Hijos del clan rojo (32 page)

Read Hijos del clan rojo Online

Authors: Elia Barceló

Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico

BOOK: Hijos del clan rojo
2.31Mb size Format: txt, pdf, ePub
Rabat (Marruecos)

Lena iba perdiendo la cuenta del tiempo que llevaba en Rabat. Nada más llegar se habían instalado en un hotel para europeos con todos los servicios habituales y unas habitaciones espaciosas con una terracita que daba al jardín y la piscina, y prácticamente no habían vuelto a salir a la calle. En apariencia eran una pareja de turistas normales, salvo que se pasaban todo el tiempo en el hotel y Lena imaginaba, con cierta repugnancia, que el personal pensaría que estaban en viaje de novios y no salían de la cama.

Sombra le daba ejercicios cada vez más complicados en los que siempre se trataba de moverse sin moverse, del mismo estilo que el del lago, y ella pasaba casi todo su tiempo tumbada en la cama, o sentada en un sillón, o en una estera en el suelo, boca arriba o boca abajo, practicando, intentando una y otra vez lo que se suponía que debía ser capaz de conseguir. El servicio de habitaciones le subía las comidas al cuarto y, cuando llegaba por fin el momento de dormir, Lena tenía la sensación de caer en un pozo oscurísimo, sin sueños, sin recuerdos.

Lo que más le alegraba era que no había vuelto a tener pesadillas. La primera noche que había pasado en Rabat, quizá por lo extraño del entorno, o porque era lo que siempre, inexplicablemente, le pasaba cuando salía de viaje, había tenido uno de los terribles sueños que recordaba de su infancia, en los que de pronto se encontraba en un lugar que no era un lugar, lo que había llegado a definir más bien como un estado de cambio inminente. Una oscuridad pulsante, extrañamente viva, la rodeaba y de pronto algo en ella sabía que había llegado el momento, que iba a empezar a transformarse, y el miedo la llenaba como un líquido venenoso, y gritaba y se rebelaba, pero no servía de nada.

Todo su ser, tanto su cuerpo como su alma o su conciencia, empezaba a sentirse desgarrado en todas direcciones, pero sobre todo en un eje vertical, hacia arriba y hacia abajo, como si manos gigantes la hubieran agarrado por la cabeza y los pies y tiraran de ella en direcciones opuestas. Entonces se iba estirando, adelgazando, hasta convertirse en una cuerda elástica cada vez más larga, cada vez más tensa, que se tendía en medio del espacio exterior —a veces podía ver incluso estrellas desconocidas, nebulosas, extraños fenómenos de color— hasta que tenía la sensación de que acabaría por romperse para siempre y casi lo deseaba.

En ese momento, de repente, sentía que todo su ser se había convertido en otra cosa, en una especie de puente, de arco que unía dos orillas y era usado como camino, como lugar de paso por algo que no podía nombrar. A veces tenía la sensación de que miles de millones de hormigas diminutas pasaban por encima o a través de ella; otras veces era un burbujeo extraño que la hacía sentirse recorrida por un gas o un líquido gaseoso; en una ocasión particularmente espantosa que aún recordaba con terror y que llevaba años tratando de olvidar, la sensación había sido de que alguien, un ser concreto y físico, mucho más grande que ella, que por entonces era una niña pequeña, trataba de abrirse paso por su interior, como si ella fuera un tubo de goma y él quisiera atravesarla reptando por dentro para salir por el otro lado. Pero de eso hacía ya mucho tiempo, procuraba no pensar en ello y con mucha frecuencia lo conseguía.

La pesadilla de la primera noche que pasó en Rabat no había sido tan terrible. Había vuelto a sentir que su cuerpo no le pertenecía, sino que poco a poco se iba convirtiendo en una especie de vehículo para algo que, en ese sueño concreto, no se había presentado. Sus pies se habían fundido con la tierra, convirtiéndose en raíces de un árbol muy poderoso, y su cabeza había ido alejándose cada vez más del suelo hasta encontrarse fuera de la tierra y más allá, proyectándose hacia el infinito. Dentro del sueño había oído una voz muy extraña, —no humana, había pensado mientras soñaba—, que, sin embargo, pronunciaba palabras humanas que no le decían nada, en una lengua que no comprendía:
Irminsul
,
Yggdrasil
,
Mimaeid
,
Lärad
,
Kantara
… y que sólo podía recordar porque las había oído muchas veces.

