El Prefecto (30 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Prefecto
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—Y, sin embargo, usted escapó —dijo Dreyfus.

—Fue planeado con plena cooperación de los otros durmientes. En los intervalos entre pensamientos monitorizados urdimos un plan. Tardamos años. Sabíamos que solo podía escapar uno de nosotros. Fui elegida al azar, pero cualquiera de nosotros habría bastado.

—¿Por qué uno solo? Cuando escapó, ¿no podría haber… liberado a los otros, o algo así?

—Esperábamos que pudiera regresar a la civilización. Resultó imposible.

—¿Cuánto tiempo hace que está libre?

—Cien días. Mil. No estoy segura. Ahora al menos entiende cómo me mantengo viva. Tengo un escondite en otro lugar de la roca, lejos de la vigilancia de Aurora. Pero no puedo quedarme allí todo el tiempo. Tengo que regresar aquí, a la nave, de forma periódica para recoger raciones. Lo hago quirúrgicamente, un poco cada vez. Solo lo que necesito para mantenerme viva un par de días, pero no lo bastante como para causar complicaciones adicionales en el donante. Me llevo la comida a mi escondite. La cocino lo mejor que puedo, usando una herramienta de cauterización. —Miró a Dreyfus con una expresión que lo desafiaba a que la juzgara—. Luego me la como, lentamente y con gratitud. Después regreso aquí.

—Es monstruoso.

—Es lo que acordamos.

—¿Quiénes?

—Los otros durmientes y yo. Escúcheme bien, Dreyfus. Este era el plan. Uno de nosotros se despertaría. Uno y solo uno. Aurora solo nos pedía una cosa: un flujo regular de datos
Exordium
. Si nos quedábamos cortos, si creía que no estábamos rindiendo conforme a las expectativas, nos castigaba. Nuestros bloqueos neurales son eficaces en la neutralización del dolor físico, pero no pueden hacer nada contra el dolor que se administra directamente al cerebro a través de la estimulación cortical. Así es como Aurora nos obligaba a hacer lo que quería.

—¿Los cascos?

—Una modificación de nuestro equipo. Nos conectan al
Exordium
, pero también administran el castigo.

—¿A usted le hizo daño?

—Aurora nos hizo daño a todos. Pero no administrando dolor a todo el grupo de durmientes. De haberlo hecho, podría haber engendrado un sentido de unidad a través del sufrimiento: una solidaridad rebelde que nos habría dado la fuerza necesaria para que nos negáramos a soñar. Aurora fue más lista que todo eso.

—¿Qué hizo?

—Seleccionó a uno de nosotros y lo hizo sufrir por nuestro fracaso colectivo. Aurora elegía a determinados durmientes una y otra vez. Puesto que somos combinados, siempre sentíamos algo del dolor del otro durmiente: no la totalidad, sino un reflejo, suficiente para juzgar el grado de sufrimiento.

—¿Y funcionó?

—Aprendimos a no decepcionarla. Pero al mismo tiempo también encontramos una manera de engañarla. Aurora supervisa nuestros pensamientos, pero no de forma infalible. Nos percatamos de que había intervalos en el flujo de nuestra consciencia de grupo cuando su atención estaba en otra parte. En esos intervalos preparamos nuestro plan.

—Pero Aurora debió de notarlo en algún momento.

—A Aurora solo le importan los sueños y el castigo. Le importa poco la mecánica de cómo llegan las predicciones del
Exordium
. Si yo hubiera causado problemas… entonces tal vez las cosas habrían sido diferentes.

—¿Cómo la seleccionaron?

—El honor fue otorgado al azar. Algunos pensaban que el fugitivo tenía que ser uno de los que Aurora era propensa a castigar, pero entonces nos habríamos arriesgado a llamar demasiado la atención sobre nuestro plan, cuando llegara el momento del próximo castigo.

—Entiendo.

—La cuestión de la huida no fue fácil. Exigía una preparación enorme, distracción astuta. Aprendí a engañar al casco para que pensara que seguía soñando, cuando en realidad estaba completamente lúcida y despierta. Aprendí a interferir con su mecanismo, a soltarlo sin que se dispararan las alarmas. Fue necesario más de un año de preparación.

Dreyfus estaba aturdido ante la enormidad de lo que estaba escuchando.

—Pero cuando escapó… ¿no había un sitio vacío?

—Eso fue fácil. Ya le he mencionado el accidente que sufrió nuestra nave. Había cadáveres en otro lugar de la nave, que iban a ser devueltos al Nido Madre para ser reciclados. Antes de que notara mi ausencia, recuperé uno de esos cadáveres y lo enchufé al aparato. El sistema de soporte vital mantuvo el cadáver animado. Era incapaz de pensar, pero los otros durmientes pudieron ocultárselo a Aurora.

Dreyfus sacudió la cabeza, estupefacto, horrorizado e impresionado por lo que había oído. Hablar le pareció una forma de blasfemia contra tanto sufrimiento.

—Pero si no ha podido escapar… todo esto no ha servido de nada.

