El Prefecto (26 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Prefecto
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—El disquete contiene un fragmento de datos —dijo el núcleo—. ¿Qué desea que haga con este fragmento de datos?

Thalia iba a responder, pero en ese momento su brazalete comenzó a sonar. Levantó el puño y lo miró con irritación. ¿Por qué intentaba ponerse en contacto con ella el prefecto Muang, precisamente ahora? Muang no era uno de los cabrones que le causaba problemas con lo de su padre, pero no era Dreyfus ni Sparver, ni tampoco uno de los séniores a los que estaba intentando impresionar. Seguro que no era tan urgente como para interrumpir una actualización delicada, en especial ahora que había abierto la ventana de acceso de seiscientos segundos.

Le devolvería la llamada cuando hubiera acabado. El mundo no iba a acabarse porque Muang esperara unos minutos.

—Lo siento —dijo Thalia pulsando el botón de suprimir.

El núcleo repitió su pregunta.

—El disquete contiene un fragmento de datos. ¿Qué desea que haga con este fragmento de datos?

Thalia bajó el puño.

—Úselo para sobrescribir los contenidos del segmento de datos ejecutable alfa alfa cinco uno seis, por favor.

—Un momento. —Las luces brillaban mientras el pilar reflexionaba—. Estoy listo para ejecutar la orden de sobrescritura. Anticipo que la operación implicará una breve pérdida de abstracción que no excederá los tres microsegundos. Por favor, confirme que debo ejecutar la orden de sobrescritura.

—Confirmada —dijo Thalia.

—El segmento de datos ejecutable ha sido sobrescrito. La abstracción fue desactivada durante dos coma seis ocho microsegundos. Todas las transacciones afectadas fueron almacenadas temporalmente y reinstaladas con éxito. Una auditoría de nivel uno indica que no ha surgido ningún conflicto de
software
como resultado de esta instalación. ¿Tiene que darme alguna otra instrucción?

—No —dijo Thalia—. Eso es todo.

—Quedan cuatrocientos once segundos en su ventana de acceso. ¿Desea que permanezca abierta hasta su finalización programada, o invoco cierre inmediato?

—Puede cerrar. Hemos acabado.

—El acceso ha terminado. Gracias por su visita, prefecto de campo ayudante Thalia Ng.

—Ha sido un placer.

Después de recuperar el disquete de actualización del pilar, Thalia volvió a ponerlo dentro del cilindro y luego lo selló. Intentó mantener la compostura, pero ahora que había terminado, no podía evitar sentir una euforia mareante. Se parecía un poco a estar borracha con el estomago vacío.
¡Lo he conseguido
!, pensó. Había completado las cuatro instalaciones. Ella sola, sin Dreyfus mirando por encima del hombro, incluso sin otro agente de campo que la ayudara con la carga de trabajo técnica. Si alguna vez alguien había dudado de su capacidad, o si se había preguntado si trabajaría bien fuera de un equipo, aquello lo haría callar.
Yo, Thalia Ng, no solo diseñé el parche de seguridad, sino que lo instalé, deforma manual, con solo un cúter como compañero
.

Cuatro hábitats completados. El plan había sido ejecutado. Y ahora que estaba segura de que la actualización era sólida después de instalarla en cuatro ejemplos de casos más desfavorables, no había nada que le impidiera poner en funcionamiento todo el Anillo Brillante, los diez mil hábitats.

¡Adelante
!, pensó Thalia, y luego se esforzó mucho por borrar la cara de satisfacción cuando se volvió hacia su público, porque no sería apropiado ni digno de un prefecto.

—¿Hay algún problema? —preguntó Jules Caillebot, que seguía sentado en el sillón azul, pero ya no tenía la postura relajada de hacía unos minutos.

—En absoluto —dijo Thalia—. Todo ha ido como la seda. Gracias por su cooperación. —Quizá Muang la había llamado para informarla de un corte temporal en las comunicaciones, pensó. A veces sucedía. Nada de lo que preocuparse—. ¿Sabe qué? Ahora que hemos acabado, quizá dé un paseo por unos de los jardines.

—La abstracción está desactivada —dijo Caillebot en voz baja.

Thalia sintió la primera punzada de angustia.

—¿Perdón?

—No tenemos abstracción. Dijo que solo estaría desactivada unos microsegundos, que no nos daríamos cuenta. Pero sigue desactivada. —Su voz se hizo más firme y más alta—. La abstracción está desactivada, prefecto. La abstracción está desactivada.

Thalia sacudió la cabeza.

—Se equivoca. No puede estar desactivada.

—No hay abstracción —dijo Paula Thory levantándose de su silla—. Estamos desconectados, prefecto. Parece que algo ha salido mal.

—El sistema ha hecho una auditoría sobre sí mismo. Ha confirmado que la abstracción solo había sido interrumpida durante un instante. El sistema no comete errores.

—Entonces, ¿para qué vino aquí, si no para corregir un error en el aparato? —preguntó Caillebot.

—Quizá seamos solo nosotros —dijo Broderick Cuthbertson. Su búho mecánico movió nerviosamente la cabeza en todas direcciones, como si estuviera siguiendo el vuelo de una avispa invisible.