Luego, al despertar, no había tenido la sensación de violación e impotencia que conocía de otras veces, sino que, extrañamente, se había sentido casi renovada, como cuando soñaba que estaba volando por sus propios medios sobre un paisaje conocido y amado. Esta vez no había tenido la necesidad de llorar y de compadecerse por haber dejado de ser pequeña, por no poder meterse en la cama de sus padres y volver a dormirse abrazada a ellos.

Y desde esa primera noche ya no había vuelto a soñar. Se metía en la cama y, de un momento a otro, era como si la desenchufaran; se ponía cómoda, se agarraba a la almohada, a veces tenía un segundo para pensar en Dani o en que le gustaría estar en casa, y de repente abría los ojos y la noche había dado paso al día.

Cuando despertaba se encontraba bien, descansada, con ganas de continuar aprendiendo, y ella misma no conseguía imaginar cómo era posible que su cuerpo siguiera sintiéndose en forma a pesar de que no hacía nada para moverlo. Le habría gustado nadar o salir a correr o pasar un par de horas en un gimnasio, pero nunca había tiempo para otra cosa que no fuera practicar.

—¿Para qué hacemos todo esto? —le preguntó un día a Sombra al cabo de mucho tiempo de prácticas.

—Para que seas capaz de hacer lo que tienes que hacer llegado el momento.

—¿Y qué es lo que tengo que saber hacer?

—Sombra te lo dirá cuando debas saberlo.

—¿Por qué siempre hablas de ti mismo en tercera persona?

Sombra se quedó mirándola fijamente, con la expresión neutra de cuando no pensaba contestar, hasta que ella bajó la vista. Luego le dio otro ejercicio y eso fue todo.

—Necesito salir, Sombra —le acababa de decir ahora, después de varios días sin moverse del hotel. Hacía tiempo que le había perdido el miedo porque estaba claro que no pensaba hacerle daño, pero también sabía que no podría librarse de él y que siempre era él quien decidía lo que ella podía hacer y lo que no.

—De acuerdo. Hoy harás unos ejercicios al aire libre.

Estuvo a punto de ponerse a dar saltos de alegría.

—¿Vamos al mar?

—Aún no. Vamos a la Chellah.

—¿Qué es eso?

—Un jardín en las ruinas romanas de la primera fundación de Rabat.

—¿Podemos ir a pie? Se me va a olvidar andar.

—Si quieres, puedes ir caminando.

—¿Y tú?

—Sombra estará allí. —La miró a los ojos y al instante en la mente de Lena apareció un plano del camino que tenía que recorrer para llegar a la Chellah, así como unas imágenes del exterior para que la reconociera al verla.

Se concentró en lo que le mostraba y cuando volvió a ver la realidad que la rodeaba, Sombra había desaparecido como tantas otras veces. Estaba terminando de abrocharse las zapatillas de deporte cuando de repente su mirada se fijó en el teléfono de la mesita de noche y sintió como si sus manos desarrollaran vida propia y se tendieran hacia él sin concurso de su voluntad. ¡Llevaba tanto tiempo incomunicada! Dani se estaría volviendo loco de preocupación. Su padre quizá también, pero al menos él sabía algo de lo que estaba pasando, mientras que Dani no sabía nada de nada y estaría pensando toda clase de cosas horribles; lo mismo que le habría pasado a ella si fuera él quien hubiera desaparecido sin explicaciones.

Buscó en la hoja de información lo que tenía que hacer para llamar a Austria y marcó con dedos temblorosos, esperando ver aparecer a Sombra en cualquier momento. El móvil de Dani sonaba y sonaba y ella estaba ya desesperada cuando, de repente, contestó.

