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Authors: David Lozano

Tags: #Terror, Fantástico, Infantil y Juvenil

El mal (43 page)

BOOK: El mal
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El forense pareció sorprendido.

—Veo que estás bien informada. No siempre, pero es frecuente que sí haya situaciones previas de riesgo, como defectos congénitos.

—Lo que no se cumple con Renard.

—Eso es.

Marguerite se levantó de su asiento para contemplar el panorama desde la ventana. Meditaba.

—Tu información nos deja en un punto muerto, Marcel. No define una línea a seguir. De hecho, sirve para argumentar cualquier dirección.

El forense sabía muy bien que aquel era el flanco más débil de su planteamiento.

—En las investigaciones hay que apostar para obtener resultados —cogió aliento—. Tu experiencia lo demuestra.

—¿Qué propones? —el tono que ahora empleaba la detective la situó a la defensiva. Había aprendido a temer las iniciativas de su amigo.

Marcel prefirió ser transparente, algo que ella valoraba mucho.

—¿Te parece que trabajemos partiendo del supuesto de que, en efecto, la muerte de Renard no fue natural? —se lanzó—. Si al cabo de un tiempo no hemos hallado nada que lo sustente, siempre podemos rectificar el rumbo y recuperar la versión más inofensiva.

—Y mientras tanto, dinero del contribuyente malgastado, tiempo nuestro desperdiciado y mis jefes revoloteando alrededor como buitres, pendientes de que cometa un error que confirme sus rancias impresiones sobre mi forma de trabajar —la detective había vuelto a sentarse y hacía oscilar el respaldo de su asiento, Marcel la miraba a los ojos—. No es que me disguste incordiar a mis superiores —sonrió, sarcástica—, pero necesitas convencerme para llegar tan lejos.

—¿Y cómo puedo hacerlo?

—Mira —explicó ella—, a estas alturas he aprendido a desconfiar de las casualidades. Y lo de la taquilla de Pascal Rivas es una coincidencia de libro, ¿vale? Pero no veo ninguna amenaza ni motivación criminal seria en forzar armarios de estudiantes de secundaria.

Habían llegado a donde pretendía Marcel. A su amiga, pues, le hacía falta un argumento que situase la muerte de Sophie en un escenario mucho más delictivo que un mero
lycée
vacío. Ningún problema. El forense le iba a ofrecer un planteamiento que no solo justificaba aquella muerte, sino que iba a permitirle solicitar protección policial para Pascal.

—Pues la hay —afirmó, solemne.

—¿El qué?

—Una amenaza, Marguerite.

La detective sacudió la cabeza entre aspavientos.

—¿Una amenaza? —repitió—. ¿Cuál? ¿Que algún crío acabe rompiendo una cerradura en ese centro escolar? ¿Que roben alguna consola de la Wii y su ex propietario, al borde del suicidio, se vea obligado a leer en sus ratos libres? Auténticos dramas, desde luego. ¿No deberíamos llamar a la Europol para montar un operativo al más alto nivel?

Marcel aguantó con estoicismo aquel chaparrón que permitía que Marguerite descargara la presión de su incertidumbre. Sabía que, a continuación, ella se tranquilizaría y ofrecería un talante mucho más proclive a escuchar.

Después de tantos años trabajando juntos, se conocían muy bien. Demasiado bien.

—¿Y si te dijera que ayer alguien intentó secuestrar a Pascal?

Marguerite puso los ojos en blanco.

—¿Esa es otra de tus historias?

—No, va en serio.

—¿Lo ha denunciado?

—No debe hacerlo, por su propio bien.

Aquella última frase consiguió, al fin, llamar la atención de la detective.

—¿No debe comunicar la policía que han intentado secuestrarle? Venga, cuéntame de qué coño va esto, Marcel. Antes de que pierda la paciencia y te eche de mi despacho. Cómo se nota que los muertos no se pueden quejar, si es que no hay quien te aguante cuando te pones en plan enigmático...

—Y lo que me gusta —azuzó él—. Me encanta provocarte. Es tan sencillo...

—¡Habla!

—Después de los últimos acontecimientos —comenzó—, estoy convencido de que se ha filtrado la ayuda que Pascal ha prestado a la policía.

Marguerite se quedó boquiabierta.

—¿Te refieres a...?

Marcel prefirió obviar el asunto de Lebobitz y ceñirse a la única colaboración oficial de Pascal:

—Al caso Goubert.

La detective se opuso con rotundidad a aquella teoría tan rebuscada.

—Imposible. Solo tú y yo estamos al corriente de eso.

A Marcel no le pilló desprevenido aquella reacción.

—No podemos estar seguros de que en la residencia de los Goubert, plagada de compañeros tuyos cuando llevamos al chico, no nos escucharan hablar. Recuerda la forma tan... repentina en que tus hombres descubrieron el cadáver de la mujer. Ellos mismos estaban asombrados. También pudieron vernos salir de la casa.

—De ahí a que ellos lograran concluir qué estabais haciendo en ese lugar...

