El cantar de los Nibelungos (25 page)

BOOK: El cantar de los Nibelungos
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Cuando el capellán del rey vio que rompía la barca, le dijo a Hagen desde la otra orilla:

—Asesino sin fe ¿que ce he hecho yo desgraciado sacerdote para que me quieras ahogar?

Hagen le respondió en seguida:

—Déjate de esas palabras, yo siento por mi fe que hoy te hayas escapado de mis manos, no lo digo en broma.

—Por ello doy gracias a Dios —respondió el pobre sacerdote.

»Yo te temo muy poco, puedes estar seguro: sigue tu camino hacia los Hunos, yo me vuelvo al Rhin. Dios quiera que nunca volváis, esto lo deseo de corazón, pues casi me habéis quitado la vida.

Llevaba entre ellos un héroe Borgoñón de gran fuerza; se llamaba Volker: sus palabras eran siempre elocuentes y todo lo que hacía Hagen merecía su aprobación.

Sus caballos estaban preparados y las bestias de carga dispuestas; durante el viaje no habían tenido más disgusto que el del capellán del rey. Éste había de volver luego a pie hasta el Rhin.

CANTO XXVI De cómo Dankwart mató a Gelfrat

Cuando todos hubieron llegado a la otra orilla, el rey Gunter preguntó:

—¿Quién nos enseñará en este país el recto camino para que no nos perdamos?

—Déjame a mí ese cuidado —le respondió el fuerte Volker.

—Ahora tened cuidado —dijo Hagen— caballeros y escuderos: no separarse de los amigos, esto me parece bueno. Yo voy a haceros conocer una triste noticia; de los que vamos aquí ninguno volverá al país de Borgoña.

»Me han dicho dos mujeres de las aguas esta mañana temprano, que ninguno volvería. Esto es lo que os aconsejo: armaos, héroes, y estad con mucho cuidado: aquí tenemos fuertes enemigos y es menester avanzar a la defensiva.

«Esperaba probar la mentira de las extrañas mujeres de las aguas: me habían dicho que ni uno solo volvería sino el capellán; por esto traté de darle muerte.

Voló esta noticia de compañía en compañía. Más de un fuerte héroe tornóse sombrío, pues tenían cuidado por la terrible muerte que habían de recibir en aquel país; terrible desgracia tenía que ser aquélla.

El río lo habían pasado por cerca de Moeringen, donde el batelero de Else había perdido en combate la vida. Hagen dijo:

—Por cuanto yo me he conquistado enemigos en el camino, aquí estoy seguro que nos detendrán. Yo maté al barquero esta mañana temprano, sabedlo. Estemos prevenidos, y si Gelfrat y Else quieren atacar nuestro acompañamiento, les ocurrirán negras desgracias.

»Yo sé que son muy fuertes y que no esperarán mucho. Por esto haced que vuestros caballos vayan despacio para que nadie pueda pensar que huimos de esos señores.

—Quiero seguir ese consejo —contestó el joven Geiselher—. ¿Quién guiará nuestro acompañamiento por este país?

—Volker lo hará —le contestaron—, pues conoce los caminos y los atajos este hábil músico.

Antes que acabaran de decir esto, lo vieron armado. El músico se ajustó su yelmo; hermosos colores tenía su traje de batalla. En el extremo de su lanza fijó una banderola roja; después se halló con el rey en una horrible desgracia.

Había llegado hasta Gelfrat la noticia de la muerte del barquero; también lo había sabido Else el fuerte y ambos sentían un gran pesar. Convocaron a sus héroes y bien pronto estuvieron dispuestos.

Pasado poco tiempo, quiero contároslo, se vieron caminar hacia ellos terribles compañías, que habían realizado prodigios en crueles guerras: aproximadamente unos setecientos hombres o más rodearon a Gelfrat.

Cuando se dirigieron al encuentro de sus furiosos enemigos iban guiados por sus señores y querían atacar en seguida a los audaces extranjeros. Muchos de los amigos perecieron.

