Diario de una buena vecina (24 page)

BOOK: Diario de una buena vecina
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—¿Conoce a Eliza Bates?

—¿La señora Bates? Sí, la conozco.

—Entonces.

—Si la conozco, ¿por qué tiene que gustarme? Usted quiere decir que, como somos de la misma edad, ésa es una razón para que comadreemos juntas. No me hubiera gustado esta mujer de joven, de eso estoy segura, no me gustó de casada, se lo hizo pasar muy mal a su pobre marido, que no podía decir que su casa era la suya, no me gusta lo que he visto de ella desde entonces, nunca está sola, siempre está con diez o más, bla bla bla, ¿por qué ahora debería cenar y tomar el té con ella? Siempre me ha gustado estar con una amiga, no un lío de gente, que se reúnen porque no saben adonde ir.

—Sólo pensaba que se lo pasaría mejor.

—No soy lo bastante buena para Eliza Bates. Y no lo he sido en estos últimos veinte años. Ah, no le digo que no habría disfrutado de salir un poco aquí o allá, en ocasiones voy a la iglesia cuando organizan tómbolas, busco un pañuelo de cuello o un buen par de botas, pero, si tengo en cuenta lo mucho que estas mujeres de iglesia advierten mi presencia, podría no estar allí.

—¿Por qué no vuelve a pasear por el parque? O yo la podría acompañar a una excursión por el río. ¿Por qué no?, pronto estaremos de nuevo en verano.

—Soy feliz así, con sus visitas. Pienso en aquella tarde en el Rose Garden y ya es suficiente.

—Es testaruda, Maudie.

—Déjeme con mis pensamientos, ¡gracias!

Al cabo de unas semanas de su partida, una llamada telefónica de Joyce, a las cinco de la mañana.

—¿Estás enferma? —es lo que me salió primero; como si lo llevara escrito dentro de mí.

—No, ¿debería estarlo?

—Llamas tan temprano...

—Me voy a acostar. Ah, claro, la diferencia horaria.

—Está bien, iba a levantarme para empezar a trabajar.

—Mi querida Janna —dice Joyce, de una manera vaga y nueva, que resulta irónica.

—Joyce, ¿estás borracha?

—¡Ciertamente tú no lo estás!

—¿Me llamas para contarme cómo te van las cosas? ¿Piso? ¿Marido? ¿Hijos? ¿Empleo?

—Claro que no. Me he dicho, ¿cómo está Janna, cómo está mi vieja compañera, Janna? ¿Cómo estás? ¿Cómo está aquella anciana?

—Por lo que he podido saber, tiene cáncer —le dije.

—Enhorabuena.

—¿Qué se supone que significa?

—El cáncer. Está por todas partes. Bien, no veo que sea peor que otra cosa. ¿No te parece? Quiero decir que tuberculosis, meningitis, esclerosis múltiple... —y Joyce siguió, una larga lista de enfermedades, mientras yo seguía allí pensando, no puede estar tan borracha. No, lo simula por alguna razón. En seguida empezó a hablar de enfermedades que están
fuera de uso
según su muy extraña frase—. Si lees novelas victorianas, morían como moscas de enfermedades que ya no tenemos. Como difteria. Como escarlatina. Como, ya que viene al caso, tuberculosis.

Siguió así durante media hora o más. Finalmente le dije:

—Joyce, esto te va a costar una fortuna. —Que así sea. Mi querida Janna. ¿Hay que pagar por todo?

—Bien, sí, ésa es mi experiencia. —Porque tú te has
hecho
una experiencia de eso —y colgó.

Volvió a llamar al cabo de poco. Las cinco de la mañana.

—Me gusta pensar en ti trabajando allí, mi vieja amiga, mientras yo estoy en fiestas...

—He escrito una novela romántica —le conté—. Eres la primera en saberlo. Les gusta.

