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Authors: Jack Vance

El ciclo de Tschai (76 page)

BOOK: El ciclo de Tschai
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Un momento más tarde, el Monitor se dio la vuelta. Reith salió de su escondite y recorrió a toda prisa la distancia que lo separaba de la siguiente columna de mármol. La muchacha avanzó lentamente tras él, aún algo indecisa, o al menos esto le pareció a Reith.

Reith no podía asomarse de la columna para mirar sin correr el riesgo de atraer la atención del Monitor.

—Avísame cuando mire en otra dirección —murmuró a la muchacha.

—Ahora.

Reith alcanzó la siguiente columna y, utilizando una hilera de lentos Pnumekin como pantalla, siguió hasta la próxima. Ahora no quedaba más que una zona descubierta. El Monitor se volvió bruscamente en redondo, y Reith se acurrucó tras la columna: un juego mortal al escondite. Un Pnume entró en la cámara desde un corredor lateral, avanzando lentamente sobre sus piernas de extrañas articulaciones.

—El Crítico Silencioso —susurró la muchacha, conteniendo el aliento—. Cuidado... —Se alejó con la cabeza baja, como abstraída en sus pensamientos. El Pnume se detuvo, a menos de quince metros de Reith, que se volvió de espaldas. Sólo quedaban unos pocos pasos hacia el norte para alcanzar el pasadizo. Reith encajó los omoplatos. No podía soportar el seguir oculto tras la columna. Con la sensación de que todos los ojos de la cámara estaban clavados en él, cruzó la zona descubierta. A cada paso esperaba oír un grito ultrajado, una alarma. El silencio se hizo opresivo; sólo a costa de un gran esfuerzo consiguió controlar el irresistible impulso de mirar por encima del hombro. Alcanzó la boca del pasadizo y volvió una cautelosa mirada por encima del hombro... para encontrarse con los ojos del Pnume fijos en él. Con el corazón latiéndole alocadamente, Reith se volvió con lentitud y siguió andando. La muchacha había seguido su camino por delante de él. La llamó con voz suave:

—Corre. Encuentra el corredor de Clase Dieciocho.

Ella volvió hacia él una mirada sorprendida.

—El Critico Silencioso está aquí mismo. No puedo correr; si te ve sospechará una conducta no decorosa.

—No importa el decoro —dijo Reith—. Encuentra el acceso tan rápido como te sea posible.

Ella apresuró el paso, con Reith a sus talones. Tras unos cincuenta metros arriesgó una mirada hacia atrás. Nadie a la vista.

El corredor se bifurcaba; la muchacha se detuvo en seco.

—Creo que debemos ir a la izquierda, pero no estoy segura.

—Mira el mapa.

Con enorme reluctancia, ella se volvió de espaldas y sacó el portafolios de debajo de su capa. No consiguió manejarlo, y se lo entregó a Reith como si le quemara en las manos. El volvió las páginas hasta que ella exclamó:

—Alto.

Mientras estudiaba las líneas de color, Reith mantuvo la mirada fija a sus espaldas. Muy atrás, donde el pasadizo desembocaba en el Cruce de Fer, una sombra oscura apareció en medio de la abertura. Reith, sintiendo vibrar cada nervio, urgió a la muchacha a que se apresurase.

—A la izquierda, luego en la Señal Dos-uno-dos, una baldosa azul. Estilo Veinticuatro... debo consultar la inscripción. Aquí está: cuatro puntos de presión. Tres-uno-cuatro-dos.

—Apresúrate —dijo Reith entre dientes apretados.

Ella volvió una sorprendida mirada hacia el fondo del corredor.


¡Zuzhma kastchai! .

