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Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (34 page)

BOOK: La batalla de Corrin
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—Una nave del exterior se acerca a mi ciudadela central.

La nave no anunciada había entrado en el sistema con una aceleración exageradamente alta, proclamando su neutralidad a pesar de su configuración de la Liga.

—El pensador Vidad trae información importante para Omnius. Es de vital importancia que la escuche.

—Escucharé lo que el pensador quiere decirme antes de extrapolar —dijo la supermente—. Siempre estoy a tiempo de matarlo.

Poco después, las imponentes puertas de la entrada a la ciudadela dorada se deslizaron para dejar paso a un humano tembloroso con túnica amarilla, flanqueado por una escolta de robots centinela. El joven estaba muy magullado y demacrado, porque llevaba más de una semana viajando a la aceleración máxima que su cuerpo podía tolerar. En aquellos momentos, tenía que hacer un gran esfuerzo para sujetar el contenedor de electrolíquido con el cerebro del antiguo filósofo, aunque alguno de los robots podría haberlo llevado por él. El hombre parecía débil y exhausto, casi ni se tenía en pie.

—Han pasado muchos años desde la última vez que hablaste con nosotros, pensador Vidad —dijo Erasmo adelantándose como un embajador—. Y el resultado de aquellas interacciones no nos benefició en absoluto.

—A nosotros tampoco. Los pensadores de la Torre de Marfil cometimos un grave error de cálculo. —La voz hablaba directamente a través de un simulador de voz situado en el lado del contenedor.

—¿Por qué voy a escucharte otra vez? —Omnius moduló el volumen de la voz para que sus palabras atronadoras hicieran vibrar las paredes.

—Porque traigo datos relevantes que desconoces. Recientemente he regresado a Hessra y he descubierto que el titán Agamenón y sus seguidores cimek han establecido su base allí. Han matado a mis cinco compañeros pensadores, se han adueñado de nuestros laboratorios de producción de electrolíquido y han esclavizado a nuestros subordinados.

—Así que es ahí donde se han ido a esconder los titanes después de huir de Richese… —le dijo Erasmo a Omnius—. Una información valiosa, desde luego.

—¿Por qué vienes aquí a darme tu información? —quiso saber la supermente—. No es normal que te impliques en el conflicto.

—Quiero que los cimek sean destruidos —dijo Vidad—. Tú puedes hacerlo.

Erasmo estaba sorprendido.

—¿Y eso lo dice un pensador iluminado?

—En otro tiempo fui humano. Los cinco pensadores han sido mis compañeros filosóficos durante más de un milenio. Los titanes los han asesinado. ¿Tan sorprendente es que quiera venganza?

El fatigado subordinado trataba de sostener el pesado contenedor cerebral.

Omnius consideró aquella información.

—En estos momentos, mi flota de guerra está ocupada con otra misión. Cuando terminemos, mis comandantes robots volverán para recibir su nueva programación. Y cuando lo hagan ordenaré que vayan a Hessra. Ya tienen orden de destruir a todos los neocimek y capturar a los titanes rebeldes que quedan. —La supermente parecía disfrutar de aquella nueva situación—. Muy pronto, cuando hayamos derrotado a los hrethgir y a los cimek, el universo podrá seguir un camino racional y eficiente bajo mi guía.

Sin modificar el tono de su voz simulada, Vidad siguió hablando.

—La situación es mucho más compleja. La Liga descubrió tu inmensa flota hace semanas. Cuando partí de Zimia ya estaban haciendo un seguimiento de tus avances. También saben que vuestros Planetas Sincronizados están desprotegidos. —Con una rápida cadencia, resumió el plan del Consejo de la Yihad de lanzar una serie de ataques nucleares relámpago, aprovechando la rapidez excepcional de los motores que plegaban el espacio—. De hecho, el primer golpe contra los mundos de los límites del Territorio Sincronizado seguramente se asestó poco después de mi marcha, y yo llevo más de un mes en tránsito, desde Salusa a Hessra y de Hessra aquí, a Corrin. Ciertamente, mientras hablamos, la Gran Purga sigue su camino. Por tanto, debéis estar preparados para recibir un ataque atómico de impulsos en cualquier momento y cualquier lugar.

Con una creciente sensación de alarma, Erasmo extrapoló lugares y consecuencias. Hacía ya tiempo que sospechaban que los hrethgir tenían acceso a alguna clase de tecnología que les permitía hacer viajes instantáneos. Y una flota humana con armamento atómico podía muy bien haber eliminado muchos Planetas Sincronizados. Ahora que su flota de exterminación había partido, incluso Corrin era vulnerable.

—Interesante —dijo la supermente procesando los detalles—. ¿Por qué ponernos al corriente de semejantes planes? Los pensadores decís ser neutrales, y sin embargo parece que ahora te pones de nuestro lado… a menos que se trate de una trampa.

