El último patriarca (31 page)

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Authors: Najat El Hachmi

Tags: #Drama

BOOK: El último patriarca
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Sentí mucho frío en las mejillas, después calor y esa sensación de querer vomitar el mundo entero. Pero qué dices, yo no lo conozco de nada y todo eso se lo ha inventado la gente. Dile a Soumisha que no se crea los chismorreos. Tú, madre, ya sabes cómo va esto, que la gente nos tiene envidia y no puede aguantar sin intentar hacernos daño.

Ahora que llevamos una temporada más tranquila con padre, ahora que él gana tanto dinero y ya ha acabado la casa nueva de allí abajo, yo jamás haría algo así. Repetía y repetía la letanía del mira que si eso llega a pasar, yo saldría de casa antes que tú, y no por voluntad propia, que se mellevarían en un ataúd y tú me estarías velando. Me mataréis a disgustos, me mataréis. Pero si yo no he hecho nada, madre, yo no he hecho nada malo.

Yo sé que ella habría podido sacar en ese momento la artillería pesada y que tenía mil detalles que demostraban que yo no era tan inocente como pretendía, que habría podido sacar una cadena de palomas enamoradas que guardaba en el cajón, y una llave escondida en uno de los bolsillos de la cartera, habría podido utilizar mucha más información de la que sacó entonces. Y no lo hizo. Yo aún no sé si fue por la cara de miedo que me vio, porque no quería un enfrentamiento directo o únicamente porque me quería, pero no me atacó del todo y aquello quedó tan sólo en una batalla.

Fue a partir de entonces cuando empecé a tener vértigos a primera hora de la mañana y un peso sobre el pecho a primera hora de la noche. No podía respirar, pero se me pasaba cuando estaba con él, sólo, no puedo, no puedo, no puedo, y jadeaba mientras lloraba como nunca.

Nuestro pacto era secreto, ¿verdad? No tenía que saberlo nadie, ¿verdad? No, claro que no, y por eso no le he contado nada de lo nuestro a nadie. ¿Ah, sí?, ¿y por qué mi madre sabe que tienes esta foto mía aquí?, ¿por qué sabe hasta la ropa que llevo? ¿Por qué tu madre le ha dicho a medio pueblo quyo seré su nuera de aquí a nada? Y él que no, que no, que todo eso son mentiras, que no te das cuenta, que tu madre te ha tendido una trampa porque sospecha algo y sólo quiere que se lo confieses todo, yo no he dicho nunca nada y me hago cruces de que dudes de mí, me hago cruces de que ya no me quieras. No puedo creerme que llegues a pensar eso de mí, ¿es que no sabes que tenemos a todo el mundo en contra y que esa clase de mentiras son muy fáciles de inventar? Si saben que te quise pedir en matrimonio es fácil imaginarse que nos podíamos haber visto antes y que tú podías haberme dado una foto, es fácil imaginárselo, y quien no está a nuestro favor sólo tiene que pensar un poco. No puedo creer que ya no me quieras, y estoy harto de que todo sea tan difícil. Yo tan sólo le abracé y repetí claro que te quiero y no me atreví a preguntar eso que decía padre de que había sido camello.

El médico dijo esto son ataques de ansiedad, y sonaba tan grave que todavía me asusté más. ¿Tienes motivos para estar así, algún problema personal? No, doctor, no, mi vida es perfecta, quería decirle, como la de cualquier adolescente que se está haciendo mayor y no sabe cómo. Como todos, supongo, le dije, y me dio aquellos tranquilizantes que me tenía que poner debajo de la lengua si me venía otra vez la angustia. La comadrona me dijo si quería tomar pastillas, que quizá la dificultad para penetrarme fuera sobre todo por mis miedos a quedarme embarazada, y me preguntó si era eso lo que realmente quería hacer. Sí, estoy convencida, quiero que sea con él.

Le debió de parecer que ayudaba a una pobre mora a deshacerse de las costumbres antiguas de su pueblo, de su cultura, que le exigía llegar virgen al matrimonio. Le vi aquel gesto de odio, Señor, qué pena, con lo guapa que eres.

