El Prefecto (24 page)

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Authors: Alastair Reynolds

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: El Prefecto
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—Explíqueme cómo se mantienen en primera línea —dijo Thalia.

—Con sangre, sudor y lágrimas. Todos nos tomamos las cuestiones muy en serio. Es lo que implica ser ciudadano de Aubusson. No vives aquí a menos que puedas mantener un promedio de ponderación de votos superior a uno coma cinco. Eso significa que todos tenemos que reflexionar muy en serio sobre las cuestiones que votamos. No solo desde una perspectiva personal, no solo desde la perspectiva de Casa Aubusson, sino desde el punto de vista del interés común de todo el Anillo Brillante. Y nos compensa, por supuesto. Así es como nos ganamos la vida, comerciando con nuestra anterior perspicacia. Puesto que nuestros votos son desproporcionadamente eficaces, somos muy atractivos para los
lobbies
de otras comunidades. Sobre cuestiones marginales, nos pagan por escuchar lo que tienen que decir, sabiendo que un voto en bloque de Aubusson puede inclinar el resultado de manera significativa. De ahí procede el dinero.

—¿Sobornos políticos?

—En absoluto. Compran nuestra atención, nuestra disponibilidad para escuchar. Eso no garantiza que votemos lo que ellos quieren. Si solo lo hiciésemos por dinero, nuestros índices colectivos caerían en picado a uno en menos que canta un gallo. Entonces no le serviríamos a nadie.

—Es como hacer malabarismos —dijo Caillebot—. Para seguir siendo útiles a los
lobbies
, debemos mantener un grado de independencia de ellos. Esta es la gran paradoja de nuestra existencia. Pero es la paradoja lo que me permite diseñar jardines, y a Paula criar sus mariposas.

Thory se inclinó hacia adelante.

—Desde que nos hemos subido a este tren, ya he participado en dos votaciones. Dentro de dos minutos habrá una tercera. Cuestiones menores. La clase de cosas que la mayoría de los ciudadanos dejan a sus rutinas predictivas.

—No me he dado cuenta.

—Es normal. La mayoría de nosotros estamos tan acostumbrados al proceso que es casi automático, como parpadear. Pero nos tomamos todas las votaciones muy en serio. —Thory debió de ver algo en la expresión de Thalia, pues se inclinó hacia adelante con preocupación—. Todo lo que acabo de describir es totalmente legal, prefecto. De lo contrario, Panoplia no lo permitiría.

—Ya sé que es legal. Solo que no había pensado que se hubiera convertido en algo sistematizado, en la base de toda una comunidad.

—¿Eso le molesta?

—No —respondió Thalia con honestidad—. Si el sistema lo permite, me parece bien. Pero me hace pensar en todas las sorpresas que encierra el Anillo Brillante.

—Esta es la sociedad más compleja y variopinta de la historia humana —dijo Thory—. Es una caja de sorpresas.

Dreyfus observó el espectáculo de la nave que flotaba frente a él, inmovilizada en las vividas luces azules en el centro de la roca Nerval-Lermontov. Era una forma negra azabache en una cueva negra como el carbón. Más que ver la nave, detectó la sutil gradación oscura entre su casco y la superficie del corazón hueco de la roca. Era como un ejercicio de ilusión óptica, un espejismo perceptual que escapaba a su cognición.

Pero sabía exactamente lo que estaba mirando. Aunque era más pequeño que la mayoría, no cabía duda de que el vehículo era una nave espacial. Tenía el casco brillante y acuminado de una abrazadora lumínica, y las dos alas en flecha que contenían las complicadas góndolas de sus motores gemelos. Le recordó al siniestrado
Acompañamiento de Sombras
, cuyos motores se habían convertido en premios para otros ultras. Pero en cuanto la forma se estabilizó en su imaginación, supo que no era una nave ultra.

Dreyfus se sonrió. Cuando estableció una conexión con los ochenta, sintió que el alcance de la investigación se ampliaba. Pero nada le había preparado para aquel cambio de perspectiva.

—Siga hablándome, jefe. Estoy aquí.

—Hay una nave de los combinados en pleno centro de la roca.

Sparver hizo una pausa antes de responder. Dreyfus podía imaginarlo estableciendo las implicaciones del descubrimiento.

—Recuérdeme qué tienen que ver los combinados con nuestro caso.

—Estoy deseando averiguarlo.

—¿Cómo ha llegado la nave hasta ahí?

—Ni idea. No veo ninguna puerta en la cámara, y seguro que no había ninguna en el exterior. Casi parece como si estuviera incrustada en la roca.

—¿Cree que los combinados la han escondido ahí por alguna razón?

Dreyfus volvió a pasar la mano por el panel de control.

—No lo creo. Aparte de la nave, nada en la roca parece de los combinados. Más bien es como si alguien estuviera reteniendo la nave aquí.

—¿Alguien consiguió capturar y retener una nave de los combinados? Pues menuda hazaña.

—Estoy de acuerdo —dijo Dreyfus.

