Read La batalla de Corrin Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

La batalla de Corrin (32 page)

BOOK: La batalla de Corrin
13.17Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¡Pero no hay tiempo! —Xander Boro-Ginjo se quejó otra vez, buscando apoyo entre los otros miembros del Consejo—. Seguramente, el ataque de las máquinas es inminente. Hemos visto las imágenes.

—Por el momento, la flota de exterminación sigue en Corrin, ultimando los preparativos. Es posible que dispongamos de unas semanas antes de que partan hacia aquí. E incluso cuando lo hagan, pasarán un mes en tránsito… como ya ha señalado el pensador —dijo Vor esperando.

De pronto Quentin miró a Faykan. Los dos habían empezado a entender lo que el comandante supremo quería decir.

—Omnius solo dispone de naves que utilizan el sistema de viaje estándar.

—En cambio nosotros contamos con otras opciones —dijo Vor con voz neutra—. Con un mes tenemos tiempo para destruir todos los Planetas Sincronizados… siempre que utilicemos naves que plieguen el espacio. Podemos repetir nuestra victoria en la Tierra con cada uno de esos mundos, multiplicando el éxito una y otra vez. Eliminar una a una todas las supermentes, sin piedad, sin vacilar.

Quentin contuvo la respiración, considerando las implicaciones de aquello en su cabeza.

—Pero las naves que pliegan el espacio no son seguras. Las estadísticas de VenKee indican una tasa de pérdidas hasta del diez por ciento. Cada vez que nuestra flota viaje a un Planeta Sincronizado, perderemos naves. Omnius tiene cientos de plazas fuertes. ¡El desgaste será… terrible!

Vor no se inmutó.

—Es preferible eso a la extinción total. Mientras la flota de Corrin siga con su avance inexorable y lento hacia Salusa, nosotros los rodearemos y atacaremos cada Planeta Sincronizado, uno a uno, los destruiremos todos, y luego viajaremos a su mundo principal. Cuando lleguemos a Corrin, la flota de asalto estará demasiado lejos para responder a nuestro ataque.

Xander Boro-Ginjo le interrumpió.

—¿Y qué pasa con los cautivos humanos que están en los Planetas Sincronizados? ¿No tendríamos que salvarlos de su esclavitud? Morirán todos si lanzamos un holocausto nuclear sobre ellos.

—Al menos morirán libres.

—Vaya, seguro que eso les consuela —refunfuñó O'Kukovich, pero vio que en la cámara las opiniones habían girado a favor de Vor, así que calló. Los miembros del Consejo parecían horrorizados, pero también esperanzados. Al menos ahora tenían un plan que dejaba lugar a la esperanza.

—Morirán muchos más si no actuamos con contundencia. —La determinación y seguridad de Vor asustaba—. Y hagamos lo que hagamos, Salusa Secundus será destruida. No tenemos ninguna alternativa mejor.

—Pero ¿qué pasa con Salusa? ¿La vamos a abandonar sin más? —La voz del virrey interino tenía un desagradable tonillo llorón.

—Quizá Salusa Secundus sea el precio que hemos de pagar para acabar con esta Yihad para siempre. —Miró con el ceño fruncido al contenedor donde se conservaba el cerebro de Vidad—. El pensador tiene razón: tenemos que evacuar el planeta.

A Quentin el estómago le dio un vuelco, pero trató de ser objetivo. Tal vez funcionaría. Era una apuesta muy arriesgada, pero hicieran lo que hiciesen dejaría profundas cicatrices en el alma de la humanidad.

—Incluso si la flota mecánica destruye Salusa, no habrá ninguna supermente que los organice una vez que hayan completado el programa. No tendrán una guía, ni iniciativa. En teoría será fácil eliminarlos.

—Serán lo único que quedará del Imperio Sincronizado —apuntó Faykan.

