Dris trabajaba para la fábrica del principio de la calle y el sueldo no les daba para mucho, pero Soumisha pronto empezó a hacer algunas horas, que decía ella, a pesar de no ser más lista que madre.
Un día las oí cuando hablaban desde la ventana. Soumisha siempre intentaba convencer a madre de que aquélla no era la situación en que debía vivir, pero culpaba por encima de todo a Rosa, que se había inmiscuido en nuestras vidas. Ya sabes, ellas hacen lo que pueden para birlarte el marido, las furcias han sido siempre así, aquí y en todas partes. Pero tienes un buen hombre que trabaja para vosotros y deja todo el dinero en casa, no como el mío, que es una rata que no gasta ni un duro más de lo imprescindible. Es un buen hombre, créeme, todo lo que le pasa no es por su propia voluntad. Y le explicaba aquello del filtro del amor a la manera de Curial e Güelfa. En una bandeja blanca, ha de ser blanca para ir bien, espartes un kilo de azúcar, sólo puede ser azúcar, y marcas una huella con tu pie derecho, sobre todo que sea el derecho. Guardas el azúcar y se lo pones en cada taza de café o té que te pida hasta que se acabe. No es necesario que lo hagas en voz alta, pero cuando pongas la primera cucharadita de azúcar en la taza has de decir, siempre, aunque sea sólo con el pensamiento: seré para ti como la dulzura de este azúcar, será sólo a mí a quien querrás volver y ninguna otra mujer del mundo te parecerá bonita. Sólo podrás pensar en mí día y noche, noche y día, vuelve a tu hogar, tú que has estado confundido por el demonio. Y das gracias a Dios. No sufras, que funcionará.
Yo lo miraba todo, y madre me decía si cuentas algo… yo, que ya lo sé, que no contaré nada, que yo también quiero que las cosas sigan como antes. Pero yo ya no recordaba cuándo había sido aquél antes.
¡Qué sencillo era poder ser feliz! Padre comenzó a decir no sé qué me pasa, que a aquella mujer ya no puedo verla ni en pintura, que lo veo todo negro con sólo pensar en ello. Ella está colada por mí, y espera que os envíe allá abajo para poder vivir conmigo, yo, que de repente la encuentro insufrible. Yo intentaba no acompañar a padre cuando iba con ella para no oírla llorar, tu padre me hace mucho daño, ¿sabes que me hace mucho daño? Y a mí incluso me daba pena, de tanto tiempo que hacía que me había acostumbrado a verla, de cómo los ojos se le apagaban cada vez más, la única parte de su cuerpo que valía la pena ser mirada.
Pero Rosa aún tenía esperanzas cuando padre decía que empezaba a odiarla y cuando tuvo lugar el segundo de los acontecimientos que habían de cambiarlo todo.
Pasó algo que no ocurre si tu mujer es sólo la madre de tus hijos y no duermes con ella porque en realidad no la quieres y a quien quieres es a ti y únicamente a ti. Madre estaba embarazada.
Ja
, desde antes, no más tarde.
Jaborandi
, que es un arbusto;
jac
, chaqueta.
UN AÑO NUEVO MÁS
Deberías abortar, dijo padre, y madre se estremeció sólo con oírlo. No llevaré ninguna vida sobre mi conciencia sólo para que tú te des el gusto de seguir con esa puta.
Padre continuó comportándose como siempre, a pesar del azúcar, a pesar del embarazo. Yo faltaba al colegio para poder ir al médico con madre y aprendía educación sexual mucho antes que los compañeros de clase. Leía el libro de la embarazada para no tener que ver a madre abierta de piernas encima de aquella camilla que parecía de tortura. Procuraba permanecer detrás de la cortina mientras traducía lo que iba diciendo la comadrona.
