Read El ciclo de Tschai Online
Authors: Jack Vance
—¿Por qué te sacas el sombrero?
—Me hace daño en la cabeza —dijo Reith.
La muchacha miró más allá de él, hacia la oscuridad. Preguntó con suave y ahogada voz:
—¿Qué quieres que haga?
—Llévame a la superficie, tan rápido como puedas.
La muchacha no respondió. Reith se preguntó si le habría oído. Intentó mirar directamente a su rostro; ella se volvió hacia un lado. Reith le quitó el sombrero. Un extraño rostro como de elfo le miró, con la exangüe boca crispada en un gesto de pánico. Era mayor de lo que sugería su subdesarrollada figura, aunque Reith no pudo estimar exactamente su edad. Sus rasgos eran tan regulares que escapaban a toda descripción; su pelo, una corta mata negra, se aferraba a su cuero cabelludo como un casquete de fieltro. Reith pensó que parecía anémica y neurasténica, a la vez humana y no humana, femenina y asexuada.
—¿Por qué has hecho esto? —preguntó ella en un ronco murmullo.
—Por ninguna razón en particular. Curiosidad, tal vez.
—Es íntimo —murmuró ella, y alzó sus manos hasta sus delgadas mejillas.
Reith se alzó de hombros, sin sentir el menor interés por su modestia.
—Quiero que me lleves a la superficie.
—No puedo.
—¿Por qué no?
Ninguna respuesta.
—¿Me tienes miedo? —preguntó suavemente Reith.
—No tanto como al pozo.
—El pozo está a mano, y es conveniente.
Ella le miró sobresaltada.
—¿Me arrojarías al pozo?
Reith empleó lo que esperaba que fuera una voz convincentemente amenazadora.
—Soy un fugitivo; pretendo alcanzar la superficie.
—No me atrevo a ayudarte. —Su voz era apenas audible y con un tono definitivo—. Los
zuzhma kastchai
me castigarían. —Miró a la grúa—. La oscuridad es terrible; tememos la oscuridad. A veces la cuerda es cortada y nunca más vuelve a saberse de la persona.
Reith se sintió desarmado ante aquello. La muchacha, captando una amenaza en su silencio, dijo con voz humilde:
—Aunque deseara ayudarte, ¿cómo podría hacerlo? Solamente conozco el camino al Mirador Azul, donde además no me está permitido ir, a menos —añadió como si se le ocurriera de pronto— que me declarara una Gzhindra. Tú, por supuesto, serías detenido.
El plan de Reith empezaba a desmoronarse desde su misma base.
—Entonces llévame a alguna otra salida.
—No conozco ninguna. Son secretos que no son enseñados a mi nivel.
—Ven aquí, junto a la luz —dijo Reith—. Mira esto.
Extrajo el portafolios, lo abrió y se lo presentó.
—Muéstrame dónde estamos ahora.
La muchacha miró. Emitió un sonido estrangulado y empezó a temblar.
—¿Qué es esto?
—Algo que tomé de un Pnume.
—¡Son los Mapas Maestros! Mi vida está condenada. ¡Seré arrojada al pozo!
—Por favor, no compliques algo tan simple —dijo Reith—. Mira los mapas, encuentra un camino hasta la superficie, llévame allí. Luego haz lo que quieras. Nadie sabrá nada.
La muchacha le miraba con alocados ojos irrazonables. Reith la sacudió fuertemente por los hombros.
—¿Qué te ocurre?
La voz de ella era apenas un murmullo átono.
—He visto secretos.
Reith no estaba de humor para sentir conmiseración acerca de problemas tan abstractos a irreales.
—Muy bien; has visto los mapas. El daño ha sido hecho. ¡Ahora mira de nuevo y encuentra un camino hasta la superficie!
Una extraña expresión afloró al delgado rostro. Reith se preguntó si de hecho la muchacha no se habría hundido en la locura. De todos los Pnumekin que recorrían los corredores, ¿qué amargo destino le había encaminado a una muchacha emocionalmente inestable? Ella estaba observándole fijamente, por primera vez de una forma directa a inquisitiva.
—Eres un
ghian
—dijo.
—Ciertamente, vivo en la superficie.
—¿Cómo es? ¿Es realmente tan terrible?
—¿La superficie de Tschai? Tiene sus deficiencias.
—Ahora debo convertirme en una Gzhindra.
—Es mejor que vivir aquí abajo en la oscuridad.
—Debo ir al
ghaun
—dijo la muchacha con su voz más átona.
—Cuanto antes mejor —asintió Reith—. Mira de nuevo este mapa. Muéstrame dónde estamos.
—¡No puedo mirar! —gimió la muchacha—. ¡No me atrevo a mirar!
—¡Oh, vamos! —restalló Reith—. Es sólo papel.
—¡Sólo papel! Rebosa secretos, secretos de Clase Veinte. ¡Mi mente es demasiado pequeña!
Reith sospechó una histeria incipiente, pese a que su voz seguía siendo suave y monótona.