—Son policías, ¿no? Se supone que deducir e investigar forma parte de su trabajo. Y ya sabes que cuando se trata de algo tan exótico, tan al margen del procedimiento como el recurso a un vidente, los rumores corren como la pólvora.

Marguerite agarró con fuerza un paquete de tabaco que guardaba en un cajón, extrajo de él un cigarrillo y se apresuró a encenderlo.

—Y todo esto me lo cuentas ahora para concluir que...

Ella calló, instando a su amigo a terminar la frase. Marcel no se arredró ante el rostro severo de la mujer.

—... que, comprobada la eficacia de la cooperación de Pascal con la policía, alguien tiene interés en silenciarlo antes de que pueda volver a ayudaros. Intuyo que para siempre.

—Alguien que estuvo en el
lycée
la tarde en la que murió Sophie, deduzco.

—Muy bien, detective. Sophie Renard lo vio, le debió de sorprender mientras buscaba información sobre Pascal. Y eso la condenó.

—Ya.

—Un simple ladrón de instituto jamás la hubiera matado; habría escapado corriendo, a lo sumo dándole un empujón.

—Eso, a no ser que, en efecto, se trate de una muerte natural.

—Por supuesto.

Marguerite aspiró con fuerza de su cigarrillo. Después dejó escapar el humo de entre sus labios, dosificándolo con extraordinaria calma. Sus ojos cayeron sobre el forense, que se mantuvo firme.

—Alguien quiere acabar con Pascal Rivas para siempre, ¿eh? Tus intuiciones suelen ser de lo más apocalípticas, Marcel.

Ella trataba de ganar tiempo. Marcel supo así que su teoría había convencido a Marguerite.

—Con lo que me cuentas, sin denuncia del intento de secuestro ni confirmación de que lo sucedido en el
lycée
esté vinculado a él, no puedo solicitar para Pascal protección policial. Me creerían más estúpida de lo que ya me creen. Y no es cuestión de aumentar mi prestigio.

—¿Entonces?

Marguerite meneó la cabeza hacia los lados, procurando asumir aquella nueva complicación en la que su querido amigo la estaba introduciendo.

—Me encargaré yo —claudicó—, de momento. Todo el tiempo que me permitan mis compromisos profesionales. Algo es algo, ¿no?

Marcel se mostró satisfecho.

—Claro. Como yo también voy a estar apoyándole, te avisaré cada vez que necesite tu colaboración —aquel planteamiento era perfecto, pues a Marcel no le interesaba que Marguerite estuviese fisgoneando cada vez que quedasen en el palacio para reunirse o para iniciar un nuevo viaje al Más Allá—. Sobre todo es importante que esté protegido por las noches y durante los trayectos al
lycée,
¿sabes?

—Parece razonable. De todos modos, en cuanto puedas ofrecerme pruebas que apoyen tu teoría, tu chico contará con una protección en condiciones.

—Gracias, Marguerite.

—Aunque quizá eso llegue demasiado tarde. ¿No me puedes facilitar algo más ahora?

Marcel sonrió ante la acostumbrada avidez de Marguerite.

—Me temo que no, detective. Pero en cuanto lo tenga, serás la primera en saberlo.

—¿Ni siquiera me dejas interrogarlo? Solo unas preguntas...

Marcel mantuvo su pose inflexible.

—No. A su debido tiempo, para que estés preparada, te haré saber a qué creo que nos enfrentamos, ¿de acuerdo? Te prometo que si me ayudas a proteger a ese chico, te va a salir muy rentable. Vas a poder dejar a tus jefes con un palmo de narices.

Ese, desde luego, era un argumento de peso para ella.

* * *

Verger, con las manos en los bolsillos de su traje, contemplaba una vez más París desde el ventanal de su despacho. Oteaba el panorama general, llegando a vislumbrar sobre las aceras las diminutas figuras de los oficinistas que se dirigían a comer.

El cielo había terminado por nublarse y ofrecía ahora a bastante altura un techo esponjoso y grisáceo que suavizaba los brillos del cristal de los edificios, ensuciando con su resplandor plomizo el escenario urbano.

El médium, sin cambiar de posición, procedió a encender uno de sus Davidoff. Precisaba del efecto tranquilizador que le provocaba el tabaco. A su espalda, sobre el escritorio, descansaba el móvil privado cuyo número había facilitado a los cazarrecompensas, y de vez en cuando se giraba hacia él, anhelando novedades.

A la vista de los misteriosos apoyos con los que contaba el Viajero, Verger era consciente de que no podía exigir logros inmediatos. Se trataba de un encargo bastante complicado, sobre todo teniendo en cuenta que sus secuaces no podían ejercer de asesinos, pues necesitaba a Pascal vivo.

Aun así, no podía evitar aguardar resultados con ansiedad. Y es que había mucho en juego...

—Paciencia, paciencia —se dijo a media voz, antes de dar una prolongada calada a su puro—. No conviene precipitarse. Mantengamos la sangre fría.

