La agonía y el éxtasis (33 page)

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Authors: Irving Stone

Tags: #Biografía, Historia

BOOK: La agonía y el éxtasis
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¿El Hércules? ¿Por qué no? Había comprado el mármol con su propio dinero. Era escultor y debía regalarle una escultura para su boda. ¡El Hércules para el jardín del palacio Ridolfi! No le diría nada, pero les pediría a los Topolino que lo ayudasen a llevarlo allí.

Ahora, por primera vez desde que había comenzado a esculpir el rostro del Hércules, decidió que sería un retrato de
Il Magnifico
: no de aquella nariz suya respingona, de su piel oscura y ásperos cabellos, sino del hombre interior, de la mente de Lorenzo de Medici. Su expresión reflejaría un intenso orgullo, unido a una gran humildad. Tendría, no sólo el poder, sino el deseo de comunicar. Y a tono con la devastadora potencia del cuerpo tendría una ternura que, sin embargo, reflejaría al luchador, dispuesto siempre a batallar en defensa de la humanidad, a remodelar el mundo traidor de los hombres.

Terminados sus dibujos, comenzó a esculpir poseído de una enorme excitación. Trabajaba desde el amanecer hasta el anochecer, sin preocuparse de comer a mediodía. Y todas las noches caía en la cama como un muerto.

Granacci lo elogió cuando la tarea quedó terminada, y luego le dijo serenamente:


Amico
mío, no puedes regalar el Hércules a Contessina. Me parece que no estaría bien.

—¿Por qué?

—Porque es… demasiado grande.

—¿El Hércules demasiado grande?

—No, el regalo. Quizá los Ridolfi no lo consideren apropiado.

—¿Que yo le haga un regalo a Contessina?

—Un regalo tan importante.

—¿Te refieres al tamaño o al valor?

—A las dos cosas. No eres un Medici, ni perteneces a una casa gobernante de Toscana. Tal vez sería considerado de mal gusto.

—¡Pero si no tiene valor alguno! ¡No podría venderlo!

—Tiene valor y lo puedes vender.

—¿A quién?

—A los Strozzi. Para el patio de su nuevo palacio. Los traje aquí el domingo pasado. Me autorizaron a ofrecerte cien florines grandes de oro. Tendrá un lugar de honor en el patio. ¡ Y será tu primera venta!

Lágrimas de frustración arrasaron los ojos de Miguel Ángel, pero ahora se consideraba ya un hombre y pudo reprimirlas.

—Piero y mi padre tienen razón, Granacci. No importa cuánto luche un artista, siempre terminará siendo un mercenario, con algo que ofrecer en venta.

No era posible huir a la tremenda excitación y al bullicio de los tres mil invitados a la boda, que llegaban a la ciudad y abarrotaban todos los palacios de Florencia. En la mañana del 24 de mayo, Miguel Ángel vistió sus mejores ropas y salió. Frente al palacio había una fuente con guirnaldas de frutas. En su centro, dos figuras diseñadas por Granacci vertían vino en tal abundancia que se desbordaba y corría como un río por la Vía de Gori.

Avanzó con Granacci detrás de la comitiva nupcial. Contessina y Ridolfi recorrieron las calles, decoradas con banderas y guirnaldas, precedidos por un grupo de trompetas. A la entrada de la Piazza del Duomo había una réplica de un arco triunfal romano, festoneado también de guirnaldas. En la escalinata de la catedral, un notario leyó con potente voz el contrato matrimonial a los miles de personas que se habían congregado en la plaza. Cuando Miguel Ángel oyó la lectura de la inmensa dote de Contessina, palideció.

En San Lorenzo, la iglesia familiar de los Medici, Piero entregó oficialmente su hermana a Ridolfi, quien colocó en su dedo el anillo nupcial. Miguel Ángel se quedó al fondo de la iglesia y se deslizó luego por una puerta lateral cuando se estaba oficiando la misa de esponsales. Una tribuna de madera llenaba todo un lado de la plaza para acomodar a la multitud. En el centro había un árbol de quince metros que servia de soporte a un pabellón blanco en el que se había colocado a los músicos. Todas las casas circundantes estaban profusamente engalanadas con tapices.

El cortejo nupcial salió de la iglesia. Ridolfi, un joven alto, de cabellos negros que servían de marco a su pálido rostro, vestía suntuosamente. Miguel Ángel se hallaba en la escalinata observando a Contessina con su vestido carmín de larga cola y cuello de armiño blanco. No bien se sentó en su sitio de la tribuna, comenzaron los entretenimientos: una pieza teatral que representaba «
una lucha entre la castidad y el matrimonio
», un torneo en el que intervino Piero y, como culminación, una justa entre los «
Caballeros de la Gata
», en la que un hombre, desnudo hasta la cintura y con la cabeza afeitada, penetraba en una jaula colocada sobre una plataforma de madera y tenía que dar muerte a un gato a dentelladas, sin usar las manos para nada.

