El constante aumento de sus gastos —por aumentos del cupo, y, sobre todo, por sus mayores servicios— forzó a las Diputaciones a introducir nuevos conceptos imponibles, similares a la contribución que gestionaba el Estado. Los adaptaron para atenuar su carácter directo. Inició el proceso Gipuzkoa, que ya en los años ochenta introducía contribuciones directas, si bien no lo hizo sistemáticamente hasta 1917. Álava comenzó el cambio con el nuevo siglo, mientras que Bizkaia fue más reacia a actualizar sus bases impositivas, si bien en 1906 había ya formas del nuevo tipo de imposición.
Al crear esta fiscalidad las Diputaciones de Gipuzkoa y Bizkaia adaptaron los Reglamentos del Estado (en Álava se recurría al repartimiento por municipios, que equivalía a un concierto dentro de la provincia), pero los nuevos impuestos se introdujeron de forma selectiva, prefiriéndose las contribuciones indirectas. Por ejemplo, en Bizkaia en 1913 por el impuesto de industria y comercio se pagaba el 84 % menos que en el resto de España. El principal ingreso era el impuesto de consumos, desaparecido de los presupuestos del Estado. El régimen de Conciertos Económicos y la autonomía provincial permitieron que los nuevos grupos hegemónicos administrasen el país. Pudieron imponer sus criterios, regresivos, sin graves interferencias exteriores.
En conjunto, el sistema constituyó un sistema singular, que sólo en parte enlazaba con los precedentes históricos. Pese a sus precarias bases jurídicas y su dependencia última respecto a la voluntad gubernamental, permitió el funcionamiento estable del País Vasco dentro del sistema constitucional, sin graves disensiones. Constituyó la solución política al problema planteado desde comienzos de siglo por la revolución liberal.
En el último cuarto del siglo XIX se produjo en Bizkaia un rápido proceso de industrialización. Lo protagonizó la burguesía minera, capitalizada gracias a la exportación de hierro. Sus iniciativas industriales gestaron el nuevo modelo de crecimiento. El auge minero fue rápido y súbito. En 1878 se extraía 1,3 millones de Tms. de mineral y en 1883 se llegaba a 3,6. En 1890 se acercaba a 5 millones, para alcanzar la máxima explotación en 1899, con 6'5. La producción creció con altibajos de carácter cíclico. Hubo tres momentos de expansión, los años 1878-1882, 1887-1890 y 1895-1899.
La venta del hierro generó un importante flujo de capitales, del que entre el 75 y el 80 % se quedó en Bizkaia, en mano de obra, instalaciones, servicios, impuestos, o en la forma de beneficios empresariales. De éstos, hacia el 40 % correspondió a las compañías extranjeras que participaron en el negocio minero. Los mineros vizcaínos obtuvieron beneficos cuya cuantía significó un revulsivo económico. Se concentraron en un reducido grupo.
Edificio del Banco de Bilbao con sus ventanales protegidos con pieles, durante el ataque carlista de 1874.
En la última década del siglo 6 grupos, compañías o corporaciones, obtenían alrededor del 58 % de los beneficios devengados por el mineral: Orconera Iron Ore, Martínez Rivas, Franco-Belga, Ibarra Hermanos (que participaban además en un cuarto del capital de Franco-Belga y Orconera), la Diputación de Bizkaia (obtenidos en el Ferrocarril de Triano) y el grupo Chávarri. Hubo otros mineros locales con beneficios importantes, como los Echevarrieta y Larrínaga, Darío p. Arana, Gandarias o Lezama Leguizamón. Los Sota, que explotaron minas en Saltacaballos (Cantabria) desde 1887, obtuvieron beneficios similares a los de la élite minera de Bizkaia.
La inversión de beneficios mineros inició la industrialización, cuya cronología siguió, con algún desfase, el ritmo cíclico de la minería.
En el ciclo 1878-1882 se fundaron tres siderurgias. Las promovían los principales mineros. Los Rivas, la
San Francisco
(1878), Víctor Chávarri la
Bizkaia
(1882), mientras
Altos Hornos de Bilbao
(1882) era transformación de la
Fábrica de Nuestra Señora del Carmen
que regentaban
Ybarra Hermanos.
