El primer equipo Athletic de Bilbao, hacia 1900. El club se había fundado en 1898 y se convirtió pronto en uno de los símbolos de la villa.
Circa
1900. Foto Manuel Torcia «Lux»
Los gigantes y cabezudos constituían, junto al Gargantúa, los emblemas festivos de Bilbao. Tenían su personalidad propia, y los presidían don Terencio y doña Tomasa. Formaban parte del grupo, también, los turcos, los arratianos…
Circa
1930. Fot. Manuel Torcida «Lux».
Este referéndum cerró en el País Vasco el bienio reformista 1931-33, en el que el gobierno presidido por Azaña había intentado crear un Estado democrático, con mayor justicia social y autonomías regionales, contra la oposición de las derechas. El 19 de noviembre de 1933 se celebraron nuevas elecciones. Los partidos acudieron sin alianzas. En Navarra ganaron las derechas, mientras el PNV se benefició en Bizkaia, Gipuzkoa y Álava del voto católico y del temor a la izquierda: obtuvo 12 de los 17 diputados de las tres provincias, el mayor éxito electoral de su historia; la izquierda sólo conseguía 2 (por Bizkaia-Capital) y la derecha 3. Pero la autonomía se frustró en las Cortes: la mayoría, de centro-derecha, era menos sensibles al autogobierno que los partidos que dominaron en el bienio anterior.
Primer aniversario de la proclamación de la República. Vitoria, 1932. Fotografía Yanguas.
El nuevo proyecto de Estatuto, ya sin Navarra, lo aprobaron los alcaldes en agosto de 1933. Después, en noviembre, se realizó el referéndum. Seguido con menor entusiasmo por republicanos y socialistas, el PNV desarrolló una amplia campaña de apoyo, que le enfrentó con las fuerzas políticas ultracatólicas. Estas alegaban que no se podía refrendar el Estatuto, pues equivaldría a legitimar un régimen antirreligioso. Tuvo importancia por ello la postura del obispo, requerido por los nacionalistas. Afirmó Mateo Múgica que eran compatibles el voto autonómico y la oposición al anticlericalismo. La votación a favor del Estatuto fue mayoritaria en Bizkaia y Gipuzkoa y menos contundente en Álava, donde el ejemplo del Obispo, votando a primeras horas, animó a muchos electores indecisos.
La definitiva ruptura del PNV con las autoritarias mayorías católicas se produjo al aprobar las Cortes una desgravación fiscal para el vino. La medida exigía aumentar otros impuestos para compensar los menores ingresos y vulneraba el Concierto Económico, por el que las Diputaciones tenían autonomía fiscal. La aplicación del
Estatuto del vino
por las Gestoras, de designación gubernamental, enconó el conflicto. Monárquicos, tradicionalistas, republicanos, socialistas, comunistas y nacionalistas apoyaron las reclamaciones municipales de elecciones para designar las Diputaciones. Al radicalizarse el movimiento las derechas lo abandonaron. La movilización, que no consiguió sus objetivos, fue reprimida por el Gobierno.
Los socialistas habían derivado en 1933 hacia posturas radicales, conforme la derecha bloqueaba las reformas. Tras su derrota electoral el proceso se precipitó: se propusieron alianzas con otros partidos obreros, para dar una respuesta revolucionaria a la derecha. Los socialistas vascos buscaron converger con los comunistas. Paralizaron el proceso las direcciones nacionales de PSOE y UGT, que temían perder el control, pero en 1934 fueron frecuentes en el País Vasco las acciones conjuntas. La patronal vasca, en la misma línea que el empresariado español, urgía a enmendar la política social del primer bienio, en su opinión obrerista en exceso. Varias organizaciones patronales vascas entraron en la Unión Nacional Económica.
El temor a que la CEDA accediese al gobierno estuvo en el origen de la
revolución de octubre
de 1934, una huelga general revolucionaria que alcanzó envergadura en Asturias, Cataluña y el País Vasco. En las provincias vascas el paro fue unánime y hubo enfrentamientos sangrientos con la Guardia Civil y el Ejército.
Cuando entraba en acción, la Guardia Civil recurría frecuentemente a las ametralladoras. George Soria,
Guerra y revolución en España
Con algunas excepciones, la Iglesia se inclino por los partidos de derechas, pero una parte del clero vasco lo hizo por el nacionalismo y los catalanes por la Lliga.
Numerosos alcaldes y concejales fueron condenados por abandonar sus funciones, y las cárceles se llenaron de socialistas y comunistas, acusados de alzarse en armas contra el Gobierno. Hubo también condenas para solidarios, pues con frecuencia participaron en los movimientos revolucionarios, pese a la orden de abstención dada por el PNV.
