Se deterioró el nivel de vida de la población. En el País Vasco, y en general España, el hambre se convirtió en una amenaza real para amplios sectores sociales.
Los niveles de ingresos se ajustaron a límites desconocidos en más de tres generaciones. Diversas noticias indican que en las ciudades el estraperlo proporcionaba un porcentaje de subsistencias a veces superior al 50 %. La existencia de un doble mercado, junto al retroceso de la producción agraria, desestructuró la economía. En las ciudades las subsistencias llegaban a venderse a precios 10 veces superiores al oficial. Por ejemplo, en Bilbao el precio del pan en el mercado negro llegó a ser en 1942 casi 13 veces superior al precio del mercado oficial (1,4 ptas., frente a 18 ptas.); el año anterior, el litro de aceite valía en el mercado oficial 4,25 ptas.; en el mercado negro, 55. Los ejemplos podrían multiplicarse.
Hasta 1950 el crecimiento de los precios fue vertiginoso, con un salto espectacular en 1945 y 1946, cuando se produjo una auténtica crisis de subsistencias, la más grave del siglo, con una brusca elevación de precios y un deterioro del mercado que no tiene parangón, ni siquiera en los años de la guerra. En diciembre de 1946 la vida era, conforme a los precios oficiales, casi un 50 % más cara que dos años antes. La situación era más dramática medida en los términos del mercado negro. Posiblemente en 1946 se redujo el poder adquisitivo de los trabajadores en torno al 40 %, mientras el año anterior su capacidad adquisitiva se había meneado, cuando menos, el 30 %.
Los salarios crecieron, pero no al mismo ritmo que los precios. Por ejemplo, se estima que el sueldo de un peón siderúrgico había subido en Bizkaia entre 1936 y 1947 tan sólo un 60 %. A la par, el pan valía en el mercado oficial cuatro veces más que en 1936, 30 veces más en el mercado negro. En diez años el salario real se había reducido, probablemente, en torno al 80 %. La dramática situación fue objeto de preocupación empresarial, pues llevaba a que disminuyese el rendimiento laboral, que, según fuentes empresariales «es, en general, inferior, al de tiempos normales». Las causas, se decía, «son, principalmente, dos: falta de personal suficientemente especializado y depauperización física del obrero por alimentación deficiente».
La crisis de la posguerra significó, paradójicamente, la oportunidad para espléndidos negocios. Lo permitía el estraperlo, pero incluso los dividendos empresariales subieron, pese a las restricciones en el abastecimiento de materias primas. Con todo, a finales de los años cuarenta, se reclamaba ya el final de la autarquía, una mayor apertura comercial.
Por entonces, el régimen se había institucionalizado. En 1945 se promulgaba el Fuero del Trabajo, cuando la derrota de las potencias fascistas exigía al régimen dotarse de una fachada de legalidad. Regulaba un sistema de derechos y obligaciones, pero otorgaba al Gobierno la facultad de suspender las garantías. En 1947 llegaba la Ley de Sucesión, refrendada plebiscitariamente tras una coactiva propaganda. Declaraba reino a España y facultaba la jefatura de Estado vitalicia del general Franco.
España estaba aislada políticamente, tras la derrota de Italia y Alemania, las potencias que habían apoyado la instauración franquista. Eso sí, el régimen mantuvo el control del orden interior, reprimiendo cualquier contestación. La cultura vasca fue objeto de sospecha, por no ajustarse a la versión oficial de España. Los partidos antifranquistas, con la dirección en el exilio, intentaron, con desigual fortuna, levantar estructuras en el interior. En las primeras organizaciones clandestinas del País Vasco, impulsadas por el PNV, colaboración los demás antifranquistas.
