El Prefecto (27 page)

Read El Prefecto Online

Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Prefecto
11.37Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Sí, solo una —dijo Thalia.

—Entonces tiene razón —dijo girándose hacia los otros—. No soy prefecto, pero sé un par de cosas sobre cómo funcionan estos chismes. No podrá entrar sin una nueva autorización.

—Entonces llame a casa y consiga una —dijo Thory, siseando las palabras.

—Lo veo complicado, sin acceso a la abstracción —respondió Parnasse. Miró a Thalia—. ¿No es verdad? Su sistema de comunicación usa los servicios de abstracción. La necesita para ponerse en marcha antes de poder llamar a Panoplia.

Thalia tragó saliva cuando la verdad se hizo evidente.

—Es cierto. Nosotros también dependemos de los protocolos de abstracción. No puedo establecer contacto con Panoplia.

—Inténtelo, para estar seguros —dijo Parnasse.

Thalia intentó devolverle la llamada a Muang, la que había ignorado durante la actualización.

—Lo siento —dijo cuando el brazalete no consiguió conectar—. No puedo ver Panoplia. Ni siquiera puedo ver mi nave.

—¡Oh, qué inteligente! —dijo Thory—. ¡Nos abre en canal y luego ni siquiera puede pedir ayuda! ¿Quién tuvo esta genial idea?

—Nunca nos ha supuesto un problema anteriormente. Si desconectamos la abstracción es según nuestras condiciones.

—Hasta hoy —dijo Thory.

El humor del grupo estaba adquiriendo un tono desagradable. Todo habían sido sonrisas hasta que les quitó los caramelos.

—Miren —dijo Thalia intentando tocar la nota conciliadora adecuada—, esto es inaceptable, y les pido mis más sinceras disculpas por cualquier molestia que les haya ocasionado. Pero les prometo que no durará. Si el apagón es tan generalizado como parece, entonces eso significa que todo un hábitat ha salido de la red. No una vieja colonia remota, sino Casa Aubusson. Ya me han dicho que los
lobbies
están en contacto casi constante con ustedes. ¿Cuánto tiempo creen que transcurrirá antes de que noten su ausencia? Seguramente no más de unos pocos minutos. Quizá unos pocos minutos más antes de que actúen y comiencen a llamar a Panoplia para averiguar qué ha pasado. —Inspiró profundamente—. Mis jefes se tomarán esto muy, muy en serio, a pesar de la crisis actual. Un equipo técnico pesado estará llamando a su puerta dentro de cuarenta y cinco minutos, como mucho. Traerán nuevas autorizaciones, tal vez incluso un núcleo de emergencia, todo lo necesario para volver a activar la abstracción. Sinceramente, volverán a estar conectados dentro una hora, noventa minutos como máximo.

—Habla como si noventa minutos no fueran nada —dijo Thory—. Tal vez no lo sean para usted. Ya sé que los prefectos nunca han experimentado la verdadera abstracción, así que no tiene ni idea de lo que significa perderla. Quizá si sus jefes hubieran enviado a alguien con más experiencia, alguien que al menos pareciera que sabe lo que está haciendo…

Thalia sintió un chasquido en su interior, como si la clavícula se le partiera en dos.

—Quizá no sepa lo que significa para ustedes perder abstracción. Pero le diré una cosa. Hace unos días formé parte de un grupo de confinamiento que acabó muy mal. Tuvimos que practicar la eutanasia. Así que no se atreva a hablarme como si fuera una aprendiza sin experiencia que nunca se ha manchado las manos.

—Si cree… —comenzó Paula Thory.