—Para convertirte en una Gzhindra tienes que alcanzar la superficie. Para alcanzar la superficie tenemos que encontrar una salida, cuanto más secreta mejor. Aquí tenemos mapas secretos. Somos afortunados.
Ella se inmovilizó, a incluso miró con el rabillo del ojo hacia el portafolios.
—¿Cómo lo conseguiste?
—Se lo tomé a un Pnume. —Empujó el portafolios hacia ella—. ¿Puedes leer los símbolos?
—Estoy entrenada para leer. —Se inclinó con precaución sobre el portafolios, para echarse instantáneamente hacia atrás, presa del miedo y la revulsión.
Reith se forzó a la paciencia.
—¿Nunca antes habías visto un mapa?
—Poseo un nivel de Cuatro; conozco los secretos de Clase Cuatro; he visto mapas de Clase Cuatro. Esto es Clase Veinte.
—Pero puedes leer este mapa.
—Sí. —La palabra brotó con hosco disgusto—. Pero no me atrevo. Solamente un
ghian
pensaría en examinar un documento tan poderoso... —Su voz se redujo a un murmullo—. Y no digamos robarlo...
—¿Qué harán los Pnume cuando descubran que ha desaparecido?
La muchacha miró hacia el abismo.
—Oscuridad, oscuridad, oscuridad. Caeré eternamente a través de la oscuridad.
Reith empezó a impacientarse. La muchacha parecía capaz únicamente de concentrarse en las ideas que brotaban de su propia mente. Dirigió su atención al mapa.
—¿Qué significan los colores?
—Los niveles y las plataformas.
—¿Y esos símbolos?
—Puertas, portales, caminos secretos. Lugares de contacto. Estaciones de comunicación. Miradores, rampas, puestos de observación.
—Muéstrame dónde estamos ahora.
Reluctante, la muchacha enfocó los ojos.
—No en esta hoja. Vuélvela... Otra... Otra... Aquí. —Señaló, manteniendo cautelosamente su dedo a un par de centímetros del papel—. Aquí. La señal negra es el pozo. La línea rosa es la plataforma.
—Muéstrame el camino más próximo hasta la superficie.
—Tendría que ser... déjame ver.
Reith esbozó una distante y reflexiva sonrisa: una vez apartada de sus temores, que eran reales, admitió, la muchacha se volvió instantáneamente dedicada, a incluso olvidó su expuesto rostro.
—El Mirador Azul está aquí. Para llegar a él hay que ir por este lateral, luego subir esta rampa naranja pálido. Pero es una zona atestada, con controles administrativos. Serías detenido y probablemente yo también, ahora que he visto los secretos.
La cuestión de la responsabilidad y la culpabilidad llameó en la mente de Reith, pero la echó a un lado. El cataclismo se había abatido sobre su vida; como una plaga, también la había infectado a ella. Quizás ideas similares estuvieran circulando por la mente de la Pnumekin. La muchacha le lanzó de nuevo una rápida mirada de soslayo.
—¿Cómo viniste del
ghaun
?
—Los Gzhindra me metieron en un saco. Logré salir de él antes de que llegaran los Pnumekin. Confío que hayan llegado a la conclusión de que los Gzhindra bajaron un saco vacío.
—¿Con uno de los Grandes Mapas desaparecido? Ninguna persona de los Abrigos lo tocaría. Los
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no descansarán hasta que tú y yo estemos muertos.
—Cada vez me siento más ansioso por escapar —dijo Reith.
—Yo también —hizo notar la muchacha con ingenua simplicidad—. No quiero caer por aquí.
Reith la observó por unos instantes, preguntándose si realmente no le guardaba ningún rencor como parecía; era como si hubiera caído sobre ella como una calamidad elemental... una tormenta, el golpe de un rayo, una inundación, cosas contra las que cualquier resentimiento, discusión, argumentación, resultaban completamente inútiles. Pensó que su actitud estaba mostrando ya un cierto cambio; se inclinó para inspeccionar el mapa algo menos reluctante que antes. Señaló una Y marcada en marrón claro.
—Ésta es la salida a los Acantilados, donde se efectúan los tratos con los ghian. Nunca he ido tan lejos.
—¿Podemos subir hasta ese punto?
—Nunca. Los
zuzhma kastchai
lo protegen contra los Dirdir. Hay una vigilancia constante.
Reith señaló a otras Y en marrón claro.
—¿Ésas son otras aberturas a la superficie?
—Sí. Pero si creen que estás intentando salir, las habrán bloqueado aquí y aquí y aquí —señaló—, y todas esas aberturas estarán cortadas, y las de la sección Exa también.
—Entonces debemos ir por otro lado: a otros sectores.
El rostro de la muchacha se crispó.
—No sé nada de tales lugares.
—Mira el mapa.
Hizo lo indicado, moviendo el dedo muy cerca del amasijo de líneas coloreadas, pero sin atreverse todavía a tocar el papel en sí.
—Aquí veo un camino secreto, Calidad Dieciocho. Sale del pasadizo más Allá del Paralelo Doce, y reduce el camino a la mitad. Luego podemos seguir por cualquiera de esos accesos hasta los muelles de carga.
