El guardián invisible (17 page)

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Authors: Dolores Redondo

Tags: #Intriga, #Terror

BOOK: El guardián invisible
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—¿Ves como tengo razón, Flora?, sólo tú podías tener esa visión de futuro, porque adorabas este negocio.

Sus últimas palabras habían calado en Flora. Observó cómo las líneas de expresión de su rostro, que habían permanecido fruncidas en un gesto de intolerante desprecio, se desdibujaban dando paso a un gesto de pagado orgullo. Miró a su alrededor irguiéndose en su sillón.

—Sí —admitió—, pero no fue una cuestión de adorarlo o no, o de que, como tú dices, me hiciera feliz. Alguien tenía que hacerlo, y como siempre me tocó a mí, ya que, por otra parte, soy la única con capacidad suficiente como para lograrlo, pura sensatez y responsabilidad, pero también obligación y carga. Había que mantener el patrimonio familiar, la empresa que tanto les costó levantar a los nuestros. Mantener el buen nombre, la tradición. Con orgullo, con fuerza.

—Hablas como si tuvieras que mantener el peso del mundo a tus espaldas. ¿Qué crees que habría pasado si tú te hubieras dedicado a otra cosa?

—Te lo digo, esto no existiría.

—ce=

—El negocio no, le gusta hacer pastas, que es distinto. No quiero ni imaginar cómo estaría esto con Ros al frente, no sabes lo que dices… Pero si no tiene fundamento ni para sus cosas, es una irresponsable, una infantil que cree que el dinero cae del cielo. Si los
aitas
no le hubieran dejado la casa no tendría dónde vivir. Con ese desgraciado que tiene por marido, porrero y vago como él solo, que le saca los cuartos y anda por ahí tonteando con las chavalitas. ¿Ésa es la Rosaura capaz de sacar este negocio adelante? No tiene lo que hace falta, y si no, dime, ¿dónde está ahora? ¿Por qué no está aquí mostrando su talento?

—Quizá si no hubieras sido tan dura con ella…

—La vida es dura, hermana —decía Flora con el tono despectivo de un insulto.

—Creo que Rosaura es una buena chica, y nadie está libre de equivocarse al elegir marido.

Pareció que un rayo la hubiese alcanzado. Se quedó en silencio mirándola fijamente y Amaia dedujo que pensaba en Víctor.

—Flora, no lo he dicho por Víctor.

—Ya —fue su respuesta. Y Amaia intuyó que preparaba toda su artillería.

—Flora…

—Sí, las dos sois muy buenas, cargadas de buenas intenciones, pero dime una cosa, buena chica, ¿dónde estabas tú cuando la
ama
enfermó?

Amaia negó con la cabeza asqueada.

—¿De verdad quieres volver sobre eso?

—Qué pasa, buena chica, ¿te molesta hablar de cómo abandonaste a tu madre enferma?

—Joder, Flora, tú sí que estás enferma —protestó Amaia—. Tenía veinte años, estudiaba en Pamplona, venía todos los fines de semana, y Ros y tú estabais aquí, trabajabais aquí y ya estabais casadas.

Flora se puso en pie y avanzó hacia ella.

—Eso no era suficiente. Venías el viernes y te ibas el domingo. ¿Sabes cuántos días tiene una semana? Siete, con sus siete noches —dijo abriendo una mano y dos dedos frente a su cara—. ¿Y sabes quién estaba junto a la
ama
cada noche? Yo, no tú, yo. —Se golpeó el pecho con vehemencia—. Le daba de comer en la boca, la bañaba, la acostaba, le cambiaba los pañales y la acostaba de nuevo, le llevaba agua y se meaba una y otra vez. Me pegaba y me insultaba, me maldecía, a mí, a la única que estaba a su lado, a la única que siempre estuvo a su lado. Por la mañana llegaba Ros y se la llevaba a pasear al parque mientras yo abría el obrador, después de pasarme la noche entera en pie. Y cuando regresaba a casa otra vez lo mismo, un día y otro, sin ningún tipo de ayuda, porque con Víctor tampoco podía contar. Aunque al fin y al cabo no era su madre. Él cuidó a la suya cuando enfermó y murió, pero tuvo más suerte, fue una neumonía y se la llevó en dos meses. Yo tuve que luchar tres años. Así que, buenas chicas, decidme dónde estabais y decidme si no tengo derecho a llamaros irresponsables.