Había cuestiones que no sabía pasar de un idioma a otw, que no quería pasar de un idioma a otro. Continuaba sin entender por qué tantas mujeres de por ahí me explicaban a mí cosas de aquéllas. ¿Cuándo fue la última vez que le vino la regla a tu madre? Y yo ya sabía qué era eso de la regla, pero no lo había hablado nunca con ella. ¿Cuándo fue la primera vez que le vino? A los dieciséis años, mejor, así yo estaré tranquila hasta los dieciséis. ¿Cuándo tuvo relaciones sexuales por primera vez? Dios, Dios, quería huir corriendo de todo aquello, yo no quiero saber todas esas cosas, y aún menos traducirlas a un idioma en el que no existía ninguna palabra que yo conociera para relaciones sexuales que no fuesen palabrotas. No podía correr y la comadrona me miró fijamente con las uñas rojas sobre la mesa, anda, venga, pregúntaselo. Madre me miraba y decía qué, qué te ha preguntado, y yo habría querido fundirme, así, de golpe, y que ellas mismas se las entendieran. No podía decir follar, no. No podía decir cuándo fue la primera vez que padre te la metió. ¿Joder? No. Intenté encontrar un eufemismo. ¿Cuántos años tenías cuando dormiste con padre por primera vez? Y no la miré a los ojos mientras se lo decía; ella dijo, también muy de prisa, nos casamos cuando yo tenía dieciocho años. Eso es todo.
Me acostumbré a leer los trípticos informativos de la sala de espera, unos análisis, unas pruebas, toma hierro, prepara la ropita, etc. Yo tenía ganas de decirle a aquella señora de cabellos muy negros teñidos que madre ya había sido madre tres veces seguidas y que nunca le había pasado nada, sin test de O'Sullivan ni gimnasia preparto.
A mí me hacía ilusión tener una hermanita, así no sería la única chica, la preferida, y recibiría menos besos de esos de golpe de pelota de tenis. Pero nos lo dijeron en la segunda radiografía, es un niño. Madre no se lo acababa de creer, cómo puede saber éste lo que llevo en la barriga, eso sólo lo sabe el Señor.
Padre iba y venía, como siempre, y me decía que no le dijese nada a Rosa. Yo creo que lo debía de saber desde el principio; aunque hacía días que no veía a madre, todo el mundo sabía que estaba embarazada.
La noche en que madre rompió aguas, padre no estaba. Era Año Nuevo y lo celebraba, claro. Yo dormía cuando madre me despertó y pensé, por favor, que no sea ahora, y le pregunté si no podía esperarse hasta el día siguiente, que él ya habría vuelto.
No sé cómo lo hice ni sé por qué otra vez madre no despertó a mis hermanos. Sólo yo debía hacerme cargo de todo. En otro contexto, habría estado la abuela, habría estado aquella vieja del pueblo que hacía parir a todas las mujeres, habría estado el abuelo, que la hubiera llevado al hospital en caso de complicaciones.
Pero sólo estaba yo, y entonces empecé a tener una cierta idea de que la vida no era como debería ser o lo que se pudiera llegar a pensar a esa edad. Vete a buscar a Soumisha y dile lo que pasa, tu padre tardará en venir. Lo decía agarrándose un costado, allí, bajo las costillas, que al parecer es donde te duele más cuando vas a tener una criatura. Tienes que respirar, le dije, lo dice el libro. Pues claro que debo respirar, si no me moriría, qué narices dices, anda, vete a despertar a Soumisha.
Pero Soumisha tiene el sueño más profundo del mundo y no hubo manera de despertarla. Su timbre no funcionaba y yo no dejaba de golpear la puerta de abajo, que cerraba con llave cuando llegaba la noche. Una puerta de madera.
Fui al bar más cercano, donde daban una cena especial de Año Nuevo, y allí encontré al dueño, a su mujer, a sus hijos. Pregunté si habían visto a padre, y ellos negaron con la cabeza. Feliz Año Nuevo, muchacha. Yo no sabía a quién decírselo y finalmente hablé con el hijo mayor, el de los ojos claros, que me guiñaba el ojo y me despeinaba siempre que podía. Madre está de parto, Ángel, no sé qué debo hacer. Él se pasó la servilleta blanca por los labios, la dejó sobre el plato y se levantó. Me tomó de la mano y me llevó hasta la parte delantera del bar. La tibieza de la palma de su mano me ayudaba a respirar mejor y creo que fue allí donde me enamoré un poco.
