Cada vez tardaba más en volver de la biblioteca y creo que a aquellas alturas madre ya se lo olía todo, que ya me lo notaba tanto en la cara que no sabía si tantas mentiras podían durar mucho más. ¿Dónde estabas? Ya te he dicho que tengo mucho trabajo buscando cosas, que no puedo hacerlo en casa, y no la miraba a los ojos y eso me delataba. Me habría gustado contárselo todo, madre, estoy tan enamorada, creo que ya le amo, es tan sensible que llora sólo con imaginar que no me hubiera conocido nunca, me quiere tanto y tanto que nunca le dirá nada a nadie, pues él no es de ese tipo de hombres.
Ya hacía un mes y medio que salíamos y llegó Navidad y él me regaló aquella cadena con dos pequeñas palomas de plata, una cadena que ahora no sabría decir dónde he dejado. Yo lo guardaba todo, el envoltorio, la cajita gris. Te quiero, decía la tarjeta, y yo le dije yo también te quiero. Le regalé una cafetera de seis tazas, no sé si había entendido que no tenía o que quería una o que la necesitaba. Una cafetera que tiré no hace mucho, de tan vieja que estaba, pero que de hecho era de él, un regalo mío, pero suya.
TU SEXO NO ES MI SEXO
Tengo que ir a correr, y madre ya no entendía nada. ¿Cómo que vas a correr? ¿No lo ves? Tengo que adelgazar un poco, y ella no debía de ver nada. Voy a correr, no pasa nada, es de día y hay mucha luz, no pasa nada.
La bruma de la mañana se me adhería a los huesos mientras hundía las manos dentro de los bolsillos del abrigo. Tenía que caminar rápido un rato hasta llegar al cruce de caminos de tierra en el que habíamos quedado. Entonces me enseñaría dónde estaba la masía en la que hacía de masovero, que es un decir, porque la tal masía eran cuatro pocilgas de cerdos y un par de habitaciones en las que se había arreglado cuatro cosas para vivir. No pago alquiler y encima tengo un sueldo, ¿qué te parece? A mí todo aquello me pareció horroroso, unas paredes cubiertas sólo de cemento, unos colchones sucios en el suelo, unas butacas pringosas, un mueble tan antiguo como indefinido. Horrible, sólo tenía ganas de salir corriendo, y lo debería haber hecho un rato antes, cuando a medio camino me quedé sin respiración, me puse a llorar y lo abracé, y él no entendía nada. Oye, que si no quieres venir, no hay ningún problema, si quieres nos vamos, no estás obligada. De alguna manera yo sí que estaba obligada, pero aquellos campos tan poco resguardados y yo con él al descubierto del mundo, de Dios y sobre todo de padre, que podía pasar con la furgoneta y descubrir que su hija preferida era lo que él había sospechado, una puta.
El olor a cerdo no se te va de la piel por mucho que te laves. No se sabe por qué, pero ya puedes usar lejía, si quieres, que eso no se va, aunque entonces ya me había acostumbrado. La estufa de leña del comedor daba tanto calor que me ardían las mejillas; dijo ¿quieres tomar algo?, yo estaba haciéndome un café. No, no, gracias, y todo era una especie de acabemos de una vez que me tendría que marchar. Pues ven, ven conmigo, y me besaba y yo no sabía dónde me llevaba. Un colchón doble con una manta de flores encima. No tardé mucho en verme tumbada, ¿por qué tenía que ir todo tan de prisa? Aún estaba pensando en eso cuando me encontré frente a él sólo con bragas y sujetador, rígida y no chorreando, como debería haber estado. Por qué no dije no, aún no, yo no quiero, no quiero esto. Quería demostrar que tenía tanta prisa como él, que a pesar de la diferencia de edad, yo sabía muy bien lo que hacía. Y no tenía ni idea.