—Daniel Solstein.

Tragó saliva porque de pronto no sabía qué podía decirle. Hacía tanto que no se habían visto, le habían pasado tantas cosas desde la última vez que habían estado juntos que ya no sabía si ella era la misma persona, ni si lo era él.

—Soy Lena. No tengo mucho tiempo.

—¿Estás bien? —Eso era lo más importante y él llevaba más de una semana entrenándose para hacer primero esa pregunta si ella volvía a llamar. No tenía sentido hacer preguntas idiotas antes de las fundamentales.

—Sí, Dani, no te preocupes, estoy bien. En serio.

—Necesito verte, Lena.

—No puede ser. Estoy muy lejos y no me dejan.

—¿Quién, cariño? ¿Quién no te deja?

—No puedo hablar mucho. Sólo quería decirte que pienso en ti y que me pondré en contacto de nuevo en cuanto pueda.

—He hablado con tu padre. Parece que él no está preocupado. Trataré de verlo hoy o mañana.

—Dile que lo quiero mucho, por favor.

—Sí. ¿Y a mí? ¿Me quieres a mí?

—¿Crees que estaría llamándote, si no?

—Lena, por favor, deja que te ayude, dime qué te pasa, dónde estás…

—Tengo que irme, Dani.

—¡No! No te vayas aún. Por favor. ¿Tu padre sabe dónde estás?

—No. Nadie lo sabe.

—Un tal Lennart me ha llamado preguntando por ti.

—¿Lenny? ¿Lenny te ha llamado?

—¿Sabe él algo que yo no sepa?

—No, ¿qué va a saber?

—Lena… ¿por que no le has contado a nadie que somos novios?

—¿Qué? Pues claro que lo he contado, pero ahora no tengo tiempo para hablar de esas cosas.Adiós, Dani. Piensa en mí. Te echo mucho de menos.

Daniel la oyó llorar al teléfono y estuvo a punto de ponerse a aullar de pura impotencia, por no poder abrazarla, consolarla, decirle que él la ayudaría, que todo saldría bien, pero antes de poder reaccionar, oyó el clic del teléfono y Lena se perdió en la distancia.

Se sentó en un portal y cerró los ojos para repasar la conversación sin interrupciones ni otras impresiones del exterior. Esta vez había sonado mucho más tranquila, más relajada y segura de sí misma; esta vez no parecía asustada y eso ya era mucho. Además, lo había llamado en un momento en el que, al parecer, estaba sola y más o menos libre, lo que quería decir que él seguía importándole, que aún lo quería. ¿Qué más podía sacar de la conversación? Que tanto su padre como ese Lenny le habían mentido al decirle que ella nunca había mencionado que fueran novios. ¿Por qué? Si Lena decía la verdad, y él no tenía por qué dudar de su palabra, los dos lo sabían y, sin embargo, ambos habían tratado de crearle una inseguridad al respecto. ¿Para que se enfadara con ella y la olvidara?

Ahora ya estaba empezando a pensar tonterías. Tenía que volver a lo básico. ¿Qué más sabía a través de las pocas palabras de Lena? No le había dado ninguna pista, salvo que había una o varias personas que la obligaban a permanecer lejos de casa y que podían darle o no permiso para comunicarse con él. Daba la impresión de que la llamada había sido algo clandestino, algo que sus ¿secuestradores?, ¿guardianes? ignoraban.

Seguramente habría llamado desde un móvil con el número suprimido y no podría volver a llamar. Miró el protocolo de llamadas de todas formas.

No podía creerlo. Se puso en pie de un salto al darse cuenta de que Lena no había llamado desde un móvil, sino desde un teléfono fijo que salía en pantalla. Un teléfono fijo con prefijo internacional y de país. Buscó rápidamente en Internet tratando de localizar de qué país se trataba.

Marruecos.

Lena estaba en algún lugar de Marruecos. Pero era algo que no pensaba contarle a nadie.