Hagen de Troneja lo arregló así (¿de qué modo un caballero hubiera podido defender mejor a sus amigos?). Por la noche el mismo hacía la guardia con sus hombres y su hermano Dankwart; todos lo hacían con gusto.

Había pasado el día sin alegría ninguna. Él temía peligros para sus amigos, y a cubierto de sus escudos caminaron por el Baierland: a poco tiempo los héroes fueron atacados.

Por ambos lados del camino y por detrás de donde se hallaban, escucharon pisadas de caballo; los enemigos avanzaban con rapidez. El fuerte Dankwart dijo:

—Aquí quieren atacarnos; ajusfaros los yelmos, seguid mi consejo.

Hicieron alto en el camino como convenía hacerlo; veían brillar en las tinieblas los bruñidos escudos. No quiso guardar silencio por más tiempo el señor Hagen:

—¿Quién nos persigue así en el camino? —A esto debía contestarle Gelfrat.

El margrave del Baierland le respondió:

—Buscamos a nuesrros enemigos y hemos corrido detrás de ellos. No sé quien ha matado a mi barquero, que era mi héroe distinguido; por esto siento gran pesar.

—¿Era vuestro el barquero? —le dijo Hagen de Troneja—. Él no quería pasarnos; toda la culpa es mía, yo maté al guerrero, pero me vi obligado, pues casi recibí de su mano una terrible muerte.

»Le ofrecí en recompensa oro y vestidos para que nos pasara a vuestro país, señor. Por esto se irritó tanto que me hirió con un fuerte remo: por esto se excitó mi furia.

»Saqué mi espada y me defendí de sus ataques, haciéndole una profunda herida; murió aquel hombre valiente, pero dispuesto estoy a compensar lo que se me exija por su pérdida.

Comenzaron a disputar unos y otros; los ánimos estaban agitados.

—Bien sabía —contestó Gelfrat— que si alguna vez pasaba por aquí Gunter, la mano de Hagen nos haría daño. Pero no se escapará con vida: de la muerte del barquero debe responder ese héroe.

Hagen y Gelfrat embrazaron las lanzas por debajo de los escudos con objeto de poder atravesar a su enemigo. Ambos deseaban la muerte del adversario. Dankwart y Else se lanzaron el uno contra el otro y probaron su valor; aquel fue un combate furioso.

¿Cuándo fuertes guerreros se han batido de mejor manera? De un fuerte golpe del brazo de Gelfrat, Hagen fue sacado del caballo. Las correas se rompieron y pudo saber lo que era un combate.

Desde lejos se escuchaba el ruido de las lanzas de sus hombres. Hagen, arrojado violentamente por tierra, se levantó sintiendo que su furor se redoblaba contra Gelfrat.

No he podido saber quién tenía sus caballos. Hagen y Gelfrat se veían allí de pie sobre la arena: Se arrojaron el uno sobre el otro. Los compañeros se mezclaron en una horrible lucha.

Tan grande fue la rabia de Hagen al acometer a Gelfrat, que el noble margrave perdió una parte de su escudo: saltaban chispas y el vasallo del rey Gunter estuvo próximo a perder la vida. Gritó a Dankwart en alta voz:

—¡Acude, querido hermano! un atrevido y fuerte hombre me ha asaltado: no me dejará con vida.

—Allá voy a separaros —le contestó el fuerte Dankwart.

Voló hacia ellos el héroe y esgrimiendo su acerada espada lo mató de un solo golpe. Else hubiera querido vengarlo, pero él y su acompañamiento tuvieron que retirarse derrotados.

Su hermano estaba muerto, él mismo herido; más de ochenta de sus héroes yacían en tierra víctimas de horrible muerte: ante los hombres de Gunter el jefe tenía que huir por el camino.