Reith miró también hacia atrás, intentando simular la actitud Pnumekin. El Pnume avanzaba lentamente, pero sin ninguna finalidad aparente, o eso le pareció a Reith. Echó a andar para alcanzar a la muchacha. Mientras caminaba, ella iba contando las marcas de los números en la base de la pared:

—Setenta y cinco... ochenta... ochenta y cinco... —Reith miró hacia atrás. Ahora había dos formas oscuras en el corredor; un segundo Pnume había aparecido de algún lugar—. Ciento noventa y cinco... doscientos... doscientos cinco...

La baldosa azul, recubierta por un antiguo barniz rojo púrpura, estaba tan sólo a treinta centímetros del suelo. La muchacha encontró los puntos de presión y los tocó; apareció la silueta de una puerta; la puerta se abrió.

La muchacha se puso a temblar.

—Es Calidad Dieciocho. No debería entrar.

—El Crítico Silencioso nos está siguiendo —dijo Reith.

Ella jadeó y se metió en el pasadizo. Era estrecho y poco iluminado y permeado por un olor ligeramente rancio que Reith había empezado a asociar con los Pnume.

La puerta se cerró deslizándose a sus espaldas. La muchacha alzó un pequeño pestillo y aplicó el ojo a la lente de una mirilla.

—El Crítico Silencioso se acerca. Sospecha una conducta poco decorosa y desea aplicar un castigo... ¡No! ¡Son dos! ¡Ha llamado a un Guardián! —Se puso rígida, con el ojo apretado contra la mirilla. Reith aguardó sobre ascuas.

—¿Qué están haciendo?

—Miran por todo el corredor. Se preguntan por qué no estamos a la vista.

—Sigamos —dijo Reith—. No podemos quedarnos aquí aguardando.

—El Guardián sabrá de este pasadizo... Si entran...

—Eso no importa. —Reith echó a andar por el corredor, y la muchacha le siguió. Formaban una extraña pareja, pensó Reith, avanzando a largas zancadas en medio de la oscuridad, con sus flotantes capas negras y sus sombreros de copa corta. La muchacha se cansó pronto, y disminuyó aun más su velocidad mirando constantemente por encima del hombro. Lanzó un gemido de resignación y se detuvo.

—Han entrado en el pasadizo.

Reith miró hacia atrás. La puerta se había abierto de par en par. En su abertura se siluetearon los dos Pnume.

Por un instante permanecieron rígidos, como extraños muñecos negros, luego se pusieron en movimiento como en una sacudida.

—Nos han visto —dijo la muchacha, y hundió la cabeza—. Eso significa el pozo... Bien, vayamos a su encuentro con toda humildad.

—Quédate contra la pared —dijo Reith—. No te muevas. Tienen que venir a nosotros. Sólo son dos.

—No podrás nada contra ellos.

Reith no hizo ningún comentario. Tomó una roca del tamaño de un puño que había caído del techo y aguardó.

—No puedes hacer nada —gimió la muchacha—. Utiliza la humildad, la conducta plácida...

Los Pnume llegaron rápidamente, con el extraño paso de sus piernas articuladas al revés, agitando sus blancas submandíbulas. Se detuvieron a tres metros de distancia, para contemplar a las dos figuras que permanecían inmóviles junto a la pared. Durante medio minuto nadie del grupo se movió o emitió algún sonido. El Crítico Silencioso alzó lentamente su delgado brazo para señalar con dos huesudos dedos.

—Volved.

Reith no hizo ningún movimiento. La muchacha permanecía inmóvil, con los ojos velados y la boca fláccidamente abierta.

—Volved —dijo nuevamente el Pnume, con una voz ronca y aflautada.

La muchacha empezó a avanzar torpemente por el pasadizo; Reith no hizo ningún movimiento.

Los Pnume lo contemplaron asombrados. Intercambiaron un susurro sibilante, luego el Crítico Silencioso dijo imperioso:

—Ven.

Con un murmullo casi inaudible, el Guardián dijo:

—Tú eres la entrega que no llegó a su destino.

