Read Hijos del clan rojo Online
Authors: Elia Barceló
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico
Lo había estado llamando a lo largo de los días festivos, pero al parecer se había marchado de viaje y, a pesar de que él le había ido dejando mensajes en el contestador, nunca le había devuelto las llamadas.
Ahora, instalado en el piso de Pippi para tener un poco de intimidad, y aprovechando que su amigo se había ido al cine, se estaba preparando para llamar cuando, de repente, sonó su móvil.
—Daniel Solstein.
—Hola, Daniel. Habla Max Wassermann. —Dani se puso rígido en el sofá.
—Estaba a punto de llamarlo yo. ¿Hay algo nuevo?
—Estoy en Viena por trabajo pero me acabo de quedar libre. Me gustaría invitarte a cenar, si tienes tiempo.
No lo podía creer. Era como si fuera otra persona la que ahora le hablaba. Seguía siendo más bien seco, pero ya no se percibía ese hielo, esa distancia cortante de la última vez. Y había pasado de llamarlo «señor Solstein» a llamarlo simplemente Daniel. ¿Habría hablado con Lena mientras tanto?
—Claro, por supuesto. Encantado. ¿Cuándo y dónde nos vemos?
—¿En la Palmenhaus, dentro de media hora? ¿Sabes dónde está el restaurante?
—Sí. Perfecto. Salgo para allá. ¿Cómo lo reconozco?
—Yo te reconoceré.
Wassermann colgó y Dani se quedó perplejo, mirando sin ver el póster gigante del Life Ball que ocupaba la pared enfrente del sofá. Quería verlo. Él quería verlo. Eso sólo podía significar que, fuera como fuese, tenía alguna información nueva, y que se había enterado de que él era realmente el novio de su hija. O quería pedirle ayuda para buscarla. O…
«Deja de pensar estupideces y muévete —se ordenó a sí mismo—. Ya te enterarás cuando lo veas.»
Dejó una nota para Pippi, cerró bien la puerta y se lanzó al metro. Por fortuna el restaurante estaba muy cerca, al lado de la Biblioteca Nacional, y además era uno de los que más le gustaban, aunque no se lo podía permitir casi nunca. De hecho era ahí adonde tenía pensado llevar a Lena la primera vez que fuera a visitarlo a Viena. Era un antiguo invernadero, del siglo
XIX
, todo cristal, de techos altísimos, lleno de palmeras y ficus y plantas exóticas, con una iluminación muy cálida y un ambiente distendido, con buena música. Parecía que Max Wassermann tenía buen gusto, además de haber engendrado a una hija preciosa.
Aún estaba sacudiéndose del pelo la nieve que le había caído encima en el corto trayecto desde la salida del metro cuando un hombre alto y delgado se puso en pie en una mesa del fondo y le hizo una seña.
Daniel se acercó, después de colgar el anorak, y se estrecharon la mano mirándose a los ojos, cada uno tratando de medir al otro.
—Gracias por la invitación, señor Wassermann.
—Max. Es más cómodo.
Se les acercó una camarera con la carta y durante unos minutos nadie dijo nada; pidieron y se quedaron mirándose de nuevo. Wassermann era más joven de lo que Daniel había imaginado y, a pesar de que llevaba traje gris y gafas metálicas, producía más la sensación de estar disfrazado de persona seria que de serlo realmente.
Para Max, Daniel era de algún modo una nueva versión de sí mismo, aunque no se le pareciera en absoluto. Max siempre había tenido aspecto intelectual, alto, más bien flaco, con gafas y pelo corto, siempre vestido con tonos grises o azules. Daniel tenía aspecto deportivo, hombros anchos y complexión más fuerte, aunque era delgado, llevaba el pelo rapado de los chicos que están haciendo el servicio militar y eso hacía que se le vieran más las orejas, un poco despegadas. Miraba de frente, con sinceridad, lo que le resultaba muy positivo. Durante varios días se había temido que Lena, al ser la primera vez, se hubiera enamorado de uno de esos niñatos con carita de bobo que tanto abundaban últimamente. Daniel parecía un chico normal, como había sido él treinta años atrás.
—Te estarás preguntando por qué te he llamado ahora, ¿no?
—Pues sí.
—Te dije que haría unas llamadas. Las he hecho. Y he leído el diario de Lena.
—¿Quéee…?
—¿Te escandaliza?
—Pues sí, la verdad. No me parece decente.
Max sonrió. Dio las gracias a la camarera que acababa de dejar en la mesa dos cervezas grandes y volvió a mirar a Daniel.
—Ese diario ha estado en mi casa los últimos siete u ocho años y jamás se me ha pasado por la cabeza abrirlo. Pero no sé si te haces cargo de cómo se siente uno cuando su hija desaparece de pronto. Todas las pistas son pocas. Hay que hacer todo lo posible, y ese diario era una fuente de información.
—¿Le ha servido para algo, al menos?
Max volvió a esbozar la pequeña sonrisa que tanto le gustaba a Lena porque, por unos segundos, dejaba ver al chico que había sido en el pasado.
