El Prefecto (11 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Prefecto
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—Será arriesgado, pero…

—Haz todo lo que puedas, Sheridan —le instó—. Y no te preocupes. Sé que eres un buen hombre y que no te decepcionas con facilidad. Tu instinto natural es el deber y la lealtad, el servicio a las personas. Lo sé desde Infierno Cinco. Miraste el abismo moral de aquel horror, viste a lo que puede conducir la libertad cuando no se controla y entendiste que había que hacer algo, aunque eso significara que los hombres buenos tuvieran que hacer cosas desagradables.

—Lo sé. Pero en ocasiones tengo dudas.

—Disípalas. Disípalas del todo. ¿Acaso no me he dignado a explicarte las consecuencias de nuestra inacción, Sheridan? ¿No te he mostrado cómo puede ser el mundo futuro, si no actuamos ahora?

Lo había hecho, y él sabía que todo se reducía a elegir entre dos futuros contendientes. Uno era un Anillo Brillante bajo el dominio amable de un tirano benevolente, donde las vidas de los cien millones de ciudadanos seguirían siendo básicamente las mismas que ahora, aunque con algunas restricciones menores sobre la libertad civil. El otro era un Anillo Brillante en ruinas, con su población diezmada, sus glorias caídas habitadas por fantasmas, zombis y monstruos, algunos de los cuales habían sido personas en el pasado.

—Tengo los datos del escarabajo —dijo, cuando el silencio se hizo insoportable.

—Tengo que verlos de inmediato.

—Los estoy encapsulando en el dispositivo de comunicación.

Aurora cerró los ojos. Abrió ligeramente los labios, como si se hubiera transportado a un éxtasis indescriptible. Él imaginó que los datos saldrían en tropel desde Panoplia, atravesarían la laberíntica maraña de la red de datos del Anillo Brillante y llegarían hasta Aurora (ya fuera humana o una máquina), quien los absorbería en algún lugar al final de una compleja cadena de
routers
y estaciones nodales.

Volvió a cerrar la boca y abrió los ojos.

—Muy bien, Gaffney. Todo parece en orden. Realmente has hecho un gran trabajo.

—¿Entonces tienes todo lo que necesitas para fabricar los escarabajos?

—No lo sabré hasta que tenga acceso a una fábrica en funcionamiento. La prueba del algodón, como se suele decir. Pero no tengo ninguna razón para dudar de que las cosas salgan exactamente como he planeado.

—He leído las notas técnicas —dijo Gaffney—. Esas cosas son una pesadilla.

—Y por eso solo se usarán como último recurso. Pero tenemos que disponer de los medios, Sheridan, si queremos impedir la pérdida innecesaria de vidas. De lo contrario, estaríamos siendo negligentes.

—La gente morirá cuando lo hagamos.

—La gente morirá si no lo hacemos. Oh, Sheridan, has llegado tan lejos, has hecho tan buen trabajo por la causa. Por favor, no te acobardes ahora, en el tramo final.

—No me acobardaré —dijo, resentido por su tono de voz.

—Confías en mí, ¿verdad? ¿De forma total e incondicional?

—Sí.

—Entonces sabes que estamos haciendo lo correcto, lo decente, lo humano. Cuando el periodo de transición finalice, la ciudadanía nos dará las gracias desde el fondo de sus corazones. Y el momento se acerca, Sheridan. Ahora que solo nos queda eliminar esos insignificantes obstáculos…

Gaffney había aprendido que la honestidad era el único enfoque sensato al tratar con Aurora. Veía a través de las mentiras y las evasivas igual que un láser de rayos gamma atraviesa el papel de arroz.

—Aún queda por resolver un problema mayor —comenzó Gaffney.

—Confieso que no te entiendo.

—El Relojero sigue ahí fuera.

—Lo destruimos. ¿De qué modo puede suponer un problema?

Gaffney se revolvió en su asiento.

—La información era incorrecta. Trasladaron al Relojero antes de que destruyésemos Ruskin-Sartorious.

Esperaba furia. La reacción templada fue peor, pues significaba que estaba conteniendo la ira para sacarla después.

—¿Cómo puedes estar seguro?

—Los forenses peinaron las ruinas. Habrían recogido cualquier cosa anómala, aunque no reconocieran lo que era.

—Sabemos que estuvo allí recientemente. ¿Qué ocurrió?

—Alguien debió de decidir trasladarlo a otro sitio.

—¿Por qué motivo?

—Seguramente porque les dirían que alguien estaba metiendo las narices en su secreto.

—Y ese alguien sería… —preguntó Aurora.

—Me ordenaste descubrir la ubicación del Relojero. Hice todo lo que pude, pero tuve que hurgar en datos fuera de mi control, donde no siempre podía ocultar mis preguntas. Lo dejé perfectamente claro antes de que me pidieras que lo encontrase.

—Entonces, ¿por qué has esperado hasta ahora para decirme que crees que lo han trasladado?

—Porque tengo otra pista, que aún estoy siguiendo. Pensé que sería mejor esperar hasta ver dónde me lleva antes de malgastar tu valioso tiempo.

