La batalla de Corrin (33 page)

Read La batalla de Corrin Online

Authors: Brian Herbert & Kevin J. Anderson

Tags: #ciencia ficción

BOOK: La batalla de Corrin
13.15Mb size Format: txt, pdf, ePub

No podía resolver el dilema por sí solo. Los seis pensadores formaban una unidad, un grupo de debate que abarcaba prácticamente todo el saber de los humanos. Por eso partió de inmediato hacia Hessra. Tras un debate apropiado, llegarían a una solución de consenso.

Sí, Vidad había partido en cuanto el Consejo de la Yihad tomó su decisión. No sabía cuánto tiempo tenía.

Pilotando la veloz nave iban dos de sus leales subordinados. Rodane, un nuevo monje a quien había entrenado en Zimia. Y Keats, que ya estaba muy mayor, aunque seguía siendo funcional. El Gran Patriarca Ginjo lo había reclutado hacía mucho tiempo, y había servido a los pensadores de la Torre de Marfil durante casi setenta años; el hombre parecía estar al final de su vida productiva, y ciertamente el viaje de vuelta a Hessra sería el último para él. Muchos de los subordinados que escogió Ginjo ya habían muerto y estaban enterrados en diferentes grietas de los glaciares. Vidad y los suyos pronto necesitarían nuevos voluntarios.

Durante el camino, Vidad pasó cada hora de cada día meditando en el problema del ataque con bombas atómicas de impulsos. Cuando llegaron al planetoide helado, no había llegado a ninguna conclusión sostenible. Envió transmisiones directas a los otros cinco pensadores que esperaban en la ciudadela pero, extrañamente, no hubo respuesta.

Mientras Rodane hacía descender la nave hacia el glaciar correcto, Keats echó un vistazo por las ventanillas de la cabina.

—Aquí ha pasado algo —dijo con voz carrasposa—. El hielo que rodea las torres está excavado. Veo cráteres que parecen provocados por… explosiones. Recomiendo que procedamos con precaución.

—Debemos determinar qué ha sucedido —dijo Vidad.

El joven piloto dio un rodeo acercándose a la ciudadela donde normalmente habrían aterrizado. Aunque sus ojos eran viejos y estaban llorosos, Keats fue el primero en detectar a los emboscados.

—¡Máquinas, artillería… cimek! ¡Sácanos de aquí!

Confuso, Rodane miró al contenedor cerebral del pensador esperando órdenes. Maniobró con los controles, pero no lo bastante deprisa.

En cuanto la pequeña nave trató de modificar el rumbo, los cimek salieron de sus escondites en el hielo y bajo la ciudadela. Los cuerpos volantes dispararon, y otras formas móviles de combate salieron elevando sus brazos de artillería y abrieron fuego.

Los proyectiles estallaban a su alrededor, enviando cegadoras ondas de choque contra la nave. El joven piloto trataba de evitar los proyectiles con vacilación, pero Keats lo apartó de los controles y se puso a realizar maniobras más extremadas.

—Tu cautela hará que nos maten, Rodane.

Finalmente, por la misma línea por la que Vidad esperaba oír a sus compañeros pensadores, le llegó una transmisión frenética. La voz no era más que una señal electrónica que los sistemas de comunicación descifraron. El antiguo filósofo no reconoció el tono ni la inflexión, pero las palabras eran sorprendentes. Venían de uno de los monjes subordinados.

—¡Los titanes han tomado Hessra! Han matado a los cinco pensadores y a muchos de los subordinados… solo quedamos unos pocos, y no estamos vivos. Nos han convertido en cimek y nos obligan a servirles. Pensador Vidad, eres el último. ¡Huye! Debes permanecer con vida por encima de todo… —Y entonces llegó sonido de lucha, chillidos, sonidos agónicos que fueron transmitidos al universo abierto y despreocupado.

Tres formas cimek voladoras se dirigían a toda velocidad hacia ellos, disparando sus proyectiles, tratando de derribarlos. Nuevas formas móviles más grandes salieron al hielo. Una de aquellas monstruosas formas de combate era tan inmensa que seguramente se trataba de uno de los titanes. A su alrededor se producían continuas detonaciones.

Keats forzó los pequeños motores de la nave, sin reparar en el consumo de combustible, llevándolos a su máxima aceleración para poder escapar de Hessra. Aunque Vidad estaba protegido en su contenedor cerebral, sabía que aquella aceleración despiadada era demasiado para el cuerpo frágil y viejo de Keats.

—Morirás.

—Y tú… vivirás —consiguió jadear Keats antes de perder el conocimiento. No tenía fuerzas para seguir respirando con una aceleración constante tan grande. Varios de sus huesos quebradizos se partieron.

En cambio, Rodane era fuerte y flexible. Sobreviviría. Vidad solo necesitaba un ayudante. Volando con un vector de huida automático, se alejaron de Hessra en dirección a los límites del sistema y el espacio abierto. Las formas cimek de corto alcance renunciaron a la persecución, y se pusieron a renegar de rabia por los canales de transmisión.