—Me ha servido para querer conocerte, por ejemplo. —Chocaron los vasos y dieron un largo trago de cerveza—. Parece que Lena te quiere y yo respeto mucho los gustos y las elecciones de mi hija.
—Pero ¿hay alguna información de valor? ¿Algo que nos permita encontrarla?
El hombre se pasó la mano por la frente. Ya había decidido en el viaje a Viena qué era lo que pensaba contarle a Daniel, pero ahora empezaba a darse cuenta de por qué lo había elegido Lena y eso le hacía dudar; quizá debería poner más cartas sobre la mesa. No todas, pero unas cuantas más. Aquel muchacho parecía realmente maduro, estable, de fiar, todo lo que Lena decía de él en su diario. Que era tenaz estaba claro. Muchos chicos de su edad habrían decidido que lo mejor era olvidarse de esa novia tan problemática y buscarse otra durante las fiestas de Navidad.
—Verás… no sé por dónde empezar. Es difícil. Hace falta… no sé si decir imaginación o amplitud de miras, o flexibilidad o directamente ingenuidad y fantasía. O quizá, simplemente, ser imbécil y estar enamorado. No sé. Lo que sí sé es que, hace treinta y tantos años, yo necesité todo eso y mucho más para poder entrar en la vida de Bianca, para poder quedarme con ella. ¿Crees que tienes todas esas cualidades?
—No lo sé, la verdad. Vamos a probar.
—Me gusta tu sinceridad, hijo, pero quiero advertirte que, cuanto más sepas, más cambiará tu vida. Y que puedes correr peligro. Bueno, y lo más probable es que directamente pienses que te estoy tomando el pelo y que no te lo creas.
Daniel tomó otro trago de cerveza.
—Lo acepto todo.
—De acuerdo. A ver cómo te lo explico…
Daniel estaba empezando a pensar que aquello parecía una película y que el padre de Lena, por la razón que fuera, quería mantenerlo al margen a base de contarle algún cuento chino, pero decidió concederle el beneficio de la duda y escuchar lo que tenía que decirle. En el peor de los casos él sí tenía una pista sólida, y Max le iba a pagar un buen chuletón de ternera.
—No sé si te habrás dado cuenta de que Lena no es del todo normal.
Dani lo miró, perplejo, y sacudió la cabeza.
—No me refiero a que tenga algún déficit o alguna enfermedad física o mental. Quiero decir que es extraordinaria.
Daniel se relajó de nuevo y sonrió.
—Eso sí que lo he notado.
—Creo que hablamos de cosas distintas, pero eso no es lo importante ahora. Su madre, que también era extraordinaria, y yo hemos intentado que no se le note, que no llame la atención en ningún momento, porque queríamos que creciera como una niña normal y que ciertas personas de las que te hablaré más tarde no se fijaran en ella, pero sabíamos, o más bien temíamos, que antes o después nos encontrarían. Hace cerca de dos años mi mujer sufrió un accidente mortal. Estoy convencido de que no fue un accidente, ya que ambos pensábamos que eso podría suceder en algún momento y ahora sé seguro que fue intencional, porque Bianca había dejado todo un plan de evasión para Lena.
—Pero —interrumpió Daniel—, si su mujer murió hace ya casi dos años y Lena ha desaparecido hace unas semanas, ¿por qué ha tenido que ser ahora?
—Porque hace unas semanas, en el instituto de Volders donde estudia Lena, fue asesinado un profesor.
—Y ¿eso qué tiene que ver?
—Bianca dispuso en su testamento que si en el entorno inmediato de Lena se producía un asesinato o una muerte no explicada, ella debería desaparecer. Luego lo entenderás mejor.
—¿Para ir adónde?
Max suspiró.
—En principio a París. Allí tenemos familia.
—Es decir, que su primera llamada, cuando quedamos en que vendría a Viena porque estaba muy asustada y se sentía muy sola era desde París.
—Seguramente.
—Y luego se esfumó. ¿Por qué? Cuando hablé con ella, me dijo que alguien no la dejaba. ¿Sabe usted de quién hablaba?
—Creo que sí.
La camarera llevó los platos, cambiaron unas palabras con ella y volvieron a quedarse solos.
—¿Conoces a Clara, la mejor amiga de Lena?
El cambio de tema desconcertó a Daniel pero contestó de todas formas.
—No he llegado a conocerla de verdad. Nos vimos una vez en un café y hablamos un momento, pero las cosas ya no iban bien entre ellas. Sé que Lena sufría mucho por eso y por el imbécil del novio que Clara había elegido.
—Ese novio es una de las razones de la desaparición de Lena. ¿Qué sabes de él?
—Sé que es millonario, que es hijo de una familia muy importante, aristocrática, creo, y que la madre de Clara trabaja en su empresa. También sé, aunque Lena me pidió que no lo hablara con nadie —Max hizo un gesto como para indicarle que ahora ya no tenía importancia, que estaba disculpado—, que está embarazada y que se van a casar.