—Un momento —dijo Thalia—. No he acabado. No he acabado ni por asomo. Desde que regresamos de ese confinamiento, que, por cierto, fue considerado una operación exitosa, a pesar de las víctimas, mi jefe ha tenido que enfrentarse con el asesinato de más de novecientas personas inocentes, sin incluir a la tripulación de una nave que fue masacrada y quemada porque alguien creyó que habían participado en el crimen, pero que con toda seguridad eran inocentes. Mi jefe aún está investigando el caso. Su jefe está haciendo todo lo que puede por no perder la cabeza. El resto de Panoplia está intentando impedir que todo el Anillo Brillante declare la guerra a los ultras, al tiempo que se prepara para la guerra civil que seguramente estallará cuando averigüemos quién destruyó Ruskin-Sartorious. —Thalia apretó la mandíbula, y se aseguró de mirar a cada uno de los miembros del grupo—. Quizá esta no sea una semana típica en la vida de Panoplia, señores, pero es la semana a la que nos enfrentamos ahora. Quizá piensen que la pérdida de noventa minutos de abstracción está a la altura de lo que ya tenemos sobre la mesa. Está bien si lo hacen, es su elección. Pero yo estoy aquí para decirles que, por lo que a mí respecta, son ustedes un montón de hijos de puta autocompasivos que en este momento pueden sentirse jodidamente afortunados de estar respirando.

Nadie dijo nada. Se le quedaron mirando con la boca abierta, como si los hubiera congelado.

Thalia esbozó una sonrisa forzada.

—No es nada personal. Supongo que yo también estaría muy enfadada si alguien me hubiera quitado mis juguetes. Lo único que digo es que ahora mismo todos podríamos ver las cosas con un poco más de perspectiva. Porque esto no es el fin del mundo.

Relajó la postura lo suficiente como para hacerles saber que, de momento, había acabado la regañina.

—Usted —dijo señalando a la mujer del vestido rojo chillón—. ¿El tren que vio antes sigue detenido?

—Sí —dijo la mujer tartamudeando—. Aún puedo verlo. No va a ningún sitio.

—Esperaba que pudiésemos coger el tren de vuelta a la tapa terminal. Como he dicho, pronto llegará ayuda, pero si lo prefieren, puedo usar el transmisor de mi nave para llamar a Panoplia.

—¿Funcionará? —preguntó un escarmentado Caillebot.

—Sin duda. Puesto que está en el exterior de Aubusson, no se habrá visto afectado por el apagón. Aunque parece que nos quedaremos atascados aquí, a menos que alguno de ustedes conozca otro camino para llegar al muelle de atraque.

—No veo tráfico aéreo —dijo un hombre con una cara extrañamente cómica—. Todos los vuelos han debido de aterrizar junto con aquel volantor.

—Podríamos caminar —dijo Parnasse—. Son menos de diez kilómetros hasta la tapa terminal.

—¿Lo dice en serio? —preguntó Paula Thory.

—Nadie dice que tenga que venir con nosotros. —Hizo un gesto con la cabeza en dirección a Thalia—. Creo que la chica tiene razón: en cuanto se enteren, enviarán ayuda. Pero, como ha dicho, es un momento delicado para Panoplia. Puede que tengamos que esperar más de una hora, o de noventa minutos. Podrían ser dos horas, tres, o incluso más.

—¿Y qué conseguimos andando? —preguntó Thory.

Parnasse encogió sus anchos hombros de granjero. Se remangó y mostró unos velludos brazos musculosos.

—No gran cosa, excepto que tendremos la oportunidad de reunimos con los especialistas cuando lleguen. Al menos Thalia podrá informarles de lo que estaba haciendo exactamente antes de que el sistema se fuera al carajo. —Miró a Thalia—. ¿Verdad, muchacha?

—Ahorraríamos algo de tiempo —dijo—. Si podemos llegar al muelle, también puedo hablar con Panoplia y ponerles en antecedentes antes de que llegue el equipo. —
El hipotético equipo
, pensó. El que no podía estar segura de que estuviera de camino—. En todo caso, no es peor que quedarse aquí. Ahora no puedo hacer nada por el núcleo.

—Las personas de ahí afuera —dijo Parnasse— van a cabrearse mucho si ven un uniforme de Panoplia. Podríamos estar hablando de un grupo de linchamiento de ochocientas mil personas.

