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Authors: Anónimo
No sé lo que dijo entonces; entre sus temblorosas manos tenía las blancas de la reina; estaba sentados amorosamente, pero el héroe Rudiguero no permitió al rey que demostrara su amor a Crimilda a solas.
Hicieron cesar los torneos; con honor terminaron aquellas hazañas. Los que habían acompañado a Etzel se dirigieron a las tiendas donde a todos se proporcionó alojamiento.
La noche estaba próxima y todos se entregaron al descanso hasta que se vio brillar la aurora. Entonces muchos héroes se dirigieron hacia sus caballos. ¡Oh! ¡cuántos juegos se verificaron en honor del rey!
El príncipe de los Hunos mandó preparar todo. Desde Tuina, fueron a la ciudad de Viena, donde hallaron a muchas señoras con vistosos trajes. Ellas recibieron con grandes honores a la esposa del rey Etzel.
Todo lo que pudiera desear estaba allí preparado para su uso. Muchos héroes manifestaban su contento lanzando alegres gritos. Se alojaron y dieron principio las bodas del rey con la mayor satisfacción.
No todos pudieron alojarse en la ciudad; a los que no eran extranjeros suplicó Rudiguero que se alojaran en los lugares vecinos. Pienso que el rey se veía siempre al lado de Crimilda.
Dietrich, el héroe, y muchos otros guerreros estaban sumamente ocupados para distraer a sus huéspedes; Rudiguero y sus amigos se entretenían en alegres juegos.
El día de Pascua se celebró la boda del rey Etzel con Crimilda en la ciudad de Viena. Pienso que con su primer marido no había tenido a su servicio tantos hombres.
Por sus regalos se dio a conocer con aquellos que no habían podido verla. Muchos de entre ellos dijeron a los extranjeros:
—Nosotros creíamos que Crimilda carecía de bienes y con sus regalos nos hacer ver grandes maravillas.
Las bodas duraron siete días. Creo que las de ningún rey fueron tan ricas y magníficas o a lo menos lo ignoro; todos los que estaban allí tenían vestidos nuevos.
Ella no tuvo nunca en el Niderland tantos guerreros; también pensó que Sigfrido, con sus cuantiosas riquezas, no tuvo a su servicio tantos nobles guerreros como veía junto a Etzel.
Nunca hubo un rey que en sus bodas diera tan ricos mantos, grandes, fuertes y vistosos, ni tan buenos vestidos como fueron dados por orden de Crimilda a todos los que los querían.
Sus amigos y los extranjeros fueron tan generosos que no economizaron sus bienes: lo que cada cual quería le era dado; más de un héroe se despojó con gusto hasta de su vestido.
Crimilda pensó en el tiempo en que al lado de su noble esposo estaba en el Rhin: las lágrimas humedecieron sus ojos, pero las secó para que nadie pudiera verlas. En compensación de sus pasados dolores recibía grandes honores.
Por grande que fuera la generosidad de cada uno, no lo era tanto como la de Dietrich: él regaló todo lo que le había dado el hijo de Botelungo. También hizo maravillas la mano del opulento Rudiguero.
El príncipe Blodel del Ungerland hizo obsequios con la plata y el oro contenido en muchos cofres que mandó vaciar. Los héroes de aquel rey pasaban la vida en grande alegría.
Los músicos del rey Werbel y Schwemmel ganaron cada uno (según pienso) más de mil marcos en aquella boda en la que la hermosa Crimilda ciñó la corona al lado de Etzel.
A la decimoctava mañana los héroes partieron de Viena. En los torneos quedaron rotos muchos escudos por las lanzas que blandían las guerreros. El fuerte Etzel se encaminó hacia el Huneland.
En Heinburgo la antigua, pasaron la noche. Nadie puede figurarse con cuanta ostentación caminaba aquella tropa a través del país. ¡Oh! ¡cuántas hermosas mujeres iban a encontrar en su patria!
En Misenburg la rica se embarcaron. El río en toda la distancia a que alcanzaba la vista se veía cubierto de hombres y caballos de modo que parecía la tierra. Las cansadas mujeres pudieron reposar allí.
Amarraron juntos muchos buenos bajeles de modo que todos estuvieran libres de las olas y de las corrientes: encima se armaron cómodas tiendas y estaban lo mismo que si se hubieran hallado en una campiña.
Estas noticias llegaron a la ciudad de Etzel y los hombres y las mujeres se alegraron. El acompañamiento que en otro tiempo sirvió a Helke, país después felices días al lado de Crimilda.
Allí estaba muchas nobles vírgenes que después de la muerte de Helke no habían sentido el corazón alegre. Siete hijas de reyes encontró allí Crimilda, cuya belleza era gala del país de Etzel.
Dirigía aquel acompañamiento la joven Herrat, sobrina de Helke, rica en virtudes, esposa de Dietrich y descendiente de un noble rey, pues era la hija de Nentvveino; más adelante recibió grandes honores.
Con la llegada de los extranjeros experimentó grande alegría; grandes preparativos se habían hecho para recibirlos. ¿Quién podrá decir la vida que después llevó Etzel? Los Hunos no habían vivido tan bien en tiempo de la otra reina.