Si su sarcasmo la molestó, no lo mostró. Aurora se limitó a mirarlo impertérrita.

—¿Y esa pista?

—Anthony Theobald sobrevivió a la destrucción del hábitat. Ese viejo zorro debió de sospechar que estaba pasando algo. Pero no llegó muy lejos. Lo intercepté y realicé algunos procedimientos de extracción.

—Es poco probable que supiera dónde se llevaban al Relojero.

—Sabía algo.

Ahora volvió a mostrarse vagamente interesada.

—¿Nombres, caras?

—Nombres y caras no nos ayudarían en nada. Seguro que las personas que visitaron al Relojero no usaron sus identidades oficiales. Pero parece que se mostraron ocasionalmente indiscretas. A una de ellos se le escapó una palabra en una conversación que Anthony Theobald no tenía que haber oído.

—Una palabra.

—«Firebrand» —dijo Gaffney.

—¿Eso es todo? ¿Una palabra que podría significar casi cualquier cosa?

—Esperaba que tú pudieras verter algo de luz al respecto. He hecho una búsqueda en la base de datos, pero no ha revelado nada significativo.

—Entonces no significa nada.

—O se refiere a algo tan secreto que ni siquiera aparece en los archivos de máxima seguridad. No puedo buscar más sin correr el riesgo de tropezarme con la misma clase de trampas que ya han alertado de nuestro interés en el Relojero. Pero pensé que tú…

Ella lo interrumpió con brusquedad.

—Yo no soy omnisciente, Sheridan. Hay lugares a los que tú puedes ir y yo no, y viceversa. Si lo supiera todo, si lo viera todo, ¿para qué te necesitaría?

—Tienes razón.

—Quizás haya algo llamado Firebrand. —Sonó como una frase conciliatoria, pero podía sentir que se acercaba un comentario punzante—. Tal vez sea el nombre del grupo o célula que ha estado estudiando al Relojero. Pero, en ese caso, no nos dice nada que no supiésemos.

—Es algo a lo que agarrarnos.

—O una pista falsa, arrancada a un moribundo por los dedos de un látigo cazador. ¿Tú qué opinas?

—Creo que nos estamos enfrentando a Panoplia —dijo Gaffney.

—¿Crees que tu propia organización decidió mantenerlo con vida, después de todo lo que les hizo?

—Bueno, tiene sentido. Cuando el Relojero escapó, fue Panoplia quien volvió a meterlo en la botella. Pero entonces aún no sabíamos qué era ni de dónde había venido. Estaban en la mejor posición para volver a llevárselo y estudiarlo con más detenimiento. Sinceramente, ¿quién habría sido tan negligente para no hacer algo así?

Tras una pausa, Aurora dijo:

—Puede que tu razonamiento no vaya tan desencaminado, Sheridan.

—Por eso creo que Firebrand puede ser el nombre en clave de una unidad dentro de Panoplia. Ahora tengo que averiguar quién está dentro de Firebrand. Sabrán dónde está la cosa ahora. Si puedo llegar a uno de ellos, aislarlo e interrogarlo… —Mientras hablaba, su mano acariciaba el mango negro de su látigo cazador modelo c.

—Aparte de Jane Aumonier, no sabrías por dónde empezar.

—Puedo realizar una búsqueda sistemática: buscar a todo el que estuvo implicado hace once años, por muy indirectamente que fuera, y que siga en la organización. —Se arriesgó a volver a sonreír—. Tengo una cosa a mi favor, Aurora. Están empezando a ponerse muy nerviosos, lo que significa que seguramente cometerán algún error garrafal.

Esperaba que sus palabras la consolaran, pero tuvieron justo el efecto contrario.

—No queremos que se equivoquen, Sheridan. Si esa gente comete errores, podrían dejar escapar al Relojero. Las consecuencias serían catastróficas no solo para nuestros planes, sino también para el Anillo Brillante, como estuvo a punto de suceder hace once años.

—Seré discreto. Créeme, esa cosa no escapará por segunda vez. Y aunque lo haga, sabemos lo que tenemos que hacer para volver a atraparla.

—Sí —dijo Aurora—. Y mientras lo hacemos, tenemos que esperar y rezar para que la misma cosa funcione dos veces, ¿verdad? Contéstame a una cosa, solo por curiosidad: ¿tú podrías haber dado esa orden?

—¿A qué orden te refieres?

—Sabes exactamente a qué me refiero. La cosa de la que no les gusta hablar. Lo que hicieron antes de destruir con armas nucleares el Instituto Sylveste de Inteligencia Artificial.

—La habría dado sin pestañear —respondió.

Thalia sintió un escalofrío en la nuca cuando las pesadas puertas dobles se abrieron ante ella. Cuando entró, los otros prefectos llevaban un buen rato inmersos en conversaciones en voz baja. Thalia había estado demasiado absorbida en sus obligaciones como para prestar atención a la crisis que se había desarrollado durante las últimas veintiséis horas, y estaba claro que aquella reunión se consideraba un desvío desagradable pero necesario.