En el asiento de la cabina, el viejo cuerpo de Keats yacía con la quietud peculiar de la muerte, pero el joven subordinado respiraba, aunque fuera trabajosamente. Cuando llegaron a los límites del sistema, la aceleración descendió automáticamente y Rodane recuperó la conciencia. Con los ojos muy abiertos, miró con sorpresa y pesar a su viejo compañero, que había dado su vida para que el pensador pudiera escapar.

—¿Dónde iremos ahora, Vidad? —preguntó el subordinado con una voz que rayaba el pánico.

El pensador pensó en sus cinco compañeros, todos muertos a manos de los cimek, que al parecer habían tomado Hessra en un intento por esconderse de Omnius. Vidad era el único filósofo que podía decidir qué hacer con el inminente holocausto nuclear que Vorian Atreides quería desatar. Era objetivo, neutral, inteligente… en otro tiempo él también había sido humano. Sabiendo lo que los cimek habían hecho a sus compañeros, ¿cómo habría podido no sentir al menos un eco de emociones largamente olvidadas? ¿De… deseo de venganza? Razón de más para hablar con la supermente.

—Pon rumbo a Corrin —ordenó Vidad.

37

Durante todos los años de la Yihad, hemos sabido que debíamos estar preparados para cualquier ataque. Sin embargo, los preparativos no son suficiente. Debemos estar dispuestos a actuar.

C
OMANDANTE SUPREMO
V
ORIAN
A
TREIDES
,
palabras ante el Consejo de la Yihad

Aunque la muerte de Leronica dejó en su interior un vacío más terrible que el del lugar más recóndito del espacio, Vor no tenía tiempo para llorar. Solo tenía tiempo para ser el comandante supremo.

Y salvar a la raza humana.

El ejército de la Yihad ya estaba inmerso en una operación de emergencia a gran escala. Naves que plegaban el espacio, pilotadas en su mayor parte por voluntarios martiristas, iban y volvían en secreto desde Corrin, trayendo informes regulares del avance de la gigantesca flota de Omnius. En el momento en que las hordas robóticas salieran del sistema del gigante rojo, empezaría la cuenta atrás.

Otras naves exploradoras iban de un mundo a otro, llevando noticias, llamando a los supervivientes a la acción. Docenas de esas naves desaparecieron sin dejar rastro, pero seguían quedando suficientes mensajeros para mantener las líneas abiertas. Nunca antes habían estado tan al día los planetas de la Liga de Nobles.

A su regreso de Parmentier, Vor y Abulurd habían traído consigo a la joven Rayna. Faykan, su tío, la tomó enseguida bajo su protección. Siempre había estado muy unido a Rikov, y para él la supervivencia de la niña era un milagro. Aunque se había quedado sin pelo, al menos estaba viva. Cuando se sentía cínico, Vor pensaba que Faykan solo la quería para utilizarla como arma política, para demostrar que los humanos podían sobrevivir a cualquier cosa que Omnius mandara.

Quizá ayudaría.

Mientras preparaban la Gran Purga, reunían la flota gigante y trazaban los mapas tácticos sobre los mapas estelares con las coordenadas de los diferentes Planetas Sincronizados, el comandante supremo encomendó a Faykan y Abulurd la misión imposible de evacuar Salusa Secundus. Se aseguró de que sus gemelos y sus familias estaban entre los primeros en salir de allí. Luego, consciente de que había dejado la tarea en buenas manos, se concentró en su objetivo principal.

Muy lejos de allí, los astilleros de Kolhar trabajaban noche y día para adaptar las ballestas y las jabalinas de la Liga a los nuevos motores. Sin perder nunca la fe en sus motores, Norma Cenva había insistido durante años en que se adaptaran parte de las naves de la capital para llevarlos, independientemente de si luego se hacía uso de ellos o no. Ahora Vor aplaudía su previsión.

Todas las reservas de bombas atómicas de impulsos se reunieron y se cargaron en las naves de la Yihad, mientras se creaban nuevas ojivas nucleares a toda prisa en los diferentes planetas industriales de la Liga.

«Tendríamos que haber planificado esto mejor. Tendríamos que haber previsto esta contingencia. Tendríamos que haber estado preparados».

La primera docena de naves de guerra equipada con los extraños motores Holtzman recibió su cargamento de bombas atómicas de impulsos y los voluntarios necesarios para pilotar los escuadrones de bombarderos kindjal. Eran la vanguardia, y partieron inmediatamente para iniciar la exterminación sistemática de todas las encarnaciones de la supermente.

Finalmente, tres semanas y tres días después de que Quentin y Faykan volvieran de Corrin para dar la alarma, el piloto martirista de una nave de reconocimiento regresó a Zimia. Estaba tan histérico que casi se estrella cuando intentaba aterrizar. Dos naves que plegaban el espacio habían salido para dar la noticia, pero solo una llegó a su destino.

—¡Las máquinas se mueven! La flota de exterminación de Omnius ya se ha puesto en marcha.

Al oír el informe, Vor acalló los gritos de desaliento de los otros oficiales del cuartel general. Se limitó a asentir y miró un calendario, señalando el tiempo que llevaban de camino.