Cuando el príncipe con su esposa abandonaron la orilla, dijéronle los nombres de aquellos nobles, a los que saludó con afecto. ¡Con cuánta dignidad ocupó el puesto de Helke!
Todos le ofrecían sus leales servicios. La reina distribuyó oro y vestidos, plata y piedras preciosas; dio todo lo que había llevado al Huneland desde su país.
Por esto desde entonces, todos los parientes del rey y sus guerreros les estuvieron sometidos de tal modo que Helke no tuvo tanto poder como disfrutó Crimilda hasta su muerte.
Era tan alegre la vida en la corte y en todo el país, que en cualquier tiempo se hallaban diversiones con arreglo al gusto de cada cual; esto era resultado de la generosidad del rey y de la bondad de la reina.
Vivieron siete años en la más perfecta armonía y completo honor: en este tiempo la reina dio a luz un hijo y nunca fue tan grande la alegría de Etzel
No dejó de suplicar en mucho tiempo hasta que el hijo del rey Etzel recibió el bautismo, según la costumbre cristiana; pusiéronle por nombre Ortlieb. Grande fue la alegría en el país de Etzel.
Todas las virtudes que en otro tiempo practicaba la señora Helke, se afanaba Crimilda por renovarlas cada día con más empeño. Herrat, la noble joven, le hacía conocer las costumbres, pero en su interior sentía mucho la falta de Helke.
Lo mismo los del país de los extranjeros, la conocían muy bien y sostenían que nunca hubo rey que tuviera esposa más dulce: esto lo tenían por cierto. Las alabanzas de los Hunos no le faltaron durante trece años.
Había advertido que nadie contrariaba sus deseos, como hacen con las reinas los guerreros de los príncipes y diariamente veía ante ella doce reyes. Ella comenzó a pensar en las ofensas recibidas en otro tiempo.
Pensó también en los honores que le tributaban en el país de los Nibelungos, donde era tan poderosa antes que la mano de Hagen, con la muerte de Sigfrido la despojara de ellos, y buscaba medio de hacerle sufrir la pena de su crimen.
«Lo conseguiría si pudiera atraerlo a este país». Soñó que su hermano Geiselher la llevaba de la mano en el reino de Etzel: en su dulce sueño lo abrazaba muchas veces: grandes penas experimentó más adelante.
El maligno demonio pienso fue el que hizo que Crimilda se separara amistosamente del rey Gunter y lo besara al partir del Burgundenland. Con frecuencia ardientes lágrimas mojaban sus vestiduras.
A toda hora esta idea torturaba su corazón; de qué modo habían podido influir para que ella virtuosa cristiana se hubiera casado con un pagano: esta desgracia la habían procurado Hagen y el señor Gunter.
Este deseo no la abandonaba nunca y pensaba: «Soy tan poderosa y tan rica que podría hacer aniquilar a mis enemigos; con gusto me vengaría de Hagen de Troneja.
»Al recordar a mi bien amado se acongoja el alma mía: si estuviera al lado de aquellos que me han causado tantos pesares, les haría pagar cara la muerte de mi esposo. Con pena aguardo todavía», así decía aquel corazón dolorido.
Crimilda era amada por todos los guerreros del rey; así debían hacerlo. Eckewart era su camarero y nadie podía resistir a la voluntad de Crimilda.
Así pensaba diariamente: «Quiero inducir al rey a que se me permita invitar con buen deseo a mis amigos para que vengan al Huneland». Nadie suponía mala intención en la reina.
Una noche en que la señora Crimilda reposaba al lado del rey, teniéndole entre sus brazos según acostumbraba, pues amaba con ternura a la noble mujer, la altiva viuda comenzó a pensar en sus enemigos. Así dijo al rey:
—Querido señor mío, quisiera rogaros si puede ser con humildad, y si tal favor merezco, que me hagáis ver si en realidad queréis a mis amigos.
El poderoso rey le contestó con gran lealtad:
—Accedo a lo que queréis; de todo lo que a esos héroes acontezca, honroso y bueno, me siento contento, porque nunca por el amor de una esposa me conquisté tantos amigos.
—Muy bien habéis dicho —replicó la reina—, tengo elevados parientes: por esto me entristece que tan raras sean sus visitas a este país; oigo que toda la gente me llama desterrada.
—Muy querida esposa mía —dijo el rey Etzel—, si el viaje no les pareciera demasiado largo, los invitaría con gusto a que vinieran a mi reino.
Grande fue su alegría al observar que su voluntad se iba a cumplir. Ella le dijo:
—Si queréis depositar en mí vuestra confianza, querido señor enviad mensajeros a Worms sobre el Rhin y haré saber a mis amigos mis deseos
y
anhelos: vendrán a este país muchos guerreros nobles
y
buenos.
—Cuan*o mandéis será hecho —le respondió—, vos no deseáis ver a vuestros parientes los nobles hijos de Uta tanto como yo; para mí es un dolor que permanezcan alejados tanto tiempo.
