—No. Jamás volveré allí.
Me besó.
—Adiós, hermanito.
Aún seguía en mí la frialdad. Apenas sentí su beso.
—Adiós, Inga —me despedí. Y luego añadí, señalando a mi sobrino—: Enséñale a no sentir temor.
Y me alejé. Había hecho algunos amigos en la Brigada checa con los que quería hablar. Hombres que habían conocido a la familia de Helena. Acaso pudieran aconsejarme algo.
Una vez más atravesé donde los muchachos jugaban al fútbol. Eran niños de aspecto extraño, muy morenos, con las cabezas afeitadas y muy flacos. Vestían ropas harapientas. Y, sin embargo, algunos de ellos sabían jugar bien, mover la pelota, dar cabezazos.
Me detuve a observarlos.
Al hacerlo, el hombre fornido que viera con anterioridad apareció en el umbral de una puerta. Fumaba un puro.
—Algunos de esos muchachos son bastante buenos —comenté—. ¿Quiénes son?
—Judíos griegos. Sus familias fueron asesinadas en Salónica. Un regalo de despedida de los alemanes.
Una mirada de ira, la antigua ansia de matar a alguien en venganza debió de hacer que mi expresión cambiara.
Lo único que se me ocurría era… ¿dónde están los malditos que mataron a sus padres? ¿Por qué no los han fusilado? ¿Por qué el mundo les deja salirse con la suya?
—¿Tú eres Rudi Weiss? —aseguró aquel individuo.
—¿Cómo lo sabes?
—En un campo liberado no hay secretos. Al menos, no entre los judíos —me tendió una mano vigorosa—
Me llamo Levin. Pertenezco a la Agencia Judía para Palestina. Soy norteamericano.
—¿De veras?
—Sé algunas cosas de ti.
—¿Cómo cuáles?
—Bueno, que has sido guerrillero durante mucho tiempo. Dicen que te fugaste de Sobibor.
—¿Qué más sabes?
—Perdóname, Weiss. Tus padres y tu hermano murieron en Auschwitz. A tu mujer la mataron en Ucrania.
—Está enterado de muchas cosas.
Me sentía vagamente irritado con Levin. Yo sólo quería que me dejaran en paz, que me permitieran seguir mi camino, enterrar el pasado. Comencé a alejarme de allí.
—Un momento, Weiss —pidió Levin.
—¿Qué quiere?
—¿Necesitas trabajo?
Sonreí.
—Si sabe tanto sobre mí, debe de estar enterado de que jamás llegué a terminar la secundaria.
—Para este trabajo creo que estás cualificado.
Cogiéndome del brazo, me condujo más cerca del mojado suelo en el que jugaban los muchachos griegos.
—¿Ves a estos chicos? —preguntó Levin—. Necesitan un pastor.
—¿Un pastor?
—Alguien que los conduzca subrepticiamente a Palestina. Son cuarenta… y ninguno tiene padres. Alguien ha de conducirlos. ¿Te interesa?
—No hablo griego. Ni hebreo. No estoy seguro de ser demasiado judío.
Levin sonrió.
—Podrás hacerlo.
Recordé a Helena y sus sueños sobre Sión, el mar cálido,, las granjas en las colinas y el desierto.
—No resultará tan peligroso como con los guerrilleros, Weiss, pero tampoco será una fiesta Purim. Nada de armas, pero mucha acción. ¿Qué me dices?
Sin pensarlo más contesté.
—¿Por qué no?
Luego, dejé caer el macuto y corrí hacia el campo de juego.
—Te procuraremos un pasaporte —gritó Levin.
Dos de los muchachos habían chocado y uno de ellos cayó al suelo. Se levantó dispuesto a pegar al otro. Los separé.
—Si queréis jugar al fútbol, dejad de pelearos —aconsejé—. Dadme el balón.
Empecé a pelotear por el campo, practicando los antiguos movimientos, regateando entre los jugadores, pasando el balón, dando cabezazos, dirigiendo el ataque.
Los chiquillos corrían a mi alrededor riendo, gritando en una lengua que no entendía.
Alguien había colocado dos bidones vacíos de gasolina en el extremo del campo, para señalar la portería.
Empujé el balón hacia un lado, hice una finta y luego lancé un chut a través del campo.
Cuando cogí de nuevo el balón y regresé Junto a los chiquillos de cabezas afeitadas, ya conocían mi nombre.
Se colgaron de mis piernas, me cogieron la mano y uno de ellos me besó.
GERALD GREEN nació en Brooklyn, Nueva York, como Gerald Greenberg. Hijo de un médico, el Dr. Samuel Greenberg.
Asistió a Columbia College, donde editó «El Bufón» y actuó en varios espectáculos del equipo universitario, fue miembro de la Sociedad Philolexian. Se graduó en la universidad en 1942 y después sirvió con el Ejército de los EE.UU. en Europa durante la Segunda Guerra Mundial. Allí fue editor del periódico del ejército «Stars and Stripes». Regresó a Nueva York para asistir a la Escuela de Periodismo en Columbia.
Green escribió muchas novelas, la más conocida «El último hombre enojado», publicada en 1956 y adaptada a una película del mismo nombre, nominada a los Premios de la Academia por Mejor Actor en un papel principal (Paul Muni).
Sus otras novelas incluyen «Su Majestad O'Keefe» (co-autor con Lawrence Klingman), adaptada en una película de 1954, «North West», «Portofino PTA», «A Brooklyn con Amor», «Mi Hijo Jock», «The Lotus Eaters» y «Este y Oeste». Su novela Portofino P.T.A. fue adaptada en el musical «Something More», del compositor Sammy Fain.
Gerald Green escribió la adaptación para televisión de Holocausto, aclamada miniserie de TV 1978 que ganó ocho premios Emmy, incluyendo uno como el «Mejor Guión en una Serie Dramática», y fue acreditado por persuadir al gobierno de Alemania Occidental a derogar la prescripción de los crímenes de guerra nazis. Más tarde Green adaptó el guión a una novela del mismo título «HOLOCAUSTO». En reconocimiento a este esfuerzo, Green recibió el Dag Hammarskjöld International Peace Prize de Literatura en 1979 y ganó otra nominación al Emmy 1985 por su guión para TV «Wallenberg: Historia de un Héroe».
Vivió en Stamford, Connecticut durante veinte años y se mudó a New Canaan, Connecticut. Su primera esposa, Marie, murió de cáncer. Tuvieron tres hijos: Nancy, Ted y David. Se casó con Marlene Eagle en 1979, convirtiéndose en el padrastro del Dr. Janie Worth (Née Eagle), Cardo Julie (Née Eagle) y Eagle David. Gerald Green murió de neumonía en Norwalk, Connecticut el 29 de agosto de 2006.