Era una maestra como la de
Dientes blancos
, aunque no era pelirroja ni demasiado guapa ni tenía en su aula a dos gemelos hijos de un musulmán de Bangladesh. Era yo quien tenía que verla cada día en clase y no decir nada, no gritarle cada vez que me humillaba delante de todo el mundo, eh, tú, que ya sé que te estás tirando a mi padre. ¿Por qué no lo dije? ¿Qué hubiera sido de nosotros?
Hasta que madre se cansó de todo aquello y dijo, este año voy yo a buscar las notas, incluso las tuyas, y la de los ojos de babosa había palidecido al verla esperando en el pasillo. Yo hacía de traductora, como siempre. Madre decía dile que es una mala puta y que deje en paz de una vez a mi marido, y yo sonreía y decía madre dice que como es ella la que pasa tanto tiempo con los hijos, que es mejor que sea ella la que venga a buscar las notas y, además, que ya tenía muchas ganas de conocerte. Pues yo preferiría hablar directamente con tu padre, que me parece un poco raro que tú traduzcas el informe a tu madre, ¿no crees? Ya te gustaría, ya, que hubiera venido él, decía madre sin esperar a mi traducción, malparida, no te molestas ni en disimularlo. Dice que padre tiene mucho trabajo y que no le iba bien venir, pero que ella ya se fía de mí. Notable, sobresaliente, notable, sobresaliente, muestra interés, eso no tenía traducción y yo decía nada, que dice que todo ha ido bien. Sólo un bien en gimnasia y que le convendría hacer alguna actividad fuera del colegio, en especial inglés, que aquí no impartimos y ella tiene facilidad. Madre dijo vale, vale, que quería decir que ni pensarlo, sólo por el hecho de que había sido la otra la que lo había propuesto. A mí, la verdad, no me habría importado poder hacer algo extra, y envidié bastante a los compañeros que sí que podían. Nos dio la lista de lo que necesitaríamos para los campamentos.
Yo ya lo tenía todo a punto cuando padre dijo tú no vas. Así, sin más. No vas de campamentos y se acabó, porque lo digo yo. Pero si me habías dicho que… pero si ya has firmado, pero si me dijiste que… No me discutas, no vas. Dile a tu tutora que la que no te deja ir es tu madre, que tiene miedo de que te pase algo. Madre no quería que fuera, por eso no intentó convencer a padre. Tres noches durmiendo fuera de casa, Dios mío, si te pasa algo yo saldré por la ventana en vez de hacerlo por la puerta y yo no sabía qué era lo que me tenía que pasar porque madre siempre hablaba de ese modo, sin ser muy explícita en según qué cosas.
Había sido la sangre la que lo había estropeado todo. La sangre de hacerte mujer que hace que todos estén pendientes de ti, que si tienes que hacer esto, no aquello, que si no puedes saltar demasiado fuerte, ni montar a caballo ni abrir mucho las piernas, que vete tú a saber.
Y así fue cómo el sueño de pasar una noche bajo las estrellas con el chico que era mi mejor amigo se deshizo en trocitos pequeños pequeños y la maestra que no era tutora quiso hablar con padre, hasta la directora habló con él, hablaron las dos, y él no paraba de repetir y yo qué queréis que haga, su madre también tiene derecho a opinar, ¿no? Ya sabéis que yo incluso le compré unos cuantos números y os firmé la autorización, pero somos dos los que la educamos y yo debo respetar la opinión de mi esposa.
¡Mentiroso! Hasta que la maestra que no era tutora me llevó con ella y me dijo no es tu madre la que no te deja ir, ¿verdad? Porque llamaron a madre y ella dijo que no podía asistir a la entrevista, que le dolía la cabeza, y en realidad le dolía. ¿Verdad que no es tu madre? Padre me ha dicho que os lo explicase de esta forma, que así sería más fácil que no insistierais demasiado, pero yo, la verdad, ya me había hecho a la idea de no poder ir, ya lo veía apareciendo por allí de vez en cuando.