Los del Baierland, al separarse del camino dejaban oír aún fuertes golpes. Los de Troneja fueron a perseguir sus enemigos, que no querían morir y huían con precipitación. Así dijo entonces el héroe Dankwart:

—Vamos a seguir nuestro camino y dejemos que se vayan; están bañados en sangre. Reunámonos con nuestros amigos; tal es mi consejo.

Cuando volvieron a pasar por donde se había dado la batalla, dijo Hagen de Troneja:

—Héroes, veamos aquí quién nos falta o quiénes hemos perdido en este combate por la cólera de Gelfrat.

Habían perdido a cuatro de los suyos; los lloraron con razón aunque estaban bien vengados, pues allí, de los del Baierland había más de cien muertos; los escudos de los de Troneja estaban húmedos y rojos por la sangre. La luna luminosa comenzó a asomar entre las nubes; Hagen dijo:

—Nadie diga a mi querido señor lo que aquí ha sucedido: dejémosle hasta mañana sin ningún cuidado.

Los que habían tomado parte en el encuentro los seguían, pero con fatiga: «¿Cuánto tiempo tendremos aún que caminar?» preguntaron algunos hombres. El fuerte Dankwart les contestó:

—Nosotros no tenemos por aquí alojamiento ninguno. Es menester seguir el camino hasta que sea de día.

Volker el atrevido, que cuidaba del acompañamiento, preguntó al mariscal:

—¿A dónde llegaremos hoy? ¿dónde podrán reposar nuestros caballos y mi querido señor?

—No puedo decíroslo —respondió el fuerte Dankwart—. Nosotros podemos descansar aquí hasta que sea de día; estemos donde estemos echémonos en la hierba.

Al escuchar estas palabras experimentaron grande contento. Sin advertirlo, estuvieron rojos de sangre hasta que el luminoso sol se levantó por la mañana sobre las montañas; el rey los vio y comprendiendo que se habían batido, dijo con cólera:

—¿Qué ha sucedido, amigo Hagen? Muy poco habéis tenido en cuenta mi presencia, por cuanto vuestras cotas están teñidas de sangre. ¿Qué ha pasado?

—Else nos ha atacado esta noche.

»Se arrojó sobre nosotros a causa de la muerte de su barquero. Mi hermano mató a Gelfrat; Else huyó de la gran desgracia que le amenazaba: cien de los suyos y cuatro de los nuestros recibieron muerte en el combate.

No podemos nosotros indicar el sitio en que se detuvieron. Todos los habitantes del campo supieron en seguida que el hijo de la noble Uta iba a la fiesta. Poco después frieron muy bien recibidos en Pazzowe.

El tío del noble rey, el obispo Pilguerin, experimentó grande alegría al saber que estaban en su país sus sobrinos con muchos de sus guerreros: advirtieron que los querían mucho.

Todos los amigos salieron al camino para recibirlos. Como no todos podían ser alojados en Pazzowe, tuvieron que buscar un campo más allá del agua donde levantar tiendas dichosas.

Permanecieron en aquel sitio un día y una noche. ¡Grandes atenciones tuvieron con ellos! Caminaron luego hacia las tierras de Rudiguero, que supo bien pronto la noticia de la llegada de ellos.

Cansados del camino y habiendo llegado al país, en la Marca encontraron a un hombre que dormía y al que Hagen de Troneja quitó la espada.

Era Eckewart, un buen caballero. Al advertir la pérdida de su espada sintió hondo pesar, porque aquellos héroes encontraban la Marca de Rudiguero muy mal guardada.

—¡Oh, que vergüenza para mí! —exclamó Eckewart—. Mucho me aflije el viaje de los Borgoñones: desde que he perdido a Sigfrido no hay alegría para mí: ¡oh Rudiguero, que mal he cumplido mi deber contigo!

Escuchando Hagen la lamentación del noble caballero le devolvió su espada y seis brazaletes de oro.

—Recíbelos con afección, héroe, y sé mi amigo, eres fuerte guerrero por cuanto estás aquí solo.

