La batalla de Corrin (52 page)

Read La batalla de Corrin Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La batalla de Corrin
3.27Mb size Format: txt, pdf, ePub
63

Cuando probamos nuestros poderes frente a otros, poniendo a prueba nuestras capacidades y nuestros cuidadosos programas, podemos prepararnos cuanto queramos. Porque cuando nos encontramos en medio de una batalla real, todo lo que sabemos se convierte en una mera teoría.

Z
UFA
C
ENVA
, lección a las hechiceras

Aunque Quentin y Faykan nunca lo habrían sospechado, Abulurd visitaba regularmente a su madre en la Ciudad de la Introspección. Después de recibir la terrible noticia del valiente fin de su padre a manos de los cimek durante la ceremonia de su ascenso, se sentía más solo que nunca.

Su hermano vivía inmerso en el mundo de la política como virrey interino, mientras que Vorian Atreides estaba buscando la forma de enfrentarse a Agamenón y sus titanes supervivientes si emprendían nuevas acciones contra la humanidad. Abulurd no podía acudir a ninguno de los dos buscando consuelo, ahora no.

Así que fue a ver a su madre. Él sabía que Wandra no podría responderle. Nunca la había oído pronunciar ni una palabra, pero le habría gustado conocerla. Lo único que sabía era que el parto la había dejado en aquel estado.

Dos días después de enterarse de la muerte de su padre, por fin se sintió con fuerzas para hacer la visita. Estaba seguro de que nadie se había molestado en explicarle a Wandra el terrible fin de su marido. Seguramente, nadie lo consideraba necesario, ni siquiera Faykan, porque no creían que fuera capaz de comprender.

Abulurd se puso su inmaculado uniforme de gala y le sacó brillo a su nueva insignia de bashar. Y se condujo con tanta dignidad como pudo.

Los devotos le abrieron las puertas a su retiro religioso. Todos sabían quién era, pero no habló con nadie. Avanzó por los senderos de gemagrava, mirando al frente, y rodeó elaboradas fuentes y los lirios que creaban una atmósfera plácida que facilitaba la meditación.

Aquella mañana, los celadores habían sacado a Wandra en su silla de ruedas a tomar el sol junto a uno de los estanques. Los pececillos de escamas doradas se movían velozmente entre las algas, buscando insectos. El rostro de Wandra estaba enfocado hacia el agua, pero su expresión parecía vacía.

Abulurd se puso delante, con el mentón alto, la espalda erguida, los brazos a los lados.

—Madre, he venido a enseñarte mi nuevo rango. —Se acercó más, señalándole la insignia de bashar, que relucía bajo el sol.

No esperaba que Wandra reaccionara, pero en su corazón necesitaba creer que sus palabras llegaban a ella, que quizá su mente aún estaba ahí. Quién sabe si no esperaría con anhelo sus visitas, su conversación. Pero incluso si estaba tan vacía como parecía, para Abulurd aquello seguía sin ser una pérdida de tiempo. Eran los únicos momentos que podía compartir con su madre.

Desde que la recogió de una de las naves de rescate que regresaron a Salusa al final de la Gran Purga, cuando el planeta volvió a ser seguro, había ido a verla con mayor frecuencia. Y se había asegurado personalmente de que ella y sus cuidadores fueran devueltos a su retiro religioso.

—Y… hay otra noticia. —Cuando pensó en lo que tenía que decir se le llenaron los ojos de lágrimas. Muchos miembros del ejército ya le habían expresado sus condolencias por la muerte de su padre, pero era una compasión pasiva. Había demasiada gente que sabía que él y su padre estaban muy distanciados. Aquella actitud le enfurecía, pero se calló sus agrias respuestas. Ahora que estaba hablando con su madre, no le quedó más remedio que afrontar la realidad.

—Tu marido, mi padre, luchó con valentía en la Yihad. Pero ha caído a manos de los perversos cimek. Se sacrificó para que su amigo Porce Bludd pudiera escapar. —Wandra no manifestó ninguna emoción, en cambio las lágrimas caían por las mejillas de Abulurd—. Lo siento, madre, tendría que haber estado a su lado, pero nuestras… misiones militares no nos permitieron coincidir.