Se volvió dándole la espalda y caminó lentamente hasta su mesa, donde se sentó de nuevo.

—Creo que eres injusta, me consta que Ros hacía turnos extra durante la noche para estar con ella por la mañana, y fuiste tú la que insistió en que la
ama
viviese contigo cuando el
aita
murió. Siempre os llevasteis bien, contigo siempre tuvo algo especial que no tenía con Ros, y mucho menos conmigo. Además, vosotras erais las mayores, yo sólo era una cría y encima estaba fuera. Venía siempre que podía, y sabes que tanto Ros como yo estábamos de acuerdo en ingresarla cuando empeoró. Te apoyamos plenamente cuando hubo que inhabilitarla, incluso nos ofrecimos a poner dinero para pagar el centro.

—Pagar, todo lo arregláis así los irresponsables. Pago y me quito el problema de encima. No, no era una cuestión de dinero, sabes que cuando murió el
aita
dejó dinero de sobra. Era una cuestión de hacer lo debido, e inhabilitarla no fue idea mía sino de ese maldito médico —dijo quebrándosele la voz.

—Por Dios, Flora, alucino de que estemos hablando de esto otra vez. La
ama
no estaba bien, ya no era capaz de cuidar ni de ella misma y menos del negocio. El doctor Salaberria lo propuso porque sabía por cuántos problemas pasábamos por esa cuestión, ya ves que el juez no tuvo ni la más mínima duda, no sé por qué te atormentas con eso.

—Ese médico se metió donde nadie le llamaba y vosotras le disteis vía libre. No debí permitir que la ingresarais. No habría acabado así si le hubiera tratado la neumonía en casa, yo lo sabía, sabía que ella estaba muy delicada y que el hospital era una mala idea, pero no quisisteis escucharme y todo salió mal.

Amaia miró a su hermana con la profunda carga de pena que le producía ver tanto rencor, tanta inquina. En otro tiempo habría saltado como impulsada por un resorte entrando en su juego de reproches, explicaciones y sentencias, pero su trabajo en la policía le había enseñado mucho sobre el dominio, el control y el juicio que había tenido que poner en práctica cientos de veces ante seres tan mezquinos que Flora, por comparación, parecía una colegiala testaruda y pueril. Bajó aún más el tono de su voz y apenas en un susurro dijo:

—¿Sabes qué creo, Flora? Creo que eres una de esas mujeres abnegadas y entregadas al sostén de una familia que nadie te ha pedido que sostengas, sólo para tener una buena carga de culpabilidad y reproches que arrojar sobre los demás como una losa que termina sepultando a todas las personas de tu alrededor hasta que te ves sola con tu abnegación y los reproches que nadie quiere oír. Eso es lo que te pasa a ti. Al final, en tu intento de moralizar, de dirigir y de mangonear, lo único que consigues es alejar a todo el mundo de ti. Nadie te ha pedido que seas una heroína ni una mártir.

Flora miraba a un punto en el vacío; apoyaba los codos sobre su mesa y cruzaba las dos manos sobre los labios como imponiéndose silencio, un silencio que sería temporal, sólo se reservaba hasta que encontrase el momento adecuado para lanzar sus dardos envenenados, y entonces sería implacable. Cuando habló, su voz había recuperado el control y el tono apremiante habitual en ella.

