El nuevo status permitió que en 1897 se formase el primer Sindicato siderúrgico: las fábricas españolas se repartían el mercado, para aprovechar al máximo los altos precios permitidos por la ley proteccionista, que tendía a aislar al mercado español. Los resultados fueron espectaculares. En 1899 los dividendos de
Altos Hornos de Bilbao
y la
Vizcaya
alcanzaban el 20 % del capital, beneficios nunca conseguidos por una industria en el País Vasco.
La burguesía vasca comprobaba así las ventajas de la intervención estatal y las posibilidades que se derivaban del proteccionismo, convertidas definitivamente en sus principales aspiraciones políticas. Se completaban con la búsqueda de la concentración empresarial: se concretó en la formación de
Altos Hornos de Vizcaya.
La integración en los círculos de poder de Madrid, el recurso a los mecanismos de presión y una política corporativa para exigir la intervención económica del Estado configuraban el nuevo panorama político que encabezaba la gran burguesía vizcaína.
Esta actitud respondía al mismo espíritu que triunfaba en casi toda Europa en los años de la segunda revolución industrial. Surgía el capital monopolista, en el que las pequeñas y medianas empresas difícilmente podían rivalizar con el gran capital. Se superaba de forma generalizada el liberalismo ortodoxo. Las élites económicas estimaron que un mayor protagonismo del Estado podía resultar vital para su crecimiento. Se otorgó así un nuevo papel al Estado, que tenía que dejar de ser neutro desde el punto de vista económico. La burguesía de la primera mitad del XIX se había preocupado de distinguir sociedad y Estado, para que el libre juego económico regulase a la sociedad, conforme al principio del
laissez faire.
A fines del XIX había quebrado de este principio, el Estado no podía quedar al margen de los negocios en la sociedad presidida por el gran capitalismo.
De las nuevas concepciones participó plenamente la gran burguesía vizcaína, que llegó al mundo empresarial cuando se afirmaban las nuevas tendencias. Alababa al orden liberal basado en la competencia, pero apostaba por el modelo monopolista nacido de la segunda revolución industrial. La singularidad del camino que siguió la burguesía vasca no radicaba en estas posiciones. Residía en que llegaban sin pasar antes por la etapa del individualismo empresarial, tal como lo entendía el liberalismo ortodoxo. Al corporativismo de mediados de siglo sucedió otro corporativismo monopolista, que buscaba el apoyo estatal. Y es que en la industrialización de Bizkaia fueron primero las grandes empresas. Después, las medianas y pequeñas, que dependían institucional y económicamente de aquellas.
El nacionalismo vasco nació a partir de las repercusiones que tuvieron en la sociedad tradicional la abolición foral y los cambios que produjo en Bizkaia la industrialización. Lo elaboró Sabino Arana, que articuló aspiraciones dispersas de sectores de la sociedad vasca vinculados al tradicionalismo. No obstante, en el nacionalismo también jugaron un papel elementos de origen liberal. Tras 1876 un sector minoritario del liberalismo fuerista evolucionó hacia posturas de tipo nacionalista. Lo representaban en Navarra la
Asociación Euzkara
y en Bilbao la
Sociedad Euskalerría.
Rechazaban a los partidos monárquicos, de los que, decían, tendrían que separarse los vascos, para defender la bandera foral. Subyacía la idea de que los vascos tenían una personalidad propia, diferente de la española.
Pero el nacionalismo sabiniano nació desde el tradicionalismo, cuya orientación mantenía; eso sí, a diferencia del carlismo tenía en cuenta las implicaciones de la revolución industrial. Su ideología se configuró como respuesta a las novedades socioeconómicas, cuando se aceleraba en Bizkaia la destrucción de las formas de vida tradicionales y la inmigración hacía retroceder el euskera, cambios que se sumaban a la abolición foral.
Las propuestas de Sabino Arana se concretaron en su enunciación independentista de que
Euskadi es la patria de los vascos.
Para Sabino Arana la
invasión maketa
(la invasión española) era el origen de los males de la sociedad vasca. Teoría antiindustrial, el primer nacionalismo se oponía genéricamente a los males de la industrialización, destacando a uno de ellos, la inmigración. Reforzaba su carácter tradicionalista el peso de la religión, pues se atribuía una misión salvífica de tipo religioso, expresada en el lema
Gu Euskadirentzat Ta Euskadi Jaungoikoarentzat
(Nosotros para Euskadi, Euskadi para Dios). Para Arana la invasión española constituía germen de deterioro de la moral.
