El cantar de los Nibelungos (19 page)

BOOK: El cantar de los Nibelungos
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—El Dios del cielo no lo quiera —replicó la buena esposa—, querida madre, nunca abandonaré a mi esposo; es menester que lo lleve conmigo.

La viuda dolorida lo hizo sacar de la tumba, y poco después sus nobles restos fueron enterrados en Lorsche con grandes honores, cerca del convento. El héroe reposó allí en gran ataúd.

Al tiempo en que Crimilda iba a partir, para reunirse con su madre, tuvo que detenerse a causa de unas noticias que desde muy lejos llegaron hasta el Rhin.

CANTO XX De cómo el rey Etzel buscó a Crimilda

Por aquel tiempo murió la señora Helkc y el rey Etzel buscaba otra esposa. Sus amigos caminaron hacia el país de Borgoña, donde había una altanera viuda que se llamaba la señora Crimilda.

Cuando murió la hermosa Helke, la reina, dijeron:

—Si queréis conseguir una noble esposa, de elevado nacimiento, hay una princesa cuyo nombre es Crimilda: el fuerte Sigfrido fue su esposo.

—¿Cómo podrá ser eso? —contestó el poderoso rey—. Yo soy un pagano, un hombre poco estimado. La que me citáis es cristiana y no querrá casarse conmigo. Sería un milagro que esa alianza pudiera celebrarse alguna vez.

Los fogosos guerreros respondieron:

—Tal vez consienta ella, a causa de vuestra elevada posición y de vuestros cuantiosos bienes. Es menester conseguir el éxito cerca de esta noble viuda: mucho podréis amarla, por su extraordinaria belleza.

—¿Quién de los que hay aquí conoce a la gente y el país del Rhin? —contestó el noble rey.

Así dijo el buen Rudiguero de Bechlaren:

—Desde niño conozco a sus altos y poderosos reyes.

»Gunter y Gernot esos buenos y nobles caballeros; el tercero se llama Geiselher; cada uno de ellos es a cual más virtuoso y honrado y todos sus antepasados han sido lo mismo.

A su vez preguntó Etzel:

—Amigos, decidme ¿podré yo ceñirme la corona de aquel país? Si su belleza es tan grande como dicen, mis amigos no sentirán pena por ello.

»Ella se parece por su hermosura a mi esposa Helke, la rica: en la tierra no puede haber una reina más hermosa: en verdad que al que escoja para amigo, vivirá con el alma exenta de cuidados.

»Si me quieres —añadió—, Rudiguero, pídela para mí en matrimonio y si alguna vez Crimilda comparte el lecho conmigo, te recompensaré de la mejor manera, pues tú habrás procurado el logro de mis deseos.

»Te haré dar de mi tesoro lo bastante para que tú y tus compañeros viváis contentos: caballos, vestidos y todo lo que tú quieras. Esto haré preparar abundantemente para los mensajeros.

Así contestó el margrave, el rico Rudiguero:

—Si yo te sirviera por tus riquezas, no sería digno de alabanza. Yo seré tu mensajero en las orillas del Rhin, costeándome con los bienes míos, que he recibido de tus manos.

—¿Cuándo os dirigiréis hacia esa mujer digna de ser amada? —dijo el rico rey—. Quiera Dios conservaros en completo honor durante el viaje, así como también a mi esposa; y ojalá me sea concedido este favor por su bondad.

—Antes que salgamos de este país —contestó Rudiguero— es necesario preparar armas y vestidos: quiero llevar al Rhin quinientos héroes escogidos.

»Para que cuando los Borgoñones me vean a mí y a los míos, puedan decir todos: no ha habido un rey que desde tan gran distancia haya traído al Rhin hombres como los que contigo vienen.

»Y si tú noble rey, no abandonas el proyecto, porque en otro tiempo haya estado sometida a Sigfrido, el hijo de Sigemundo que has visto aquí; pueden en verdad reconocerle grande gloria y honor.