Wandra seguía sentada, con los ojos brillantes, con la vista fija en los peces del estanque.

—Solo quería decírtelo en persona. Sé que te quería mucho.

Abulurd calló, pensando, esperando… casi imaginando que de pronto percibía un destello en sus ojos.

—Volveré a verte, madre. —La miró durante un largo momento, luego se dio la vuelta y se alejó a toda prisa por los senderos de gemagrava.

Cuando se iba, se detuvo ante el ataúd cristalino donde se conservaba el cuerpo restaurado de san Manion el Inocente. Había ofrecido sus respetos ante el altar otras veces. Durante los interminables años de guerra, muchas personas habían acudido allí para ver al bebé que encendió la chispa de la Yihad. Abulurd contempló su reflejo empañado sobre la superficie del ataúd, y estudió el rostro del niño durante mucho rato. Cuando por fin partió de la Ciudad de la Introspección, seguía sintiéndose muy triste.

64

Los recuerdos son nuestra arma más poderosa, y los falsos recuerdos son la más temible de todas.

G
ENERAL
A
GAMENÓN
,
Nuevas memorias

Era un prisionero sin cuerpo, atrapado en el limbo. Lo único que alteraba la monotonía de la medio existencia eran los estallidos ocasionales de dolor, o los sonidos, cuando los otros cimek se molestaban en conectar mentrodos a su aparato sensorial.

A veces Quentin veía físicamente los horrores que le rodeaban; otras, en su baño de electrolíquido, se encontraba a la deriva en un mar de pensamientos, entre recuerdos y fantasmas.

¿Sería esa la vida que Wandra había tenido durante tantos años, atrapada, desconectada, sin poder responder ni interactuar con su entorno? Enterrada viva, como él cuando estuvo en Ix. Si su experiencia se parecía mínimamente a aquello, entonces lo más humano habría sido ayudarla a poner fin a todo hacía tiempo.

No tenía forma de controlar el tiempo, pero parecía como si hubiera pasado una eternidad. La titán Juno seguía hablando con tono sarcástico pero también tranquilizador, guiándolo por lo que ella llamaba un «ajuste típico». Con el tiempo, aprendió a bloquear la mayor parte del dolor imaginario causado por inducción nerviosa. Seguía sintiendo como si los brazos, las piernas o el pecho le ardieran en medio de lava líquida, pero no tenía un cuerpo real que pudiera experimentar aquello. Las sensaciones estaban en su imaginación… hasta que Agamenón le aplicaba inductores directos que enviaban ondas de agonía por cada curva de su indefenso cerebro.

—En cuanto dejes de resistirte a tu nueva identidad —le dijo Juno—, cuando aceptes que eres un cimek y formas parte de nuestro imperio, te enseñaré la alternativa a esas sensaciones. Podemos provocarte dolor, sí, pero también tienes centros de placer… y créeme, pueden ser de lo más agradables. Recuerdo los placeres del sexo cuando tenía forma humana… de hecho, antes de la Era de los Titanes lo practicaba con frecuencia… pero Agamenón y yo hemos descubierto muchas técnicas infinitamente superiores. Estoy deseando enseñártelas, cachorrito mío.

Los extraños neos-subordinados que antes cuidaban de los pensadores rondaban por allí, ocupados con su trabajo, abatidos y desanimados. Se habían amoldado a su nueva situación, pero Quentin se juró que él nunca se rendiría. Él lo que quería era acabar con todos los cimek, incluso si eso provocaba su muerte. Ya no le importaba.

—Buenos días, cachorrito. —Las palabras de Juno resonaban por su mente—. He venido a jugar un rato contigo.

—Juega contigo misma —contestó él—. Te puedo hacer muchas sugerencias, pero todas son anatómicamente imposibles, porque ya no tienes un cuerpo orgánico.

A Juno el comentario le pareció divertido.