—Su pájaro está confundido —dijo Cyrus Parnasse—. Creo que depende de la abstracción para orientarse.

Cuthbertson tranquilizó a su creación con una caricia.

—Tranquilo, chico.

—Entonces, al menos son todos y todo en este edificio —dijo Thory con las mejillas enrojecidas—. ¿Y si no es solo el edificio? ¿Y si nos enfrentamos a un apagón en todo el campus?

—Miremos por las ventanas —dijo Meriel Redon—. Desde aquí se ve la mitad de Aubusson.

No prestaban atención a Thalia. Solo era un detalle en la sala. Por ahora. Las personas que aún no se habían levantado de las sillas y sofás y taburetes se precipitaron hacia los ojos de buey. Thalia se puso detrás de ellos. Dos o tres ciudadanos se apiñaron detrás de cada panel circular.

—Veo gente en el parque —dijo un joven bien afeitado cuyo nombre Thalia no recordaba. Iba vestido con un traje azul eléctrico con puños negros con volantes—. Se están comportando de una manera rara. Se apelotonan de repente, como si quisieran hablar entre ellos. Algunos están comenzando a correr hacia las salidas. Miran hacia arriba, a nosotros.

—Saben que hay un problema —dijo Thory—. No me sorprende que estén mirando el núcleo de voto. Se estarán preguntando qué diablos está pasando.

—Hay un tren detenido en la línea —dijo una mujer vestida con un vestido rojo fuerte que estaba situada en otro ojo de buey—. Al otro extremo de la ventana más cercana. Sea lo que sea, no es local. No nos está pasando solo a nosotros, ni al museo.

—Hay un volantor —dijo otra persona—. Está realizando un aterrizaje de emergencia en el tejado de Bailter Ziggurat. Son dos ventanas en dirección a la tapa terminal principal. ¡Casi diez kilómetros!

—Es todo el hábitat —dijo Thory como si acabara de ver un temible presagio—. Toda Casa Aubusson, los sesenta kilómetros. Ochocientas mil personas acaban de perder abstracción por primera vez en sus vidas.

—Esto no puede estar ocurriendo —susurró Thalia.

El cuchillo seguía apretando la garganta de Dreyfus. Este se maldijo por no haberse puesto el casco cuando había tenido la posibilidad. Intentó convencerse de que la mujer ya lo habría matado si aquella fuera su intención, pero también podía pensar en una multitud de razones por las que quisiera mantenerlo con vida para matarlo después.

—¿Qué año es? —preguntó, como si se le acabara de ocurrir la pregunta.

—¿Qué año?

La presión del cuchillo aumentó.

—¿Tiene algún problema con mi dicción?

—No —dijo Dreyfus a toda prisa—. En absoluto. Es el año dos mil cuatrocientos veintisiete. ¿Por qué lo pregunta?

—Porque he estado dentro de este lugar mucho tiempo.

—¿Tanto como para perder la cuenta del año?

—Tanto como para perder la cuenta de todo. Aunque lo sospechaba. —Oyó una nota de orgulloso desafío en su voz—. No me he equivocado de mucho.

Aún no le había visto la cara, ni ninguna otra parte del cuerpo excepto la mano enguantada que sostenía el cuchillo.

—¿Es usted miembro de la familia Nerval-Lermontov? —preguntó Dreyfus.

—¿Es eso lo que está buscando?

—No estoy buscando a nadie en particular. Soy policía. Estoy investigando un crimen. Mis pesquisas me han traído a este asteroide.

—¿Solo?

—He venido en una nave, con mi ayudante. Nos atacaron durante nuestro acercamiento y la nave está averiada. Podríamos haber regresado a Panoplia, pero decidimos ver si podíamos usar la roca para enviarles un mensaje más rápido. Es lo que está haciendo mi ayudante ahora. También quería ver qué hay aquí que tanto vale la pena proteger.

El cuchillo le arañó la piel. Era frío. Se preguntó si le saldría sangre.

—Ya lo ha visto —dijo la mujer, que obviamente se refería a la nave en la que estaban flotando—. Dígame qué opina.

—Es una nave espacial de los combinados. Es lo que pude averiguar desde fuera. Luego subí a bordo y vi esto. —Se refería a la sala llena de durmientes desmembrados, los que la mujer había dicho que se había comido—. Eso es todo. ¿Ahora va a decirme qué significa esto?

—Intente moverse —dijo ella—. Mueva un brazo o una pierna. No lo detendré.

Dreyfus lo intentó, pero aunque podía mover sus miembros, encontraron resistencia en el interior de su traje. Estaba paralizado.

—No puedo.

—He entrado en su traje y he desactivado el motor y las funciones de comunicación. Puedo activarlas y desactivarlas con la misma facilidad que parpadeo. Con el traje inmovilizado de este modo, no podrá moverse ni quitárselo. Se morirá de hambre. Tardaría mucho tiempo y no sería agradable.

—¿Por qué me dice todo eso?

