En el principal comercio, el de la lana, los vascos actuaban como intermediarios. No había aún grandes comerciantes vascos que controlaran este tráfico. Eran más bien
transportistas
que vendían sus servicios. Los mercaderes de Burgos monopolizaban este comercio, por su estratégica situación en las rutas que unían las ferias de la lana y el Cantábrico. En Bilbao se fundó en 1511, para escapar a la jurisdicción del Consulado burgalés, el
Consulado y Casa de Contratación de Bilbao,
que hasta el siglo XIX aglutinó a los mercaderes bilbaínos. Se ocupó de defender los privilegios de la villa, de los pleitos mercantiles y de los trabajos portuarios.
Al principio, junto a la costa, despues en zonas cada vez más alejadas, la caza de la ballena fue desde la Edad Media una de las actividades más características de los puertos pesqueros.
Esta iniciativa era síntoma de la expansión mercantil que vivía el País Vasco desde el siglo XV, prolongada hasta fines del XVI. Se debía al desarrollo del tráfico internacional, al auge demográfico que demandaba más subsistencias y a la expansión ferrona. Era ya un comercio muy variado; se exportaba sobre todo lana y hierro, pero entre las importaciones encontramos, además de vituallas, plomo, estaño, cáñamo, brea, cueros, azúcar y textiles (lienzos, cañamazos, telas, mercerías, paños, cuartillas). El tráfico lanero, el de mayores implicaciones, generó la aparición de una burguesía de creciente peso social. Pero la participación vasca en este comercio era muy inferior a la de Santander, que entre 1562 y 1570 captaba el 65 % del producto. Para disputarle esta preeminencia, Bilbao, entre otras iniciativas, intentó en 1553 abrir un camino real en la vía de Orduña para mejorar la conexión con Burgos. Fracasó, por la oposición de Santander, Gipuzkoa y Vitoria, que veían amenazados sus negocios.
En la costa tenía importancia económica la pesca, con dos actividades: la del litoral abastecía de besugo, congrio y merluza; y la pesca de la ballena, con gran desarrollo, aportaba grasa, lengua, huesos, carne. Durante el Medievo las ballenas se capturaban cerca de la costa, donde se presentaban entre octubre y marzo. Cada puerto colocaba en su atalaya un servicio de vigilancia. Avistado el cetáceo, todo el pueblo se movilizaba en pequeñas chalupas. Desde que en el siglo XV disminuyó la afluencia de ballenas, los pescadores tuvieron que desplazarse. A comienzos del XVI estas campañas duraban unos ocho meses, entre primavera y otoño. Se perseguía a los cetáceos en el Atlántico norte. La presencia vasca en Terranova, el Labrador y la desembocadura del San Lorenzo ha dejado su rastro en topónimos (Ille-aux-Basques, Placencia, Port-aux-basques). Corresponden a factorías que servían para fundir la grasa de la ballena o como secaderos de bacalao, cuya pesca complementaba la de la ballena.
En el País Vasco el XVII fue, como en toda la península, un siglo de crisis, pero con características peculiares. No en las comarcas cerealistas de Álava, y probablemente en casi toda Navarra, pues su depresión fue similar a la castellana. Sí, en cambio, en la vertiente cantábrica, que siguió una evolución contradictoria y excepcional: disminuyeron los productos de las ferrerías y del comercio, pero compensó estas caídas con importantes avances en la agricultura, que experimentó, a su vez, cambios profundos.
La profunda depresión de la Álava del cereal se debió a la gran inestabilidad de las cosechas, al retroceso de la demanda de las provincias costeras, ahora más autosuficientes, y a la presión fiscal. La producción agraria disminuyó en torno al 35 %, más que la población, que en esta zona bajó alrededor del 25 %. El agricultor, con menos producto disponible, sufrió, además, mayores impuestos y exacciones de los ejércitos reales a su paso por la provincia, circunstancia frecuente en este agitado período. La peste de 1596-1601 marca, probablemente, la inflexión de la producción agraria.
