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Authors: Anónimo
Cuando Hagen escuchó estas palabras, se irritó. Geiselher y Gernot, los elevados y nobles caballeros y Gunter el rico, acordaron que si Crimilda quería, consentirían en el matrimonio sin ninguna mala intención. El margrave Gere dijo entonces:
—Le preguntaré si quiere complacer al rey Etzel. Le haré saber que muchos guerreros le estarán sometidos con respeto, y que él puede resarcirla de todas las penas que ha sufrido.
El distinguido héroe fue a donde estaba Crimilda. Ella lo recibió cariñosamente; en seguida le dijo:
—Bien podéis saludarme y concederme la recompensa de los mensajeros: un gran placer viene a sacaros de vuestra desgracia.
»Por vuestro amor, señor, un rey poderoso entre todos los que con honor han ceñido la corona, envía nobles guerreros para pediros en matrimonio: esto es lo que vuestros hermanos os hacen saber.
Así contestó la rica en pesares:
—Líbreos Dios a vos y a todos mis amigos de gastar esas burlas con una pobre viuda: ;qué puedo yo ser para un hombre que merece el elevado amor de una buena mujer?
Añadió muchas otras objeciones. Llegaron en seguida su hermano Gernot y el joven Geiselher. Le suplicaron amorosamente y calmaron su espíritu diciéndole que si aceptaba al rey sería un bien para ella.
Por más que hicieron no pudieron lograr que la reina concediera su amor a otro hombre en la tierra. Y le dijeron a los héroes:
—Ya que no hacéis más, recibid al menos con calma a los mensajeros.
—No me negaré a ello —respondió la elevada señora—. Recibiré con agrado al buen Rudiguero por sus elevadas virtudes, pero no recibiré a ningún mensajero más, cualquiera que venga —y añadió—: Decid al héroe que mañana por la mañana venga a mi cámara. Quiero que me escuche, y yo misma le daré a conocer mi decisión. —Después rompió a llorar con gran aflicción.
Lo que más deseaba el noble Rudiguero era ver a la distinguida reina. Se tenía por hábil; si la cosa era posible el guerrero contaba decidirla en su favor.
A la mañana siguiente muy temprano, en tanto que cantaba la misa, llegó el noble mensajero; la multitud se apiñaba. Allí con Rudiguero para acompañarlo a la corte, se veían muchos guerreros magníficamente vestidos.
La pobre Crimilda, con el espíritu triste, esperaba a Rudiguero el noble emisario. La halló con el vestido que se ponía todos los días, pero sus doncellas tenían magníficos trajes.
Salió a su encuentro hasta la puerta y recibió con cariño a los guerreros de Etzel. Se adelantó el duodécimo y le hicieron cordiales ofrecimientos. ¿Cuándo se había recibido a más noble mensajero?
Hicieron sentar al héroe y a su gente. Los dos margraves Eckewart y Gere, los nobles y buenos caballeros estaban de pie ante ella. La presencia de la señora de la casa no dejó de imponer a ninguno.
Veían sentadas allí muchas hermosas mujeres. La elevada señora Crimilda era todo dolor. Su traje, que le cubría hasta el cuello, estaba humedecido con las lágrimas ardientes. Bien vio el noble margrave su grande aflicción. El distinguido emisario dijo:
—Muy noble hija de reyes, a mí y a los que han venido conmigo permítenos que expongamos la misión, causa de vuestro viaje.
—Yo os permito —contestó la reina— que digáis vuestro mensaje; os escucho con mi alma, pues sois un buen emisario.
Los demás sabían que ella no estaba dispuesta a ceder. Así dijo el margrave Rudiguero de Bechlaren:
—Inspirado por el más profundo amor, señora, Etzel, el elevado rey, nos envía a este país: ha enviado para que soliciten vuestro amor a muchos buenos guerreros.