38

¿Son los pensadores tan neutrales como pretenden? ¿No será la palabra «neutral» un simple eufemismo para describir uno de los actos de cobardía más grandes en la historia de la humanidad?

N
AAM EL
V
IEJO
, primer historiador
oficial de la Yihad

Tras la partida de la flota de exterminación, Erasmo y la supermente no tenían gran cosa que hacer en Corrin. La inmensa flota de guerra llevaba seis días de camino, siguiendo inexorablemente su ruta a Salusa Secundus. Su avance era lento, implacable, imparable.

Omnius no veía necesidad de ir con prisas. El plan ya se había puesto en marcha y los resultados eran inevitables.

En el interior de su magnífica villa, Erasmo y Omnius estaban hablando de un cuadro, un paisaje montañoso de una extravagante imaginación.

—Es una creación original de uno de los cautivos humanos. Creo que tiene mucho talento.

Erasmo se había sorprendido ante la habilidad del esclavo, la forma en que mezclaba los pigmentos. Ahora que la supermente tenía una copia de la personalidad del robot independiente en su interior, quizá empezaría a comprender estos aspectos.

Omnius observaba el cuadro a través de uno de sus ojos espía, y no entendía por qué el robot lo encontraba tan meritorio.

—La imagen es físicamente inexacta en cuatrocientos treinta y un detalles. El mismo acto de pintar es inferior a los procesos específicos de la imaginación en casi todo. ¿Por qué te parece tan valioso este… arte?

—Por la dificultad de su ejecución —dijo Erasmo—. El proceso creativo es complejo, y los humanos son maestros en él. —Dirigió sus fibras ópticas a la obra de arte, analizando cada pincelada, asimilando la naturaleza interpretativa del conjunto—. Contemplo este cuadro a diario, y me maravillo. A fin de comprender mejor el proceso, incluso he diseccionado el cerebro del artista, pero no he encontrado ninguna diferencia significativa.

—Es fácil crear arte —dijo Omnius—. Exageras su importancia.

—Antes de hacer semejante afirmación, os animo a que probéis personalmente el acto de crear. Haced algo agradable y original, que no sea una copia de algo que ya exista en vuestra base de datos. Veréis como es muy difícil.

Por desgracia, Omnius aceptó el desafío.

Dos días más tarde, Erasmo se encontraba en el interior de una ciudadela central asombrosamente cambiada, convertida en un ostentoso palacio con una cúpula dorada. Para demostrar su nueva vena artística, la supermente había llenado la ciudadela de estatuas y otras piezas mecánicas de alta tecnología hechas de metal reluciente, plaz irisado y tequita. No había figuras humanas. Omnius lo había hecho todo muy deprisa, como si quisiera reforzar la idea de que la creatividad no era más que una capacidad que podía procesarse y aprenderse.

Sin embargo, Erasmo no estaba convencido, y enseguida percibió la falta de innovación y la incapacidad de la supermente de ver la diferencia entre aquello y una verdadera obra maestra. Gilbertus, que nunca había manifestado talento artístico, lo habría hecho mejor. Y hasta puede que el clon de Serena Butler…

Fingiendo interés, el robot independiente estudió otra pared interior del palacio. Contenía una pantalla de vídeo enmarcada en oro donde se mostraba el nuevo arte mecánico de Omnius, un caleidoscopio de metal líquido con formas modernistas. Gracias a sus archivos y su experiencia, Erasmo vio que aquello estaba hecho a imagen de las creativas y disparatadas exposiciones de los humanos en museos y galerías. «Sin embargo, esto me parece tan poco estimulante… tan poco inspirado, una simple imitación». Finalmente, el robot meneó la cabeza en señal de desaprobación, imitando un amaneramiento que había observado en los humanos.

—¿No aprecias mi arte? —Erasmo se sorprendió al ver que Omnius reconocía el significado del gesto.

—Yo no he dicho eso. Me parece… interesante. —No tendría que haber bajado la guardia, porque los ojos espía siempre estaban allí, vigilando—. El arte es subjetivo. Solo estoy esforzándome, a pesar de mis limitaciones, por entender vuestra obra.

—Y seguirás esforzándote. Debo ocultarte algunos secretos. —La supermente emitió una risita escandalosa que había grabado de uno de los esclavos humanos. Erasmo rió también.

—Detecto falsedad en tu risa —dijo Omnius.

El robot sabía que podía modular cada sonido, cada gesto para conseguir el efecto exacto que buscaba. «¿Está tratando Omnius de pillarme, quiere confundirme? Si es así, no lo está haciendo nada bien».

—Quería que mi risa fuera tan genuina como la vuestra —dijo. Un comentario decididamente neutro.

Antes de que pudieran seguir con el debate, la atención de Omnius se desvió a otros asuntos.

Other books

Come the Dawn by Christina Skye
Bad Karma by J. D. Faver
Hip Hop Heat by Tricia Tucker
A Lesser Evil by Lesley Pearse
Encounters: stories by Elizabeth Bowen, Robarts - University of Toronto
The Original Curse by Sean Deveney
Deep Blue (Blue Series) by Barnard, Jules