Lo volvió a llamar y se ve que no pudo hacer nada más. Al cabo de mucho rato de deliberar, él la miró con esos ojos que ponía de tanto en tanto y le dijo: no metas la nariz donde no te llaman. Y así fue cómo mi lugar bajo las estrellas lo ocupó otra.
U
, nombre de la letra U.
U
, numeral cardinal.
Uabaïna
, que es un glucósido cardíaco que inhibe el transporte activo del sodio.
DE CÓMO SE CREA UN ENCLAUSTRAMIENTO PROGRESIVO
Había diversos motivos por los cuales un estofado tradicional y delicioso podía acabarse convirtiendo en nuestra casa en un plato volador. 1) Que padre estuviera comiendo y hubiese alguien con él e hiciera ruido mientras masticaba. Se ve que eso no lo ha soportado nunca, aunque él mismo emite unos extraños sonidos cuando moja el pan en el caldo y deja un reguero de gotitas amarillas resbalándote por el bigote. Si tenía un buen día, volvía la cabeza y cerraba los ojos en dirección a aquel o aquella que estuviese comiendo y le decía eso de ¿quieres hacer el favor de cerrar la boca? Si no tenía un buen día, o bien cogía el plato y lo lanzaba contra la pared o bien era la mesa entera la que acababa volcada, pero para esto último debía tener muy muy mal día, pues la mesa era de madera maciza y pesaba demasiado para sólo un mal día a secas. 2) Que alguno de los pequeños pasara con los mocos colgando por delante de él mientras comía; aquí normalmente solía cerrar los ojos y gritaba a madre que los limpiara, pero si había tenido alguna otra tensión fuera de casa podía ser que acabara haciendo volar el plato, aunque en su defensa hemos de decir que nunca fue directamente contra la cabeza de los dos niños, a los que aún no consideraba responsables de una higiene tan cuidadosa. 3) Que alguien hablase o mencionase algo que pudiera ser repugnante, o bien que en la televisión saliera algo así como cualquier tipo de conversación sobre excrementos, muertes poco limpias, pus o enfermedades, cosas por el estilo. Era más grave que alguno de nosotros hubiera iniciado la charla que haberla oído por la tele, en esas ocasiones únicamente solía gritar quítame esto de delante. 4) Que en la televisión saliera un contenido poco decoroso y nosotros no hiciéramos nada por cambiar de canal. A saber, la poca decencia se traducía por lo habitual en un beso en los labios y, evidentemente, en cualquier escena de cama. Por eso siempre era mejor poner dibujos, aunque con los Simpson y con algunas series japonesas teníamos dudas y acabábamos cambiando por si acaso.
Fue y no fue por el punto cuatro que yo acabé ese día recibiendo. Había hecho todas las tareas que madre consideraba justas: barrer, fregar, lavar los platos y quitar el polvo del comedor. Lo había hecho todo con el
walkman
puesto y seguía con los auriculares muy altos cuando me senté a la mesa para escribir algo de lo que entonces ya escribía, un pronto. Él comía en el sofá y miraba la tele que alguien se había dejado encendida, yo ni la oía ni mis pensamientos estaban allí, sólo pensaba en cuál era la palabra que andaba buscando, y parecía que mis ojos retuvieran la imagen del aparato cuando vi que un plato me pasaba por encima, que las leyes de la física hacían que la salsa no se moviera hasta estrellarse contra la pared, que rememoraba antiguos impactos. Y se levantó alzando el brazo cuando yo todavía llevaba los auriculares y no entendía nada de lo que había pasado. Si yo ni siquiera miraba la tele, y además, ¿qué pasa? Es que no entiendo qué pasa. Me golpeaba el hombro con los puños y yo intentaba parar los golpes con los brazos en cruz sobre la cabeza y entendía ya que lo que había desencadenado su ira era un hombre rubio y sin camiseta. Pero si yo ni siquiera estaba mirando, padre, en serio, estaba escribiendo, he levantado los ojos para pensar qué tenía que poner:
Ery no era el punto cuatro porque de hecho aquel extraterrestre disfrazado de humano que comía ratas no era más que un hombre medio desnudo, pero no estaba dentro de las prohibiciones porque no se disponía a hacer el acto sexual con ninguna mujer ni estaba a punto de besar a nadie, sólo se estaba vistiendo. El reglamento empezaba a ser confuso si tenemos en cuenta que en las películas que a él le gustaban no dejaban de salir hombres medio desnudos. Bruce Lee, Jean-Claude Van Damme, los propios Terence Hill y Bud Spencer.