»Os ofrece un tierno amor sin mezcla de pena; promete ser siempre amante como lo fue con Helke que tanto le llenaba el corazón: el llevar solo la corona lo ha entristecido mucho.
Así le respondió la reina:
—Margrave Rudiguero, cualquiera que conociese mi cruel aflicción no me incitaría ciertamente a amar a otro hombre; yo he perdido un esposo como jamás lo tuvo mujer alguna.
—¿Qué puede consolar vuestro dolor —replicó el fuerte guerrero—, sino un rierno amor? Uno puede escoger y entregarse al que llenó nuestro corazón. Para desechar tanta pena de vuestra alma nada os sería tan conveniente.
»Y si consentís en amar a mi noble señor, tendréis bajo vuestro dominio doce ricas coronas. Además el señor de mi país añadirá treinta principados, que conquistó con la fuerza de su brazo.
»Llegaréis a ser la soberana de muchos hombres altivos que estaban sometidos a mi señora Helke y de muchas hermosas jóvenes descendientes de reyes que tenía a su servicio. —Así dijo el elevado héroe:
—Si accedéis a llevar la corona con el rey, tengo encargo de deciros que mi señor añadirá aún la autoridad soberana que disfrutaba Helke: todos los hombres de Etzel estarán bajo vuestro dominio.
—¿Cómo podré —contestó la reina— llevar a mi alma el deseo de ser la esposa de un héroe? A mí me ha herido la muerte con un pesar tan amargo, que tendré que sufrir hasta mi fin.
—Muy rica reina —replicaron en seguida los Hunos—, la vida que lleváis al lado de Etzel te será tan cómoda, que si nuestros deseos se realizan, vuestra dicha será completa; muchos fuertes guerreros tiene el rey a su disposición.
»Las jóvenes de Helke y vuestras vírgenes formarán un solo acompañamiento que alegrará el alma de muchos guerreros. Seguid nuestro consejo, señora, y será un bien para vos.
Ella respondió con noble acento:
—Dejad ahora esos razonamientos hasta mañana temprano; venid entonces a mí y os responderé la cuestión que os preocupa.
Los fuertes héroes tuvieron que hacer lo que decía. Cuando volvieron a sus alojamientos, la noble señora hizo llamar a Geiselher y a su madre; a los dos dijo que ella debía llorar y nada más. Así respondió su hermano Geiselher:
—Hermana mía, me han hecho saber que el rey Etzel podría consolarte de tus dolores y de tus penas, si lo tomas por esposo: cualquier cosa que puedan aconsejarte, me parece que debías acceder a ella.
»Él podría en verdad consolarte —añadió Geiselher—. Del Rotten hasta el Rhin, de el Elba hasta el mar, no hay un rey que sea tan poderoso. Tú debes alegrarte mucho de que te escoja por reina.
—Querido hermano —contestó ella—, ¿cómo me aconsejas eso? Quejarme y llorar es lo que me conviene. ¿Cómo podría presentarme ante los guerreros en su corte? Si en otro tiempo fui bella, hace mucho que no lo soy.
La señora Uta dijo a su querida hija:
—Haz querida niña lo que tu hermano te aconseja. Sigue a sus amigos y serás feliz. Hace mucho tiempo que te veo sumida en profundo dolor.
Ella había rogado mucho al cielo que aún fuera feliz: que pudiera distribuir oro, plata y vestidos como cuando vivía su esposo el altivo héroe, ella no vivió más felices días.
Así pensaba Crimilda: «¿Debo yo entregar mi cuerpo a un pagano? Soy una mujer cristiana y tendría que arrastrar siempre la vergüenza por todo el mundo; aunque me diera todas sus riquezas, no debo seguirle.»
En esto se afirmó. La noche hasta el día la señora la pasó en el lecho torturada por sus pensamientos. Sus brillantes ojos derramaron lágrimas hasta la mañana cuando fue a maitines.
A la hora de la misa llegaron los reyes; ellos tomaron de la mano a su hermana y le aconsejaron corresponder al amor del de Huneland. Ninguno de ellos halló mujer más contenta.