—Si ella ha sido la esposa del noble héroe que me has nombrado —contestó el rey Etzel—, digno era de afección el escogido del príncipe y no por esto desdeñaré a la reina. Por su extraordinaria belleza agrada ya mucho mi alma.

—Quiero hacerte saber —replicó el margrave— que partiremos de aquí dentro de veinticuatro días. Haré saber a Gotelinda, mi esposa amada, que soy el mensajero de Crimilda.

Rudiguero envió un emisario a su esposa que estaba en Bechlaren, para decirle que iba a pedir una reina para el rey: ella se acordó tiernamente de la buena Helke.

Cuando la margrave supo la noticia, sintió pesar, pues no sabía cómo sería su nueva señora. Pensando en Helke sentía grande aflicción.

A los siete días Rudiguero salió del Huneland, el rey Etzel estaba sumamente alegre. Hizo preparar los trajes en la ciudad de Viena, no quería que el viaje se difiriera más tiempo.

En Bechlaren lo esperaba su esposa Gotelinda con la joven margravita, hija de Rudiguero, la una para ver a su padre, la otra para ver a su esposo. Allí, con alegre impaciencia, estaban también hermosas mujeres.

Antes que el noble Rudiguero saliera de la ciudad de Viena para Bechlaren, estaban preparados los vestidos y puestos en las bestias de carga. Había muchos y no dejaron ninguno.

Cuando llegaron a Bechlaren, ofreció en la ciudad alojamiento a sus compañeros de viaje, como amistoso huésped, y les procuró todas las comodidades. Gotelinda la rica experimentó grande alegría al ver llegar al jefe.

Lo mismo sucedió a su amada hija, la joven margrave; nunca la llegada de su padre podía ser más agradable. ¡Con cuánta alegría veía llegar a los héroes del Huneland! Con alegre sonrisa Ies dijo la noble joven:

—Seáis bienvenido, padre mío, con todos los que os acompañan.

Muchos hombres valientes dieron las gracias a porfía a la joven margrave. La señora Gotelinda conocía los cuidados del noble Rudiguero.

Por la noche, cuando se acostó al lado de Rudiguero, la margrave con afectuoso acento le preguntó a dónde lo había enviado el príncipe de los Hunos.

—Mi esposa Gotelinda —le dijo— os lo haré conocer.

»Voy a pedir para mi señor otra esposa porque ha muerto la hermosa Helke. Viajo hacia el Rhin donde está Crimilda, que será la elevada a reina de los Hunos.

—Quiera Dios —dijo Gotelinda—, que sea así, por cuanto grandes cosas oímos contar de ella; tal vez en remotos días nos consuele de la pérdida de Helke; bien podemos dejarle ceñir la corona de los Hunos.

—Querida esposa mía —le contestó el margrave Rudiguero—, a los que viajan conmigo hacia el Rhin es menester ofrecerles amistosamente de nuestros bienes; cuando los héroes están ricos, sienten su espíritu elevado.

—No habrá uno de los que contigo han venido —contestó ella—, al que no dé lo que mejor quiera antes de que marches tú y los que te acompañan.

En seguida dijo el margrave:

—Será para mí una grande alegría.

¡Oh! ¡cuántas ricas telas sacaron de sus cámaras! Dieron a los nobles guerreros cantidad bastante de tela para vestirse desde la cabeza a las espuelas; lo que les agradaba, Rudiguero lo escogía para ellos.

A la séptima mañana salieron de Bechlaren el jefe con sus guerreros. Ellos llevaban abundantes trajes y armas a través del Baierland. En los caminos no fueron atacados por los bandidos.

Después de doce días llegaron al Rhin. El conocimiento de esta noticia no podía ser secreto: al rey y a los suyos hicieron saber que habían llegado extranjeros

El príncipe preguntó:

—¿Hay aquí alguien que los conozca? debe decírmelo.