No pasa nada, yo llevo a tu madre al hospital y tú te quedas aquí por si regresa tu padre o por si se despiertan tus hermanos. Me deshice de la capa de
superrnana
y de los calzones superpuestos y le conté el plan a madre. Ella dijo, vete a dormir, que no sacarás nada quedándote despierta, y si llega él dile dónde estamos.
Y madre fue a parir sentada en el asiento de atrás del coche de Ángel. Sin decirse nada, porque ella lo conocía pero no le sabía decir qué daño o qué cabronazo es este marido mío y él tampoco sabía decirle qué hijo de puta, el Manel, en un día como éste.
Yo ya me había quedado sola otras veces y no por eso me gustaba más. ¿Y si venía un ladrón, un asesino, un loco? ¿Qué haría yo para proteger a mis hermanos que dormían o para impedir que se llevasen algo de valor? No es que tuviésemos demasiadas cosas de valor, pero los ladrones no lo sabían.
Me quedé sentada en el sofá, abrazada a las rodillas y reproduciendo el calor de la mano de Ángel en la mía, su sonrisa, no sufras, no sufras, que no pasará nada. Hasta que se abrió la puerta. Hasta que oí el ruido de las llaves y pensé que era demasiado pronto para que fuese él. Pero era él. Madre está en el hospital, está de parto. Pero puede que me viese a medias o que me oyera a medias. Cayó tendido sobre la cama de matrimonio de su habitación y dijo: ven, hija, ven, sácame los zapatos que yo no puedo. Madre está en el hospital. Muy bien, muy bien, ahora sácame los calcetines. Aún no sé en qué momento se quedó dormido, aunque continuaba hablando.
Madre sola en el hospital sin siquiera una cuerda donde cogerse y pariendo en una postura en la que ella no había parido nunca, todos celebrando el Año Nuevo, padre tumbado al bies sobre la cama hablando aún en sueños y yo que no sabía qué debía hacer con todo aquello.
Ka
, concepto religioso del antiguo Egipto.
Kabardí
, relativo a los kabardinos;
kagú
, pájaro del orden de los faisaniformes.
VETE Y NO VUELVAS MÁS
Padre sacó el cepillo que guardaba siempre en la guantera y se peinó hacia atrás sus cabellos tan rizados mirándose en el retrovisor. No hagáis ruido, ¿eh?, había dicho, que en los hospitales no se puede hablar en voz alta ni nada. Pensé que ojalá madre no tuviese ningún hijo más en toda su vida, porque eso de estar sólo con padre siendo la hija mayor era de las peores cosas que nos habían pasado nunca.
Madre, tendida en la cama, me dijo ¿no podías haber dado ropa limpia a tus hermanos, que la llevan toda manchada de tomate de ayer? Yo me había cambiado y me había lavado la cara como cada mañana, y no se me había ocurrido que tuviera que hacer nada más. Me dio más pena ella que yo misma, a pesar de que me sentía como en un pozo de donde no podía salir.
Las sábanas eran muy blancas y podías hacer eso de levantar una parte de la cama con una manivela, podías llamar a la enfermera pulsando un botón y podías tomarte la sopa de galets que no le gustaba a madre y que nosotros devorábamos. ¿Cuándo volverás? Padre le había comprado un camisón de los que se llevan en los hospitales y una bata y zapatillas que madre no había utilizado nunca porque nunca había estado en un hospital. Me daba pena porque yo no le podía traducir todo lo que debía hablar con los médicos, las enfermeras y las compañeras de habitación durante tres días. Me daba pena porque de hecho estaba sola, y de hecho, nosotros estábamos solos aunque estuviese padre.