Pero yo no soy la clase de persona que es cuidadosa hasta el extremo de esconder los secretos que le convienen. Fallé en muchos puntos y eran mis errores los que hacían angustiarse a los demás, los que hacían sufrir a madre. Ella estaba barriendo mi habitación y dice que vio una especie de pastilla, pequeña pequeña, que ella ya sabía para qué era. Debió de temblar sólo con imaginarse que había llegado hasta ese punto y no me dijo nada, al menos no entonces.

Yo me relajé un poco, aunque no lo bastante como para que su miembro consiguiera entrar dentro de mí. Dijo ya basta y abrió el estante más alto del armario, sabía exactamente dónde y qué buscaba. Sacó una pequeña bola de color marrón y la deshizo como tantas veces le vi hacerlo a padre. ¿Qué haces? Con esto te relajarás y lo conseguiremos, ya lo verás. A mí me resonaban las carcajadas de padre diciendo mi hija a un camello, madre mía, un camello, un camello, un camello.

No noté ningún efecto demasiado espectacular, sólo tosí, y puede que fuera que no supe fumarme el porro, pero no vi nada del otro mundo y me reí como me he reído otras veces sólo con una calada. No. Pero noté que los músculos cedían y que los tendones de las ingles se convertían en gelatina. Me dejé caer y él no tardó en embestirme. Ay, grité. Lloré, sollocé como si aún tuviera dos años, pero no era sólo el dolor, era que ya me había cavado una fosa a mí misma o era que empezaba a tejer el camino hacia la derrota definitiva del patriarcado.

32

COSÍA

Era verano y ya no había clases, ni trabajos que acabar en la biblioteca ni actividad alguna que hacer fuera de casa. Quería trabajar y padre dijo que no, quería hacer cursillos, deporte, ese tipo de actividades que salen en «el verano es tuyo, vívelo» o en programas por el estilo, pero todo era no, no y no. Madre decía de qué va a servirte todo eso, que no haces más que traerme problemas. No había viaje de vuelta, no había amigas, pues todas habían ido siendo prohibidas, ésta porque es así, ésta porque tiene novio, y yo que quería decirle ¿y qué quieres?, las chicas suelen tener novios a estas edades, ¿qué quieres? Pero no decía nada y trataba de maquinar algo que me hiciera más ligero el verano.

La perspectiva de los dos siguientes meses, éste será tu último año, ya lo sabes, pero yo seguía matriculada, era trabajar en casa por las mañanas, tomar el relevo de madre en su capacidad transformadora de casi todo, leer, mirar la televisión cuando padre no estaba en casa, hacer la comida o la cena, servirle, llevarle el agua, llevarle las zapatillas.

¿Quieres que te mastique la carne también?

Aún tendría los sábados por la mañana, que siempre suelen tener ofertas interesantes, las gitanas y las compras no se acaban nunca. He encontrado una tela por muy poco dinero, he encontrado toallas a precio de fábrica, dos sujetadores a precio de uno y todo el año preparando un regreso que podía durar dos semanas pero que no era nunca un regreso sino un simple viaJe a un lugar conocido. Estaban los sábados por la tarde, todavía acompañando a madre a comprar, todavía traduciendo a duros lo que ya no eran ni pesetas, todavía diciendo mira, este suavizante sale mejor de precio, este yogur te irá bien para el estreñimiento, ¿y si compráramos los helados de régimen para nosotras dos? Pero nada era igual con madre, costaba mucho reírse de las mismas cosas que antes y yo presentía que echaría mucho de menos todo aquello. ¿Qué haría madre sin mí si yo decidía dejarla y marcharme? Quizá fuera por eso que no me iba y punto y que me complicaba tanto la vida. Los domingos por la tarde eran casi todos de visitas a obras en construcción, de mira que les he dicho que no dejaran eso por en medio, mira que ese imbécil que he contratado no sabe poner bien un ladrillo. El mismo discurso de siempre, fuese con quien fuese, 1