—Estaba empezando a pensar lo mismo. Y también los otros durmientes. La idea era que usara mi talento para enviar un mensaje al Nido Madre, si aún existe. Pero la maquinaria de este lugar no lo permite. Puede percibir la apertura y el cierre de puertas, la llegada de naves y de individuos. Pero la arquitectura de datos depende de un circuito óptico que mis implantes no pueden manipular.

Dreyfus asintió con el ceño fruncido.

—Aurora sabía exactamente qué barrotes les tendrían prisioneros.

—Sí, lo sabía. Quizá su ayudante tenga más éxito, si tiene el equipo adecuado. Pero yo no lo logré.

—Pero no se rindió.

—Centré mis esfuerzos en construir mi propio transmisor. La nave podría habérmelo facilitado en unas horas si le hubiera enviado las órdenes adecuadas. Pero entonces Aurora habría percibido los cambios en la nave. Es casi seguro que sabe que está aquí, prefecto. No podía arriesgarme a que matara a los durmientes. Me vi obligaba a escarbar lo que pude de la estructura circundante. He estado acumulando partes y herramientas en mi escondite.

—¿Está cerca de conseguirlo?

—Cien días, mil días. —Luego añadió con tranquilidad—: Quizá más. No hay nada seguro.

—¿Cuánto tiempo puede durar aquí?

—Dentro de unos años, llegaré al límite de lo que puedo coger sin causar la muerte. Entonces habrá que tomar algunas decisiones difíciles. Las tomaré sin pestañear. Es nuestro modo de actuar. Pero algo ha cambiado.

—¿El qué?

—Ha llegado usted, prefecto. Y ahora las cosas pueden empezar a ocurrir.

Meriel Redon estaba esperando a que Thalia regresara con los otros cuatro miembros del grupo.

—¿Qué ha visto? —preguntó.

Thalia alzó la mano hasta que recuperó el aliento. Le dolía la espalda de haber estado tanto tiempo agachada.

—Es lo que esperaba, después de haber visto lo que el pájaro nos enseñó. —Hablaba en voz baja, y se interrumpía para tomar aliento—. Pero no es tan malo como parecía al principio. Los sirvientes han sido activados bajo un protocolo de emergencia. Oí la voz de un agente de policía explicar por qué todo el mundo tiene que mantener la calma.

—Creí que no había agentes de policía —dijo Caillebot—. Excepto el que vimos entre la multitud, al que trataban como a todos los demás.

—Creo que no tenía derecho a usar un brazalete de agente de policía —dijo Thalia, mientras su mente trabajaba a toda velocidad para intentar anticipar las preguntas que el grupo podía hacerle—. De todos modos, la voz procedía de un sirviente. Emitía un mensaje grabado de alguien llamado Lucas Thesiger. ¿A alguno de ustedes le suena el nombre?

—Thesiger fue asignado a la policía durante la Crisis de la Explosión —dijo Redon—. Recuerdo haber visto su cara en las noticias. Fue elogiado por su valentía tras salvar a algunas personas que se habían quedado atrapadas fuera, cerca de la brecha. Muchos de nosotros dijimos que deberían nombrarlo agente de policía permanente, para que pudiera volver a intervenir la próxima vez que hubiera una crisis.

—Bueno, parece que han cumplido su deseo. Ahora Thesiger tiene la sartén por el mango desde alguna otra parte.

Cuthbertson parecía escéptico.

—¿Por qué están las máquinas haciendo el trabajo de los agentes de policía si los agentes de policía están al mando?

—Los agentes de policía no pueden estar en todas partes al mismo tiempo —le dijo Thalia al hombre del pájaro—. Y hay problemas con la comunicación. Por eso han enviado máquinas a algunas zonas, como esta. Están pidiendo a la gente que se tranquilice y esperen a que pase la crisis.

—¿Qué crisis? —preguntó Parnasse en voz tan baja que Thalia apenas lo oyó.

—No está claro. Thesiger dice que hay indicios de que han atacado el hábitat. Puede que aún estén atacando. Puede que hayan soltado algo horrible en el aire.

La expresión en el rostro del conservador le dijo que podía engañar a los otros, pero no a él.

—¿Entonces ha sido una coincidencia que la abstracción se desactivara cuando usted completó la actualización?

—Aunque resulte difícil de creer, eso parece.

—Menuda coincidencia.

Thalia asintió con seriedad.

—Estoy de acuerdo, pero ahora mismo no tenemos tiempo de pensar en eso. Tenemos que centrarnos en sobrevivir. Thesiger —sea quien sea— tiene razón en aplicar la ley marcial para evitar que cunda el pánico entre la ciudadanía. Yo en su lugar haría lo mismo, aunque tuviera que usar sirvientes en lugar de agentes de policía.

—Pero esas máquinas no velaban por la seguridad de la gente —dijo Cuthbertson con voz tensa—. Estaban agrupándolos. Algo no cuadra.