—Dios te pague tus brazaletes —le respondió Eckewart—; vuestro viaje hacia los Hunos me causa pena: vosotros habéis matado a Sigfrido y aquí se os odia; estad prevenidos, os lo aconsejo sinceramente.

—Que Dios nos proteja —le contestó Hagen—. Estos guerreros, los príncipes y su gente, no tiene cuidado más que por hallar alojamiento en este país donde descansaremos toda la noche.

«Nuestros caballos están fatigados por lo rudo del camino y nos faltan víveres —añadió Hagen el héroe—; nos hace falta esta noche un jefe que nos dé de su pan generosamente.

—Os indicaré ese jefe y en ningún país hallaréis casa más hospitalaria si vosotros, héroes atrevidos, lográis ver a Rudiguero —le respondió Eckewart.

»Este jefe vive a lo largo del camino y es el mejor que tuvo casa. Su corazón posee virtudes como la hierba flores en el brillante mayo, y cuando sirve a los héroes se siente satisfecho.

—¿Queréis ser emisario y preguntarle a mi amigo Rudiguero si por consideración a mí quiere recibir a los que me acompañan? —dijo el rey Gunter—; yo se lo agradeceré siempre.

—Con gusto seré vuestro mensajero —contestó Eckewart. Con gran placer emprendió la marcha c hizo saber a Rudiguero lo que le habían encargado. Hacía mucho tiempo que éste no recibía noticias que le agradaran tanto.

Viose ir corriendo hacia Bechlaren a un guerrero al que reconoció Rudiguero. Dijo: «Veo por el camino a Eckewart, uno del séquito de Crimilda». Pensaba si los enemigos le habrían causado algún pesar.

Salió hasta la puerta en la que encontró al emisario: éste se dcsciñó la espada y la puso a su lado al alcance de la mano. No le hizo desear mucho tiempo las noticias que llevaba, se las dijo en seguida.

—No tengáis cuidado ninguno —le dijo Eckewart—, me envían a vos tres reyes, Gunter de Borgoña, Gernot y Geiselher; estos valerosos guerreros os ofrecen sus servicios.

»Lo mismo hacen también Hagen y Volker con desinterés y buena fe; también os diré que el mariscal de los reyes me ha dicho que los guerreros tienen gran necesidad de alojamiento.

Con visible satisfacción le respondió Rudiguero:

—Mucho me agrada saber que los reyes tienen necesidad de mis servicios; no se los negaré y si entran en mi casa me sentiré orgulloso de ello.

—Dankwart el mariscal me ordena deciros que con él recibiréis en vuestra casa sesenta guerreros atrevidos y mil buenos caballeros con nueve mil servidores.

—Recibir a tales huéspedes —respondió Rudiguero— es una felicidad para mí, así como también tener en mi casa a señores tan ilustres. Saldré al encuentro de ellos con mis parientes y mi acompañamiento.

Echaron pie a tierra de sus caballos señores y escuderos: cuanto los jefes les mandaban les parecía bien y no negaban en modo alguno sus servicios. Todavía no sabía nada la señora Gotelinda que estaba en su cámara.

CANTO XXVII De cómo fueron recibidos en Bechlaren

El margrave fue a donde estaban su esposa con sus damas y su hija, y les comunicó la alegre noticia que acababa de saber de que los hermanos de la reina iban a llegar a su casa.

—Querida esposa —dijo Rudiguero—, necesario es que recibáis con agrado a los nobles y elevados reyes y a su acompañamiento, cuando lleguen a vuestros dominios; saludaréis también amistosamente a Hagen el vasallo de Gunter.

»Con ellos viene un guerrero que se llama Dankwart; y otro cuyo nombre el Volker, de preclaro talento. Vos y mi hija abrazaréis a los seis y probaréis a esos guerreros que sois amigas suyas.

Prometiéronlo las mujeres y estaban dispuesta a hacerlo. Buscaron en los cofres los más hermosos vestidos, pues con ellos querían salir al encuentro de los guerreros. Muchas hermosas mujeres hicieron grandes preparativos.

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