Al igual que Vorian Atreides, ahora Quentin estaba dispuesto a llegar a donde hiciera falta para poner fin al conflicto o morir en el intento. Incluso el reciente y milagroso regreso de su nieta Rayna le recordaba a sus padres, que habían muerto en Parmentier, a los millones de seres humanos que Omnius había destruido.

—Estoy de acuerdo con el comandante supremo. Es nuestra única posibilidad; no debemos desaprovechar la oportunidad de asegurar nuestra supervivencia. Mis soldados se ofrecen voluntarios para viajar en las naves que pliegan el espacio a pesar del riesgo… aunque muchos han muerto por la epidemia y no sé si podré reunir suficientes. Pensad en todos los bombarderos kindjal que necesitarán pilotos.

El Gran Patriarca frunció los labios.

—Estoy seguro de que podremos encontrar todos los martiristas que hagan falta para llenar las filas. Han estado pidiendo a gritos la oportunidad de sacrificarse en la lucha contra las máquinas. —Así matarían dos pájaros de un tiro.

—Por el momento, podrían pilotar naves de reconocimiento —propuso Faykan—. Es arriesgado, pero necesitamos informes regulares sobre Corrin. No tenemos otra forma de saber cuándo se ponen en marcha. Porque, en cuanto salgan, el reloj empieza a correr.

Quentin pensó, haciendo cálculos mentalmente.

—Por las naves de actualización que hemos apresado, sabemos que hay quinientos cuarenta y tres Planetas Sincronizados. Tendremos que enviar un contingente lo bastante importante a cada uno de ellos si queremos asegurar la victoria. El hecho de que hayan enviado su flota a Corrin no significa que no tengan con qué defenderse.

—Necesitamos miles de naves con una mínima tripulación y bombarderos totalmente equipados para desplegar las bombas atómicas de impulsos —dijo Faykan. La sola idea le dejaba sin respiración—. Habrá un salto detrás de otro, y en cada ocasión podríamos perder hasta un diez por ciento de nuestras fuerzas. —Tragó con dificultad.

—No tiene sentido esperar. Deberíamos enviar lo que tenemos inmediatamente y empezar con esta Gran Purga. —Vor alzó el mentón—. Entretanto, necesitamos todos los recursos de la Liga para fabricar ojivas nucleares. Disponemos de material almacenado, pero necesitaremos más bombas atómicas de impulsos de las que hemos fabricado nunca… y las necesitamos ya. También tenemos que instalar motores para plegar el espacio en todas nuestras naves o activar los que ya estén instalados. Para nuestras primeras misiones tendremos que utilizar las primeras naves funcionales que hubo, las que Xavier y yo encargamos en Kolhar hace sesenta años.

Al fondo de la sala, los dos subordinados con túnica azafrán se pusieron en pie enseguida y levantaron el contenedor cerebral de Vidad.

—El pensador está muy preocupado —dijo el anciano Keats—. Volverá a Hessra para discutir este giro de los acontecimientos con sus compañeros pensadores de la Torre de Marfil.

—Debatid todo lo que queráis —dijo Vor con tono de desprecio—. Para cuando terminéis todo esto ya habrá acabado.

36

Dejemos que los gordos humanos y las máquinas pensantes habiten en los mundos más cómodos de la galaxia. Nosotros preferimos lugares desolados y apartados, porque revigorizan nuestros cerebros orgánicos y nos hacen invencibles. Incluso cuando mis cimek lo hayan conquistado todo, estos lugares seguirán siendo nuestros preferidos.

G
ENERAL
A
GAMENÓN
,
Nuevas memorias

Los titanes se habían precipitado al eliminar a los cinco pensadores de la Torre de Marfil, y ahora el general Agamenón se arrepentía de su impetuosa venganza. «Después de sentirme acosado e impotente durante tantas décadas, tendría que haber disfrutado más de mi conquista».