Veían a las bestias de carga llevar pesados fardos; por esto conocían que eran ricos guerreros. En la ciudad prepararon para ellos buenos alojamientos.

Cuando los extranjeros entraron en la población miraron atentamente a los jefes. Ellos se preguntaban de donde habrían venido al Rhin. El príncipe preguntó a Hagen de donde habrían llegado aquellos guerreros. El héroe de Troneja le respondió:

—Todavía no los he visto; cuando los haya examinado, puedo afirmar que de muy lejos deben venir, sin importar de donde, para que yo no los conozca.

Los huéspedes habían ocupado sus alojamientos. El mensajero llevando rico traje se adelanta con los que le acompañan hacia la corte. Llevaban buenos vestidos, perfectamente cortados.

—Si no estoy engañado —dijo Hagen el atrevido—, pues hace mucho tiempo que no he visto a estos señores, por su aspecto me parecen Rudiguero el de Huneland, ese guerrero fuerte y distinguido.

—¿Cómo es que el de Bechlaren ha venido a este país? —exclamó el rey. Acababa de pronunciar estas palabras el rey Gunter, cuando el fuerte Hagen vio al buen Rudiguero.

Él y sus amigos salieron a su encuentro: se apearon de sus caballos quinientos guerreros atrevidos. Muy bien recibidos fueron los del Huneland; nunca los mensajeros habían llevado tan buenos vestidos. Hagen de Troneja exclamó en voz alta:

—Sed bienvenidos guerreros, príncipe de Bechlaren y todo su acompañamiento.

Los atrevidos Hunos fueron recibidos, con grandes honores. Los más próximos parientes del rey se aproximaron; Ortewein de Metz dijo a Rudiguero:

—Hace mucho tiempo que no hemos tenido huéspedes que nos agraden tanto, os lo digo con eterna sinceridad.

Ellos dieron las gracias al guerrero por su saludo. Después fueron con su acompañamiento al salón donde estaba el rey con muchos hombres valientes. Se levantó de su asiento haciéndolo con gran cortesía.

Con gran cariño se adelantó hacia el mensajero y todos sus héroes. Gernot recibió con honor al extranjero y a los que le acompañaban. El rey cogió la mano al buen Rudiguero.

Lo llevó hasta el asiento que él ocupaba. Hizo dar a los huéspedes (y lo hacía con buena voluntad) rico hidromel y el mejor vino que podía encontrarse en el país del Rhin.

Geiselher y Gere habían llegado también con Dankwart y Volker, que supieron pronto la llegada de los extranjeros. Estaban muy contentos; ellos saludaron delante del rey a los caballeros nobles y buenos. Hagen de Troneja dijo a Gunter, su señor:

—Vuestros fieles deben hacer conocer por sus servicios la deferencia que nos hace el margrave; es menester que reciba recompensa el esposo de la bella Gotelinda.

—No quiero retardarlo —respondió el rey Gunter—, dime cómo se encuentra Etzel y su esposa Helke en el Huneland.

—Os lo haré saber con gusto —respondió el margrave. Se levantó de su asiento e hicieron lo mismo los que le acompañaban. Dijo al rey—. Por cuanto me permites darte las noticias, no quiero tardar; el rey Etzel me envía al país de Borgoña.

—Cualquiera que sea la noticia que me traigáis —respondió Gunter—, hacédmela saber sin pedir permiso a mis amigos. Dímela a mí y a mis guerreros: aquí puedes pretender todos los honores.

El elevado mensajero dijo:

—Mi gran rey ofrece sus servicios al del Rhin, así como también a todos los amigos que lo acompañan; este mensaje lo cumplo con grandísima satisfacción.

»El noble rey os hace saber su desgracia: su pueblo no tiene alegría, mi señora ha muerto, Helke la rica, la esposa de mi señor: con esto ha quedado en gran orfandad muchos jóvenes, nobles, hijos de príncipe, que ella educaba. Por esto el país se encuentra en grande aflicción; ellos no tiene a nadie que los cuide con ternura. También pienso que el pesar del rey se desvanecerá lentamente.