Quería quitarme las bragas y yo apreté las piernas tanto como pude, venga, tranquila, no haremos nada que tú no quieras, sólo te las quito para que estés más cómoda. El olor a cerdo continuaba siendo literal. Déjame hacerte esto, sólo esto, no te la meteré dentro, te lo prometo, sólo quiero sentir tu calor. Yo no me atrevía ni a mirar su miembro, no sé cuánto rato llevaba sobre mí cuando dije tengo que irme, ya hace demasiado tiempo que estoy fuera de casa, y padre se despertará y no me encontrará y empezará a sospechar y; y… no supe cómo se había corrido, aquellos pantalones de chándal que llevaba parecían manchados, pero no habría podido asegurarlo.
Tuvimos muchos otros domingos como aquél y muchas tardes de biblioteca que no eran de biblioteca. Hasta que quizá se dejó llevar por la emoción o lo dijo de verdad, pero soltó un «casémonos». Yo sólo podía reírme y reírme y se ve que él hasta se ofendió. Casémonos y estaremos juntos para siempre, es contigo con quien quiero formar una familia, con quien quiero estar cada día de mi vida, no puedo vivir si no estás a mi lado. Yo seguía riéndome. ¿Y qué? ¿Vendrás a pedirle la mano a padre? Tienes un trabajo de tres horas al día, una casa que no es ni casa ni es nada, no te dará mi mano.
Continuaba siendo la mejor opción, pero no era bastante, que la hija de Mimoun es la hija de Mimoun y todo el mundo sabía cómo se las gastaba.
Buscaré un trabajo y un piso, ya lo verás. El médico me dijo que debía llevar una vida más tranquila, pero por ti lo haré, trabajaré diez horas al día y reuniré suficiente dinero para la dote. Yo es que estoy estudiando y me gustaría ir a la universidad. Ningún problema. Yo es que no seré una esposa de las que se quedan en casa a limpiar y a cocinar, quiero trabajar, quiero salir, las labores del hogar han de ser compartidas. Ningún problema. Debía de ser la presión de su entrepierna lo que le hacía decir que sí a todo, o puede que se lo creyera de verdad. Yo me sentí conmovida de que un hombre nacido en el mismo lugar que todos nosotros pudiera ser tan diferente de padre.
Miraba los anuncios para él y le decía, mira, este trabajo te puede interesar, este piso te puede ir bien. Para los pisos llamaba yo directamente y después quedaba él con el propietario, era difícil, de todas formas, es que ya está apalabrado, le decían. A los trabajos yo había llamado una sola vez y se ve que no le hizo ninguna gracia. No puedes llamar tú para que me contraten. Siempre podrías ir a trab ar con padre, si quieres te recomiendo. ¿Y qué más? ¿Tú sabes la fama que tiene entre sus trabajadores? No, gracias, antes a pan yagua.
Después de mucho buscar, encontramos aquel piso minúsculo al final de la calle de Gurb, con unas cortinas de color amarillo, un sofá cama dentro de un mueble y un montón de cojines gastados. Un lavabo pequeño pequeño y una cocina con sólo un par de fogones, que gastaban mucha electricidad, según él.
Aquello se convirtió en nuestro refugio y yo tuve que buscar la forma de esconder la llave para que madre no la encontrara, que todos lo sabíamos, que nos revolvía las bolsas y que lo sabía todo de nosotros para protegernos de padre, algo muy normal, claro.
Tuve que esconder también las tarjetas de teléfono que él me compraba para telefonearle y hablar durante ratos tan largos que las piernas ya me dolían de estar allí de pie aguantando la cabina. Pero lo que seguía siendo más difícil de ocultar era la culpa, que ya debía de supurarme portodos los poros de la piel.
Hasta que tin día entró padre y me dijo riendo, él, que no me hablaba nunca, ¿a que no sabes lo que me ha pasado hoy? ¿Te acuerdas de aquel chico que un día vimos en casa de Jaume, el hijo de
rhaj
Hammou, ese que hace tiempo que corre por aquí? Pues no se le ha ocurrido otra cosa que pedirme tu mano. Tiene gracia, le he dicho ¿es que te crees que lo más valioso que tengo se lo daría a un vago como tú? Anda, lárgate y no vuelvas a ofenderme de ese modo, ¡le voy a dar mi hija a un camello!