Ya era demasiado tarde, pero el general pensaba en lo satisfactorio que habría sido diseccionar los cerebros antiguos, separando las diferentes capas de materia gris una a una, borrando los fragmentos de pensamiento contenidos en los relieves y las circunvoluciones del cerebro. Juno podría haber añadido interesantes contaminantes a su electrolíquido y se habrían divertido viendo las reacciones.

Pero los pensadores ya no existían. ¡Qué estúpida falta de previsión!

Así que, mientras consolidaban su posición sobre Hessra, no tuvieron más remedio que entretenerse torturando a los subordinados cautivos, humanos que habían renunciado a sus vidas para dedicarse al cuidado de los pensadores. A todos los subordinados les habían despojado de su carga física, les habían arrancado el cerebro del cráneo como fruta madura y los habían instalado contra su voluntad en contenedores cimek de conservación. Esclavos, mascotas, experimentos.

Dado que en un primer momento se habían negado a colaborar en la conquista, a los híbridos neos-subordinados se les aplicaron una serie de agujas para inducir sufrimiento, mentrodos modificados que se insertaron directamente en el tejido cerebral.

Desde una elevada torre que se alzaba sobre las capas de hielo, el genera] titán ajustó sus fibras ópticas e hizo girar la torreta de la
cabeza
, para contemplar el desolador territorio que había conquistado. Allá donde asomaba algún afloramiento gris o negro entre el hielo del glaciar, aparecían extrañas manchas azules. Los líquenes y el resistente musgo encontraban su sustento en el interior de las grietas del antiguo muro de hielo y extraían la suficiente energía para seguir con vida de la débil luz del sol. Ocasionalmente, algún fragmento se desprendía del glaciar y los líquenes azules se marchitaban rápidamente al quedar expuestos al aire helado.

Agamenón había estudiado superficialmente una parte de los registros y tratados sobre el electrolíquido que los pensadores habían ido compilando con los milenios. Por lo visto, en las corrientes subterráneas de Hessra, el agua se combinaba con minerales y otros elementos vestigiales de estos líquenes autóctonos. Los monjes utilizaban esta agua para producir el electrolíquido rico en nutrientes en los laboratorios y fábricas que tenían en los sótanos de las antiguas torres negras.

Durante mil años, Agamenón y sus cimek habían necesitado un suministro constante de electrolíquido para mantener sus cerebros frescos y despiertos, y los pensadores habían mantenido una relación neutral e incómoda con ellos, permitiendo un comercio ilícito a pesar del aislamiento que se habían impuesto a sí mismos.

Pero a Agamenón no le gustaba tener que dar las gracias a nadie. Los titanes habían conquistado las instalaciones donde se producía el electrolíquido y habían «animado enérgicamente» a los neos-subordinados para que continuaran con la producción.

Con pasos metálicos y regulares, otro titán ataviado con su forma móvil entró en la elevada torre de observación. Agamenón lo identificó como Dante, que se detuvo y esperó a que el general le saludara.

—Hemos terminado de estudiar las imágenes que nuestros neocimek exploradores tomaron en Richese y Bela Tegeuse. —Hizo una pausa para asegurarse de que su líder le dedicaba toda su atención—. Las noticias no son buenas.

—Últimamente las noticias nunca son buenas. ¿Qué pasa?

—Después de nuestra retirada, las fuerzas de Omnius regresaron y arrasaron los dos planetas, destruyendo a toda la población de humanos que nos había servido. Los neos ya habían escapado, y supongo que es algo, pero sin nuestros cautivos humanos, ya no tenemos de donde sacar más cimek.

Agamenón se sintió enfurecido y sombrío.

—Ahora que los hrethgir están agonizando por culpa de esas dichosas epidemias de Yorek Thurr, Omnius podría volver su atención hacia nosotros. Corren tiempos oscuros, Dante. Las máquinas pensantes han destruido el último mundo importante que nos quedaba y estamos atrapados aquí, sin seguidores, sin una población a la que esclavizar. Solo tenemos un centenar de neos y algunos monjes subordinados convertidos… y tres titanes.