»Si esto os agrada, querida esposa mía —añadió—, enviaré por mensajeros a vuestros amigos en el Burgundenland a mis músicos.
Los buenos músicos fueron llamados inmediatamente. Los jóvenes acudieron en seguida a donde estaba el rey al lado de la reina. Les dijo que habían de ir como mensajeros al Burgundenland y les hizo preparar magníficos vestidos.
Para veinticuatro guerreros se prepararon trajes y el rey les explicó en seguida lo que tenían que decir a Gunter y a los que le acompañaban. La señora Crimilda les habló también en secreto. El rico rey Ies dijo:
—Voy a manifestaros lo que tenéis que hacer: presento a mis amigos todos mis cumplimientos y Ies ruego que vengan a mi país. No he conocido huéspedes que puedan serme tan queridos.
»Y si los parientes del esposo de Crimilda no se niegan, que vengan también a la fiesta de mi corte, que de la felicidad de mi esposa tengo una parte.
Así le contestó el músico, atrevido Schwemmel:
—¿Cuándo se verificará la fiesta en esta corte? Esto es menester que se lo digamos a vuestros amigos del Rhin.
—En los días con que media el estío —contestó el rey.
—Haremos lo que nos mandáis —dijo Werbel. Crimilda hizo que los mensajeros fueran a su cámara y les habló en secreto. A causa de esto perecieron muchos guerreros. Ella dijo a los mensajeros:
—Grandes bienes podéis adquirir si hacéis mi voluntad y si decís en mi país lo que yo os encargue. Yo os daré muchas riquezas y magníficos vestidos.
»A ninguno de mis amigos que veáis en Worms sobre el Rhin, le diréis que habéis advertido mi humor sombrío, y ofreceréis mis servicios a aquellos héroes fuertes y buenos.
»Rogadlcs que accedan a lo que mi esposo quiere y que calmen mi pesar, pues aquí creen los Hunos que no tengo amigos. Si fuese caballero, yo misma iría al Rhin.
»Y decid a Gernot, mi noble hermano, que nadie en la tierra me es tan querido; rogadle que venga a este país con sus más fuertes amigos; esto me hará honor.
»Decid también a Geiselher que piense en que por su causa nunca experimenté aflicción ninguna; a él lo verán con gusto en este país los ojos míos, porque lo quiero con toda mi vida y me ha prestado buenos servicios.
»Decid también a mi madre con cuanto honor vivo aquí; y si Hagen de Troneja se negara a hacer el viaje, ¿quién podría indicarle el camino de este país? Desde su infancia conoce el país de los Hunos.
Los mensajeros no sabían el motivo porque no podían dejar en las orillas del Rhin a Hagen de Troneja. Por esto fue grande su pesar; con él vinieron a una horrible muerte muchos guerreros.
Les dieron carta de mensaje cerrada; llevaban muchos bienes y podían vivir con opulencia. Los despidieron Etzel y su bella esposa y partieron con muchos suntuosos trajes.
Cuando Etzel hubo enviado sus mensajeros al Rhin, la noticia se supo de país en país: con rápidos correos rogó y mandó que vinieran a su fiesta; en ella muchos recibieron la muerte.
Los mensajeros al abandonar el Huneland se dirigieron hacia los Borgoñones para invitar a los tres nobles reyes y a sus fuertes guerreros a que fueran al lado de Etzel; muchos se apresuraron.
Caminando llegaron a Bechlaren, donde fueron muy bien recibidos. Rudiguero y Gotelinda no dejaron de ofrecer sus servicios a los del Rhin, y lo mismo hizo la hija del margrave.
No dejaron ir a los emisarios sin regalos para que pudieran cumplir mejor lo que Etzel les mandara. Rudiguero rogó que dijeran a Uta y a sus hijos que ningún margrave los quería tanto como él.
Ellos también enviaron a Brunequilda ofrecimientos de su afección, y de sus bienes, su cariño y su fidelidad sin fin. Después de estos encargos los mensajeros se dispusieron a partir; Gotelinda la noble margrave pidió a Dios que los condujera con bien.
Antes que los emisarios llegaran al Baierland, Werbel el atrevido fue a ver al buen obispo; lo que él le encargó dijeran a sus amigos del Rhin no lo he podido saber: sólo sé que hizo presentes a los mensajeros. Después los dejó marchar.
—Grande sería mi felicidad —dijo el obispo Pilguerin—, si pudiera ver aquí a mis sobrinos; yo casi no puedo ir hasta el Rhin.
Los caminos que siguieron para llegar hasta el país del Rhin ni lo puedo decir. Nadie se atrevió a quitarles su dinero ni sus vestidos temiendo la cólera de Etzel; grande era el poderío de aquel altivo rey circundado de gloria.
En doce días llegaron al Rhin en la ciudad de Worms, Werbel, y Schwemmel. Hicieron saber al rey y a sus guerreros que se acercaban emisarios desconocidos; Gunter comenzó a preguntar. Así dijo el jefe del Rhin:
—¿Quién nos hará saber de dónde viene a nuestro país esos extranjeros?