—Así es. Lo que quizá no sepas es que Dominic, el novio de Clara, pertenece a uno de los cuatro clanes, al rojo. Bianca, mi mujer, pertenecía a otro, al blanco, y lógicamente, Lena también. Pero ella no lo ha sabido hasta hace muy poco.
En la mente de Daniel apareció instantáneamente la habitación de Lena, toda blanca. Su voz diciéndole que el blanco era el color favorito de su madre y que ella había heredado el gusto por ese color. Alejó el recuerdo y siguió preguntando:
—¿De qué clanes estamos hablando? ¿Escocia? Son los únicos que me suenan.
Max no llegó a reírse, pero volvió a sonreír.
—Éstos no son tan conocidos, pero son mucho más antiguos. Tienen muy pocos miembros y para ellos la reproducción es algo central porque están convencidos de que su genoma es diferente y quieren mantenerlo lo más puro posible.
—O sea, que no son humanos.
Max miró a Daniel sorprendido, tanto por su rapidez mental como por la ecuanimidad con la que había formulado la conclusión evidente, como si fuera algo cotidiano.
—Sí —contestó—, pero no del todo. Según ellos, son superiores a los humanos. Son otra especie.
—¿En qué se manifiesta?
—Son muy longevos. Su salud es infinitamente mejor que la nuestra; se curan de casi todo con enorme rapidez. Son… no sé si te diría que más bellos… eso va a gustos… pero en fin, tú has visto a Dominic, ¿no?
—En foto, en Internet.
—Y a Lena.
Daniel sonrió de oreja a oreja.
—No se trata ya de que sean más o menos guapos; la belleza depende de patrones culturales, de modas diferentes en cada época… pero sí tienen una presencia que los demás no tenemos, sobre todo cuando quieren. Si un clánida entra en un local y lo desea, todos se vuelven a mirarlo. Todos sin excepción. A Lena, su madre estaba a punto de enseñarle cuando… en fin… no tuvo tiempo; tendrá que aprenderlo sola.
—¿Usted no es… cómo ha dicho… «clánida»?
—No. A mí, después de dudar mucho y de que Bianca luchara mucho por mí, me aceptaron como «familiar». Si tienes suerte, ése será tu destino. Estarás más sano, vivirás más… pero siempre serás
haito
.
—¿Qué es eso?
—Supongo que significa «humano». Ellos son
karah
.
Siguieron comiendo unos minutos en silencio. Max hizo una seña para que les llevaran más cerveza.
—Ahora, no me preguntes por qué, el clan rojo ha decidido intentar reproducirse y Dominic ha conseguido que Clara se quede embarazada. Ese niño es la máxima riqueza del clan, casi te diría que de los clanes, porque se están extinguiendo. Y además, basándose en ciertas leyendas que proceden de antiguos mitos clánidas, muchos de ellos están convencidos de que ese niño es algo muy especial, lo que ellos llaman un nexo. No sé bien lo que significa, pero hace siglos o quizá incluso milenios del último nexo clánida, de modo que hay mucha gente dispuesta a lo que sea para proteger a la madre y al niño y, a la vez, hay gente tratando de matarlos para que las cosas sigan como están.
—¿Y Lena?
—Según mi mujer, Lena es la pieza central en ese juego porque es ella la única que puede entrenar al niño o a la niña que nazca.
—Pero ¿cómo lo va a entrenar si ella misma no sabía hasta hace un par de semanas que pertenecía a uno de los clanes?
—Buena pregunta. —Levantó el vaso—. Por Lena y por nosotros, Daniel. Ahora, tu pregunta. Lena estaba en París y había empezado a recoger información de estos familiares de los que te he hablado. Bianca siempre tuvo la esperanza de que, si todo era como ella lo suponía, Lena encontraría a alguien que se conoce con el nombre de Sombra y que es una especie de gran mentor y protector de los clanes, alguien que nadie ha visto nunca y cuya existencia sólo se conoce por leyendas. —Hizo una pausa—. Según los familiares de París, Lena está con Sombra.
—En Marruecos —añadió Dani.
Max se sobresaltó.
—¿Estás seguro? ¿Cómo lo sabes?
—Después de la llamada desde París hubo otra. No se lo había dicho aún porque… —Se encogió de hombros para no tener que decir con todas las palabras que había decidido no darle más información hasta asegurarse de que podía fiarse de él. Max pareció comprenderlo y lo animó con un gesto a que siguiera contando—. Su última llamada fue desde un hotel de Rabat. En cuanto termine el servicio militar pienso ir a buscarla.
—Yo también quisiera verla y asegurarme de que está bien, pero no sé si debemos interferir en su aprendizaje.
—No quiero interferir en nada, Max, pero si Lena quiere que esté con ella, yo iré.
—Y ¿si te dice que no?
Daniel se mordió el labio inferior.
—Necesito que me lo diga cara a cara. Luego haré todo lo posible por que cambie de opinión. De todas formas, aún me quedan más de dos meses que aguantar, hasta fines de abril. Si vuelve a llamarme, se lo propondré. ¿Quiere que le diga que usted también quiere verla?
—Por favor.
—Y si lo llama a usted…