—Oh, pero tampoco tenemos los defectos y las flaquezas orgánicas. El límite lo pone nuestra imaginación, así que en realidad, no hay nada «anatómicamente imposible». ¿Te gustaría probar algo inusual y placentero?

—No.

—Oh, desde luego, no podrías haberlo hecho con tu antiguo cuerpo de carne, pero te garantizo que te gustará.

Él trató de negarse, pero los brazos articulados de Juno se elevaron hacia él y manipularon las conexiones con los mentrodos. De pronto Quentin se encontró en medio de un remolino de sensaciones exóticas e increíblemente placenteras. No podía gemir ni jadear, ni siquiera le podía pedir que parara.

—De todos modos, el mejor sexo siempre está en la cabeza —dijo Juno—. Y ahora tú solo eres una mente… y eres mío. —Volvió a tocar, provocándole una avalancha de placer más insoportable que los pinchazos de dolor que le habían infligido en la fase anterior de castigo.

Quentin se aferró al recuerdo de su amada Wandra. Cuando se enamoraron, ella era una mujer tan viva, tan hermosa… y aunque eso pasó hacía décadas, se aferró a sus recuerdos, como hermosas lazadas de un regalo que no tiene precio. No deseaba practicar ninguna forma de sexo con aquella titán lasciva, incluso si solo era en su mente. Manchaba su honor y lo avergonzaba.

Juno intuyó su reacción.

—Puedo hacerlo más dulce, si lo deseas. —De pronto, con un vivido impulso, Quentin se vio a sí mismo con el fantasma de su cuerpo, rodeado de un entorno visual extraído directamente de su pasado—. Puedo rebuscar entre tus recuerdos, despertar pensamientos que tienes almacenados en tu materia cerebral.

Mientras una nueva oleada de orgasmos sacudía su cerebro, Quentin vio a Wandra, joven, sana, viva, muy distinta del maniquí que había visto en los últimos treinta y ocho años en la Ciudad de la Introspección.

El solo hecho de tenerla ante él de aquella forma le hizo sentir más placer que todas las erupciones de estímulos que Juno desataba con sadismo en su cerebro. Quentin estiró los brazos hacia Wandra, anhelante… y Juno maliciosamente cortó el flujo de imágenes y sensaciones, dejándolo suspendido en la oscuridad. Ni siquiera veía la forma móvil de la cimek.

Solo le llegaba su voz, sarcástica y seductora.

—Tendrías que unirte a nosotros voluntariamente, Quentin Butler. ¿Es que no ves las ventajas de ser cimek? Podríamos hacer tantas cosas… La próxima vez quizá me incluiré en las imágenes. Nos lo pasaremos muy bien.

Quentin no pudo gritarle que se fuera y le dejara en paz. Quedó sumido en aquel silencio sensorial durante una eternidad, más desorientado que nunca, con una ira bloqueada por una barrera infranqueable.

Y no dejó de revivir una y otra vez lo que acababa de experimentar, lo mucho que deseaba volver a estar con Wandra de aquella forma. Era una idea perversa, pero tan intensa que le daba miedo y le complacía al mismo tiempo.

Su tormento pareció prolongarse durante siglos, pero él sabía que no tenía una noción real del tiempo ni de la realidad. Su único punto de apoyo con el universo real era su vida pasada en el ejército de la Yihad… y su búsqueda apasionada de una forma de atacar a los titanes, de herirlos aunque fuera una milésima parte de lo que le habían herido a él.

Ya no tenía cuerpo, así que no podía escapar, ni siquiera podía intentarlo. Ya no era humano, había perdido su cuerpo y jamás volvería a la vida que había conocido hasta entonces. No quería ver a su familia ni a sus amigos. Mejor que la historia creyera que los cimek lo habían asesinado en Wallach IX.

¿Qué pensaría Faykan si veía a su valiente padre convertido en un cerebro flotante en un contenedor cerebral? Incluso Abulurd se habría sentido avergonzado… ¿y qué hay de Wandra? Aunque estuviera en estado vegetativo, ¿se sentiría horrorizada si lo veía así?