¿Qué haríamos si le daba por tirar cuchillos u otros objetos de los que suele lanzar y madre no estaba para hacer algún placaje?
Padre nos dejaba mucho tiempo solos cuando tenía que irse con Rosa, que decía que ya no nos quería ver más. Mejor, así yo no sabría lo malo que era padre y cuánto daño le hacía. Mejor estar solos que con ella, si no nos quería, que entonces padre comenzaba a hacer cosas raras. Por la mañana nos venía a ver Soumisha, que preguntaba, ¿está en casa? Yo le decía que no y ella ponía algo de orden, lavaba platos y cocinaba alguna comida caliente, y era como Ángel cuando me tomó de la mano y me dijo tranquila. Hija, decía, ya es hora de que te espabiles un poco, no te queda más remedio. Ya sé que a ti te interesa más leer ese libro tan gordo que tienes, pero ahí no aprenderás nada de la vida. Madre volverá y necesitará que la cuides, sólo te tiene a ti y ya eres lo bastante mayorcita como para hacer algunas cosas. Yo deseaba ser lo bastante mayorcita para otras cosas, no quería pasarme los días limpiando para que los demás ensuciasen, aunque puede que no lo pensara de esa forma porque solamente tenía diez u once años.
Las tardes de aquellos tres días las pasamos en el hospital. Llevábamos comida para madre y las enfermeras nos miraban mal. Una olla pequeña que había preparado Soumisha con caldo de gallina, que ayuda a recuperar las fuerzas y era sagrado dar a todas las mujeres que acababan de parir. Pan del bueno, y no esos mendrugos a los que llamaban panecillos, zumos de todo tipo y yogures, fruta. Que madre daba el pecho y se debía alimentar como Dios manda. Sobre todo que se beba el caldo y se coma la gallina, que no hay nada mejor. Y nosotros nos zampábamos la comida del hospital, que no gusta a nadie, pero a nosotros sí.
Por lo visto padre no podía dormir en casa si no estaba madre, y por eso dormíamos solos. Si alguien se hace pipí, acuérdate de cambiar las sábanas y de ducharos por la mañana, que yo no esté no quiere decir que tengáis que ir por el mundo oliendo mal. Yo no sabía cómo funcionaban las lavadoras, de modo que las sábanas llenas de meados se fueron amontonando junto al aparato.
Sentí que alguien echaba una mano cuando madre volvió del hospital, pero lo cierto es que ella había disfrutado allí de las primeras vacaciones de casa desde su boda. No tardó en comenzar a trajinar, aunque el pequeño lloraba de vez en cuando y ella hacía una parada para amamantarlo. Haz esto, haz lo otro, me decía, y ya no era con la coletilla de «es que ya no tendría que decirte lo que has de hacer, que ya lo deberías saber». Yo la ayudaba tanto como podía. A veces se terminaban los pañales y padre todavía no había traído dinero; aún suerte de que no se tenía que comprar leche.
Un día llegó y dijo: dame diez mil, y ella hizo como que no. Dame diez mil que me tengo que ir, y ella: que ya sé dónde vas y que ya estoy harta, no te daré el dinero de la comida de mis hijos para que te lo gastes con aquella puta.
Era invierno y madre había encendido la estufa de gas butano en el dormitorio y yo sufría por si del golpe que le podía llegar a dar iba a parar encima de la llama enrejada. Sufría por si caía sobre el pequeño dentro de la cuna o por si pasaban cosas peores. Dame el dinero, te digo. No, no y no. No había visto nunca aquella forma de mirar de madre y padre estaba como si no le correspondiera estar allí. Dijo: o la dejas, o te dejo. No podía creerme lo que oía, pero era madre quien hablaba, era Mila quien se había hartado de limpiar capillas y reliquias, la Colometa que huía de todo para encontrarse. Es ella la que no me quiere dejar, ya te lo he dicho, cada vez que me la he sacado de encima ha venido a buscarme.