La idea salió de un anuncio: aprender a coser, corte y confección, para ser más concretos, y madre dijo, ah, estará bien, y padre preguntó por el horario. De seis a ocho de la tarde, pero ahora oscurece mucho después y que de acuerdo, que puedes ir a hacer la matrícula. Le expliqué a la maestra que sólo podía asistir una hora, qué le vamos a hacer, a ver qué saldrá en una hora. En una hora tomaba medidas, hacía los cálculos y empezaba el patrón, algún día llegaba a cortar o embastar, pero no mucho más. La otra hora era para ir corriendo a buscarlo, abrir la puerta y ver que estaba a punto de llegar, que ya volvía de trabajar y decía que volvería a intentarlo, que pediría mi mano de una forma que él no podría decir que no.

Les había dicho que la escuela estaba más lejos de lo que estaba para poder arañar veinte minutos más, a veces veinticinco, treinta, y a los cuarenta ya me decía por qué has tardado tanto. Nada, que me he despistado y no he visto que ya era la hora de acabar. Cosía por la mañana para avanzar la labor que supuestamente hacía por la tarde, faldas largas hasta los pies, pero bien estrechas y con un corte detrás hasta debajo de la rodilla. ¿Qué clase de falda es ésta? ¿Estás segura de que no te la han hecho demasiado estrecha? No podrás caminar. Yo decía que el patrón que nos enseñaban era así, que el primero siempre era así y que después ya aprendías a hacer cosas más complicadas. Aún con ello, madre parecía calmada, debía de pensar que me tenía más controlada, que yo ya no tenía tanto rato para poderme encontrar con nadie.

Una hora y veinte minutos pueden dar mucho de sí. Para que él llegara y yo pensase debe de venir con hambre y le hiciera algo para comer, buscaré un piso un poco más grande, hablaba mientras masticaba amorrado al plato. Si no, no habrá manera de que tu padre acepte, y en la empresa donde trabaJo lo conocen, le pueden dar buenas referencias. Una hora y veinte minutos dan para ducharse, para un clavo bien rápido, más de compromiso que de placer. Yo no tenía tiempo para excitarme y aquel mete saca sólo le iba bien a él, pero yo hacía ah, uh, mmm, uy, ay. Porque lo que yo quería eran abrazos, besos tiernos, miradas a los ojos de esas que te hacen sentir acompañada en el mundo, única en el mundo. Él sabía hacer ese tipo de cosas, pero estaba tan cansado que después del clavo rápido, ah, ah, aaah, uau, cogía el mando de la tele y el abrazo era a medias y las miradas escasas.

Hasta que llegó un día en que entré y me encontré con una chica sentada en la cama que hacía de sofá, una chica de aquí muy delgada pero con un culo y unos muslos enormes, colgada, que diríamos en la ciudad capital de comarca, hola. Hola, dije, y creo que no sonreí. Hola, reina, te presento a una amiga, me parece que no os conocéis.

Habían estado solos todo el rato, él y ella solos en aquel piso de cortinas amarillas con las bolas de tantos años. Padre siempre había dicho que a un hombre y a una mujer no se les puede dejar solos, y aún menos a cubierto de miradas, que no, que no, ni que sean primos, que no hay demonio que no intente meterse entre ellos. El demonio debía de ser el sexo o un beso o que te den por el culo y te guste, da igual.

La toleré unos cuantos días, o puede que fuéramos las dos las que nos tolerábamos, y él decía pobre chica, es que su madre la trata muy mal y no tiene padre, me da una pena… La misma que te di yo, pensé, ¿por qué está aquí cada día? ¿Y nosotros qué? Hago muchos malabarismos para estar aquí cada tarde. Ya sabe que nos vamos a casar, que yo no tendré nunca nada con ella, que ya sabes que yo sólo te quiero a ti. Ya le gustaría a ella, ya, pero no es mi tipo. Cerraba la puerta detrás de mí después de un beso fugaz y volvía dentro con ella, a solas, a solas, a solas, y yo no era tan tonta de creerme todo aquello.