DÁTILES CON LECHE
Quizá sí que nos queríamos, quizá no era todo un espejismo. En mi defensa debo decir que era el tipo de hombre que sabía decirte exactamente lo que querías oír, y en la suya tenemos que decir que no tuvo una vida fácil y que, a pesar de todo, era lo que podría considerarse una persona afectuosa.
Por eso, al recibir la respuesta de padre a una posible proposición de matrimonio por su parte, se hundió. Nos abrazamos durante unas horas en las que yo debía estar en matemáticas, en filosofía, en literatura o en tutoría. No era la primera vez, la amiga número dos le había explicado a la tutora que sabes qué pasa, es que su padre no la quiere dejar continuar en el instituto y, claro, habrá días en que a lo mejor no podrá venir, pero dice que es peor que aviséis en su casa, que entonces él se pone muy furioso y le pega y todo.
Yo me quedé abrazada a él un día entero, y también el siguiente, pero ya no sabía qué hacer con mis pensamientos, allí, acomodada entre él y la pared, la cama tan estrecha y las horas tan muertas. Eso si no intentaba penetrarme, yo seguía diciendo no, todavía no, y él es que no lo conseguiremos, te perderé para siempre y no podré continuar viviendo, sólo esto, ya no me quedan motivos para seguir adelante.
En aquel momento también tendría que haber huido muy lejos, pero me compadecí de él, una vida tan difícil y ahora eso. No sufras, amor, saldremos adelante, tú y yo estaremos juntos tarde o temprano, ya lo verás, y mi voz sonaba poco creíble, como de telenovela barata.
Dejó el trabajo y no quería salir de casa. Yo decía en la mía, tengo que ir a comprar esto o tengo que ir a hacer tal recado, y cada vez tenía menos excusas para escaparme tan rápido como podía y arañar unos minutos con él. Los fines de semana era más complicado, sobre todo los domingos. Los sábados por la mañana al mercado, siempre y durante horas, pero los domingos costaba encontrar una excusa. Voy a casa de la amiga uno era un riesgo para mí y para ella, que si llamaban y yo no estaba… A esas alturas parecía que ya no era posible vivir sin riesgos, sin tener que tomar una decisión cada día, a veces muchas.
Dejó el trabajo y no tenía ningún otro y ahí también tendría que haberme dado cuenta, pero eso no lo sabría si no hubiera vivido aquel tiempo. Lo único que quiero, que le pido al mundo, es poder pasear por la calle cogiéndote de la mano sin que nadie nos pueda decir nada, que no nos tengamos que esconder más, que no hacemos daño a nadie. Era y no era eso, porque al cabo de un rato ya volvía a decir ¿y si lo probamos?, si estás tan segura de que acabaremos juntos, tanto da que lo hagamos ahora o la noche de bodas. Todavía dije que no un poco más.
Se le fue acabando el dinero y yo lo compadecía cada vez más. ¿No has pedido el paro? Se ve que en este jodido país si eres tú quien deja un trabajo ya no tienes derecho a recibirlo. ¿Yno piensas buscar trabajo? Pero ¿es que no ves cómo estoy? Empezaba a llorar con unas lágrimas gruesas que le rodaban rápidas hacia abajo, y yo no sabía ni qué decir ni qué hacer. Lo abrazaba, pero era el día en que ya no tenía ni tabaco, era el día en que la nevera estaba casi vacía, era el día en que me quedé el cambio de la compra y le llevé patatas, huevos, tomates. Era el día en que hinché los precios de lo que compraba para casa en el mercado y me quedé con la diferencia entre el precio real y lo que yo había puesto para comprarle tabaco y una tarjeta de teléfono, que para entonces ya le tenía que llamar yo.