Las dos primeras buscaban sólo elaborar lingote, para exportarlo, y
Altos Hornos de Bilbao
aspiraba a dirigir su producción al mercado nacional.
En el ciclo inversor 1888-92 estos empresarios apostaron por el mercado nacional, reconvirtiendo las siderurgias y promoviendo metalurgias que transformaran sus semielaborados. El cambio se inició hacia 1888, al crearse
Astilleros del Nervión,
que fabricaron buques para la armada. La burguesía vizcaína comenzó a reivindicar el proteccionismo. Con el acicate de la ley proteccionista de 1891 nacieron varias metalurgias
(Talleres de Deusto, Aurrerá, Basconia, Alambres del Cadagua
o
Tubos Forjados).
De estos años data también la compra por bilbaínos de minas de carbón en Asturias y León, el ferrocarril de la Robla (para transportar la hulla leonesa), el Banco del Comercio y las primeras navieras de Sota y Aznar.
El siguiente ciclo comenzó tras la guerra de Cuba. Los altos beneficios mineros de estos años y las mejores expectativas económicas provocaron entre 1898 y 1901 una inusitada movilización de capital. Nació un nuevo sector naviero (133 buques vizcaínos recalaban en 1901 en el puerto de Bilbao, frente a los 37 de 1897), surgieron los seguros, promocionados por navieros, que constituyeron también el astillero
Euzkalduna.
Se compraron minas de plomo, hierro, cobre, azufre, etc., en Gipuzkoa, Santander, Lugo, Córdoba, Huelva, Sevilla, Jaén, Almería, Teruel, Ciudad Real, Albacete…
Proliferaron las iniciativas financieras: en 1901 había en Bilbao 7 bancos, algunos especulativos. Varios desaparecieron. Sobrevivieron Banco de Bilbao (fusionado con el del Comercio), Banco de Vizcaya y Crédito de la Unión Minera. Los dos primeros los dirigían miembros de la gran burguesía, y al Crédito medianos mineros. En este ciclo se fundaron las primeras empresas eléctricas importantes, se fusionaron Altos Hornos de Bilbao, la «Vizcaya» y la Iberia en Altos Hornos de Vizcaya y los vizcaínos participaron en diversos monopolios, asociaciones de productores y compañías que aspiraban a controlar su ramo productivo.
En la fundación empresarial de los años 1898-1901 se movilizaron pequeños y medianos capitales, pero no se diluyó el control de la oligarquía de origen minero. La euforia económica terminó a mediados de 1901, con el
crack
de la Bolsa de Bilbao, que liquidó a muchas empresas. Pero había nacido ya una moderna y diversificada estructura de la economía vizcaína.
La industrialización guipuzcoana del XIX no tuvo la intensidad de la vizcaina.
Frente al despegue industrial de Bizkaia, Álava experimentó una grave recesión. Surgieron algunas pequeñas fábricas, en parte artesanales, pero su economía seguía dependiendo de la agricultura, que vivió malos tiempos. Con la revolución de los transportes nació un mercado mundial, en el que difícilmente podía competir el cereal alavés. La legislación proteccionista de 1891 contuvo la competencia exterior, pero no mejoró la baja productividad del cereal alavés. En cuanto a la Rioja alavesa, vivió años de auge tras la guerra, por la mayor demanda consecuencia de la crisis vitícola francesa. No se aprovecharon para captar los mercados que abandonaron los franceses y al recuperarse los vinos de Burdeos acabó esta expansión. Hacia 1888 se agravó la crisis al afectar la filoxera a las cepas de la Rioja.