—Pueden echar humo y enrabiarse todo lo que quieran —dijo Thalia tocándose el látigo cazador para tranquilizarse—. Yo soy el prefecto aquí, no ellos. Y si quieren averiguar lo que sucede si uno de ellos intenta ponerme un solo dedo encima, no tengo ningún inconveniente.

—Un discurso combativo —dijo Parnasse entre dientes—. Me gusta.

Thalia se dio cuenta de que el conservador de modales bruscos era el único que estaba inequívocamente de su parte. Tal vez sentía cierto respeto por su habilidad con los sistemas cibernéticos, a pesar de todo lo que acababa de decirles, o quizá la defendía porque todos los demás querían atacarla.

—Podemos recorrer diez kilómetros en menos de dos horas —dijo—. Siempre y cuando no tengamos que desviarnos para cruzar esas ventanas, por supuesto.

—No lo haremos —dijo Parnasse—. No mucho, en todo caso. Podemos usar los puentes peatonales bajo la vía férrea, e incluso si estuvieran bloqueados por una razón u otra, siempre nos quedan las conexiones de las zonas verdes. Hay mucho espacio verde.

Thalia asintió: había visto la zona en la que las ventanas estaban conectadas por lenguas de zonas verdes o acueductos flanqueados de árboles y viaductos de la línea férrea.

—Claro que aún nos quedarán cuatro kilómetros de subida hasta el muelle —dijo.

—No será un problema —dijo Cuthbertson levantando una mano al hablar—. Los volantors dependen de la abstracción para los servicios de navegación, igual que Pájaro Milagro. Pero los ascensores no. No hay ninguna razón para que hayan dejado de funcionar.

—¿Y los trenes? —preguntó Thory—. ¿Tiene alguna explicación para que no estén funcionando?

—Alguien se asustó, eso es todo. Y activó la parada de emergencia.

—¿En todo Aubusson? —preguntó la mujer del vestido rojo—. Hace ya bastante rato que miro por esta ventana y puedo ver seis o siete líneas. No se ha movido ni un solo tren en todo ese tiempo.

La seguridad de Cuthbertson disminuyó.

—Entonces es que mucha gente se asustó. O quizá los de Servicios desconectaron porque se asustaron.

—En ese caso, podría afectar a los ascensores —dijo la mujer.

—No lo sé. Creo que los ascensores funcionan con un suministro diferente, independiente de Servicios. La cuestión es que no perdemos nada averiguándolo. —Cuthbertson se giró hacia Cyrus Parnasse—. Yo voy con usted, conservador. Pájaro Milagro puede hacer de vigía por si nos encontramos con alguna turba.

—¿Ese pájaro suyo puede volar en las condiciones en las que se encuentra? —preguntó Thalia.

—Se las arreglará. Ya se está adaptando. —El búho mecánico giró su cara redonda como un plato y miró a Cuthbertson—. ¿Verdad que sí, chico?

—Soy un pájaro excelente.

—Entonces ya somos tres —dijo Thalia—. Sin contar al búho. Es un buen número. Si nos encontramos con problemas, no llamaremos mucho la atención.

—Yo también voy —dijo Caillebot—. Nadie conoce mejor que yo el diseño de los parques y jardines de este cilindro.

—Pueden contar conmigo —dijo Meriel Redon.

—¿Está segura? —preguntó Thalia—. Aquí estará segura hasta que llegue el equipo de refuerzo.

—Lo he decidido. Nunca he sido de las que se quedan esperando si puedo hacer algo. Me pone nerviosa.

Thalia asintió con fuerza.

—Creo que cinco es el límite, compañeros. Con más iríamos más lentos. Los demás pueden apoltronarse y esperar hasta que vuelvan a activar la abstracción.

—¿Ahora da órdenes? —preguntó Paula Thory.

Thalia pensó en ello durante un instante.

—Sí —contestó—. Eso parece. Así que empiece a acostumbrarse, señorita.