El Crítico Silencioso avanzó sobre extrañamente articulados pies y tendió el brazo. Reith lanzó la piedra con todas sus fuerzas; golpeó de lleno el rostro blanco óseo de la criatura. Se oyó un crujido, y el Pnume retrocedió tambaleándose contra la pared, donde se quedó agitándose y alzando y bajando una pierna de la más excéntrica de las maneras. El Guardián lanzó un jadeante sonido gutural y saltó hacia delante.

Reith retrocedió, se arrancó la capa y, en un alocado floreo, la arrojó sobre la cabeza del Pnume. Por un momento la criatura pareció no darse cuenta y siguió adelante, los brazos extendidos; luego empezó a bailotear y a patear. Reith avanzó cautelosamente a su alrededor, buscando una ventaja momentánea, y los dos, con sus silenciosos giros, efectuaron un peculiar y grotesco ballet. Mientras el Crítico Silencioso observaba indiferente, Reith aferró el brazo del Guardián; parecía como una cañería de hierro. El otro brazo se agitó; dos duros dedos rasgaron el rostro de Reith. Reith no sintió nada. Hizo palanca, lanzó al Guardián contra la pared. Rebotó, y avanzó rápidamente sobre Reith. Éste golpeó tentativamente el largo rostro pálido; era frío y duro. La fuerza de la criatura era inhumana; debía eludir su presa, que podía ponerle en dificultades. Si golpeaba a la criatura con sus puños desnudos lo único que conseguiría sería romperse las manos.

Paso a paso, el Guardián avanzó, doblando las piernas a su extraña manera. Reith se dejó caer al suelo, pateó las piernas de la criatura para hacerle perder el equilibrio; cayó. Reith saltó de nuevo en pie para eludir el esperado ataque del Crítico Silencioso, pero éste permanecía gravemente reclinado contra la pared, observando la lucha con la imparcialidad de un espectador. Reith se sintió desconcertado y momentáneamente distraído por su actitud; como resultado de ello, el Guardián alcanzó su tobillo con los dedos de uno de sus pies y, tendiéndose sorprendentemente, lanzó el otro pie contra el cuello de Reith. Reith pateó a la criatura en la ingle; fue como patear la horcadura de un árbol; sintió un terrible dolor en el pie. Los dedos aferraron su cuello; Reith agarró la pierna, retorció, aplicó palanca. El Pnume se vio obligado a girar su cuerpo boca abajo. Reith saltó sobre su espalda. Agarró su cabeza, dio un terrible y violento tirón hacia atrás. Un hueso o una membrana rígida cedió elásticamente, luego restalló. El Guardián se agitó hacia uno y otro lado en terribles palpitaciones. Consiguió ponerse por casualidad en pie y, con la cabeza colgando grotescamente hacia atrás, se alejó dando saltos por el túnel. Golpeó al Crítico Silencioso, que se derrumbó blandamente al suelo. ¿Muerto? Reith desorbitó los ojos. Muerto.

Reith se reclinó contra la pared, jadeante, falto de aliento. Allá donde el Pnume le había alcanzado había moraduras. La sangre resbalaba por su mejilla; tenía una luxación en el codo; le dolía terriblemente el pie... pero los dos Pnume estaban muertos. A una cierta distancia, la muchacha permanecía acurrucada en un trance inducido por el shock. Reith avanzó tambaleante hacia ella, apoyó una mano en su hombro.

—Estoy vivo. Tú estás viva.

—¡Tu rostro sangra!

Reith se secó el rostro con el borde de su capa. Se inclinó sobre los cadáveres. Frunciendo los labios, registró los cuerpos, pero no encontró nada de interés para él.

—Supongo que será mejor que sigamos —dijo.

La muchacha se volvió y echó a andar por el túnel. Reith la siguió. Los cuerpos de los Pnume quedaron tendidos en la semioscuridad.

Los pasos de la muchacha empezaron a hacerse más lentos.

—¿Estás cansada? —preguntó Reith.

Su solicitud la desconcertó; le miró insegura.