La industrialización gipuzkoana del XIX no tuvo la intensidad de la vizcaína. En el último cuarto del siglo siguió el asentamiento paulatino de fábricas dedicadas a distintas ramas productivas. Se instalaron industrias de consumo, como la alimenticia o la de madera y muebles, las papeleras modernizaron sus procesos de fabricación y se acentuó la especialización armera de Eibar. Coincidiendo con el
boom
de Bizkaia de 1898-1901 hubo en Gipuzkoa un auge empresarial, representado por el Banco Guipuzcoano o la participación de fábricas gipuzkoanas en compañías nacionales, como
Construcciones Metálicas
y
La Papelera Española…
Como fruto de su mayor dinamismo, Bilbao tuvo un notable peso en la construcción de la infraestructura ferroviaria del País Vasco. Las vías tendidas entre 1879 y 1890 recorrían las riberas fluviales de su entorno. Unían Bilbao con las poblaciones de ambas márgenes de la ría (Portugalete y Las Arenas), con Durango (siguiendo el Ibaizábal) y con Valmaseda (por el Cadagua). En la siguiente década se prolongaron algunas líneas fuera de los límites de Bizkaia. A partir de Durango y Valmasedalos ferrocarriles que enlazaron Bilbao con Santander, San Sebastián y el norte de León.
La población creció a un rápido ritmo. Entre 1877 y 1900 aumentó un 34 %, de 450.000 a 604.000 habitantes. Era un saldo excepcional, pues la población española crecía sólo un 9,3 %.
Consecuencia del despegue industrial y minero, el crecimiento era, sobre todo, de Bizkaia, pues pasó de 190.000 a 311.000 habitantes. Aumentó en un 64 %, en contraste con el estancamiento de Álava, que creció sólo el 3 % (de 93.500 a 96.400): se abandonaban las zonas agrarias y sólo Vitoria presentaba netos ascensos. En Gipuzkoa, acorde con su pausada mejoría de económica, el crecimiento fue más moderado que el vizcaíno: subió de 167.000 a 196.000, un 17 %.
La inmigración fue el fenómeno más característico del
boom
demográfico. Su impacto no fue similar en las tres provincias. Mientras en 1900 sólo el 12,3 % de la población gipuzkoana era inmigrante, en Bizkaia alcanzaban el 27,8 %. La inmigración se concentró en las zonas directamente afectadas por el despegue minero e industrial. Así, mientras los contingentes de población foránea eran muy reducidos en las comarcas rurales de Bizkaia, entre el 3 y el 7 % del total, en los distritos de Bilbao y Valmaseda ocupaban un porcentaje decisivo, del 42 %. En estas zonas, de creciente influencia por su vitalidad económica, se estaba creando una nueva sociedad, con problemas y comportamientos distintos a los tradicionales.
El despegue económico y el
boom
demográfico provocaban en la vida de Bizkaia bruscos y traumáticos. Las transformaciones acabarían influyendo en todo el País Vasco, pero la génesis del pluralismo vasco se explican por los intensos cambios que se daban en esta provincia.
A fines del XIX nació en Bizkaia, inducido por la industrialización, el
pluralismo vasco,
en el que convivían distintos ámbitos, cada uno con sus valores, comportamientos y concepciones políticas. Lo representaban el liberalismo monárquico, el nacionalismo vasco y el movimiento obrero. En la burguesía industrial nació una nueva versión del liberalismo, que aspiraba a influir en la política del Estado; el proteccionismo inició una evolución ideológica hacia un nacionalismo español.
Entre los grupos de trabajadores surgió un movimiento obrero, de carácter socialista, articulado en agrupaciones sindicales y políticas. Y el nacionalismo vasco fue la reacción de la sociedad tradicional ante las nuevas condiciones; a diferencia del carlismo tenía en cuenta las consecuencias de la revolución industrial.
El liberalismo de referencia fuerista y el tradicionalismo pervivieron en las zonas que no recibieron el impacto directo del hecho industrial. aún en retroceso, durante décadas los antagonismos políticos de Gipuzkoa y Álava pudieron entenderse en las mismas claves del período anterior.
Liberalismo
españolista,
socialismo y nacionalismo vasco constituían respuestas diferenciadas a un mismo fenómeno, la modernización económica, y reflejaban a distintos ámbitos sociales, con sus dinámicas propias. Los dos últimos, antagónicos políticamente, se vertebraron como movimientos de masas; el liberalismo, como un grupo de presión, compuesto por notables, sin arraigo popular, pero con capacidad de controlar el poder, gracias al sistema político de la Restauración, basado en el caciquismo.