—Otra pregunta: ¿por qué harían algo así? ¿Qué esperaban sacar de ello?

Dreyfus miró la faceta bruñida en plata y se dio cuenta de que era una puerta sellada y no un panel opaco en la hilera de ventanas. La iluminación de la cámara localizó el tubo acanalado de un conector de acoplamiento que se extendía por el espacio desde el panel de la puerta hasta el casco de la nave.

—Para averiguarlo tendré que subir a bordo.

—No creo que sea una buena idea, jefe.

Dreyfus volvió a mirar el panel. Todas las células de su cuerpo le gritaban que se marchara. Pero el policía en su interior tenía que saber qué había dentro de aquella nave; qué secreto había que proteger incluso con el asesinato.

Su mano se posó sobre otro control de palanca marcado con una «X», el símbolo universal del mando de una esclusa de aire. El panel plateado se desplazó hacia un lado de forma suave y silenciosa. Se encendieron unas luces en orden a lo largo del conector. La faceta plateada se arqueó hasta que desapareció en un puerto de acoplamiento situado a un lado de la abrazadora lumínica.

Ahora nada le impedía subir a bordo.

—Voy a entrar. Llámame en cuanto establezcas contacto con Panoplia.

Mientras Thalia hablaba con sus compañeros de Casa Aubusson, cruzaron otra ventana que daba a un breve océano de espacio y estrellas, la mayoría de las cuales eran, en realidad, otros hábitats, y luego el tren aminoró la marcha cuando se acercó a su destino. Cruzaron una serie de prados bien cuidados que se elevaban por encima de ellos y luego volvían a descender al nivel del suelo. A ambos lados, Thalia vio los tallos acuminados del Museo de Cibernética, que se elevaban al menos cien metros. Cada uno de ellos estaba coronado con una suave esfera de color azul grisáceo, y cada esfera marcada con un símbolo de la historia consagrada del tratamiento de datos. Estaba el signo «&», que antaño simbolizaba una primitiva forma de abstracción. Había un reloj de arena, que seguía siendo el símbolo universal de un proceso informático activo. Estaba la manzana con un trozo mordido, que (según creía Thalia) conmemoraba el envenenamiento suicida de Turing, el informático teórico.

El tren se sumergió en un túnel, luego aminoró la marcha hasta que se detuvo suavemente en una plaza situada bajo el tallo central del núcleo de voto. La gente iba y venía desde unos trenes estacionados en vías contiguas, pero el grupo de Thalia tenía una sección entera de la estación para ellos solos, custodiada por sirvientes y barreras de cristal. Subieron unas escaleras mecánicas y salieron a la brumosa luz del día, rodeados por los jardines ornamentales y las piscinas rocosas que se apiñaban alrededor de la base del tallo principal. Cerca, un sirviente de color azul fuerte estaba recortando con diligencia un seto en forma de pavo real. Sus brazos cortantes se movían a gran velocidad mientras ejecutaba la plantilla tridimensional en su memoria.

Thalia estiró el cuello para observar la totalidad del tallo. Se alzaba en una ladera que se empinaba de forma gradual, y escalaba quinientos o seiscientos metros hasta que se estrechaba en un istmo que apenas parecía capaz de sostener la esfera principal. La esfera era mucho más grande que las de los tallos más pequeños, y estaba rodeada de diminutas ventanas redondas, mientras que los otros tallos estaban vacíos. Unas formas geométricas jugaban constantemente en su superficie. Thalia imaginó que indicaban los parámetros cambiantes del flujo de abstracción y las tendencias de las votaciones.

El grupo de Thalia entró en el sombrío vestíbulo del tallo. La estructura parecía hueca. Sus paredes interiores, inclinadas hacia dentro, estaban cubiertas de unos imponentes murales, cada uno de los cuales representaba a un gran visionario de la era cibernética precalvinista. Una gruesa columna se alzaba en el medio del vertiginoso espacio, apuntalada a las paredes por unos arcos afiligranados. Tenía que ser el conducto principal de datos, pensó Thalia, que transportaba los servicios de abstracción y los paquetes de voto al núcleo de voto situado muy por encima de su cabeza. Puede que los ciudadanos de aquel hábitat no estuvieran tan integrados en la abstracción como los de Nueva Seattle-Tacoma, pero su entusiasmo por el proceso electoral garantizaba sin duda un considerable tráfico de datos. Thalia imaginó el flujo de información en la cañería, como el agua a una elevada presión que busca un remache suelto o una válvula agujereada. Junto a la columna, pero separado de ella por unos pocos metros, se encontraba el tubo más delgado del hueco de un ascensor, con una escalera en espiral que lo envolvía en vertiginosos bucles. El conducto de datos, el hueco del ascensor y la escalera en espiral se sumergían dentro de la esfera situada en lo alto del tallo.

Thalia sabía que estaba curioseando con cara de boba, que aquella torre habría sido considerada insignificante en Ciudad Abismo, pero los residentes parecían contentos de que estuviera impresionada.