—No pasa nada. Debieron de llamar a los sirvientes antes de que Thesiger pudiera emitir su mensaje grabado. Teniendo en cuenta lo que ya había ocurrido (la desactivación de la abstracción, la pérdida de servicios), imagino que la gente estaría bastante asustada cuando los robots comenzaron a empujarlos. Pero las máquinas solo estaban haciendo lo que les habían ordenado. Los agentes de policía lo habrían hecho con una sonrisa y unas palabras de ánimo, pero al fin y al cabo es lo mismo. La multitud estaba mucho más calmada cuando Thesiger les explicó lo que estaba ocurriendo.

—Creo que tiene razón —dijo Redon—. Ahora ya no se oyen tanto las voces.

—¿Entonces qué propone? —preguntó Caillebot—. ¿Que nos reunamos con esa gente?

Thalia se jugó el todo por el todo.

—Pueden hacerlo, si quieren. No los detendré. Pero a diferencia de esas personas, ustedes ya están bajo custodia de Panoplia. Eso invalida cualquier disposición de seguridad local, incluido un toque de queda de todo un hábitat.

—Pero ha mencionado algo en el aire —dijo Redon.

Thalia asintió.

—Thesiger habló de un agente tóxico, aunque creo que debe de estar exagerando el peligro, por si acaso.

—Usted no puede saberlo —dijo la diseñadora de muebles con los ojos abiertos de preocupación.

—No —admitió Thalia—. No puedo. Pero le diré una cosa. Thesiger quiere agrupar a la gente para impedir que cunda el pánico, y de momento eso significa retenerlos al aire libre.

—Los edificios más grandes son herméticos —dijo Caillebot, como si él mismo acabara de darse cuenta—. Están diseñados para tolerar otra explosión. ¿Por qué no los lleva a los edificios más grandes?

—Seguramente lo hará en cuanto tenga bajo control grupos lo bastante grandes. En cuanto un grupo de personas se encierre en un edificio, no abrirán la puerta a nadie más. Y sería muy peligroso si el agente fuera real y no todo el mundo entrara a tiempo.

—Pero quedarnos con usted no nos ayuda —dijo Redon.

—Sí —dijo Thalia—. Nuestra mejor estrategia es movernos sin parar. El látigo cazador tiene un quimiosensor. Detecta elementos peligrosos en el aire mucho antes de que alcancen la concentración suficiente para hacer daño.

—¿Y luego qué? —preguntó la mujer.

—Buscaremos refugio si nos vemos obligados a ello. Pero nuestro principal objetivo es llegar a mi nave. Allí estarán a salvo.

—¿Qué me dice de los otros, lo que se han quedado en el núcleo de voto?

Thalia miró hacia la estructura esférica situada encima de ellos.

—Ahora no puedo ayudarlos. La esfera es hermética, así que estarán a salvo de cualquier toxina. Solo tienen que sentarse y esperar a que llegue la ayuda.

Parnasse inhaló a través de su nariz y asintió.

—Entonces sigamos andando en la dirección que íbamos antes.

—Al menos no tendremos que preocuparnos de ninguna turba —dijo Cuthbertson— si las máquinas están poniendo a todo el mundo bajo protección…

—No, no tendremos que preocuparnos de ninguna turba —le respondió Thalia—. Pero tampoco quiero encontrarme con ningún sirviente.

—¿No nos dejarían seguir si les explica que es de Panoplia? —preguntó Caillebot.

—Supongo que sí, pero no quiero arriesgarme. Esas máquinas informan a Thesiger cada vez que necesitan tomar una decisión. Están llevando a cabo un programa generalizado de aplicación de la ley diseñado para proteger a la población.

—Entonces tendremos que evitar a las máquinas —dijo el jardinero—. Eso no va a ser fácil, prefecto. ¿Tiene idea de la cantidad de sirvientes que hay en este lugar?

—Supongo que millones —dijo Thalia—, pero haremos lo que podamos. El látigo cazador puede avanzar delante de nosotros y asegurar una zona antes de que entremos en ella. —Se desabrochó el mango y permitió que el látigo cazador desplegara su filamento—. A partir de ahora, modo explorador hacia delante. Zona de seguridad de veinte metros. Procede.

El látigo cazador corrió hacia delante, moviéndose tan rápido que el ojo humano apenas podía seguirlo.

—¿Nos vamos? —preguntó Caillebot.

Thalia esperó hasta que el látigo cazador regresó y asintió con su ojo de láser incrustado en el mango, indicando que el terreno era seguro.

—Nos vamos —dijo—. Mantengan la cabeza baja y no hablen. Si lo hacen, todo saldrá bien. De un modo u otro, vamos a salir de aquí.

Avanzaron por senderos de gravilla y mármol, todos agachados para permanecer por debajo del nivel de los setos. De vez en cuando los setos se ensanchaban para rodear un pequeño patio o estanque decorativo. La tapa terminal estaba a menos de diez kilómetros, pero diez kilómetros así iban a parecer cincuenta. Esperaba que pudieran moverse con mayor libertad en cuanto hubieran salido de los cuidados jardines que rodeaban el campus del museo y entraran en el denso follaje de las zonas verdes arboladas. Delante de ellos estaba la línea de árboles a la que se dirigían desde que habían salido del tallo.

Parnasse se acercó sigilosamente a su lado. Bajo y robusto, era la persona del grupo a la que menos le costaba agacharse.

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