Clínica privada del doctor Kaltenbrunn. Neuchâtel (Suiza)

Eleonora entró en la habitación con el ramo de flores más enorme que Clara había visto en su vida: rosas, gerberas, amarilis, gladiolos, orquídeas… una variedad increíble de flores en distintos tonos de rojo mezclados con hojas de un verde brillante. El ramo era tan grande que casi tapaba por completo a su portadora, pero en seguida lo dejó encima de la cama y la abrazó con fuerza.

—¡Mañana es el gran día, querida! ¿Cómo estás? ¿Nerviosa, excitada?

—Un poco nerviosa, la verdad. ¿Dónde está Dominic?

—Abajo, hablando con tu madre, que también acaba de llegar. Anda, vístete y nos vamos a comer por ahí y a hablar de los últimos detalles. Ya me ha dicho el tío Gregor que te has convertido en una carnívora. —Soltó una carcajada fresca que a Clara le dio grima.

—¿Cómo dices? —No era posible que el doctor Kaltenbrunn se hubiera enterado de sus escapadas nocturnas en busca de animales. Estaba segura de que nadie sabía nada en el sanatorio.

—Que para haber sido vegetariana durante tantos años parece que ahora te has aficionado a la carne y te encantan los filetes semicrudos.

—Pues sí. Yo tampoco lo entiendo; debe de ser el embarazo.

—Es mucho mejor comer carne, créeme. En el clan rojo apreciamos la buena comida. ¿Tienes planes para esta tarde o podemos ir un rato de compras? Me gustaría regalarte algo bonito, pero como aún no te conozco bien, creo que sería mejor que fuéramos juntas.

—Yo había pensado estar con Dominic.

—Claro, mujer, pero más tarde, ¿no? Ahora vamos a comer, luego nos iremos de tiendas tu madre, tú y yo, después nos pasaremos por el hotel a ver si tenemos alguna queja sobre la decoración para mañana y ya luego, cuando terminemos de cenar, os podréis retirar a vuestro cuarto y estar solos un rato.

—Es que hace mucho que no nos vemos, Eleonora.

—Sí, querida. Así son las cosas en nuestra familia; ya te irás acostumbrando. Nos vemos poco, pero cuando estamos juntos, siempre es espectacular.

Mientras se vestía para salir, viendo a Eleonora recostada en el sofá de su habitación mirando el paisaje alpino, Clara pensó que ése era precisamente el adjetivo que mejor describía a Eleonora: espectacular. A su lado ella se sentía como un ratón, feo y gris; como un ratón al lado de un tigre o de una pantera.

Bajaron juntas la escalera y, al ver a Dominic hablando relajadamente con su madre, con las manos en los bolsillos del pantalón, estuvo a punto de desmayarse de felicidad. Él también era un leopardo o una pantera, como su hermana. No quería ir a comer con nadie, no quería ir de compras; lo único que quería era que él la abrazara y la llevara a una cama o a un sofá y poder acurrucarse con él durante días enteros, sin nadie más alrededor, y estar juntos, y hacer el amor, y ser felices sin testigos. Pero cuando se encontraron, en lugar de saltar encima de él y agarrarse a su cuello dando gritos de alegría, la vergüenza pudo más y se limitó a besarlo con dulzura y a quedarse muy cerca de él hasta que él le pasó el brazo por los hombros y le dio un beso suave en la oreja mientras escuchaba a su hermana haciendo planes para todos. Luego la acaparó su madre y, en cuanto terminaron de comer en un restaurante elegantísimo que sin embargo no le dejó el menor recuerdo, Dominic se excusó dejándolas solas hasta la noche.

Other books

Smart Man by Eckford, Janet
Bette Midler by Mark Bego
Catwalk: Messiah by Nick Kelly
The Line Up by Otto Penzler
Once Upon a River by Bonnie Jo Campbell
Overheard in a Dream by Torey Hayden
The Pale House by Luke McCallin
A Dog's Life by Paul Bailey