—Seamos breves, Thalia —dijo el prefecto sénior Gaffney—. Todos estamos muy ocupados. ¿Podemos concluir que ha reparado la fuga en el aparato electoral?

—Señor —respondió Thalia, casi tartamudeando—, he completado la actualización. Como ya les dije, solo se trataba de cambiar unas dos mil líneas.

—¿Y está segura de que el agujero de seguridad que Caitlin Perigal aprovechó quedará cerrado?

—Todo lo segura que se puede estar, señor. He sometido el nuevo código al proceso de verificación, y el sistema de validación no ha encontrado errores después de simular cincuenta años de transacciones electorales. Es un índice de error superior al que aceptamos antes de la última actualización, señor. No veo ninguna razón para no volver a ponerlos en marcha.

Gaffney la miró distraídamente, como si su mente ya hubiera salido de la sala para dirigirse a una reunión más urgente.

—¿Los diez mil?

—No, señor —respondió Thalia con paciencia. Ya había explicado sus planes la última vez que se había sentado en aquella sala, pero estaba claro que tendría que repetirlos una vez más—. Los cambios del código son relativamente sencillos, pero la actualización implicará acceso de alto nivel a los diez mil núcleos de voto. Será rápida con los núcleos más nuevos, pero hay algunas cuestiones con las instalaciones más viejas que me gustaría resolver sobre el terreno. Me refiero a visitas físicas, señor.

—¿Instalación in situ? —preguntó Michael Crissel.

Thalia asintió enérgicamente.

—Pero solo para los hábitats siguientes. —Alzó una mano hacia el Planetario, un gesto que había estado esperando. Cuando dio la orden, los finos hilos invisibles del techo retiraron cinco cuerpos orbitantes del inmóvil remolino del Anillo Brillante. Los hilos rezumaron materia rápida, que aumentó las representaciones cien veces más. Uno de los cinco cuerpos era la propia Panoplia, rápidamente reconocible para todos los presentes en la sala. Thalia señaló los otros cuatro, y los fue nombrando.

—Carrusel Nueva Seattle-Tacoma. Clepsidra Chevelure-Sambuke. Szlumper Oneill. Casa Aubusson. —Unas luces de láser rojas parpadearon entre los cuatro hábitats y Panoplia, y mostraron la ruta que Thalia había planeado—. Creo que, en todos los casos, podemos entrar y salir en trece horas por hábitat. El periodo de inactividad de la abstracción será de unos pocos milisegundos: nadie notará nada.

—No podemos prescindir de cuatro naves en la actual situación de emergencia —dijo Gaffney.

—No esperaba que lo hicieran, señor. Me gustaría hacer las instalaciones yo misma, lo que significa hacerlas secuencialmente. Exceptuando el tiempo para dormir y viajar entre los cuatro hábitats, puedo completar las cuatro actualizaciones en sesenta horas.

—¿Y entonces podrá poner en funcionamiento todo el Anillo Brillante?

—Si no encuentro ningún problema durante las cuatro instalaciones, no veo ninguna razón para retrasarlo.

—Creo que deberíamos esperar hasta que el asunto Ruskin-Sartorious haya salido a la luz —dijo la prefecto sénior Baudry con su habitual postura electrificada—. En este momento, cualquier actividad no esencial supone forzar nuestros recursos. Seguro que Thalia contará con todo un equipo de apoyo. Sinceramente, no podemos permitirnos redistribuir personal clave en un momento tan delicado, con toda la ciudadanía tensando la cuerda para que castiguemos a los ultras.

—Quizá tenga razón —dijo Gaffney—. Sé que Jane quiere cerrar la anomalía del aparato electoral lo antes posible, pero también comprenderá que tenemos que contener a los agresores hasta que llegue otra cosa que ocupe su tiempo.

—Disculpe, señor —dijo Thalia—, pero no pensaba llevar conmigo a nadie más, excepto un cúter para desplazarme entre los hábitats. Puedo realizar las actualizaciones yo sola.

Gaffney no parecía convencido.

—Es una gran responsabilidad, Ng.

—Tiene sentido, señor. Estoy muy familiarizada con los cambios del
software
y el procedimiento para instalarlos. Ha sido mi especialidad desde que me uní a la organización. No creo que haya nadie en Panoplia que entienda el mecanismo electoral de forma tan exhaustiva como yo.

—De todos modos, sigue siendo una pesada carga para una sola persona.

—Puedo hacerlo, señor. En sesenta horas, o menos si las cosas van bien, podríamos olvidarnos de este asunto.

Crissel y Gaffney se miraron.

—Sería positivo cerrar esta cuestión —dijo Crissel en voz baja—. Y si Ng cree que puede hacerlo sola… no afectará a nuestras actividades actuales.

—Sigo pensando que debería esperar —insistió Baudry.

—No sabemos cuánto durará la crisis con los ultras —dijo Crissel—. Puede que dentro de un mes aún estemos apagando fuegos. No podemos dejar el agujero de seguridad destapado hasta entonces. Va a haber algunas votaciones críticas y necesitamos que el aparato se encuentre en perfecto estado para llevarlas a cabo.

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