—No tengo motivos ocultos —dijo Vidad—. Como espectadores neutrales, los pensadores nunca hemos deseado la exterminación ni de los humanos ni de las máquinas pensantes. Mi decisión es totalmente coherente con esta filosofía.

Erasmo contempló las artísticas luces que destellaban a su alrededor en la ciudadela y supo que Omnius había empezado a transmitir instrucciones a sus subordinados, haciendo preparativos para la defensa y enviando a las naves más veloces.

—Soy el Omnius Primero. Debo ordenar el regreso de mi flota de guerra para que defienda Corrin y asegurar mi supervivencia. De toda la flota. Si los otros Planetas Sincronizados oponen la suficiente resistencia para frenar el avance de los humanos, hay una posibilidad de que algunas de mis naves de guerra más veloces estén de vuelta antes de que sea demasiado tarde. No puedo arriesgarme con esos hrethgir irracionales. Si todas mis naves están aquí para defenderme, los humanos no se atreverán a atacar.

Erasmo sabía que se necesitaba tiempo para enviar un mensaje a la enorme flota, que ya llevaba ocho días de viaje, más el tiempo que tardarían en lograr dar la vuelta a las pesadas naves y hacerlas volver a toda prisa a Corrin, limitados como estaban por sus motores de propulsión estándar.

«No dará tiempo».

39

En el frenesí emocional de una guerra, hasta el guerrero más avezado puede llorar al pensar en lo que debe hacer.

C
OMANDANTE SUPREMO
V
ORIAN
A
TREIDES
,
Memorias de batalla

Mientras la flota robótica avanzaba hacia Salusa, el ejército de la Yihad seguía con su Gran Purga para eliminar los Planetas Sincronizados desprotegidos. Antes de que aquel juego terminara, uno de los dos bandos habría desaparecido para siempre. No podía haber otro resultado.

En el puente de mando de su nave adaptada, el
Serena Victory
, Vorian Atreides se puso tenso cuando los motores Holtzman se activaron.

—Preparados para partir. Omnius nos espera allá afuera.

Los numerosos martiristas de la tripulación se encomendaron con fervor a sus santos antes del primer gran salto. En cambio, Vorian prefería encomendarse a los sistemas de navegación mejorados que Norma Cenva había instalado secretamente en un puñado de sus mejores naves. Ante todo, pragmatismo.

—¡Por Dios y santa Serena! —gritó la tripulación al unísono.

El comandante supremo asintió mirando con expresión tranquilizadora al pálido timonel. Dio la orden y luego, involuntariamente, cerró los ojos cuando se zambulleron en el peligroso territorio del espacio plegado. Vor estaba preparado para morir en la lucha contra las máquinas. Solo esperaba no acabar sus días perdido en el espacio, o chocando accidentalmente contra un asteroide.

Hacía unas décadas, el prototipo de sistemas de navegación informatizados de Norma habían mejorado de forma drástica la seguridad de las naves que plegaban el espacio, pero el Consejo de la Yihad era demasiado puntilloso y prohibió su uso. Sin embargo, Vor había hablado con ella en privado en los astilleros de VenKee, donde estaban activando los motores Holtzman de las naves de la flota de la Yihad. Por orden directa del comandante supremo, Norma instaló subrepticiamente los doce artefactos informatizados que le quedaban en los sistemas de navegación de doce naves escogidas. Vor no pensaba permitir que la superstición limitara sus posibilidades de lograr la victoria.

Desde hacía unas semanas, un grupo tras otro había ido saltando al Territorio Sincronizado en cuanto las armas, las naves y la tripulación estaban preparadas. En total, el ejército de la Yihad había preparado más de mil naves acorazadas para la Gran Purga. La flota se había dividido en noventa grupos de combate, cada uno con doce grandes naves y una lista de objetivos. En las cubiertas de lanzamiento de estas naves esperaban cientos de bombarderos kindjal dotados de ojivas nucleares de impulsos. Algunas kindjal serían pilotadas por veteranos experimentados, otras por voluntarios martiristas a los que se había enseñado lo más básico.

Cada vez que se utilizaran los motores Holtzman para saltar de un sistema a otro, algunas naves desaparecerían a causa de peligros dimensionales invisibles. Si tenían en cuenta la tasa del diez por ciento de pérdidas, eso significaba que cada grupo podía realizar solo siete u ocho de estos saltos si querían tener alguna posibilidad de salir airosos. Y estaban también los voluntarios que pilotarían las naves de reconocimiento que mantendrían en contacto a los diferentes grupos de combate durante todo el proceso.

Había más de quinientos planetas enemigos, incluido Corrin. La Liga destruiría de una vez por todas el total de las encarnaciones de Omnius. Al menos estadísticamente, tenían naves suficientes para cumplir con aquella misión.

Tras unos segundos de agitación, el viaje se había acabado. Por las coordenadas que aparecían en pantalla y la nitidez con que veía las estrellas a su alrededor, Vor supo que lo habían logrado. Aunque aquellos saltos solían ser imprecisos incluso cuando tenían coordenadas muy concretas, sus naves habían llegado sin contratiempos al sistema correcto.