—Para que lo entienda, prefecto. Para que comprenda que tengo un control total sobre usted. —La presión del cuchillo disminuyó—. Para que entienda que no necesito esto para matarlo.

Retiró la mano.

—Debe de ser una combinada —dijo Dreyfus—. Nadie más puede realizar un truco así. —Cuando ella no lo afirmó ni lo negó, añadió—: Debe de ser de esta nave. ¿Me equivoco?

—Así que no es completamente incapaz del razonamiento deductivo. Para ser un retardado, es bastante listo.

—Solo soy un prefecto que intenta hacer su trabajo. ¿La tienen prisionera?

—¿Usted qué cree? —preguntó con sarcasmo.

—Establezcamos las reglas del juego. No soy su enemigo. Si alguien la está reteniendo en contra de su voluntad, quiero averiguar quiénes son y por qué lo hacen. Deberíamos poder confiar el uno en el otro.

—¿Quiere que le diga por qué tengo dificultades para confiar en usted, prefecto? Un hombre como usted ya vino aquí. Vio lo que nos estaban haciendo y no hizo nada.

—¿Qué quiere decir, un hombre como yo?

—Llevaba la misma clase de traje.

—Eso no significa nada.

—Quiero decir exactamente el mismo. Si usted es prefecto, entonces ese hombre también era prefecto.

—Eso no es posible —dijo Dreyfus. Pero al decirlo recordó el vínculo que Sparver había encontrado entre la roca y Panoplia. Pero, entonces, ¿cómo podía Jane Aumonier ignorarlo?

—Yo misma lo vi. No hay ningún error. No pude ver dentro de su cabeza, y no puedo ver dentro de la de usted. Los de su clase nunca llevan implantes neurales, ¿verdad?

Su propia voz sonaba distante y estrangulada.

—Ese hombre… ¿viene solo, o con otros?

—Solo el hombre viene en persona. Pero hay otros visitantes.

—Me está confundiendo.

—Eso es porque ellos me confunden a mí. Sé cuándo viene el hombre porque percibo el ruido electromagnético de la apertura y el cierre de las esclusas de aire. Percibo su traje, aunque nunca puedo acercarme lo bastante como para paralizarlo. Pero los otros no llegan así. De repente están aquí, como un cambio en la dirección del viento. Una en particular me deja muy clara su presencia. Juega con nosotros. Disfruta con nuestro confinamiento, con nuestro sufrimiento.

—Entonces está hablando de una inteligencia artificial. Una simulación de nivel beta, o algo así. Un simulacro que tiene el aspecto de una persona y se comporta como tal, pero no tiene vida interior.

—No —dijo con cautela la combinada—. Estoy hablando de algo mucho mayor que eso. Una mente parecida a una nube de tormenta, llena de relámpagos terribles, de una oscuridad terrible. No es una simulación de nivel beta. Tiene la estructura de la conciencia humana, pero retorcida, magnificada, pervertida. Como una gran mansión que se haya hecho maligna.

—¿Tiene un nombre?

—Sí —afirmó la combinada—. Se precia de ocultarnos su verdadera identidad, pero yo he visto a través de sus artimañas. Es demasiado vanidosa para ocultarse a la perfección. Creo que desea ser conocida.

Dreyfus apenas se atrevía a preguntarlo.

—Dígame el nombre.

—Se hace llamar Aurora.

—No he cometido ningún error —dijo Thalia—. Les juro que he seguido todo el protocolo.

Los ojos de Thory se empequeñecieron hasta convertirse en unos desagradables puntitos.

—Entonces tal vez el protocolo esté equivocado. Cada segundo que no tengamos abstracción nos costará nuestro prestigio frente a los
lobbies
. No tiene ni idea del daño económico del que estoy hablando. Cada uno de nosotros es un accionista en la sociedad Aubusson. Si daña las finanzas del hábitat nos daña a nosotros. Eso significa a mí, personalmente.

La voz de Thalia se había vuelto absurdamente tímida y pequeña. Se sentía como una colegiala a la que le están pidiendo que explique por qué entrega los deberes con retraso.

—No sé cuál es el problema.

—¡Entonces quizá debería comenzar a investigar! —Thory la miró con expresión ponzoñosa—. Usted ha roto esto, prefecto. Su responsabilidad es repararlo. ¿Por qué no empieza, en lugar de quedarse ahí parada como un árbol petrificado?

—Yo… no tengo acceso —dijo Thalia. Bajo su túnica podía sentir una fría línea de sudor que le bajaba por la espalda—. Me dieron una ventana de acceso de seiscientos segundos. La he usado. No puedo volver a entrar.

—Entonces será mejor que se le ocurra otra cosa —dijo Caillebot—. Y rápido.

—No puedo hacer nada más. Puedo efectuar algunas pruebas superficiales en el pilar… Pero si no puedo acceder al núcleo, no puedo ver el interior. Y esto tiene que ser un problema fundamental, algo realmente profundo.

Acto seguido habló Parnasse. Su voz era un ruido sordo, pero todos lo escuchaban.

—Le dieron una autorización de un solo uso, ¿verdad, muchacha?

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