Dreyfus absorbió la verdad de las revelaciones de la combinada, convencido que no tenía ningún motivo para mentir.

—Creo que sé quién es Aurora —dijo poco a poco—. Pero no debería estar aquí. No debería estar en ninguna parte. Debería haber muerto hace cincuenta y cinco años.

—¿Quién es?

—A menos que alguien más esté usando el mismo nombre, estamos hablando de una chica muerta. Uno de los ochenta, el grupo de voluntarios humanos que participaron en los experimentos de inmortalidad de Calvin Sylveste. ¿Sabe a qué me refiero?

—Por supuesto. Nos enteramos de esos experimentos y quedamos horrorizados y consternados. Sus métodos estaban equivocados desde un punto de vista conceptual. El fracaso era inevitable.

—Excepto que quizá no lo fue —dijo Dreyfus—, porque Aurora Nerval-Lermontov parece estar entre nosotros. Al menos uno de los transmigrantes sobrevivió, a pesar de lo que dicen los archivos.

—No tiene ninguna prueba de ello.

—Sé que su familia era dueña de esta roca. —Y a modo de ocurrencia tardía, añadió—: ¿Cree que ahora está dispuesta a confiar en mí?

—Dese la vuelta —dijo ella después de sopesarlo—. He soltado su traje, aunque sus funciones de comunicación siguen desconectadas.

Se giró para mirarla. Ella también llevaba un traje, pero de diseño combinado. Tenía el brillo lustroso de algo moldeado con chocolate lujoso. Durante un momento miró a un óvalo negro sin rasgos sobresalientes en lugar de a una cabeza. Luego su casco se fundió con la gorguera del anillo del cuello.

Vio su rostro.

Había visto cosas más raras en el Anillo Brillante. Había poco en ella que no fuera humano de base, al menos a primera vista. Era una mujer de edad imprecisa —aparentaba unos cuarenta años más o menos—, pero estaba seguro de que era mucho mayor, porque los combinados vivían tanto como cualquier facción escindida de humanos. Tenía unos ojos penetrantemente inteligentes, de un verde muy pálido; los pómulos anchos, pecosos; una mandíbula que algunos considerarían demasiado fuerte, pero que estaba en proporción con el resto de la cara. Era calva, y la parte superior de su cráneo era una angulosa cresta con manchas que comenzaba en mitad de la frente, revelando la cavidad craneal agrandada que seguramente necesitaba para su cerebro supercargado y lleno de máquinas.

Allí residía su verdadera rareza: debajo de la piel, debajo de los huesos. Las personas de los hábitats más salvajes empleaban mixmasters para esculpirse en formas exóticas, pero rara vez hacían algo con la arquitectura funcional de sus mentes. Incluso las personas que estaban conectadas a niveles extremos de abstracción seguían siendo seres humanos en el sentido de que procesaban los datos que entraban en sus cerebros. No podía decirse lo mismo de la combinada. Podía ser capaz de emular la conciencia humana cuando le convenía, pero su estado mental natural era algo que Dreyfus nunca sería capaz de entender, igual que un caballo no puede entender álgebra.

—¿Quiere decirme su nombre? —preguntó Dreyfus.

—Para su comodidad, me llamaré a mí misma Clepsidra. Si esto le resulta problemático, puede llamarme «Reloj de Agua», o sencillamente «Reloj».

—Parece como si no fuera su verdadero nombre.

—Mi verdadero nombre le partiría la mente como un hacha parte la leña.

—Clepsidra, entonces. ¿Qué está haciendo aquí exactamente, suponiendo que quiera decírmelo?

—Sobrevivir. Últimamente ha sido bastante duro.

Other books

Blossom by Andrew Vachss
The Harp of Imach Thyssel: A Lyra Novel by Patricia Collins Wrede
Codename Eagle by Robert Rigby
B000XUBEHA EBOK by Osborne, Maggie
torg 02 - The Dark Realm by Douglas Kaufman