Esta epidemia se notó también en las provincias costeras, pero en ellas probablemente dinamizó los cambios en el sector agrario. Y es que en esta zona la crisis del XVII (en la que la demografía se estancó, pero sin retroceder) tuvo una dinámica muy diferente. Cayó la demanda exterior de bienes (los artículos de las ferrerías) y de servicios (el comercio), de los que dependía el equilibrio económico, roto a fines del XVI: al reestructurarse las bases productivas, la revitalización agraria compensó este retroceso.
Desde la segunda mitad del siglo XVI las exportaciones de hierro vasco retrocedían, por la competencia de los nuevos centros siderúrgicos de Suecia y Lieja. Especial importancia tuvo la concurrencia del hierro sueco, cuya evolución técnica (utilizaba altos hornos al carbón vegetal), lo hacía más rentable que el de las ferrerías vascas, pequeñas explotaciones con hornos bajos, sin capacidad financiera para modernizarse. La pérdida de mercados se inició en torno a 1560. Para 1580 disminuía, incluso, el número de ferrerías. Entre 1561 y 1612 no se pudieron arrendar los derechos de ferrerías: nadie se arriesgaba a hacerse con los derechos de una producción en declive. Hacia 1590, por la crisis, surgían tendencias proteccionistas en Bizkaia y Gipuzkoa, enfrentadas al querer monopolizar la producción.
Contribuyeron a los apuros ferrones las alteraciones comerciales. La conflictividad bélica colapsó, a veces definitivamente, los circuitos mercantiles. En ocasiones, los enfrentamientos forzaron a suspender el tráfico. Esta contracción mercantil se agravó por la presencia de corsarios en el litoral, que hasta mediados del XVII afectó a todos los puertos vascos.
En 1564 había ya piratas portugueses en la costa vasca. En 1575 se suspendió el comercio con Inglaterra. En su lucha con Holanda, Felipe II cerró lentamente el comercio con las Provincias Unidas, y Felipe III lo prohibió en 1598. La derrota de la Invencible destruyó, además, parte de la flota vasca.
Al retraerse las exportaciones de bienes y servicios cambió la estructura productiva del País Vasco. Se produjo la
ruralización
de parte de la población, que abandonó la actividad industrial, mercantil o pesquera por la explotación de la tierra. La ruralización exigía, a su vez, cambios en la agricultura, para absorber el aumento de mano de obra. Se amplió así el espacio cultivado e importantes reformas incrementaron la productividad.
A principios del XVII se roturaban ya tierras yermas, pero tuvo más implicaciones la transformación intensiva: se generalizó el maíz, una planta adecuada a las condiciones de este área, que incrementó la productividad.
Conocido en el País Vasco ya desde el siglo XVI (en 1576 se le cita como
mijo de Indias
en Mondragón), el maíz se extendió en el XVII, como respuesta a las nuevas necesidades. Al parecer, primero se aclimató en la costa y después, siguiendo los valles, penetró en el interior, donde su producción alcanzó a los demás cereales hacia 1640-80.
La revolución del maíz,
que desplazó al mijo, centeno y lino, transformó la explotación agraria, que incluso se localizó en nuevos espacios: el maíz se plantó en los valles, hasta entonces tierra de pastos por su excesiva humedad para el cereal. La producción se multiplicó en el XVII por 2 o por 2,5. De mayor productividad que los cereales cultivados hasta entonces, el maíz permitía eliminar el barbecho, al rotar con trigo y nabo.
También la Rioja alavesa saldó positivamente la crisis del XVII. Posiblemente se cuatriplicó su producción de vino, impulsada por la demanda de Bizkaia, donde se roturaban tierras dedicadas al chacolí y al manzano.
En el sector comercial hubo también importantes transformaciones. Al descender el tráfico se agudizó la competencia. Nacieron las grandes compañías comerciales, que se disputaban las exportaciones de las áreas productivas. Burgos no consiguió adaptarse a las nuevas condiciones y los grandes mercaderes europeos se hicieron con los intercambios mercantiles. El control del comercio que se realizaba a través del País Vasco pasó así de manos burgalesas a comerciantes extranjeros. Al mismo tiempo, se trasladó el centro de contratación, que de Burgos pasó a a Bilbao. Entre 1600 y 1635 los comerciantes europeos comenzaron a actuar desde Bilbao, donde se asentaron importantes colonias, sobre todo de ingleses y holandeses.