Sus brazos de artillería retrocedieron, como si inconscientemente quisiera abrir un agujero en el muro de la torre.

—Yo quería iniciar una nueva Era de los Titanes, pero hemos sido perseguidos por las máquinas pensantes y acosados por los humanos y esas condenadas hechiceras. ¡Mira lo que queda de nosotros! ¿Quién dirigirá ahora nuestra gran revuelta?

—Hay numerosos candidatos neos entre los que elegir.

—Pueden seguir órdenes, pero no pensar una estrategia que nos dé la victoria. Ni uno solo de ellos ha demostrado potencial para el mando militar. Crecieron en la esclavitud y aprovecharon la ocasión que les dimos de retirar los cerebros de sus cráneos. ¿Para qué nos sirven? Yo necesito un luchador, un comandante.

—Por el momento estamos a salvo, general. Omnius no sabe dónde encontrarnos. Quizá tendríamos que conformarnos con vivir aquí en Hessra.

Agamenón hizo girar la torreta de la cabeza, con las fibras ópticas llameando.

—A la historia no le interesan los que se conforman.

Mientras los dos titanes miraban al océano de estrellas, la red de Agamenón se conectó con sensores externos y detectó la señal de una nave desconocida que se acercaba. Con curiosidad, se concentró en aquello y esperó confirmación.

Juno estaba en el centro de control cimek, en la cámara principal, donde habían escabechinado a los cinco pensadores. Tal como esperaba, su dulce voz sintetizada no tardó en llegar por el canal que conectaba directamente con su contenedor cerebral.

—Agamenón, amor, tengo una sorpresa para ti… una visita.

Dante, que estaba en la misma frecuencia, respondió con reserva.

—¿Es posible que Omnius nos haya encontrado tan pronto? ¿Tenemos que huir y escondernos?

—Estoy harto de esconderme —dijo Agamenón—. ¿Quién es, Juno?

La voz era juguetona y alegre.

—Pues mira, es el último de los pensadores… Vidad, que vuelve a casa. Envía saludos a sus cinco compañeros. Pero claro, ellos no le pueden contestar.

Agamenón sintió que una oleada de emoción se extendía por su reluciente electrolíquido.

—Esto es algo totalmente inesperado. ¡Vidad no sabe que los otros pensadores han muerto!

—Dice que trae noticias urgentes y solicita una reunión inmediata —dijo Juno.

—Quizá ha descubierto por fin la prueba de algún antiguo teorema matemático —sugirió Dante con sarcasmo—. Estoy impaciente por oírle.

—Preparad una emboscada —ordenó Agamenón—. Quiero que capturemos al último de los pensadores. Luego… nos tomaremos nuestro tiempo.

Durante el largo trayecto desde Salusa Secundus, Vidad estuvo sumido en pensamientos perturbadores. La existencia de los pensadores de la Torre de Marfil se basaba en el aislamiento, en la no interferencia. Tanto la supermente como los humanos eran seres racionales, formas de vida inteligente, aunque se regían por principios totalmente distintos. Los pensadores no podían tomar partido en este conflicto. En el pasado habían permitido que Serena Butler los moviera de aquella postura suya y fue un desastre. Y como resultado el fervor de la Yihad se redobló.

Sin embargo, Vidad sabía que ahora los humanos pretendían eliminar todas las encarnaciones de Omnius. ¿Exigía la neutralidad la no participación absoluta cuando estaba en juego la extinción de un ser racional? ¿O debían velar por el mantenimiento de un cuidadoso equilibrio de poderes?

BOOK: La batalla de Corrin
13.17Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Chinese Shawl by Wentworth, Patricia
Quiver (Revenge Book 1) by Burns, Trevion
Longitude by Dava Sobel
Doggie Day Care Murder by Laurien Berenson
Halfway There by Susan Mallery
The Weaver's Lament by Elizabeth Haydon