—Es un gran hijo de puta bien feo —dijo Parnasse, para quien seguramente aquella era su manera de mostrar un poco de orgullo cívico.

—¿Subimos? —preguntó Thalia.

Paula Thory asintió.

—Sí. El ascensor ya debe de estar esperándonos.

—Bien —respondió Thalia—. Entonces acabemos con esto para que todos podamos volver a casa.

No era la primera vez en su vida que Sparver maldecía la poca habilidad de sus manos. No tenían nada de malo desde el punto de vista de un hipercerdo, pero tenía que vivir en un mundo hecho para los hábiles humanos de base, que tenían largos dedos y pulgares y un absurdo volumen de corteza sensoriomotriz dedicado a usarlas. Los dedos rechonchos y en forma de guante de sus manitas de cerdo pulsaban dos teclas a la vez, lo que le obligaba a volver a iniciar toda la secuencia de órdenes. Cuando por fin lo consiguió, oyó una señal en su casco indicándole que estaba en contacto con Panoplia, aunque por un canal que normalmente no se usaba para comunicarse.

—Prefecto interno Muang —anunció una voz—. Ha contactado con Panoplia. ¿En qué puedo ayudarle?

Sparver conocía a Muang, y le caía bien. Era un hombre bajo y robusto de aspecto poco convencional, que no tenía ningún problema manifiesto con los hipercerdos.

—Soy Sparver. ¿Me oye?

—Alto y claro. ¿Sucede algo?

—Más bien sí. El prefecto Dreyfus y yo estábamos investigando una roca de flotación libre propiedad de Nerval-Lermontov como parte de un caso en el que estamos trabajando. Cuando estábamos realizando el acercamiento final, la roca abrió fuego sobre nuestra corbeta y nos dejó sin comunicaciones de larga distancia.

—¿La roca los ha atacado?

—Había potentes armas antinaves ocultas bajo su superficie. Salieron de pronto y comenzaron a dispararnos.

—Dios mío.

—Lo sé. Es odioso cuando pasa eso, ¿verdad? La cuestión es que nos vendría bien que nos echaran una mano.

—¿Dónde están ahora?

—Le he hecho un remiendo a un transmisor que encontramos dentro de la roca, pero no sé cuánto tiempo aguantará.

—Recibido, Sparver. Con un poco de suerte, podremos enviar un vehículo de exploración profunda. ¿Necesitan un equipo médico? ¿Alguno de los dos está herido?

—Nos hemos separado, pero estamos bien. Si pudiera pasarle con Dreyfus, lo haría, pero esta cosa no da para más.

—¿La nave puede volar?

—Podríamos volver a casa si nos viésemos obligados a ello, pero sería mejor que Panoplia nos enviara un par de naves pesadas para inspeccionar este lugar.

—¿Tiene datos orbitales sobre la roca?

—A bordo de la nave. Pero lo único que tiene que hacer es comprobar las propiedades de la familia Nerval-Lermontov. Estamos en un conglomerado de roca no procesada de dos kilómetros de ancho situado en las órbitas medias. Debería poder reproducir la imagen de nuestra corbeta, aunque no pueda distinguir la nube de escombros del ataque.

—De acuerdo. No se muevan, empiezo a mover los hilos.

—Dígale a esas naves que se acerquen con cautela. Y asegúrese de que saben que Dreyfus y yo estamos dentro de esta cosa, por si a alguien se le escapa el dedo del gatillo.

—Transmito el mensaje de inmediato. No creo que tengan que esperar más de una hora.

—No pienso irme a ninguna parte —dijo Sparver.

Cerró el transmisor y restableció contacto con Dreyfus. Se alegró de oír que su fatigosa respiración le llegaba de forma regular, como si Dreyfus estuviese empujándose a lo largo de un conector de acoplamiento.

—Lo he conseguido, jefe. Llega la caballería.

—Bien.

—Ahora ha llegado el momento de volver a pensar en su plan de subir a bordo de la nave.

—Ya casi he llegado. Será mejor que entre, ya que he llegado hasta aquí. —Dreyfus inspiró profundamente entre frases—. No hay manera de saber qué mecanismos pueden ponerse en marcha para destruir pruebas si la roca detecta nuestra presencia.

—O para destruirnos. También es una posibilidad.

—De todos modos, voy a entrar. Sugiero que regreses a la corbeta y esperes allí los refuerzos.

A Sparver también le pareció una excelente idea, pero no tenía ninguna intención de abandonar a Dreyfus dentro de la roca. Además, lo que su jefe acababa de decir también se podía aplicar a los datos almacenados en el registro del
router
de la roca.

No tardó mucho, ahora que conocía la arquitectura. Pero cuando la lista de direcciones de los mensajes salientes se desparramó en su parche facial, supuso que tenía que haber un error. Esperaba cientos, incluso miles de entradas en los últimos cien años. Pero solo había unas pocas docenas. Quienquiera que controlase la roca Nerval-Lermontov había hecho un uso muy parco de ella.

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