Queriendo institucionalizarse la Dictadura creó la Unión Patriótica, un partido gubernamental que tuvo implantación en el País Vasco. No se toleraron otros partidos. Si las actividades sindicales y culturales.
Gibe! egiak ekatxari
(da la espalda a la tormenta): tal fue el lema que recomendó el
Euzkadi.
Impedidas sus actividades políticas, el nacionalismo se volcó en empresas culturales. Creó una liturgia de símbolos que definían su concepto del «ser vasco». En 1927 celebró en Mondragón el
día de! euzkera,
una movilización en defensa del idioma y una nueva línea de acción propagandística. El clero joven se convertiría, a su vez, en uno de los difusores del nacionalismo. Y recibió gran impulso su organización de montañeros, los mendigoizales, para mantener unida a sus juventudes.
Con algunas excepciones, los socialistas vascos colaboraron con la Dictadura, siguiendo la orientación del PSOE y UGT. Su política laboral de compromiso levantó críticas de otros grupos obreros. Así, si en los últimos años aumentó la sindicación, la UGT perdió posiciones relativas, en beneficio de anarquistas y, sobre todo, nacionalistas:
Solidaridad de Obreros Vascos
optó por una política reformista, pero sin comprometerse con la dictadura. A partir de 1927 las primeras huelgas mineras pedían aumentos salariales. No se sumaron los socialistas. En 1928
Solidaridad
promovía con los Sindicatos Católicos un frente único contra la UGT en las elecciones metalúrgicas a los comités paritarios y denunciaba el «injusto monopolio socialista» de estos órganos de arbitraje, auspiciados por el Dictador.
El crecimiento económico de los años veinte —ensombrecidos en el País Vasco sólo por la quiebra en 1925 del
Crédito de la Unión Minera,
cuyo hondo impacto se resolvió al negociarse el nuevo Concierto— permitió a Primo de Rivera gobernar sin oposición, pero a partir de 1928 la peseta se desplomó. Se incrementó la agitación contra el régimen. Creció la subversión estudiantil y la oposición intelectual que encabezaba Unamuno, desde el primer momento contrario a la dictadura. Los socialistas, a inspiración de Prieto, optaron por aliarse con los republicanos. En enero de 1930 Alfonso XIII despidió a Primo de Rivera. Pensaba que así salvaba a la Corona. En realidad perdía su último apoyo, tras su compromiso con la dictadura.
Siguió, en 1930, una amplia movilización popular. La conflictividad laboral alcanzó los altos niveles de 1919-20. La agitación, síntoma de la descomposición del régimen monárquico, afianzó a la oposición republicana. En agosto de 1930 se llegó al
Pacto de San Sebastián,
que proyectó una república democrática, la elección de Cortes Constituyentes, la plena libertad religiosa y política y la elaboración de estatutos de autonomía. Participaron grupos republicanos y los nacionalistas catalanes, así como el socialista Indalecio Prieto, a título personal. No acudió el nacionalismo vasco, reacio a aliarse con fuerzas republicanas a las que tachaba de anticlericales y radicales. Prieto y Fernando Sasiain, de Unión Republicana, lograron que se reconociese el derecho vasco a la autonomía, aun sin un compromiso autonómico expreso como con los catalanistas, por temor a que un nacionalismo reaccionario hiciese peligrar al futuro Estado republicano.
Manifestación en Vitoria. I de mayo de 1931. Foto E. Guinea.
El nacionalismo vasco estaba por entonces dividido en Comunión y el grupo Aberri. Las nuevas oportunidades políticas que se abrían animaron a acabar con las disensiones. En noviembre de 1930 se celebró en Bergara una asamblea de reunificación, en la que se volvió al nombre de Partido Nacionalista Vasco. La unidad no duró mucho. Al de dos semanas surgía una nueva escisión, la de
Acción Nacionalista Vasca.
Quería modernizar el nacionalismo con criterios democráticos y prestar más atención al problema social. No sostenía un planteamiento anticlerical, pero sí la tesis de la no confesionalidad. Fue, durante la República, un pequeño partido, sin grandes adhesiones populares: su idea de secularizar al nacionalismo levantó recelos entre el clero, con un papel de primer orden en la movilización nacionalista.
Proclamación de la república. Vitoria, 1931. Foto E. Guinea.
El 12 de abril de 1931 se celebraron elecciones municipales, con las que el Gobierno quería iniciar la vuelta a la normalidad política. En las principales ciudades, donde las elecciones no estaban manipuladas, triunfaron las fuerzas republicanas. En las tres capitales vascas ganaron los republicano-socialistas. En Álava y Gipuzkoa (no en Bizkaia) los concejales monárquicos eran mayoría, por el peso de los municipios pequeños, donde persistían los tradicionales vicios electorales, pero quedaba claro que la opinión pública rechazaba la monarquía. Eibar fue la primera localidad en proclamar la república el 14 de abril, anticipándose a Barcelona y Madrid.
Los años de la II República (1931-36) estuvieron condicionados por una profunda crisis económica, con la caída de la producción a partir de 1930. Por ejemplo, el hierro elaborado en Bizkaia bajó un 37 % entre 1929 y 1931. Era la manifestación local de la crisis del 29. La Bolsa se resintió en 1931, al alterarse las condiciones políticas y sociales. El Banco de Bilbao cotizaba a 435 a fines de 1930 y a 200 un año después. La Basconia bajaba de 248 a 135. Antes, hubo cierta resistencia a la crisis, por el relativo aislamiento de la economía española, que, por lo mismo, era mucho más vulnerable a las convulsiones internas. El descenso continuó hasta que hacia 1935 se inició una leve recuperación. Hubo un fuerte aumento del desempleo: ya en 1932 se contabilizaban en Bizkaia 25.600 parados.