Reith se puso en pie. Volvió a colocarse el sombrero, echándoselo sobre el rostro.
—¿Parezco un Pnumekin?
Ella le lanzó una breve y crítica inspección.
—Tu rostro es extraño. Tu piel es oscura debido al clima del
ghaun
. Toma un poco de polvo y restriégalo por la cara.
Reith hizo como ella le indicaba; la muchacha lo observó de nuevo con mirada inexpresiva; Reith se preguntó qué estaba pasando por su mente. Se había declarado ella misma una desterrada, una Gzhindra, sin gran dolor de espíritu. ¿O estaba maquinando alguna sutil traición? Aunque «traición» tal vez no fuera una palabra justa, reflexionó Reith. No se había comprometido en absoluto con él, no le debía ninguna lealtad... de hecho era más bien a la inversa. Así que, ¿cómo podía controlarla una vez hubieran emprendido la marcha por los distintos pasadizos? Reith la estudió especulativamente, mientras ella parecía más agitada por momentos.
—¿Por qué me miras de esta forma?
Reith le tendió el portafolios azul.
—Lleva esto bajo la capa, donde no pueda ser visto. La muchacha retrocedió de nuevo.
—No.
—Debes hacerlo.
—No me atrevo. Los
zuzhma kastchai...
—Oculta los mapas bajo la capa —dijo Reitn con voz controlada—. Soy un hombre desesperado, y no me detendré ante nada para regresar a la superficie.
Ella tomó el portafolios con dedos fláccidos. Volviéndose de espaldas, y mirando cautelosamente a Reith por encima del hombro, ocultó el portafolios fuera de la vista bajo su capa.
—Adelante, pues —chirrió—. Si nos cogen, así es la vida. Nunca pensé ni en sueños en convertirme en una Gzhindra.
Abrió el portal y miró fuera, a la cámara redonda.
—El camino está despejado. Recuerda: camina suavemente, no te inclines hacia delante. Debemos atravesar el Cruce de Fer, y habrá personas dedicadas a sus asuntos. Los
zuzhma kastchai
están por todas partes; si encontramos a uno de ellos, detente, ocúltate en las sombras o ponte de cara contra la pared; es la forma respetuosa de comportarse. No camines rápido; no agites bruscamente los brazos.
Salieron a la habitación redonda y echaron a andar por el pasadizo. Reith seguía a la muchacha a cinco o seis pasos de distancia, intentando simular el paso característico de los Pnumekin. Había obligado a la muchacha a llevar los mapas; pero incluso así, estaba a su merced. Ella podía echar a correr gritando al primer Pnumekin que viera, a implorar merced de los Pnume... La situación era impredecible.
Caminaron durante casi un kilómetro, subiendo una rampa, bajando otra y cruzando un acceso principal. A intervalos de ocho metros se abrían estrechas aberturas en la roca; junto a cada una de ellas había un pedestal aflautado con una superficie superior plana y pulida, cuya función Reith no pudo calcular. El pasadizo se ensanchó, y entraron en el Cruce de Fer, una amplia sala hexagonal con una docena de columnas de mármol pulido sosteniendo el techo. A lo largo de toda su periferia, en pequeños cubículos, había sentados Pnumekin escribiendo en grandes libros, o manteniendo ocasionalmente vagos y aparentemente inconclusivos coloquios con otros Pnumekin que habían acudido a verles.
La muchacha se dirigió hacia un lado y se detuvo.
Reith se detuvo también.
Ella le lanzó una mirada, luego miró dubitativa hacia un Pnumekin en el centro de la estancia: un hombre alto y desmañado con una postura poco habitualmente alerta. Reith se ocultó en las sombras de una columna y observó a la muchacha. Su rostro era completamente inexpresivo, pero Reith sabía que estaba pasando revista a las circunstancias que habían alterado completamente su pálida existencia, y su vida dependía del equilibrio de sus temores: el abismo sin fondo contra los ventosos cielos amarronados de la superficie.
Avanzó lentamente hacia Reith y se le unió a la sombra de la columna. Por el momento al menos, había hecho su elección.
—El hombre alto de Allá: es un Monitor de Escucha.
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¿Observas la forma en que lo observa todo? Nada se le escapa.
Durante un tiempo Reith permaneció observando al Monitor de Escucha, sintiéndose cada vez menos inclinado a cruzar la estancia. Murmuró a la muchacha:
—¿Conoces otro camino a los muelles de carga?
Ella meditó sobre el asunto. Una vez decidido huir, su personalidad parecía haberse vuelto más centrada, como si el peligro la hubiera arrastrado fuera de la ensoñadora inversión de su anterior existencia.
—Creo —dijo, dudosa— que hay otra ruta que pasa por las salas de trabajo; pero es un camino largo, y hay otros Monitores de Escucha por ahí.
—Hummm —Reith se volvió para observar al Monitor de Escucha del Cruce de Fer.
—Observa que se vuelve para mirar a uno y otro lado —dijo finalmente—. Cuando esté de espaldas a nosotros, avanzaré hacia la siguiente columna, y tú ven tras de mí.