Hicieron venir a los emisarios de Etzel que deseaban partir del reino de Gunter con un sí o un no. Llegó a la corte Rudiguero: los guerreros le dijeron que les parecían buenas las disposiciones del noble príncipe, que se les hicieran saber para volver a su país que estaba muy distante. Rudiguero fue llevado a donde estaba Crimilda.
Comenzó el guerrero a suplicar a la noble reina con amorosas palabras, que le dijera lo que había de responder a Etzel el rey de su país. El héroe no halló en ella más que resistencia.
—No quiero conceder nunca mi amor a un hombre.
—Eso no es obrar rectamente —le respondió el margrave—, ¿cómo queréis dejar perder un cuerpo tan encantador? Podéis ser con honor la esposa de un excelente guerrero.
De nada sirvieron sus ruegos hasta que Rudiguero dijo a la reina que él podría vengarla de las grandes penas que había sufrido. Entonces comenzó a aliviar su dolor.
—Dejad vuestro llanto —dijo a la reina—, aunque tuvierais sólo entre los Hunos nada más que a mí, cualquiera que os ofenda tendrá mucho que sufrir.
Con esto comenzó a disminuir la aflicción de la señora y dijo:
—Juradme, Rudiguero, que cualquiera que sea el que me ofenda vos seréis el primero en vengar mi afrenta.
—Estoy dispuesto a hacerlo, señora —le respondió el margrave.
Con todos sus hombres juró aquello Rudiguero y le prometieron que los distinguidos guerreros del país de Etzel no le negarían nada que pudiera referirse a su honor: así lo juró Rudiguero extendiendo la mano.
La fiel esposa pensaba: «Si puedo hacerme con tantos amigos, dejaré que la gente diga de mí lo que quiera por mi desgracia. Nada me importa, podré vengar la muerte de mi amado esposo.»
Pensaba: «Ya que el señor Etzel tiene tantos guerreros, haré lo que quiera cuando los mande. Él tiene tantas riquezas que podrá darme mucho; nada me ha dejado de mis bienes el cruel Hagen.»
Así contestó a Rudiguero:
—Si no me hubieran dicho que es pagano yo hubiera accedido con gusto y lo hubiera tomado por esposo.
—No digáis eso, señora —replicó en seguida el margrave—. No es pagano por completo, estad segura; estaba medio convertido mi querido señor, cuando se volvió pagano: si lo amarais, señora, no se perdería la esperanza.
»Tiene tantos guerreros que son cristianos, que cerca del rey no sufriréis pesar ninguno; yo creo que el buen rey volverá a Dios si os hacéis su esposa.
Así dijeron a sus hermanos:
—Concédelo, hermana mía, y desecha la aflicción en que estás. —Le rogaron tanto tiempo, que al cabo dijo con tristeza delante de aquel héroe que sería de Etzel. Añadió Geiselher—: ¡Os seguiré, pobre reina! Os seguiré al Huneland tan pronto como tenga amigos que me acompañen a ese país.
Después la hermosa Crimilda dio su mano a los guerreros. El margrave dijo:
—Si entre los vuestros tenéis dos guerreros, yo tengo aquí muchos más; con éstos podremos conduciros con honor fuera del Rhin. No es menester que permanezcáis más tiempo entre los Borgoñones.
«Quinientos hombres tengo conmigo y además mis parientes; os servirán aquí y cuando estemos junto a Etzel harán lo mismo, yo obraré de igual manera cuando me lo advirtáis, para no caer en falta.
«Haced preparar vuestros caballos de viaje, nunca los consejos de Rudiguero os causarán pesar. Haced advertir a las vírgenes que deben ir con vos; durante el camino encontraremos muchos guerreros distinguidos.