Se le había reservado un asiento en el salón comedor. Lo más selecto de los productos de Toscana había sido llevado al palacio para el banquete: ochocientos barriles de vino, mil kilos de harina, miles de kilos de carnes, mazapán, frutas y legumbres. Miguel Ángel observó el acto ceremonial de colocar una criatura en los brazos de Contessina y un florín de oro en su zapato, para que nunca le faltasen la fertilidad y la riqueza. Luego, terminado el banquete nupcial, cuando los invitados pasaron al salón de baile, que Granacci había convertido en una réplica del antiguo Bagdad, Miguel Ángel salió del palacio y caminó de plaza en plaza, donde Piero había hecho colocar larguísimas mesas cargadas de alimentos y vino para que toda Florencia participase. Pero la gente parecía silenciosa y triste.

No volvió al palacio, donde las fiestas continuarían por espacio de dos días más, antes de que Contessina fuese escoltada al palacio de los Ridolfi. En la oscuridad de la noche, caminó lentamente hacia Settignano, extendió una manta bajo una de las arcadas de la casa de los Topolino y, cruzadas las manos detrás de la cabeza, contempló la salida del sol sobre las colinas y el techo de la casa de los Buonarroti, al otro lado del barranco, iluminado por los primeros rayos solares.

VIII

La boda de Contessina marcó un punto crucial: para él y para Florencia. Había presenciado el resentimiento del pueblo en la primera noche de fiestas y oído rumores contra Piero. Poca necesidad había de los discursos fogosos pronunciados contra él por Savonarola, que con mayor poder que nunca estaba nuevamente en la ciudad y exigía que Piero fuese procesado por la Signoria, por violación de las leyes suntuarias de la ciudad.

Intrigado ante la intensidad de aquella reacción, Miguel Ángel fue a visitar al prior Bichiellini.

—¿Fueron menos suntuosas las bodas de otras hijas de los Medici? —le preguntó.

—No mucho. Pero cuando se trataba de Lorenzo, el pueblo de Florencia tenía la sensación de que compartía los festejos. En cambio ahora, con Piero, la sensación es únicamente de que da. Por eso el vino nupcial les ha resultado agrio.

La terminación de las fiestas nupciales de Contessina fue la señal para que los primos Medici comenzasen su campaña política contra Piero. Pocos días después, la ciudad era un hervidero de escandalosos rumores: en una reunión realizada la noche anterior Piero y su primo Lorenzo habían sostenido una reyerta por una mujer. Piero dio un puñetazo a Lorenzo en un oído: era la primera vez que un Medici golpeaba a otro. Ambos habían sacado sus dagas y habría habido una muerte si varios amigos no hubiesen intervenido para separarlos. Cuando Miguel Ángel llegó al comedor para el almuerzo, vio que faltaban algunos de los antiguos amigos de la familia. Las risas de Piero y sus compañeros de francachela le sonaron un poco histéricas.

Granacci llegó al jardín al anochecer para decirle que alguien había visto su Hércules en el patio de los Strozzi y lo esperaba allí para hablarle sobre un encargo. Miguel Ángel ocultó su sorpresa cuando vio que los nuevos clientes eran los primos Medici, Lorenzo y Giovanni. Los había visto numerosas veces en el palacio, cuando vivía Lorenzo, pues ambos lo amaban como a un padre. El Magnifico les había dado cargos diplomáticos, enviándolos hasta Versalles, once años atrás, para felicitar en su nombre a Carlos VIII cuando subió al trono de Francia. Piero los había considerado siempre como miembros de una rama menor de la familia.

Los dos primos Medici estaban de pie, a ambos lados del Hércules. Lorenzo, doce años mayor que Miguel Ángel, tenía unas facciones regulares y llenas de expresión, aunque su piel estaba marcada por rastros de viruela. Era un hombre poderosamente constituido, destacándose su fuerte cuello, hombros y tórax. Vivía como un gran señor en el palacio familiar de la Piazza San Marco y poseía villas en la ladera de la colina de Fiesole y en Castello. Por aquellos días, Botticelli vivía del encargo que él le había hecho: las ilustraciones para La Divina Comedia, de Dante. Era un poeta y dramaturgo notable. Giovanni, el hermano menor, de veintisiete años, era llamado «
El Hermoso
» por los florentinos.

Lo saludaron con mucha cordialidad y le alabaron su Hércules, e inmediatamente después abordaron el tema que había motivado la entrevista. Lorenzo tomó la palabra.

—Miguel Ángel, hemos visto las dos piezas de mármol que esculpió para nuestro tío Lorenzo y nos hemos dicho a menudo, mi hermano y yo, que un día le pediríamos que hiciese algún trabajo similar para nosotros.

Miguel Ángel permaneció en silencio. El hermano más joven dijo:

—Siempre hemos deseado tener un San Juan joven, en mármol blanco, para patrón de nuestra casa. ¿Le interesa el tema?

Miguel Ángel movió los pies, cohibido, mientras miraba hacia la portada principal del palacio Strozzi y a la amplia mancha de sol de la Vía Tornabuoni. Necesitaba trabajar, no solamente por el dinero que ello pudiera producirle, sino porque su inquietud aumentaba cada día. Y cualquier trabajo que consiguiera le pondría el mármol nuevamente en las manos.