El nacionalismo vasco, como en general las organizaciones republicanas, confiaba en que tras la guerra los aliados acabasen con el régimen franquista. De ahí el creciente proamericanismo que encabezó José Antonio Aguirre. En este contexto se produjo la huelga de mayo de 1947, impulsada por Aguirre y preparada por diversos grupos antifranquistas, con las consignas del Consejo Vasco de la Resistencia, que integraba a todas las fuerzas políticas vascas. La huelga afectó a las grandes empresas vizcaínas y a algunas zonas gipuzkoanas. Hubo unos 30.000 huelguistas, una cifra sin precedentes desde la guerra, movilizados también por las crítica situación social. El régimen respondió despidiendo masivamente a los trabajadores y readmitiéndolos de forma controlada, con pérdida de derechos de antigüedad.
Pese a su éxito, la huelga del 47, que quería demostrar el descontento social ante el régimen, fue el canto del cisne de una época. La estrategia de la oposición, que confiaba en la actuación internacional para restaurar la democracia, quedó invalidada desde que comenzó en 1947 la guerra fría. Con ella desaparecían casi todas las posibilidades de que los países occidentales hicieran algo para derrocar a Franco. El boicot diplomático se relajaría en 1950, cuando la ONU canceló su resolución de 1946 de retirar los embajadores, pero ya antes se habían iniciado los contactos entre Estados Unidos y Franco, que dieron lugar en 1953 al acuerdo sobre bases militares.
El anticomunismo de los Estados Unidos abrió la puerta a un régimen que podía presumir de haber derrotado en
su
guerra a los comunistas. No tardaría mucho el reconocimiento norteamericano, y con él, el internacional.
Fracasó así la estrategia de la oposición. Sin margen de maniobra, el nacionalismo en el exilio siguió confiando en la ayuda americana. Medidas como la expulsión de los comunistas del Gobierno Vasco en el 48 querían adaptarse a la guerra fría, pero el gesto, similar a la evolución del PSOE, que también marginaba a los comunistas, era ya políticamente irrelevante. Los acuerdos entre Estados Unidos y el régimen diluían la estrategia del Gobierno Vasco y, en general, la de la oposición al franquismo.
Además, en los años cincuenta se producían decisivos cambios en el interior. Se abandonaba, por agotamiento, la vía autárquica. Los préstamos norteamericanos y cierta liberalización económica iniciaron el crecimiento de la producción. Las mejoras en los niveles de vida de los trabajadores eran aún escasas, pero se suprimió el racionamiento. Desaparecía también el mercado negro sobre productos agrícolas, aunque no el de productos industriales y materias primas. Persistía el proteccionismo a ultranza, y el crecimiento produjo graves desequilibrios, evidenciando la escasa capacidad española de importar bienes de equipo y productos energéticos. La inflación se disparó a partir de 1956. Las subidas de precios llegaron a crear una situación crítica. Así lo comprueba un informe secreto del Servicio de Información, de 1957. Desaconsejaba que se subiesen las tarifas ferroviarias de Bilbao-Santurce y Baracaldo-Somorrostro, pues, en opinión policial, «así lo recomiendan actualmente las circunstancias de carácter social». «En este clima de
expectante pesimismo colectivo
se dan a conocer otras nuevas tarifas, las de autobuses y trolebuses la situación se agrava, el clima se obscurece, el descontento y la desilusión aumenta… [Si RENFE sube los precios] se producirá el chispazo y sin que haya nada organizado políticamente podríamos encontrarnos, como protesta, con un paro absoluto, en principio de más de 50.000 productores de las principales factorías».
El crecimiento económico creó una nueva sociedad vasca: entre 1950 y 1975 la población casi se duplicó. Viviendas en construcción en la calle Rodríguez Arias. Bilbao, 1960.
Fue el momento del cambio económico. Con el Plan de Estabilización de 1959 se inició una nueva política, que buscaba el saneamiento económico y la apertura al comercio exterior. A partir de 1962 se pusieron en marcha los Planes de Desarrollo. Pretendían mantener un crecimiento del 6 %, controlar la inflación y diversificar la geografía industrial. Coincidieron con una etapa internacional de expansión económica, que fue decisiva en el
boom
económico español. Se inició un período de rápido crecimiento.