Después llegó ese día en que abrí la puerta y él no estaba, no había nadie. Lavé los platos del fregadero, puse aquel programa donde todos cuentan las desgracias que les han pasado y se emocionan al reencontrarse después de tantos años. Hice un revuelto de huevos con cebolla y tomate, el té, siempre mirando el reloj, tictac, aún no llega, tictac, ¿dónde debe de estar? Tictac, ¿y si le ha pasado algo? Tictac, ¿qué debe de hacer? Me sentaba en el sofá, me levantaba, cambiaba de canal y ya dudaba de que ese día hubiera tiempo para un clavo rápido y fingido. Se acercaba la hora en la que me tenía que marchar y ya dudaba de que hubiera tiempo para un abrazo, para un fugaz beso de despedida. Tictac, el tiempo se acaba.

33

VÍAS ALTERNATIVAS DE LIBERACIÓN

Dejé una nota: si ya no me quieres, más vale que me lo digas, que así ya lo sabré. Más hubiera valido, pero el verano se precipitó de repente, de hecho, todo fue muy rápido.

Volví al día siguiente, con el orgullo herido e incluso arrepintiéndome y todo antes de llegar, pero fui, había invertido demasiado en esa relación. Un culo más gordo que el mío no estropearía mi libertad sostenida.

Él estaba allí, con el cigarrillo entre los dedos, que me parecieron demasiado gruesos. Apretando los dientes y la mandíbula como hacía padre, rojo y con los ojos aún más enrojecidos. ¿Estás ya contenta?, me dijo con la voz temblorosa, ¿es esto lo que quieres? Y yo que venía dispuesta a abroncado no supe qué había hecho, me asusté, lo vi huyendo de mí, herido, me sentí culpable, pero todavía me sentí más amenazada de perder cualquier puerta de salida, la única que pensaba que me quedaba, la que debía conciliar mis mundos.

Le caían lágrimas incesantes cuando yo le dije es que vine y no estabas, no me vengas con que no estabas con ella. Por un día que no me acuerdo que tenías que venir, por un día ya has de dudar de mis sentimientos. Tú sí que has dejado de quererme, tú sí que estás harta de todo esto y quieres tirar la toalla, me dejarás después de haberme prometido que me querrías siempre y yo no tendré otro remedio que morirme.

Pero ¡qué dices! Si eres tú quien últimamente está muy raro, eres tú quien no me mira, que traes mujeres a casa, que vas aplazando la petición de mano, que me dejas plantada. Las lágrimas eran gruesas gruesas y yo no sabía qué hacer con un hombre que lloraba así, si ni siquiera he sabido nunca qué hacer con una mujer llorosa, si se me hacía extraño pasarle la mano por la espalda, decirle tranquila, no pasa nada, va, venga, y abrazarla. Lo único que pude hacer fue romper a llorar en silencio. No se puede aguantar más, esta situación nos acabará destruyendo como pareja, ya no podemos escondernos más.

Nos abrazamos con las historias de engaños y abusos del programa de la tarde de fondo,
a ver, es que ella nunca es­ taba por mí y tú sabes que un hombre necesita lo que necesita
, y yo decía ay, aaah, pero puede que esta vez no fuera sólo por acabar, que ya se sabe que los clavos de reconciliación son más profundos, más reales.
Claro, la otra se me puso a tiro, ¿yo qué iba a hacer
?

Subía la escalera, la volvía a bajar, la subía, la bajaba.

Primero, tenía que hablar con madre y hacerle la propuesta sin que adivinara que la relación duraba ya dos años. Ella tenía que decírselo a padre y entonces, a esperar la reacción. Todo se precipitó tanto que yo no podía escuchar mis pensamientos, de tan fuerte que me notaba los latidos del corazón, en las sienes, en el pulso, en los tobillos. Eso era miedo, y nada más.

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