Quentin estaba atrapado en Hessra, y los titanes no dejaban de arremeter contra su mente. A pesar de sus esfuerzos por resistirse, no estaba muy seguro de estar guardando bien sus secretos. Si Juno desconectaba sus sensores externos y le hacía llegar imágenes y sensaciones falsas a través de los mentrodos, ¿cómo podría estar seguro de nada?

Finalmente, los cimek lo instalaron en una pequeña forma móvil como las que utilizaban los neos para moverse en el interior de las torres de Hessra. Juno levantó sus brazos articulados y colocó el contenedor cerebral de Quentin en la cavidad correspondiente de un cuerpo mecánico. Con unos dedos delicados, manipuló los controles para ajustar los mentrodos.

—Muchos de nuestros neos ven esto como un renacimiento, el momento en que dan sus primeros pasos en una forma nueva.

Aunque su sintetizador de voz ya estaba conectado, Quentin se negó a contestar. Recordó a los patéticos y engañados habitantes de Bela Tegeuse. Podían haberlos rescatado hacía mucho tiempo, y sin embargo se volvieron en contra de sus liberadores, y pidieron a Juno que sacrificara incluso a camaradas suyos para poder convertirse en cimek… como él.

¿Sabían aquellos idiotas lo que hacían? ¿Cómo podía querer nadie aquello? Creían que convirtiéndose en cimek tendrían una especie de inmortalidad… pero aquello no era vida, solo un infierno sin fin.

Agamenón entró en la cámara con su forma móvil más pequeña. Juno fue a su lado.

—Ya casi he terminado de prepararlo, mi amor. Nuestro amigo está a punto de dar sus primeros pasos, como un recién nacido.

—Bien. Entonces verás el potencial de tu nuevo estado, Quentin Butler —dijo Agamenón—. Hasta ahora has tenido la ayuda de Juno. A partir de aquí yo seré tu benefactor, aunque con el tiempo a cambio te exigiremos ciertas concesiones.

Juno conectó los últimos mentrodos.

—Ahora ya tienes acceso a la forma móvil, cachorrito. No se parece en nada al cuerpo al que estás acostumbrado. Pasaste tu vida anterior atrapado en un pedazo de carne poco maleable. Ahora tendrás que volver a aprender a andar, a estirar tus músculos mecánicos. Pero eres un chico brillante. Seguro que puedes hacerlo…

Quentin saltó con furia, sin saber cómo dirigir aquel cuerpo. Se lanzó hacia delante con sus patas mecánicas, bamboleándose hacia un lado, y saltó sobre Agamenón, con un fuerte estrépito. El general titán se apartó y Quentin casi se vuelve loco de rabia.

Pero no podía controlar sus movimientos lo suficiente para causar ningún daño. Las extremidades y el cuerpo voluminoso no se movían como él imaginaba. Su cerebro estaba acostumbrado a dirigir dos brazos y dos piernas, pero lo que tenía ahora era como un arácnido. Los impulsos aleatorios hacían que sus patas afiladas se sacudieran y golpearan en la dirección equivocada. Aunque consiguió asestar un golpe lateral a Juno y volvió a abalanzarse sobre Agamenón, aquel pequeño éxito fue puramente accidental.

El general se puso a renegar, no por miedo, sino de irritación. Juno se adelantó con rapidez y delicadeza. Sus brazos articulados se extendieron y aunque Quentin siguió corriendo, la cimek desconectó los mentrodos que le permitían controlar el movimiento del cuerpo mecánico.

Other books

Composed by Rosanne Cash
One Child by Jeff Buick
Delta de Venus by Anaïs Nin
The Burma Legacy by Geoffrey Archer
Norwegian Wood by Haruki Murakami
Most Wanted by Lisa Scottoline
Nowhere but Home by Liza Palmer
17 - Why I'm Afraid of Bees by R.L. Stine - (ebook by Undead)
A Time to Keep by Rochelle Alers