Y yo nunca contaba ese tipo de cosas, ni a aquella maestra que era amiga y que pronto empezó a vivir en la ciudad capital de comarca, porque ir y venir era muy pesado, por el tren y todo eso.
Fue con ella con quien comencé a entender la música y quien me recomendó a Erich Fromm y quien finalmente consiguió que me comprase sujetadores-sujetadores de los que usan las mujeres, y no aquellas medias camisetas que ya no me servían de mucho. Es que yo no quiero crecer, y se reía,, es lo que hay y no puedes hacer nada, no puedes negarte, pues eso es lo que hay.
Yo le había hablado de crisis, de unas crisis que aún era incapaz de reconocer como de identidad, de pechos que crecen demasiado, de una madre que no quería que me depilara y de cómo me había tirado los tampones por miedo a que perdiera la virginidad, así, sin hablar ni nada, vio el dibujo de las instrucciones y lo tiró a la basura. Le había hablado de la obsesión de padre por que no me viera con chicos fuera del colegio. Por eso había conocido a amigos suyos dentro de su casa y ellos me decían ¿y si vamos a tomar un café?, y yo respondía no o respondía sí y temblaba todo el rato, que ya se sabe que padre es como Dios, que está en todas partes. No sé si aún le había hablado de la profesora que era como la de Zadie Smith pero en feo, porque entonces todavía no existía la de ficción, la de Zadie, aunque sí la mía de verdad.
Y por encima de todo le hablaba del amor, de qué era y qué no era, de cómo se sabía, de cómo se aprendía, de si una mirada furtiva te da tanta información que ya puedes considerarte enamorada o de si necesitas toda una vida para descubrir a quien de verdad amas. Todo con poemas y canciones, suerte tuve de ella en esa época en que el cuerpo se me hacía tan extraño y mi casa no era nunca mi casa.
Padre sabía que yo tenía esa relación con la maestra que era mi amiga. Decía que no le gustaba y aún lo decía más desde el incidente de su amigo y yo y ella, cuando los tres nos lo encontramos por la calle. No me pegó entonces, cuando dije padre, te lo juro, yo iba en la misma dirección que ellos y ellos iban hacia arriba y yo no podía pasar por otro lado, ¿qué podía decir? ¿Qué podía hacer? Yo tenía que ir a la biblioteca y ellos iban a la plaza, ¿qué querías que hiciera? Él había dicho no quiero verte nunca más hablando con un hombre en medio de la calle, que nadie diga que la hija de Driouch es una puta cualquiera.
Así fue cómo todo se fue convirtiendo en transgresión y todo se fue tiñendo de miedo. Madre decía pasas mucho tiempo con esa mujer y yo no sabía qué tenía eso de malo. Padre no solía vernos juntas y fingía no saber si aún pasaba tanto tiempo con ella o no.