—Supongo que has venido para algo más que para decirme cómo crees que soy, así que si tienes algo concreto que preguntar, hazlo ya, si no te tendrás que ir. Yo no tengo tiempo para perder.

Amaia sacó de su bolso una pequeña caja de cartón, abrió la tapa y antes de extraer el contenido miró a su hermana.

—Lo que voy a enseñarte es una prueba policial que apareció en el escenario de un crimen. Acudo a ti como asesora de la policía. Espero que entiendas que su naturaleza es secreta. No debes decírselo a nadie, ni hablar con nadie de ello, ni siquiera con la familia.

Flora asintió. Su expresión había mudado hacia el interés.

—Está bien, mira esto y dime qué te parece —dijo sacando de la caja la bolsa que contenía la fragante tortita hallada sobre el cuerpo de Anne.

—Un
txatxingorri
, ¿esto apareció en el lugar del asesinato?

—Sí.

—¿En todos?

—Flora, no puedo darte esa información.

—¿Puede que el asesino estuviera comiéndoselo?

—No, parece más bien que fue dispuesto para que se hallase allí, el trozo que falta es el que hemos enviado a laboratorio. ¿Qué puedes decirme?

—¿Puedo tocarlo?

Se lo tendió. Ella lo sacó de la bolsa, se lo llevó a la nariz y lo olisqueó durante unos segundos. Lo apretó entre sus dedos pulgar e índice y raspó una pequeña porción con la uña.

—¿Hay alguna posibilidad de que esté contaminado o envenenado?

—No, en el laboratorio lo han analizado y está limpio.

Se llevó una pizca a la boca y lo saboreó.

—Bueno, entonces ya te habrán dicho cuáles son los ingredientes…

—Sí, ahora quiero que tú me digas todo lo demás.

—Ingredientes de primera calidad. Frescos y mezclados en la justa proporción. Horneado esta misma semana, yo diría que no tiene más de cuatro días, y por el color y la porosidad diría que muy probablemente se coció en un horno de leña tradicional.

—Increíble —dijo Amaia sinceramente impresionada—. ¿Cómo puedes saber todo eso?

Flora sonrió.

—Porque yo sé hacer mi trabajo.

Amaia ignoró el insulto encubierto.

—¿Y quién además de Salazar elabora estos dulces?

—Bueno, supongo que podría hacerlos cualquiera que tuviera la receta. No es un secreto, aparece en mi primer libro con la receta del
aita
, además de ser un postre típico de la zona; supongo que en todo el valle habrá una docena de variantes de la receta… Aunque no con esta calidad, no con este equilibrio en las proporciones.

—Quiero que me hagas una lista de todos los obradores, pastelerías y tiendas de los alrededores que los venda o los elabore.

—Eso no será tan difícil. Con esta calidad sólo los hago yo, también Salinas de Tudela, Santa Marta de Vera y quizá un obrador de Logroño… Bueno, la verdad es que ésos no son tan buenos. Yo te puedo dar una lista de mis clientes, pero aquí mismo, en Elizondo, me consta que se venden a turistas y visitantes además de a los del de que pueblo. No sé si os servirá de algo.

—No te preocupes de eso, tú hazla, ¿para cuándo la puedes tener?

—Para esta tarde a última hora, hoy tengo bastante trabajo, ya sabes gracias a quién.

—Esta tarde estará bien. —No quiso entrar al trapo de su provocación. Recogió la bolsa con los restos del dulce—. Gracias, Flora, el inspector Montes pasará a recogerla…

Flora permaneció impasible.

—Me han dicho que ya os conocéis.

—Pues es agradable comprobar que por una vez estás bien informada. Sí, lo conozco, y es muy agradable. El inspector Montes pasó por aquí a presentarme sus respetos, a la hora del cierre, así que me acompañó un rato, le enseñé un poco el pueblo, tomamos un café, se mostró encantador y hablamos de un montón de cosas, de ti incluida.

—¿De mí? —preguntó sorprendida.