—Que Dios lo recompense —dijo Gunter—, por el ofrecimiento que de sus servicios me hace a mí y a mis amigos. Grande es mi alegría por su saludo, cuando volváis llevaréis los míos.

—El mundo —dijo el noble Gernot de Borgoña—, debe llorar la muerte de la hermosa Helke, por las muchas elevadas virtudes que practicaba.

Hagen y muchos otros guerreros dijeron lo mismo. A su vez dijo Rudiguero, el noble y elevado emisario:

—Si me lo permitía, señor rey, diré lo que me ha encargado deciros mi querido señor que vive con gran pena por la muerte de la reina Helke.

»Ha dicho a mi señor que Crimilda está sin esposo porque murió Sigfrido; si lo que dicen es verdad y vos lo consentís, ella ceñirá la corona ante los guerreros de Etzel; esto me encargó mi señor que te dijera.

El rey Gunter respondió con gran benevolencia:

—Ella colmará mis deseos si acepta. Yo os lo haré saber dentro de tres días; pues si ella no se niega, no puedo rehusarlo por mí a Etzel.

Entretanto proporcionaron a los extranjeros todas las comodidades. Fueron tan bien tratados, que Rudiguero comprendió que tenían buenos amigos entre la gente del rey Gunter. Con gusto los servía Hagen, como en otro tiempo al señor Etzel.

Allí permaneció Rudiguero hasta el tercer día. El principe convocó su consejo e hizo muy bien; preguntó a sus amigos si les parecía bien que Crimilda tomara por esposo al señor Etzel.

Todos se lo aconsejaron menos Hagen. Aquel fuerte guerrero dijo al rey Gunter:

—Si tenéis sano juicio no hagáis tal cosa, aunque ella quiera no consintáis jamás.

—¿Por qué no he de consentir? —preguntó Gunter—. Con mucho gusto concederé a la reina todo lo que me pida, porque es mi hermana. Nosotros no debemos anticiparnos a todo lo que sea para su honor.

—Desechad ese propósito —replicó Hagen—. Si conocierais a Etzel como yo, experimentaríais no sin motivo muchos cuidados y penas, en el caso de que ella se uniera a él según se pretende.

—¿Por qué? —preguntó Gunter—, puedo muy bien no unirme a él y no experimentar su cólera aunque se haga su esposo.

—-Jamás os daré tal consejo —replicó en seguida Hagen.

Hicieron buscar a Gernot y a Geiselher para preguntar a los dos si les parecía bien que la señora Crimilda tomara por esposo al elevado rey. Hagen volvió a negarlo, pero ninguno más. Así dijo Geiselher el héroe de los Borgoñones:

—Ahora podéis manifestar alguna lealtad, amigo Hagen: resarcirla ahora de los males que le habéis causado. Deja de negar lo que puede ser un bien para ella.

»Ya habéis causado a mi hermana grandes penas —Geiselher añadió aún—. Si os odia, no es sin motivo; nadie ha quitado a una mujer tanta felicidad.

—Quiero haceros comprender lo que no veis. Si se hace esposa de Etzel y sigue viviendo en su país, nos hará experimentar grandes pesares. Allí tendrá a su servicio muchos hombres valientes.

El fuerte Gernot respondió a Hagen:

—Puede muy bien suceder que antes de la muerte de los dos, no visitemos el país de Etzel. Les seremos fieles y con ello conseguiremos su honor.

—Nadie me responderá de eso —replicó Hagen al momento—. Digo que si la noble Crimilda ciñe la corona de Helke, no sé como será, pero sucederá una desgracia.

Entonces dijo con cólera Geiselher, el arrogante hijo de Uta:

—Nosotros no obraremos todos traidoramente. Debemos estar contentos del honor que nos hacen. Por más que digáis, Hagen, siempre la serviré fielmente.

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