—No.

—Bueno, yo sí. Descansemos un poco. —Se dejó caer al suelo, gruñendo quejumbroso. Tras una momentánea vacilación, ella se acomodó también al otro lado del pasadizo. Reith la estudió con perplejidad. La muchacha parecía haber apartado por completo de su mente la lucha con los Pnume, o eso parecía al menos. Su sombrío rostro estaba muy tranquilo. Sorprendente, pensó Reith. Su vida se había visto destrozada; su futuro se presentaba como una sucesión de terribles interrogantes; y sin embargo Allí estaba sentada, su rostro tan inexpresivo como el de una marioneta, sin parecer preocuparse por nada.

—¿Por qué me miras así? —preguntó de pronto ella, débilmente.

—Estaba pensando —dijo Reith— que, teniendo en cuenta las circunstancias, pareces sorprendentemente tranquila.

Ella no respondió de inmediato. Hubo un pesado silencio en el pasadizo casi a oscuras. Luego la muchacha dijo:

—Floto siguiendo la corriente de la vida; ¿cómo puedo cuestionar lo que me empuja? Sería temerario pensar en preferencias; después de todo, la existencia es un privilegio que es concedido a muy pocos.

Reith se reclinó contra la pared.

—¿A muy pocos? ¿Y cómo es eso?

La muchacha pareció intranquila; sus dedos se retorcieron.

—No sé cómo son las cosas en el
ghaun
; quizá vosotros lo hagáis todo de distinto modo. En los Abrigos
[23]
las mujeres—madres engendran doce veces, y tan sólo la mitad, a veces menos, sobreviven... —Hizo una pausa. Luego, con voz de didáctica reflexión, prosiguió:— He oído que todas las mujeres del
ghaun
son mujeres-madres. ¿Es eso cierto? No puedo creerlo. Si cada una de ellas da a luz doce veces, aunque seis de sus descendientes vayan al pozo, el
ghaun
debería hervir de carne viva. Parece irrazonable. —Como si la idea se le hubiera ocurrido de repente, añadió—: Me alegro de que yo nunca seré una mujer-madre.

Reith se sintió de nuevo desconcertado.

—¿Cómo puedes estar segura? Todavía eres joven.

El rostro de la muchacha se crispó en lo que podía ser azoramiento.

—¿Acaso no puedes verlo? ¿Tengo el aspecto de una mujer-madre?

—Desconozco cuál es el aspecto de una mujer-madre.

—Tienen el pecho y las caderas hinchados. ¿No son iguales las madres
ghian
? Algunos dicen que los Pnume deciden quiénes serán mujeres-madres y las llevan directamente a las guarderías. Allí yacen en la oscuridad y dan y dan a luz.

—¿Solas?

—Ellas y las otras madres.

—¿Y los padres?

—No se necesitan padres. En los Abrigos todo es seguro; no se precisa protección.

Reith empezó a barruntar una antigua sospecha.

—En la superficie —dijo— las cosas pasan de una forma bastante distinta.

Ella se inclinó hacia delante, y su rostro mostró una animación mayor de la que Reith había visto hasta entonces.

—Siempre me he preguntado acerca de la vida en el
ghaun
. ¿Quién elige a las mujeres-madres? ¿Dónde dan a luz?

Reith eludió la cuestión.

—Es una situación más bien complicada. Supongo que a su debido tiempo aprenderás algo sobre ello, si vives lo bastante. Incidentalmente, soy Adam Reith. ¿Cuál es tu nombre?

—¿«Nombre»?
[24]
Soy una hembra.

—Sí, pero, ¿cuál es tu nombre personal?

La muchacha se lo pensó.

—En los registros, las personas son listadas según el grupo, área y zona. Mi grupo es Zith, del Área de Athan, en la Zona de Paga; mi número de registro es el 210.

—Zith Athan Pagaz, 210. Zap 210. No es mucho como nombre. De todos modos, te va.

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