—Sí, de ti, hermanita. El inspector Montes me contó cómo te las ingeniaste para conseguir que te asignaran este caso.

—¿Eso te dijo?

—Bueno, con otras palabras, es un hombre muy educado y con un gran corazón. Tienes suerte de trabajar con un profesional de su talla. Quizás aprendas algo —dijo sonriendo.

—¿Eso también te lo dijo Montes?

—Por supuesto que no, pero es fácil deducirlo. Sí, señora, un hombre encantador.

—Lo mismo estaba pensando yo —dijo Amaia levantándose para dejar su taza en el fregadero.

—Sí, todos tus colaboradores son muy agradables… Te vi esta mañana en el cementerio con uno muy guapo.

Amaia sonrió divertida por la malicia de su hermana.

—Teníais las cabezas muy juntas y parecía que te susurraba algo al oído. Me pregunto qué diría James si pudiera ver eso.

—No te vi, hermana.

—Es que no llegué a entrar, no pude asistir al funeral porque tenía la reunión con los de la editorial, y después me acerqué hasta el cementerio paseando. Llegué pronto y os vi parados frente a una tumba… Tú te inclinaste sobre el sepulcro y él te abrazó.

Amaia se mordió el labio inferior y sonrió mientras negaba con la cabeza.

—Flora, Jonan Etxaide es gay.

Ésta no pudo disimular su sorpresa ni su fastidio.

—Sólo me incliné sobre la tumba de una de mis profesoras de primaria, Irene Barno, ¿la recuerdas? Me resbale y él me sostuvo.

—Qué tierno, ¿visitas su tumba? —se burló.

—No, sólo me incliné para enderezar un tiesto que el viento había tirado, entonces reconocí su nombre.

Flora la miró a los ojos.

—Nunca vas a visitar a la
ama
.

—No, Flora, nunca visito a la
ama
, pero, dime, ¿de qué serviría ahora?

Flora se volvió hacia la ventana y susurró:

—Ahora, ya de nada.

Un fuerte ruido de motor se oyó en el almacén y una sombra oscureció su rostro momentáneamente.

—Será Víctor —susurró.

Salieron hasta la puerta trasera del obrador, donde el ex marido de Flora estaba aparcando una moto antigua.

—Oh, Víctor, es preciosa, ¿de dónde la has sacado? —preguntó Amaia a modo de saludo.

—Se la compré a un chatarrero de Soria, pero te aseguro que no tenía este aspecto cuando la traje.

Amaia la rodeó para verla mejor.

—No sabía que te dedicaras a esto, cuñado. —Seguía llamándole cuñado y seguramente seguiría haciéndolo siempre.

—Es una afición relativamente nueva, hace un par de años que me dio por esto de las motos. Empecé con una Bultaco Mercurio y una Montesa Impala 175 sport, y desde entonces he restaurado cuatro con ésta, que es una Ossa 175 sport… Una de las que estoy más orgulloso.

—No tenía ni idea, pero has hecho un trabajo magnífico.

Flora resopló poniendo de manifiesto su fastidio, caminó hacia la puerta y dijo:

—Bueno, cuando acabes de jugar me avisas, estaré dentro… Trabajando. —Cerró de un portazo y se perdió en el interior.

Víctor compuso una sonrisa de circunstancias.

—Es que a Flora no le gustan las motos, para ella esta afición es una pérdida de tiempo y de dinero. —Intentó justificarla—. Cuando estaba soltero tuve una Vespa y hasta solía llevarla a dar una vuelta.

—¡Es verdad, yo la recuerdo, era blanca y roja! Venías a buscarla aquí mismo, al almacén, y cuando os despedíais siempre te decía lo mismo, que tuvieras cuidado y que… —se interrumpió bruscamente.

—… que no bebiera —acabó Víctor—. En cuanto nos casamos me convenció para que la vendiera, y ya ves, sólo le hice caso en lo primero.

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