Ella poseía aún ricos adornos por los que se había luchado en tiempo de Sigfrido y éstos podrían llevarlos con honor, durante el camino, muchas jóvenes. ¡Oh! ¡cuántas buenas sillas se prepararon para las hermosas mujeres!
Los ricos trajes que habían llevado en otro tiempo los prepararon para el viaje, pues les decían muchas cosas del rey; abriéronse entonces los cofres que hacía mucho tiempo tenían cerrados.
Muy ocupados estuvieron durante cinco días y medio sacando de sus envolturas lo que tenían guardado. Crimilda abrió su tesoro; quería hacer ricos a todos los que habían acompañado a Rudiguero.
Ella tenía todavía oro del país de los Nibelungos: era su intención distribuirlo entre los Hunos. Cien muías no hubieran bastado para transportarlos. Hagen supo todas las noticias que se referían a Crimilda.
—Por cuanto Crimilda no me ha de volver nunca a su favor —dijo—, es menester que aquí se quede el oro de Sigfrido. ¿Por qué he de dejar a mis enemigos tan grandes bienes? Yo sé muy bien lo que quiere hacer con ese tesoro.
»Si se lo lleva de aquí, creo que lo distribuirá en hacer crecer el odio en contra mía. Ellos no tiene caballos para llevárselo. Hagen quiere guardarlo, que se lo hagan saber a Crimilda.
Cuando a ella dieron esta noticia, experimentó amarga pena. También se lo dijeron a los tres reyes y quisieron oponerse. Como esto no sucediera, el noble Rudiguero dijo con grande alegría:
—Rica hija de reyes ¿por qué lloráis ese oro? Tan sometido os está el rey Etzel que si os ven sus ojos os dará tantas riquezas que jamás podréis gastarlas; así os lo garantizo, señora.
Le respondió la reina:
—Muy noble Rudiguero, nunca una hija de reyes ha tenido tantas riquezas como Hagen me ha quitado.
Su hermano Gernot se acercó a la cámara del tesoro. Con el permiso del rey introdujo la llave en la puerta. Distribuyó el rico tesoro de Crimilda que valdría treinta mil marcos o más y lo hizo aceptar a los extranjeros; Gunter aprobó lo hecho. Así dijo el de Bechlaren, esposo de Gotelinda:
—Aunque mi soberana Crimilda tuviera tantas riquezas como en otro tiempo le trajeron del país de los Nibelungos, ni mi mano ni la de la reina las tocara.
«Conservadla para vosotros, yo no las quiero. He traído de mi país bastantes bienes para no carecer de nada en el camino: tengo suficiente para hacer todos los gastos del viaje.
Ofrecieron a las vírgenes doce cofres llenos del mejor oro que pudo encontrarse de los antiguos tiempos, dándoles galas de mujeres que debían usar en el camino.
La cólera del furioso Hagen era muy fuerte. Ella tenía todavía mil marcos de oro de las ofrendas y las distribuyó por el alma de su querido esposo. Parecía a Rudiguero que obraba con gran bondad. La desgraciada reina dijo:
—¿Dónde están los amigos que por amor a mí quieren viajar en mi compañía hasta el país del rey Etzel? Que tomen de mi oro y compren caballos y vestidos.
—Todo el tiempo que he sido de vuestro acompañamiento os he servido con fidelidad —dijo el margrave Eckewart, y añadió el guerrero—: Lo mismo quiero hacer hasta el fin de mi vida.
»Quiero llevar también conmigo quinientos de mis hombres que os servirán con gran placer. La muerte sólo nos puede separar.
Crimilda dio las gracias al guerrero, se sentía conmovida. Hicieron acercar los caballos, querían abandonar el país. Muchas lágrimas vertieron sus amigos. Uta la rica y muchas hermosas jóvenes demostraron cuánto de corazón querían a Crimilda; cien hermosas vírgenes del país vestidas llevó consigo de la mejor manera. De sus brillantes ojos caían lágrimas; grande alegría debía experimentar más adelante en el país del rey Etzel.