Las provincias vascas no estaban entre las de «interés nacional» de los planes de desarrollo, pero recibieron intensamente la influencia del desarrollismo de los años sesenta. Las inversiones propagaron por todo el país las fábricas, que saturaron los valles de Bizkaia y Gipuzkoa y que afectaron a Álava, incorporada así a la sociedad industrial. Promovieron el desarrollo capitales locales y, también, el capital extranjero, que penetró en los sectores más competitivos, sobre todo en el químico. En Gipuzkoa se extendieron las cooperativas, un movimiento nacido en Mondragón, que generaría un importante núcleo de sociedades, estructurado en torno a la Caja Laboral Popular y dedicadas a diversos ramos de actividad, como fundiciones, forjas, bienes de equipo, bienes de consumo para el hogar…
La saturación industrial de las provincias costeras canalizó inversiones hacia Álava. En 1950 su actividad fabril se reducía a algunos pequeños establecimientos. Después se produjo una convulsión económica, con un rasgo singular, desconocido en los anteriores modelos industrializadores del País Vasco: la planificación del Ayuntamiento de Vitoria, que creó zonas industriales dotados de una infraestructura. Así, las industrias de Álava se concentraron sobre todo en torno a Vitoria, si bien su comarca del Nervión conoció también el influjo inmediato de la ría de Bilbao.
Todo el País Vasco se vio afectado por la onda expansiva que arrancó del Plan de Estabilización y llegó hasta 1973. Se creó una importante industria química, con centro en Bizkaia, donde se instalarían Sefanitro, Petronor, Dow-Unquinesa… Y continuó el desarrollo de la metalurgia, hegemómica incluso en Álava: en los años setenta aportaba el 40 % de la oferta industrial vasca. Apenas se diversificaron las actividades industriales, pues siguieron mandando las tradicionales, sin decisivas innovaciones técnicas ni racionalización espacial. Se mantuvieron fuertes desequilibrios y al
boom
industrial no acompañaron avances significativos del sector servicios, revelando las insuficiencias del modelo desarrollista.
El crecimiento económico creó una nueva sociedad vasca: entre 1950 y 1975 la población casi se duplicó. La demografía había pasado los críticos decenios de 1930 a 1950 con un crecimiento moderado, mayor que la media española, pero inferior al de 1900-30: los casi 900.000 habitantes de 1930 eran 1.061.000 en 1950, aumentando el 7 y el 11 % cada diez años. Después, se inició un
boom
inusitado, del 29 % en los años cincuenta y del 37 % en los sesenta. En 1975 el País Vasco tenía 2.070.000 habitantes. La inmigración resultó decisiva en el mantenimiento de la prosperidad industrial.
Franco, emulando a la familia real, pasaba largas temporadas en San Sebastián. Yate
Azor.
Franco recibe a Balduino y Fabiola de Bélgica. El escándalo en Bélgica por esta entrevista hizo cambiar de lugar de veraneo a la familia real belga para no coincidir con Franco. San Sebastián, 1961.
Foto de propaganda de ETA que mitifica su armamento. El «wazooka» es un trozo de cañería de aguas pluviales y la mira telescópica pertenece a un rifle de 12mm.
El
boom
demográfico iniciado en 1950 afectó a las tres provincias Bizkaia pasó en 25 años de 570.000 habitantes a 1.043.000, su población de 1975, creciendo el 102 %. Gipuzkoa saltó de 364.000 a 682.000, un 82 % más. Pero la principal novedad fue que Álava se incorporó a los avances de la población: sus 118.000 habitantes de 1950 se duplicaban en 1975, con 237.000. El despegue industrial de Álava provocó un hito demográfico sin precedentes: entre 1960 y 1970, er sólo diez años, creció el 47 %. Tan espectacular
boom
supuso ante todo una fuerte concentración en Vitoria. En general, el rápido desarrollo demográfico generó concentraciones urbanas con graves taras de hacinamiento y precarias infraestructuras.