Desde octubre del 34 hasta febrero de 1936 el movimiento obrero languideció, por la represión. En este período se abrió una escisión profunda en el socialismo, entre la tendencia reformista y la vía revolucionaria que defendía Largo Caballero. Los socialistas vascos, con excepción de las Juventudes, se alinearon con Prieto, líder del socialismo moderado.
El segundo bienio, contrarrevolucionario, concluyó en las elecciones del 12 de febrero de 1936. La izquierda formó el Frente Popular, que incluía republicanos, socialistas y comunistas y en el que participó ANV. Su programa ofrecía la amnistía para los presos de octubre y la reanudación de la política democrática de 1931-33; en el País Vasco se incluyó el Estatuto. La derecha no consiguió formar una coalición. Las elecciones dieron la victoria al Frente Popular, cuya representación en Cortes fue mayor que la de los votos, gracias al sistema electoral que favorecía a las coaliciones. En el País Vasco el gran perdedor fue el PNV, que bajó 5 diputados: obtuvo 7, igual que el Frente Popular. Los nacionalistas perdían su clientela más conservadora, retraída por su viraje del segundo bienio republicano.
Tras el triunfo del Frente Popular, mientras las derechas conspiraban contra la República, las izquierdas preparaban, bajo la dirección de Prieto, el Estatuto vasco que garantizase la fidelidad nacionalista al régimen. La radicalización izquierdista de la primavera de 1936 tuvo su reflejo en el País Vasco. Masivas concentraciones acogieron la excarcelación de los presos políticos y a las autoridades de elección popular, repuestas en los ayuntamientos. Proliferaron huelgas en una proporción inusitada. La radicalización apartaba al nacionalismo de la política republicana, pero esto no implicó que apoyase la insurrección militar. Hubo al parecer contactos entre nacionalistas y quienes preparaban la rebelión, pero se impuso la línea que exponía Aguirre en junio de 1936. Reconocía la preocupación nacionalista por la escalada izquierdista: «pero sublevarse, jamás».
El golpe de Estado del 18 de julio de 1936, largamente preparado, fracasó en los centros neurálgicos de la República y se transformó en guerra civil. Como en el resto de España, en el País Vasco se produjo el enfrentamiento de la población, adscrita a los bandos beligerantes.
La revolución en marcha. Para parte de la izquierda, la República significaba una oportunidad revolucionaria, pero subsistía el temor a la reacción de la derecha (que se reveló en el fracasado golpe de Estado del general Sanjurjo en 1932).
En julio del 36 los insurrectos triunfaron en Navarra y Álava, donde el carlismo aseguró su éxito. Al parecer, Mola,
director
de la conspiración, suponía que el PNV no se uniría al Frente Popular para defender la República, y que con su
neutralidad
la rebelión ganaría en Gipuzkoa y Bizkaia. Erró en el cálculo. En Gipuzkoa milicianos socialistas y anarquistas sofocaron la insurrección de militares del cuartel de Loyola y de falangistas y tradicionalistas. El nacionalismo, a iniciativa de Irujo, se posicionó por la República. En Bilbao las autoridades abortaron los conatos de sublevación. El PNV vizcaíno llamó a defender la legalidad, vencidas las resistencias de quienes querían mantenerse al margen del conflicto. Gipuzkoa y Bizkaia quedaban fieles a la República y su territorio aislado del Gobierno legítimo.
En Gipuzkoa se fragmentó el poder político, con menoscabo de la eficacia. Se formaron tres Juntas de Defensa. La de San Sebastián, con tensiones entre anarquistas y nacionalistas, la formaban los partidos del Frente Popular, la CNT y el PNV. La de Azpeitia, presidida por Irujo, tenía impronta nacionalista; y la de Eibar, socialista.
Columnas de soldados y requetés avanzaron en julio desde Navarra por el Bidasoa, Urumea y Oria, llegando a Oyarzun, Beasáin y Tolosa. El 26 de agosto comenzó la ofensiva contra Irún, pues los sublevados querían cortar la comunicación republicana con Francia. La superior capacidad de ataque de los insurrectos, con intensa preparación artillero y apoyo de la aviación, fue decisiva. El 5 de septiembre tomaron Irún, que antes fue incendiado por sus defensores anarquistas. San Sebastián quedaba sin posibilidades de defensa: así lo estimaron las organizaciones del Frente Popular y el PNV, contra el criterio de la CNT. Abandonada la capital, los nacionales llegaron al Deva, donde los republicanos consiguieron frenarles. El frente se estabilizó. Unas 50.000 personas huyeron a Bizkaia. La represión franquista incluyó la ejecución de 14 sacerdotes, pese a que la rebelión decía defender la religión.
San Sebastián, 1936. Voluntarios republicanos, con las escasas armas conseguidas.
El triunfo de la intolerancia. Las tropas
liberadoras
destrozan los signos de los partidos democráticos. Ha llegado la dictadura. San Sebastián. 1936.