Las organizaciones obreras, beneficiadas por el cambio de régimen, crecieron espectacularmente. Los sindicatos socialista y nacionalista superaron los 30.000 afiliados. Pero durante el bienio progresista 1931-33 descendió la conflictividad laboral, por la crisis y por las políticas sindicales. La UGT buscaba que se desarrollase la legislación progresista del socialista Largo Caballero y Solidaridad se desplazó hacia la reivindicación autonomista. Sólo anarquistas y comunistas, opuestos a una república que calificaban de
burguesa,
se alejaron de entendimientos con la patronal.
La República constituía la gran oportunidad de llegar a la autonomía. El PNV impulsó un movimiento de alcaldes para prepararla. La izquierda, que mantenía su postura autonomista pero que anteponía el asentamiento de la república a cualquier demanda, se vio desbordada por la iniciativa. El proyecto de Estatuto, redactado por la Sociedad 'e Estudios Vascos, quería armonizar la tradición foral y la creación de instituciones comunes para el País Vasco. Sufrió cambios tras su entrega a los Ayuntamientos. El más significativo reservaba al Estado vasco la facultad de negociar concordatos con la Santa Sede. Las fuerzas confesionales empezaron a ver en el Estatuto la posibilidad de aislar al País Vasco de la política laica de la República. «El alma del Estatuto de Estella es la libertad religiosa del pueblo vasco»: así opinaba el beligerante catolicismo de
La Gaceta del Norte.
El Estatuto de Autonomía fue suscrito en Estella por 427 alcaldes (de un total de 548), pero no estuvieron representados las más importantes y pobladas ciudades vascas, cuyos alcaldes planteaban el autogobierno desde principios más laicos y democráticos. De «Gibraltar vaticanista» calificó Indalecio Prieto al País Vasco que el estatuto de Estella configuraba.
En las elecciones a Cortes Constituyentes de junio de 1931 triunfó la coalición que formaron PNV, tradicionalistas y católicos independientes, comprometidos en la defensa de la Iglesia y del estatuto de Estella. Sólo en el distrito de Bizkaia-Capital triunfó la coalición republicano-socialista. La alianza estatutaria obtuvo 15 de los 24 diputados que elegía el País Vasco con Navarra. En las Cortes formaron la Minoría Vasco-navarra. No tuvieron éxito. Republicanos y socialistas, mayoritarios, impusieron su criterio, alejado de planteamientos conservadores. Al aprobarse en octubre de 1931 la separación de Iglesia y Estado, la minoría vasco-navarra se retiró de las Cortes. Al tiempo, diversas medidas del Gobierno Provisional levantaron en el País Vasco la oposición religiosa. El Gobierno llegó a cerrar periódicos, suspender manifestaciones contra la República y a incautar fábricas de armas en Gernika y Eibar, por temor a una sublevación.
En el nuevo sistema constitucional no tenía cabida el Estatuto de Estella, con su carga religiosa. Pero, aunque la Minoría Vasconavarra se negó en diciembre a aprobar la Constitución, los nacionalistas pronto la consideraron un cauce válido para sus reivindicaciones autonómicas. Un decreto fijó a fines de 1931 el procedimiento para elaborar los Estatutos. Las Comisiones Gestoras de las Diputaciones (las designaba el Gobierno, pues no hubo elecciones provinciales, por los que republicanos y socialistas tendrían la iniciativa) elaboraría el anteproyecto. Tendrían que aprobarlo después los Ayuntamientos y, antes de pasar a las Cortes, un referéndum.
El nacionalismo vasco vivía un momento de intensa efervescencia. En 1932 celebraba el primer Aberri Eguna. Eligió el domingo de Resurrección, pues el nacionalismo, impregnado de religiosidad, emparentaba la resurrección de Cristo con lo que para el País Vasco suponía la aparición del nacionalismo. Se planteó como homenaje a Sabino Arana y conmemoración de los 50 años del nacionalismo, cuya primera inspiración, según escribió Sabino, le llegó en 1882. Fue el mayor acto de masas hasta entonces afrontado por este movimiento. Acudieron, se calculó, 65.000 personas.
Aberri Eguna
de 1934. Instituido en 1932 por el Partido Nacionalista Vasco como Dia de la Patria, desde esta fecha, el domingo de Resurrección fue una jornada de afirmación nacionalista. Foto E. Guinea.
La autonomía no debía sacrificarse a posturas religiosas ni al rechazo a la izquierda: tal fue el planteamiento de la nueva generación nacionalista que encabezaba Aguirre y asumía valores democráticos modernos, de inspiración cristiana. Era un viraje decisivo en la trayectoria nacionalista.
La Asamblea celebrada en Pamplona en junio de 1932 para aprobar el proyecto de Estatuto provocó la salida de Navarra: los municipios navarros que se opusieron superaron a los que lo aprobaron. Los tradicionalistas, mayoritarios en Navarra, no querían participar en una autonomía sin impronta religiosa. Tras la defección navarra hubo de reiniciarse el proceso. De momento se frustraba la esperanza de que entrase en vigor un estatuto vasco, mientras a fines de 1932 se aprobaba el catalán, en la reacción parlamentaria que siguió al fracasado golpe de Estado del general Sanjurjo.