Las propuestas de Sabino Arana se concretaron en su enunciación independentista de que
Euzkadi es la patria de los vascos.
Se justificaba con argumentos historicistas. Su reinterpretación del pasado legitimaba tales aspiraciones, con el argumento de que las provincias vascas (llamadas ex-Estados vascos) habían sido independientes hasta 1839. La historia inspiraba también su proyecto político, apenas concretado, al proponer la vuelta a las formaciones tradicionales del País Vasco, restaurando usos y costumbres. Los males terminarían con la vuelta a la tradición, una imaginaria sociedad rural formada por caseros de raza vasca legalmente iguales, partícipes de una democracia perfecta, sin las tensiones que traían liberalismo y españolismo. Era la exaltación ruralista de una sociedad preindustrial.
Al principio el nacionalismo, elaborado en Bizkaia, se identificó con
bizkaitarrismo: la
argumentación histórico-foral le forzaba a expresarse en términos provinciales. Pero implicaba una teoría nacional, al justificarse por la existencia de una
raza vasca_
Alaba, Benabarra, Gipuzkoa, Lapurdi, Nabarra y Zuberoa tenían así una identidad sustancial con Bizkaya. Proponía una
Confederación
de los
Estados euskerianos,
ligados en el orden social y en el de las relaciones con el extranjero, con posibilidad de secesión.
El primer nacionalismo vasco respondía al modelo romántico o tradicionalista: definía la nación en virtud de caracteres objetivos, situados al margen de la voluntad de los individuos. Cinco elementos componían la nacionalidad vasca: raza; lengua; gobierno y leyes; carácter y costumbres; personalidad histórica. El prioritario era la raza, por la reacción a la
invasión maketa.
Para el primer nacionalismo existía una raza vasca original y pura, si bien no intentó definirla. Se limitaba a afirmar su
originalidad,
que
probaba
por la existencia del euskera. Consideraba vasco al de apellido vasco: sea derivó una dinámica excluyente, que dificultaba el arraigo del nacionalismo, por las trabas a quienes no tenían el necesario apellido.
La
lengua,
secundaria respecto a la raza, servía para demostrar la originalidad y pureza de ésta. Concebida como elemento diferenciador, tenía una función instrumental: el euskera debía propagarse entre las personas de raza vasca, impidiéndose que la aprendiesen los make-tos. Los otros tres factores definitorios de la nacionalidad, con menos importancia, precisaban las virtudes de la raza vasca y legitimaban el planteamiento nacionalista.
Tal concepto de nación era tradicionalista. Frente al
Dios, Patria, Fueros, Rey
del carlismo propuso el lema
Jaungoikoa eta Lagizarra
(JEL). Mantenía el peso de la religión (Jaungoikoa, Dios), pero el
Lagizarra
le apartaba del carlismo, cuyo error, según Arana, fue vincular la causa foral a una dinastía.
Fuero
podía confundirse con privilegio: lo sustituyó con
lagizarra,
la ley vieja, los usos y costumbres tradicionales. En Jaungoika eta Lagizarra,
Eta
simbolizaba las relaciones entre Iglesia y Estado. Arana proponía separar ambos campos, aunque la legislación civil debería ajustarse a los preceptos católicos.
El primer nacionalismo vasco, tradicionalista y ruralista, provenía de ámbitos burgueses vinculados al mundo tradicional, cuyos negocios quedaban desplazados en la nueva sociedad industrial. Nació en Bilbao, donde tuvo sus primeros adeptos y éxitos políticos. Su antiindustrialismo reaccionaba ante los emigrantes, pero había una crítica implícita a los nuevos capitalistas, a los que se responsabilizaba de la nueva situación. Su alternativa evocaba un mundo ideal, a construir cuando se consiguiese la independencia.
Sabino Arana empezó su vida política en 1893. En su discurso de Larrazábal expuso las líneas básicas de su doctrina. En 1894 fundó la sociedad nacionalista
Euzkaldun Batzokija,
con casi 200 miembros. La efervescencia política de algunos sectores propiciaba se propagase el independentismo. Así se reveló en la
Sanrocada
de 1893, un acto de exaltación fuerista en Gernika, en la manifestación de San Sebastián del mismo año, al grito de
¡Vivan los Fueros!,
o en la
Gamazada,
movilizaciones navarras de 1893 y 1894 contra un presupuesto que vulneraba la Ley Paccionada, que forzaron la dimisión de Gamazo, ministro de Hacienda.