Hasta aquel día de mi cumpleaños en que nadie se acordó de mi cumpleaños. Era sábado y ella había venido a la ciudad capital de comarca sólo para traerme un regalo y una tarjeta. El regalo era una libreta con hojas de color blanco, una libreta de las buenas, con la tapa dura y sin espiral, y una pluma. Una pluma de las de verdad, como si yo fuera una escritora de verdad, dijo, y al principio de todo decía eso de que debía ser el espacio para compartir mis propias vivencias con los demás y que tenía muchos años para ir llenándolo. Había venido hasta allí y aprovechado para llevar a su hermano, que, cuando me lo presentó, me dio dos besos, a mí, que tenía tantas ganas de conocerlo. Todo era emoción y yo ya me hacía mayor, pero no me di cuenta de que esa escena había pasado junto al coche que ella había aparcado delante de casa y que el día se haría duro a partir de entonces. Todo habría sido muy normal si no fuera porque padre estaba mirando desde el comedor, con la persiana medio bajada, y lo había visto. Mi abrazo final a ella y los otros dos besos a él, ¿qué podía hacer?
No me pegó, aunque yo hubiera jurado que ya estaba muerta en cuanto lo vi esperándome en el umbral de la puerta. Tan sólo dijo no la volverás a ver, y yo me sentí como Whoopy Goldberg en
El color púrpura
.
Va, varia
, que no tiene sino apariencia, sin realidad.
Vaca
no es más que la hembra adulta del buey.
Vacació
es vacaciones.
Vacada
, un rebaño de vacas.
INSTITUTO
Si yo iría o no al instituto dependía de muchos factores, y ninguno de ellos tenía que ver con si me portaba bien o no, o con si sacaba buenas notas o no, o con si hacía caso o no. En los dos últimos años habían tenido lugar extrañas desapariciones en el colegio, y aún gracias que no me había tocado a mí. Desapariciones de chicas como yo que procedían de un lugar semejante al lugar donde yo nací pero que quizá eran muy diferentes de mí o debían de tener mucha menos suerte que yo. Chicas que ahora tienen tres o cuatro hijos y hacen horas como hacía nuestra vecina o tan sólo se quedan en casa y saben qué tienen que comer los niños porque todo eso lo estudiamos en el colegio, pero no saben cómo hacer otras cosas que si yo hubiera desaparecido no tendría necesidad de saber nunca, como redactar un informe o hacer una memoria. Cosas así.
A mí me tocaba desaparecer del escenario escolar y todavía no sé cómo no sucedió. Un factor fue el abuelo, que era el único que me preguntaba ¿qué, cómo han ido los exámenes?, ¿lo has aprobado todo? Claro, abuelo, si yo no he suspendido nunca ni una asignatura, claro que paso de curso. Madre ya me lo había dicho, tu padre dice que éste es el último año que vas al colegio, y era un estribillo que se repetía cada fin de curso. Éste es el último, y yo decía vale, pero sabía que no sería así. Puede que otro factor fuera la profesora demasiado amiga de padre, que en algo debía de influirle, que decía tu hija tiene que estudiar una carrera y él no sé que debía de responderle, eso formaba parte del espacio privado que aún compartían de vez en cuando, a escondidas de madre, decían.
O puede que fuera otra charla que tuvo la maestra que no había sido mi tutora cuando pasó aquello de los campamentos pero que ahora ya lo era y se metía de nuevo donde no la llamaban, ella que siempre hace lo mismo y no se deja vencer de buenas a primeras, ella que aún lloraría si leyera esto y supiera que sí, que lo conseguí, que conseguí que padre firmara la hoja de matrícula.
O puede que hasta madre, que no veía demasiado claro eso de que yo continuara estudiando tantos años y que tuviese que marcharme tan lejos, puede que incluso fuera ella la que convenció a padre. Es que esta niña no hace más que pasarse el día con la nariz entre los libros, es que si le quitas eso yo no sé qué vamos a hacer y todo el mundo dice que es muy tranquila y su reputación está impoluta. Por entonces madre se fiaba de mí, me debía de encontrar rara, yo que había salido de su vientre, pero quizá algo hizo die dentro de ella para que también insistiera en mi paso por el instituto.