Read Hijos del clan rojo Online
Authors: Elia Barceló
Tags: #Infantil y juvenil, #Aventuras, #Fantástico
A continuación venían más fotos de ella misma, sola o con sus padres. E incluso una en la que se las veía a ella y a Clara en la mesa de la cocina, frente a un montón de carpetas y papeles preparando algún examen.
Claro que se le pasó por la cabeza que todo pudiera ser un montaje, pero rechazó la idea de inmediato. Un montaje, ¿para qué? ¿Qué interés podían tener en mentirle sobre el pasado?
Quedaba por saber, naturalmente, por qué su madre nunca le había hablado de ello pero, por lo demás, estaba suficientemente convencida.
—¿Qué? ¿Nos crees ahora? —preguntó Joseph con sorna.
Lena asintió con la cabeza, en silencio. Dejó el álbum sobre la mesa, se levantó y se acercó lentamente a las ventanas, con la vista fija en la torre, que había empezado a destellar. Al fin y al cabo, tampoco era tan raro que su madre hubiera estado enviándoles fotos durante años para que vieran su desarrollo; eran prácticamente sus padres y, por tanto, los abuelos de ella. Lo que sí era raro era que nunca le hubiese hablado de ellos.
Habían estado en París varias veces y, ahora que lo pensaba, su madre siempre había desaparecido al menos una tarde por asuntos de trabajo, mientras ella y su padre iban al cine o a algún museo. Quizá esas citas de trabajo hubiesen sido sólo una excusa para visitar a
oncle
Joseph y a Chri-Chri. Pero ¿por qué no llevarla a ella para que la conocieran? Se imaginaba la típica respuesta que no le aclaraba nada: «Para protegerte». ¿De qué? ¿De qué narices había que protegerla?
Chrystelle entró con una cajita en las manos.
—Siéntate, hija.
Lena obedeció y se instaló de nuevo en el sofá, mirando fijamente a la mujer, que se había sentado frente a ella, en el otro extremo. Abrió la caja con lo que a Lena le pareció reverencia, y se la tendió. En el interior, sobre un lecho de terciopelo azul noche, brillaba un bellísimo medallón de diamantes de estilo
art nouveau
.
—¡Qué maravilla! —dijo Lena, sin aliento.
—No es auténtico. Es sólo una copia con diamantes artificiales. El auténtico fue recuperado del fondo del mar hace unos años y está ahora en un museo en Estados Unidos. Se supone que su propietaria, cuya identidad no se conoce, debió de morir en el naufragio. Por eso se le conoce como
Collier Mystère
. Uno más entre los muchos misterios del
Titanic
.
—¡El
Titanic
!
—Se ha exagerado mucho con ese barco. No ha sido el único en naufragar, pero ciertas cosas quedan en la memoria colectiva y se convierten en leyendas. A veces es mejor así, porque las leyendas permiten que se elucubre y se invente sobre ellas. De ese modo la verdad suele quedar oculta y sólo los iniciados saben.
Lena la miró, de nuevo suspicaz. ¿Habría caído en manos de dos viejos locos? Pero era su misma madre la que la había llevado hasta allí. Tenía que darles una oportunidad.
—Por ejemplo, nosotros sí sabemos a quién pertenecía este medallón.
El tío Joseph le guiñó un ojo.
—Era de la madre de tu madre. Comprendo que no me creas,
chérie
, pero tenemos todas las pruebas. Si en algún momento quisieras hacer valer tus derechos y recuperar la joya de tu abuela, podrías hacerlo. Pero es una decisión que tomarás más adelante, cuando comprendas todo lo que implicaría. Ahora tenemos que hablar de otras cosas.
Lena se tensó en el asiento y apretó el medallón en la mano.
—Supongo que Bianca te enseñaría un cuento o poema, no sé bien cómo llamarlo. ¿Una narración?
—¿Te refieres a
Cómo volver a casa
?
—Exactamente. Bien. Me alegro. Repítelo siempre que puedas, no lo olvides nunca y no se lo repitas jamás a nadie, salvo a tu hijo o hija, si llegas a tenerlo.
—También supongo que alguna vez, como sin darle importancia, te hablaría de los clanes. —Lena sacudió la cabeza en una negativa—. ¡Qué prudente nuestra Bianca! En fin. En ese caso hay que empezar por el principio. Sólo quiero advertirte de que no te lo contaré todo y de que no contestaré a nada que no me parezca oportuno contestar. Todo tiene un motivo y todo lo irás comprendiéndolo poco a poco, con el tiempo. ¿De acuerdo?
—Sí, lo que quieras, tío Joseph.
—Fíjate en el dibujo del medallón; verás que el elemento base es el cuatro: cuatro flores de cuatro pétalos, es decir cuatro círculos…
—Yo veo cincos por todas partes —interrumpió Lena.
—Efectivamente. En cada flor hay cuatro círculos rodeando el círculo central, y del mismo modo hay cuatro flores rodeando la flor central. Y hay cuatro hojas alargadas que conectan el centro con la flor exterior. Y la rosa central está en un círculo inscrito en un cuadrado y en cada uno de los cuatro lados de ese cuadrado hay una flor. Y en cada una de las puntas que separan esas flores hay un diamante: cuatro en total, ¿me sigues?