—Estamos dispuestos a pagar un buen precio —agregó Lorenzo, mientras su hermano añadía:

—En el fondo de nuestro jardín hay un lugar donde podría instalar un pequeño taller. ¿Por qué no nos proporciona el placer de su compañía el domingo, a la hora de la cena?

Miguel Ángel volvió a su casa en silencio, con la cabeza baja. Granacci no pronunció una palabra ni ofreció sugerencia alguna hasta que se separaron en la esquina de la Vía dei Bentaccordi con la Vía dell'Anguillara.

Entonces dijo:

—Me pidieron que te llevara, y te he llevado. Eso no significa que crea que debes aceptar, Miguel Ángel.

—Comprendo perfectamente, Granacci. Y muchas gracias.

Pero su familia no se mostró tan tolerante.

—¡Claro que tienes que aceptar ese encargo! —gritó Ludovico, mientras se pasaba las manos por la larga cabellera, que se le había caído sobre los ojos—. Sólo que esta vez tienes derecho a fijar el precio, puesto que han sido ellos quienes te han llamado.

—Pero ¿por qué han venido a mí? —insistió Miguel Ángel.

—Porque quieren tener un San Juan tuyo —replicó su tía Cassandra.

—Pero ¿por qué en este momento, cuando están organizando un partido opositor para enfrentarse a Piero? ¿Por qué no me lo han pedido en cualquier otro momento durante los dos últimos años?

—¿Y eso qué te importa a ti? —preguntó tío Francesco—. ¿Quién es tan idiota que se pone a mirarle los dientes a un encargo de escultura, como si no fuera un caballo regalado?

—Es que hay otra cosa, tío Francesco. El prior Bichiellini dice que el propósito que persiguen los dos primos es expulsar a Piero de Florencia. Y con este encargo que me ofrecen creen asestar otro golpe a su primo.

—¿Así que tú eres un golpe? —preguntó Lucrezia, confundida.

—Un golpe muy modesto, madre —dijo Miguel Ángel, sonriente.

—Bueno, bueno, dejémonos de política —ordenó Ludovico— y volvamos a los negocios. ¿Acaso son tan buenos los tiempos para la familia Buonarroti como para que puedas permitirte el lujo de rechazar un encargo?

—No, padre, pero no puedo ser desleal con mi protector Lorenzo, aunque haya muerto.

—¡Bah, bah! ¡Los muertos no necesitan lealtad!

—Sí, la necesitan tanto como los vivos. Acabo de darle cien florines, O sea, todo lo que he recibido en pago del Hércules…

Los primos le reservaron un lugar de honor en su banquete del domingo por la noche, durante el cual se habló de todo, menos de Piero y el San Juan. Cuando, una vez terminada la cena, Miguel Ángel declaró tartamudeando que apreciaba el ofrecimiento que le habían hecho pero que no le era posible aceptarlo por el momento, Lorenzo respondió:

—No tenemos prisa. El ofrecimiento queda en pie.

En el palacio de Piero no había un verdadero lugar para él. No servia a propósito alguno y sólo tenía valor para Giuliano. Salió a buscar encargos que justificasen su presencia. Después comenzó a realizar trabajos en el palacio: arreglar la colección de dibujos de Lorenzo, agregándole las adquisiciones ocasionales de Piero, que por cierto eran muy pocas. Ludovico le había dicho que no sabía el precio del orgullo, pero él pensaba que, algunas veces, el carácter de un hombre no le daba la elección de decidir si podía permitirse el lujo de un rasgo de carácter con el que había nacido.

También Piero era desgraciado cuando, sentado a la mesa, preguntó a los pocos amigos que le quedaban:

—¿Por qué no puedo conseguir que la Signoria vea las cosas de acuerdo con mi punto de vista? ¿Por qué tengo que tropezar con dificultades en todo cuanto hago, cuando mi padre siempre encontró liso y llano su camino?

Miguel Ángel formuló la pregunta al prior Bichiellini, cuyos ojos, al oírla, brillaron de ira.

—Sus cuatro antepasados Medici —respondió— consideraron siempre el acto de gobernar como el arte de gobernar. Amaron primeramente a Florencia y en segundo término a sí mismos. Piero…

Miguel Ángel se sorprendió ante la denuncia que se adivinaba en el tono seco del prior.

—¡Nunca le había oído hablar tan amargamente, padre!

—Piero —prosiguió el monje— no quiere escuchar consejos. Un hombre débil al timón y un poderoso y hambriento sacerdote que trabaja para reemplazarlo… Hijo mío, estamos viviendo días muy tristes en Florencia.

—He oído algunos de los sermones de Savonarola sobre las inminentes inundaciones. La mitad de la población cree que el Día del Juicio está a pocos pasos de nosotros. ¿Qué propósito persigue al aterrorizar de esa manera a Florencia?

El prior se puso las gafas y respondió:

—Quiere ser Papa. Pero su ambición no termina ahí: tiene planes para conquistar el Cercano Oriente y luego todo Oriente.

Miguel Ángel preguntó, un poco sarcástico:

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