En 1564 había ya piratas portugueses en la costa vasca. En 1575 se suspendió el comercio con Inglaterra. En su lucha con Holanda, Felipe II prohibió el comercio en 1598 con las Provincias Unidas y la derrota de la Invencible destruyó, además, parte de la flota vasca.
Ante este cambio la actitud de los comerciantes vascos fue de pasividad, que hay que interpretar como de cierto apoyo, al menos por lo que se refiere a Bilbao, beneficiado por su nuevo papel en las contrataciones. Por lo demás, les resultaba indiferente que la lana la controlasen burgaleses o ingleses y holandeses. No cambiaba su función, que seguía siendo la de transportistas. Burgos, por contra, intentó, sin éxito, evitar la presencia extranjera, con continuos pero inútiles Memoriales al Rey.
Las nuevas estrategias comerciales tuvieron espléndidos efectos para Bilbao. Se convirtió en el principal puerto del norte. A mediados del XVII canalizaba el 70 % de la lana que exportaba Castilla por mar, y la totalidad de la que salía por el Cantábrico. Cantabria y Gipuzkoa la habían perdido totalmente. Los bilbaínos se hicieron, pues, con el circuito comercial de la lana castellana, evitando la crisis que paralizó a los demás puertos vascos.
Además, a lo largo del XVII los bilbaínos comenzaron a buscar el control del comercio, enfrentándose con las colonias extranjeras. La nueva actitud se percibe ya en 1661, cuando Bilbao impidió que los ingleses creasen un consulado con jurisdicción sobre el comercio de su puerto. Desde entonces, se dificultó la actividad extranjera, como lo evidencian las frecuentes protestas de ingleses y holandeses por las vejaciones a que les sometían los jueces del contrabando.
Por otra parte, la crisis del XVII se manifestó en los apuros fiscales de la monarquía. En Bizkaia provocaron entre 1631 y 1634 el conflicto que se conoce como
rebelión de la sal,
que muestra la dinámica social del Señorío y el funcionamiento del sistema político foral.
Provocó el motín la Real Orden de enero de 1631 que establecía el estanco de la sal (convertida así en monopolio de la Real Hacienda) y subía su precio en un 44 %. Era un contrafuero: se oponía a la libertad de comercio y a la exención fiscal. Varios alegatos insistieron en ello. Un escrito anónimo presagiaba la asonada, al afirmar que por
cualquier fuerza que los vizcainos yzieren en defensa de los fueros no yncurran en pena ninguna.
Cuando estalló el motín la defensa del fuero pasó a un segundo plano. Se desbordó incluso la cuestión de la sal, perdida entre diversas protestas contra la presión fiscal. Así, esta rebelión fue, ante todo, un amotinamiento popular contra el aumento de los impuestos reales, similar a los que sacudieron los territorios de los Austrias en torno a 1640, de los que los más relevantes fueron la
rivolta
catalana y la separación de Portugal.
El estanco de la sal era una medida más de las que sufría el Señorío desde comienzos de siglo. Ya en 1601 quiso el rey extender a Bizkaia la contribución de
los millones, a
lo que los órganos forales se opusieron tajantemente, con éxito. Después, se sucedieron los donativos. En 1629 el rey pedía un servicio de soldados. En 1631 un nuevo donativo acompañaba al estanco de la sal, que fue la gota de agua que desbordó el vaso. La presión fiscal coincidía con un alza de precios que deterioró los niveles de vida.
Las Juntas, dominadas por una aristocracia rural vinculada a la corte (a la que acudían los segundones de las familias hidalgas para hacer carrera en la Administración), venían aceptando los donativos. Eso sí, los
jauntxos
evitaban que los impuestos gravasen sus propiedades, fijándolos sobre las transacciones mercantiles. Los amotinados, al tiempo que contestaban los impuestos, cuestionaron a los grupos que ejercían el poder y a su política.