Asintió con la cabeza sin dejar de mirar el medallón.
—Entre nosotros, esa joya se conoce como
La trama de diamantes
y simboliza la base de nuestro mundo.
—Has dicho «entre nosotros»; ¿quiénes somos «nosotros»,
oncle
Joseph?
—Esos cuatro pétalos —continuó él como si no hubiera oído la pregunta— representan los cuatro clanes que existen. Tienen nombres propios, pero de momento es más fácil que usemos colores; es lo que hacen ellos mismos. Tenemos el clan blanco, el clan rojo, el clan negro y el clan azul.
—¿Y qué representa el círculo central?
—Aún no. Eso más tarde. Los clanes existen desde siempre y nunca han tenido muchos miembros, pero actualmente son cada vez menos.
—Espera, espera, ¿estamos hablando de familias, de sectas, de qué?
—Cada clan es una familia extensa y normalmente sus miembros se unen entre ellos mismos para procrear, aunque siempre hay hijos mixtos con gente de otros clanes o incluso con personas de fuera de la Trama, cosa que suele considerarse perversa, o al menos inadecuada, pero que sucede de vez en cuando.
—Y si procrean sólo entre sí, ¿no acaban teniendo niños dañados?
—No. De hecho, los hijos que nacen de dos personas del mismo clan suelen ser superiores, incluso. Luego te explico por qué. En cualquier caso, los clanes nunca han sido muy prolíficos, pero cada vez nacen menos niños clánidas; por eso los miembros del clan rojo procrean a veces con mujeres humanas, aunque exista un alto riesgo de que sus características vayan haciéndose más raras en cada generación.
—¿Qué tipo de características?
—Nosotros no lo sabemos todo, por supuesto, pero lo que salta a la vista es la longevidad, la buena salud, la belleza, la inteligencia…
—Y esos… clanes… ¿para qué sirven? ¿Qué hacen?
—Vivir. Igual que tú. Tienen una conciencia muy fuerte de ser algo distinto al resto de la humanidad, sólo se relacionan entre ellos y, como llevan tantos siglos en posiciones dominantes, tienen muchísimo dinero y muchísimo poder, aunque nunca lo muestran directamente. Compiten entre sí. A veces luchan y matan, a veces se ayudan. Hace tiempo que no tienen planes comunes, pero ahora algo acaba de ponerse en marcha y seguramente será necesario que vuelvan a unirse para alcanzar una meta que no todos desean. Cuando llegue ese momento, surgirá el Anima Mundi y entonces, si nuestros cálculos son correctos, tendremos, por primera vez en casi dos mil años, la posibilidad de alcanzar otra realidad. Aunque no debo ocultarte que esos cálculos se basan en antiguas leyendas que no tenemos forma de saber si son verdad.
Lena cerró los ojos unos instantes y tragó saliva.
—Tío Joseph, tía Chri-Chri, ¿qué pinto yo en todo esto? —Volvió la vista a uno y a otra, esperando una respuesta que la tranquilizara.
—
Chérie
, tú eres hija de tu madre.
—¿Y mi madre…?
—Tu madre era el miembro más joven del clan blanco. Ahora lo eres tú. Nunca se nos ocurrió que, llegado el momento, Bianca no estaría con nosotros aunque, la verdad, su muerte no nos sorprendió.
Hubo un silencio. Joseph y su hija estaban dándole tiempo para que fuera comprendiendo la situación.
—Lo de mi madre no fue un accidente, ¿verdad?
Los dos negaron con la cabeza.
—Pero no hay pruebas y tampoco sabemos quién pudo querer matarla ni por qué. Tenemos ciertas sospechas, pero aún es pronto para que tú las compartas —dijo Chrystelle—. Creemos que es mejor que vayas aprendiendo poco a poco y ocupando el lugar que te corresponde; así quizá puedas ver cosas que nosotros, al no ser clánidas, no hemos sido capaces de ver.
—¿Vosotros no formáis parte del clan?
—No directamente —contestó el anciano—. Mi bisabuelo fue un clánida blanco que tuvo una relación con una chica española. Mi abuelo, mi padre y yo nos casamos con mujeres normales; no nos habrían permitido otra cosa, pero seguimos siendo lo que en los clanes llaman «familiares». Por eso criamos a tu madre cuando murió la suya. Ya te iremos explicando en detalle lo que significa.
—¿Por qué no la criaron dentro de su propio clan?
—Aún no es momento de contestar a esa pregunta, Aliena.
—Se está haciendo tarde, hija —intervino Chri-Chri—. Y ya has oído tanto que me parece que necesitas un descanso. Vete a casa y duerme. Mañana puedes volver a la misma hora y seguiremos; tengo la sensación de que mañana tendrás muchas preguntas que hacernos.
Lena estuvo a punto de echarse a reír. Ya tenía miles de preguntas, pero para lo que le servían… No le contestaban más que a lo que ellos querían.
—Toma. Ponte el medallón. Te protegerá.