—Diecinueve planetas que orbitan dos pequeños soles amarillos. Estamos en el sistema de Yondair, comandante supremo, sin duda —dijo el timonel.

En el puente de mando se oyeron jadeos y suspiros de alivio. Los martiristas volvieron a rezar.

—Quiero un informe de pérdidas en nuestro grupo.

Sus oficiales primero y segundo, Katarina Omal y Jimbay Whit, esperaron en su puesto. Omal era alta y de piel oscura, una de las oficiales más capacitadas de la flota. Whit, que ya tenía tripa con veinticinco años, hacía las veces de ayudante de Vor en ausencia de Abulurd Harkonnen. Whit tenía una experiencia y capacidad para el combate inusuales para su edad, y procedía de una familia de distinguidos militares. Décadas atrás, Vor había luchado junto a su abuelo en el ataque atómico contra la Tierra.

—Hemos perdido una nave, comandante supremo —dijo Omal.

Vor aceptó aquella pérdida y evitó cualquier manifestación externa de desazón. «Está dentro de la tasa de pérdidas».

Las alarmas se dispararon en ese momento, y apareció un mensaje en la pantalla del puente indicando que el
Ginjo Explorer
tenía problemas. Un nombre desafortunado para una nave de su escuadrón. En toda la flota de la Yihad, había otras cuatro naves de guerra que llevaban el nombre del antiguo Gran Patriarca. «Un hombre tan corrupto no merece ese honor. El nombre que tendrían que lucir esas naves es el de Xavier Harkonnen».

—Fuego en los motores —informó una voz por el comunicador—. Sobrecarga en el sistema. No podremos seguir en la nave.

A través de una ventana panorámica, Vor vio la luminosidad fantasmagórica de las llamas que salían de la parte inferior de la nave, detrás de la atmósfera que escapaba a través de una brecha en el casco. Las puertas herméticas se cerraron y los sistemas antiincendios de a bordo evitaron que las llamas se extendieran.

Por el comunicador Vor recibió un informe de los daños.

—Algo se ha colado en el motor Holtzman en el momento en que hemos plegado el espacio. Ha sido una suerte que hayamos logrado salir. Si hubiera estallado antes, habríamos muerto en el espacio.

«La guerra está llena de sorpresas —pensó Vor—. Y la mayoría son malas».

Durante la siguiente hora, Vor supervisó la evacuación de la nave y redistribuyó a los ochocientos hombres y mujeres de la tripulación, la mayoría pilotos de bombarderos, entre las otras diez naves. También trasladaron los kindjal, junto con las ojivas nucleares.

Dejaron la nave vacía en el espacio, después de destruir los motores Holtzman, para evitar que Omnius se hiciera con la tecnología para plegar el espacio si su misión fracasaba. Finalmente, Vor respiró hondo y dio la orden de ataque.

—Es hora de que hagamos lo que hemos venido a hacer. Iniciaremos el bombardeo sobre Yondair inmediatamente. Que todas las naves lancen sus escuadrones de kindjal con bombas atómicas de impulsos antes de que las máquinas tengan tiempo de reaccionar.

Incluso sin aquella inmensa flota robótica, los Planetas Sincronizados podían tener defensas locales y estaciones de combate en órbita. Para asaltar cada uno de aquellos mundos «desprotegidos» las naves de la Yihad necesitaban al menos un día para posicionarse, lanzar los bombarderos con el armamento y verificar el éxito de la misión. A pesar de la inmediatez de los desplazamientos entre los diferentes objetivos, tardarían su tiempo en arrasar totalmente el imperio de Omnius.

Con las naves que quedaban a su espalda, Vor se dirigió hacia el mundo más grande, el planeta de Yondair. Sus escuadrones de bombarderos se dispersaron desde las cubiertas de lanzamiento, pasaron entre los anillos del planeta y lanzaron las bombas a la atmósfera, atacando primero subestaciones estratégicas y utilizando luego bombas atómicas secundarias para extender la destrucción por todo el planeta. La continua sucesión de impulsos acabó con todos los cerebros de circuitos gelificados del planeta.

Por desgracia si había prisioneros humanos allá abajo se habrían convertido en víctimas colaterales, pero la necesidad de destruir de forma inmediata hasta la última supermente no dejaba lugar a la compasión.

Vor miró al frente, apartó de su mente el sentimiento de culpa y ordenó que sus naves se reagruparan en los límites del sistema de Yondair. Tras verificar el éxito del ataque, sus naves se lanzaron contra el siguiente planeta mecánico.

Y el siguiente.

Con un poco de suerte, los otros escuadrones estarían haciendo lo mismo con los otros planetas bajo control de Omnius. La destrucción nuclear se extendía como una marea furiosa, arrasando todos los territorios que Omnius había sometido. Primero acabarían con las bases más fáciles, y dejarían Corrin para el final.

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