Protagonizó esta agitación el liberalismo fuerista, en el que un sector de la
Sociedad Euskalerria
evolucionó hacia posiciones nacionalistas. Lo encabezaba Sota y abundaban los navieros. Al principio Arana les rechazaba por liberales, pero afirmaban en 1897 que profesaban su misma doctrina, aun discrepando de la intransigencia que dificultaba el avance nacionalista.
Politicos nacionalistas vascos. De izquierda a derecha de la imagen: Garay, Apodaca, Arbeloa, Heliodoro de la Torre, José Hom Areilza, Luis Arana Goiri, Ramón de Vicuña, José Antonio Lecube y Zarandona (1930).
Coincidiendo con la crisis de 1898 confluyeron sabinianos y euskalerrianos. Estos, un grupo burgués no monopolista, ingresaron en el nacionalismo. Sin una teoría nacional propia, asumían la de Arana, que admitió a los liberales provenientes de la
Euskalerria.
Influyeron quizás las dificultades que creaban los problemas financieros, la persecución gubernamental y las limitaciones del radicalismo purista.
No se había consolidado aún el nacionalismo. Sus dos primeros periódicos los cerró el gobierno. En 1897 se disolvía el Euzkeldun Batzokija, suspendido dos años antes por orden gubernativa. En 1895 se había creado el Partido Nacionalista Vasco, pero su irradiación no pasaba de Bilbao y algunos pueblos de Bizkaia.
La unión de euskalerrianos y sabinianos fue rentable. En 1898 Sabino Arana fue elegido diputado provincial. Pero nacía un movimiento complejo, con sectores tradicionalistas y burgueses liberales, que no rechazaban la industrialización, ni sacralizaban el independentismo. Sus intereses (que no exigían la intervención estatal proteccionista, pero sí la unidad del mercado español) iban más bien por la vía autonomista. No lo formularon explícitamente, ni cuestionaron en el terreno ideológico
(sí
en la práctica) la ortodoxia independentista, pero el radicalismo sabiniano se hizo compatible con el pragmatismo burgués. Desde 1898 se abandonó el antiindustrialismo extremo, aun manteniendo idealizaciones ruralistas.
Al comenzar el siglo el nacionalismo, con minorías municipales en Bilbao, Bermeo, Mundaka, Arteaga, sufrió una mayor represión. En 1902, cuando Arana estaba en la cárcel, avanzó la idea de crear una
Liga de Vascos Españolistas.
Pretendía al parecer crear un partido que aceptando el hecho constitucional luchase por la autonomía, para, evitar problemas legales y defender mejor la nacionalidad vasca. Al morir Arana en 1903 se abandonó esta vía. Desapareció también la posibilidad de innovaciones teóricas. Se frenó cualquier rectificación del radicalismo sabiniano, que quedaría abortada apelando a la fidelidad al fundador, cuya figura se mitificó.
En la primera década del siglo el nacionalismo vasco adoptaba la forma de un movimiento nacional, dotado de un sentido de comunidad. Su implantación social crecía, tanto en Bizkaia como en Gipuzkoa.
El movimiento obrero comenzó a incidir en la vida del País Vasco desde 1890. La clase obrera estaba surgiendo de forma rápida y brusca, por la puesta en explotación de las minas y la instalación de nuevas fábricas. Formaban una nueva sociedad, compuesta básicamente por inmigrantes. En principio llegaban a Bizkaia como temporeros, en los meses de paro estacional agrícola, o con la idea de volver en algunos años a su pueblo.
Los mineros sufrían las peores condiciones. La mayoría eran peones que acarreaban hierro. El patrono podía sustituirlos con facilidad, por la abundancia de mano de obra. Tenían escasa capacidad de exigir mejores condiciones de trabajo. Los obreros industriales podían ejercer mayor presión sobre la empresa. Más estables, su capacidad asociativa era mayor, si bien en este ámbito había situaciones diversas, según trabasen en grandes fábricas o pequeños talleres, o fuesen peones u obreros especializados.
Unos y otros vivían en condiciones precarias, con pésimas condiciones de higiene, de vivienda y de alimentación. El rápido crecimiento de pueblos y barrios no preparados para el
boom
deterioró los niveles de vida. Las tasas de mortalidad llegaron a superar el 40 %° (el doble que en las zonas agrarias) y se redujo la esperanza de vida, en algunas localidades por debajo de los 20 años, por las deficiencias higiénicas, sanitarias y laborales.