—No necesariamente —dijo el anciano con naturalidad, sin darse cuenta de que así estaba asustando a la chica—, pero te indicará el camino; de eso estoy seguro.
Lena sintió un escalofrío recoriéndole la espalda.
—Hasta mañana entonces.
—Entra por la misma puerta; la clave es el año de tu nacimiento.
Tía Chrystelle la acompañó al vestíbulo y le dio tres besos.
—Sé que mi Bianca te ha preparado bien —le susurró al oído—. Ten cuidado de todos modos. Ve directamente a casa y no te olvides de llevar siempre contigo lo que tu madre te dejó.
Lena asintió, pillada en falta. Al salir de casa no se le había ocurrido coger las cosas y lo había dejado todo allí, incluso el dinero.
La puerta se cerró detrás de ella y por un momento tuvo la sensación de que no había sido más que un sueño, pero el medallón, que se había colgado del cuello por debajo de la camiseta, aún estaba frío. Todo había sido real.
Eran casi las diez de la noche cuando por fin regresó al apartamento de donde había salido a las cinco. La cabeza le zumbaba, como si todo lo que le habían contado fueran insectos que dieran vueltas y vueltas dentro de su cráneo, golpeándose con las paredes. No conseguía comprender casi nada de todo aquel asunto de los clanes. Por lo que ella había captado se trataba de una especie de familias aristocráticas, muy antiguas, que se creían superiores a los demás, pero no entendía qué pretendían ni por qué había miembros que corrían peligro. Lo que sí le había quedado muy claro era que su madre había sido asesinada, y que ella, Bianca, había sabido desde siempre lo que le iba a suceder y por eso la había educado de una forma concreta que no era la normal.
Tenía que averiguar más cosas sobre los clanes, y sus miembros y sus metas…
Miembros.
En la caja que había heredado había una lista de nombres. ¿Era posible que se tratara de una lista de los clánidas, como los había llamado el tío Joseph? Creía recordar que los nombres estaban escritos en diferentes colores.
La caja seguía en su mochila, junto al televisor. La lista de nombres continuaba allí y era muy posible que se tratara efectivamente de los cuatro clanes.
Siguiendo una intuición, miró los nombres escritos en rojo y encontró lo que buscaba: Dominic von Lichtenberg.
Le vinieron a la mente las palabras exactas del anciano a las que, en el momento, no les había concedido importancia: «Por eso los miembros del clan rojo procrean a veces con mujeres humanas». ¿Humanas?
Soltó la lista como si quemara y se quedó mirando fijamente la noche tras la ventana, sintiendo cómo el miedo iba trepando por su interior hasta asfixiarla.
* * *
Algo comenzó a agitarse en las tinieblas. Donde hasta un microsegundo atrás no había aparentemente más que un mundo mineral, sin luz y sin vida, ahora las partículas empezaban a vibrar, a coagularse, a buscar relaciones inauditas, casi imposibles.
Ningún ser sentiente asistía al acto de creación en lo más profundo de la roca, pero el estado vibracional de la materia habría ido haciéndose perceptible para un improbable observador.
El proceso que pronto culminaría en una nueva existencia se había disparado muy lejos de allí y pronto se pondría en marcha hacia el destino para el que había sido creado.
* * *
Lena se paseaba por el apartamento como una fiera enajulada, tratando de decidir qué hacer. Había conseguido, en parte, vencer su primer impulso de terror a base de un gran plato de pasta y una generosa ración de chocolate, acompañados de mucha racionalización.
«A ver, idiota —se decía—, ¿qué es lo que te ha dado tanto miedo? ¿Que el pobre tío Joseph, que es más viejo que el hilo negro, haya dicho una tontería con eso de que cuando construyeron la Torre Eiffel no le gustó? Si ni siquiera es capaz de recordar con claridad las fechas de su vida… ¿Quién te dice a ti que no te llega pronto más información de mamá, explicándote que quería que conocieras a las personas que la criaron, aunque estén ya un poco idos?
»Pero lo de que alguien haya matado a Mika pensando que era Clara no es ninguna tontería —decía otra voz en su cerebro—. Y Dominic está en la lista de mamá. Y suponiendo que el tío Joseph sepa lo que dice, el embarazo de Clara no ha sido casualidad, lo que significa que quieren algo de ella, quieren que les dé un hijo. ¿Para qué? Y si quieren eso de Clara, ¿qué pueden querer de mí? ¿Matarme o hacerme lo mismo que a ella?»
Siempre volvía a ese punto: «¿Qué quieren de mí?». Lo que la llevaba a otro similar: «¿Quiénes son los que quieren algo de mí?».
Si lo que le acababan de contar era mínimamente cierto, ella, por herencia de su madre, pertenecía al clan blanco, aunque no tenía ni la más remota idea de qué significaba o qué implicaba pertenecer a uno de los clanes y a ése en concreto.
Decidió que ésa sería la primera pregunta que les haría al día siguiente: «¿Qué es el clan blanco? ¿Qué significa pertenecer a él? ¿Cómo me pongo en contacto con otros de mi clan?».