Cada vez me iba a dormir más tarde, es que por la noche me vienen todos los males, decía. Sentía que le pasara todo eso, pero si abría la puerta del pisito y él dormía, yo decía buenos días, amor mío, y él túmbate conmigo que tengo mucho sueño, y a mí me dolía estar allí a su lado sin hacer nada, yo, que había tenido que hacer tantos malabarismos para arañar aquellos instantes. Una parte de mí decía despiértalo y que se aguante el sueño, ¿es que ya no se emociona de tenerme aquí? ¿Es que no le había costado todo tantísimo? Mi otra parte decía qué egoísta eres, él está sufriendo y tú aquí pensando sólo en ti misma, qué egoísta, madre de Dios.
A esas alturas madre ya empezaba a sospechar, o puede que ya hiciera días que sospechaba. Cuando padre contó todo aquello de la petición de mano, yo no puse cara de sorpresa, se me notó en el rostro la intriga del ¿qué le habrá dicho? Y después se me debía de ver la decepción reflejada en cada músculo facial. Padre no vio todo eso, pero madre, que es más lista para ese tipo de asuntos, me miró un momento y se quedó callada, dejando unos puntos suspensivos en el aire…
Tú y yo nos casamos. Me da igual lo que diga tu padre, tú y yo nos casamos y punto. ¿Qué dices? En algunos aspectos, yo había recuperado mi faceta musulmana, aunque no sé si tanta relación prematrimonial entra dentro de los cánones. ¿Recuerdas cuál era el ritual de los inicios del islam? No hacían falta bodas, ni peticiones de mano, ni tantas historias, todo era más puro, más simple, y sólo era preciso tener a Dios por testigo. Continué inventándome aquel pasado remoto y le dije piensa que es una boda de verdad, necesitaremos dátiles y un poco de leche.
Yo te doy a ti a beber de esta leche, yo te doy estos dátiles para comer y tú haces lo mismo por mí. Después decimos la
xahada
y ya está, ya podemos hacerlo. Yo hasta había comprado un par de anillos de plata. Él de repente se animó y dijo, ¿ya? ¿Ya? Sí, podemos probarlo, ¿tienes los preservativos? Es que a mí no suelen irme bien, ya lo sabes, me cuesta mucho que me entren y se me hace incómodo. La primera vez no pasa nada y te prometo que pararé a tiempo.
Yo sabía que la primera vez pueden pasar muchas cosas, pero no me resistí demasiado. Tenía los muslos rígidos y él me dijo tranquila, no te haré daño, pero yo era como una pared y lo intentó tantas veces que al final se cansó, se masturbó solo un rato y acabó eyaculando sobre mi pubis. Tu madre debe de haberte cerrado, como si no tuviéramos bastante con tu padre. ¿Cómo? ¿No recuerdas que te hiciera pasar por encima de un fuego con un montón de cosas quemándose que te humease entre las piernas? No lo sé, dije, no lo sé, pero yo ya sabía que el problema no era madre, que era yo, que aún no quería.
UNA FOTO COLGADA DE LA PARED
Hacía tiempo que madre sospechaba y yo lo sabía. Y era saber que el otro sabe que le engañas y era yo que ya no era su confidente porque a mí ella nunca me había hecho de confidente. Ya no me contaba cosas, pero es que yo no había podido contárselas nunca. Comenzaba a sospechar que crecer era eso, no poder ser la que habías sido delante de los que siempre habías conocido.
Hasta que vino a mi habitación y dijo todavía tiemblo de haber oído lo que he oído, todavía no puedo hacerme a la idea y le he dicho a Soumisha que es imposible, que mi hija no hace ese tipo de cosas, pero ahora ya no sé nada de ti, a veces ya no sé ni quién eres. Dicen que ese hombre que le pidió a tu padre tu mano ha jurado que se casará contigo como sea, porque tú le quieres y has estado saliendo con él durante el último año. Han contado que tiene una foto tuya colgada en el comedor de su casa y que su madre ya dice en el pueblo que la hija de Driouch va a ser su nuera.