Poco después, Verger volvía a su sillón para encargarse de otros negocios.

Aunque, en el fondo, ya nada le parecía suficientemente rentable.

Ahora su ambición se movía en niveles estratosféricos que jamás se había atrevido a soñar.

CAPITULO 35

Aquel espléndido vestíbulo volvía a servir de escenario para una nueva reunión del clandestino círculo de los conocedores de la Puerta Oscura. Una vez más, todos habían llegado de forma gradual siguiendo el procedimiento de seguridad establecido. Todos salvo Jules, que había llamado a Michelle un par de horas antes para avisar de que no se encontraba bien y prefería quedarse en casa.

—Tiene que estar bastante malo —terminaba de comunicar la chica, preocupada— para haber decidido no acudir. Ya sabéis lo que le mola esto.

—¿Te ha dicho qué le ocurría? —preguntó Pascal.

—Ha insistido en que no era nada grave; por lo visto, una jaqueca muy fuerte.

—Bueno —intervino Daphne—. En ese caso, su ausencia no debe retrasarnos. Ya le pondréis al día mañana. Ahora, el Viajero tiene que contarnos algo.

Pascal se apresuró entonces a referir el intento de secuestro de la noche anterior, despertando un estupor en los rostros de sus amigos que se intensificó cuando la narración alcanzó su trágico desenlace. La situación se revelaba muy peligrosa... e inmisericorde para el Viajero; lo había obligado a matar.

—Verger nos ha declarado la guerra —explicó a continuación Marcel, de una manera muy gráfica—. Y debéis tener en cuenta que, aunque su objetivo prioritario sea el Viajero, vuestra complicidad con la Puerta os convierte en adversarios directos suyos. Por lo visto ha contratado los servicios de algunos espías profesionales que no dudarán en haceros daño si os interponéis en su camino.

—Que nadie piense que el único que arriesga es Pascal —tradujo Daphne—. A estas alturas ya dispondrán de fotos de todos nosotros, el entorno de la víctima es lo primero en que se fijan.

Tal vez el único que permanecía en el anonimato era Marcel Laville, un experto en desplazamientos encubiertos.

A Mathieu, el último en incorporarse a aquella locura, no le había hecho ninguna gracia aquella declaración que lo situaba en el punto de mira de unos asesinos invisibles. El sugerente panorama al que accediera el día anterior estaba transformándose en un paisaje poco halagüeño... Suspiró, admirado de la serenidad que, por el contrario, mostraba Edouard.

—Pascal —intervino el forense—, es posible que la detective Marguerite Betancourt se mueva cerca de ti a partir de ahora. Le he pedido ayuda para protegerte hasta que todo se resuelva. He tenido que contarle lo del intento de rapto.

El Viajero abrió mucho los ojos.

—¿Se lo has contado todo?

Marcel negó con un gesto.

—No. Tan solo le he dicho que, como lograste escapar en el último momento, el agresor huyó. Y que, debido al susto, te has quedado tan impactado que no puedes recordar ningún detalle de tu atacante. Debes tener muy en cuenta esto —insistió—. Podría ser que Marguerite intentase hablar contigo. Nuestras versiones tienen que coincidir.

—De acuerdo, Marcel —aceptó el chico, con gesto concentrado.

Michelle admiró la entereza que exhibía Pascal, teniendo en cuenta que había acabado con la vida de una persona hacía tan solo unas horas. Sin duda había sido en legítima defensa, pero aun así el impacto tenía que ser brutal para alguien de su personalidad sosegada y pacífica.

¿Qué habría pasado por la cabeza de su amigo ante el cadáver todavía caliente de su agresor? Ostentar la condición de Viajero implicaba determinados costes, cada vez más elevados. Y todos los involucrados en aquella aventura empezaban a darse cuenta.

—Bueno —avisó Marcel entonces—, es hora de bajar al sótano. ¿Tenemos los relojes sincronizados?

Aquel era un detalle importante, con objeto de que el Viajero pudiese calcular el tiempo que estaba en el Más Allá. Todos habían asentido al forense tras breves comprobaciones entre ellos.

—Pues vamos allá. El objetivo de este segundo viaje —les recordó mientras se levantaba de su asiento, pero en especial al propio Pascal— consiste en una primera toma de contacto con la zona donde permanecen los fantasmas hogareños. Se supone que en esta ocasión hay que evitar cualquier contacto con el ente.

—O sea, que Pascal acude allí en plan observador de las Naciones Unidas —tradujo Dominique.

—Eso es —confirmó Daphne, ya de pie—. Se trata de una avanzadilla discreta. Hoy se estudia el panorama, el terreno donde se mueve Marc, y a partir de ahí ya podremos organizar una estrategia que aumente las probabilidades de éxito en una confrontación directa con ese demonio. Hay que recordar que todavía contamos con el elemento sorpresa, no hay que malgastarlo.

Pascal se quedó pensativo.

—Pero se supone que hay que frenar a ese ser cuanto antes... —observó indeciso.

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