió a reír por lo bajo.
Para su participación en aquel acto, a Quentin se le asignó una pequeña forma móvil con brazos manipuladores, un cuerpo mecánico que no suponía una amenaza para la estructura de Juno, mucho más grande y compleja. La titán podía aplastar fácilmente a cualquier neo.
Mientras los monjes mecánicos esterilizaban el material quirúrgico, Juno le dio a Quentin una detallada explicación de cómo llevarían a Vor a la sala y lo prepararían.
—Había pensado aplicarle la suficiente anestesia para que la intervención le resultara más fácil. Sin embargo, en cierto sentido, hay algo puro y elemental en el dolor que experimenta la carne física. Y esta es la última oportunidad que Vor tendrá de sentirlo. —Rió con disimulo. Aunque a Quentin la risa le pareció más bien perversa—. Quizá tendríamos que hacerlo sin darle nada… para que tuviera un último recuerdo de lo que es el dolor de verdad.
—Eso me suena más a sadismo que a generosidad —dijo Quentin, siguiendo en su papel de resignado para que Juno no sospechara—. Si el hijo de Agamenón se ha unido voluntariamente a vuestra causa, ¿por qué provocarle? —Y se adelantó un poco para examinar los láseres quirúrgicos, los dedos manipuladores y cortadores diseñados para la delicada intervención en el cerebro.
Juno se colocó donde pudiera proteger el material más importante, y mantenía a Quentin lejos de los poderosos cúteres y de las armas pesadas de aquella horripilante cámara, aunque no creía que el derrotado oficial de la Yihad tratara de atacarla. Nunca más permitirían que tuviera acceso a herramientas importantes.
Pero ese era el punto débil de Juno: que nunca pensaba en las cosas pequeñas. Quentin se fijaba en detalles que los titanes ni siquiera veían. Los titanes tenían más de un talón de Aquiles.