—Romance... muy adecuado. Yo, por mi parte, nunca he tenido bastante. Miro al pasado y me veo trabajando siempre demasiado como para divertirme. Y eso es lo que tu ves cuando miras al pasado, Janna. Obviamente. —Me divierto ahora. Un largo, larguísimo silencio. —No me lo cuentes, porque no te voy a creer. —Me divierto mucho escribiendo estas novelas románticas. He empezado otra.
Gran dama
, ¿te gusta?

—Grande. Es una palabra que comprendo ahora. He llegado a encontrar la clave del personaje femenino norteamericano. Grandeza. Proviene de
Blancanieves
. Generaciones enteras de muchachas norteamericanas ven
Blancanieves
, la toman como modelo... en adelante, se entregan con grandeza a éste o a aquél...

—Disfruto escribiendo artículos serios.

—Debes de trabajar tanto que no puedes divertirte.

—Tonterías. Me divierto porque trabajo tanto. Y me divierto con las ancianas damas. Me divierte aquel mundo, lo que sucede, nunca sospeché que existiera.

—Muy bien por ti.

De nuevo, Joyce:

—¿Otra fiesta? —le pregunté.

—Esto es lo que se
hace
por aquí —me dijo.

Siempre le pregunto cómo va vestida, para tener una imagen suya, y siempre me dice: Exactamente como todo el mundo.

Dice que los norteamericanos son la gente más conformista del mundo e, incluso, cuando se rebelan lo hacen en manada y siempre se visten, como el resto de los inconformistas. La llamaron a capítulo repetidamente por su estilo. Pensó que se trataba de que era demasiado mayor para esto, pero no, le preguntaron con toda seriedad por qué los británicos «siempre parecen gitanos». Es nuestro carácter romántico, dijo ella, pero abandonó su estilo, se cortó el pelo y ahora tiene un armario lleno de pantalones de buen corte, camisas, jerseys y variaciones de vestiditos. Cuando entras en un lugar, dice, los ojos de todo el mundo te miran de los pies a la cabeza para asegurarse de que no traspasas los límites establecidos. Disfruta, porque esto es lo que uno
hace
. Su marido se divierte: tiene otra amiguita, que se da el caso de que es la colega de Joyce. ¡Cielo santo!, exclama Joyce, a la una, las dos, las tres de la madrugada (allí) antes de meterse en la cama, hacia mí que estoy rodeada de tazas de café matinal (aquí), ¡cuando recuerdo toda aquella ridícula angustia antes de irme! Aquí nadie sueña con permanecer casado durante un segundo después de que uno ha dejado de pasarlo bien.

Los niños también se divierten y miran a su patria natal como algo barato y atrasado, porque nosotros somos pobres y no tenemos unas neveras tan bien surtidas.

Se ha desarrollado algo nuevo en la oficina: política.

No sé si considerarlo algo serio o no. Pienso que, probablemente, es serio. Hay algo en el aire, algo nuevo, no me gusta, pero es que me estoy volviendo vieja, no me gusta el cambio... por eso, al principio, me mostré tolerante. ¿Paternalista? Pero el paternalismo lo veía en
ellos
. Las revoluciones no suelen entusiasmarme, pero, a fin de cuentas, no han estado alejadas de mi vida y me parece que me merezco que se me tolere, como se me hace... Como se me
toleraba
. Porque he adoptado una actitud firme. De repente, cuando me movía por la oficina, me parecía que me cruzaba con grupos o parejas que se callaban, como si lo que hablaban fuera demasiado profundo como para que esta forastera lo comprendiera. Sin embargo, cuanto dicen lo hemos oído miles de veces; los tópicos políticos que se repartían no podía tomármelos en serio. Básicamente no me los podía tomar en serio porque los jóvenes aquellos, de clase media todos ellos defienden valores de clase media, la destrucción de, la sustitución de, la podredumbre de, la necesidad de denunciar esto o aquello. La realidad es que hay un joven auténticamente de clase obrera en el lugar, un fotógrafo, y su padre es impresor: lo cual me podría llevar a un largo análisis de lo que es y no es la clase trabajadora en nuestra tierra tan de clase media. Pero no voy a seguir a estos párvulos en sus nimiedades. Lo que es real en ellos no son las infinitas variedades de sus principios religiosos, su dogmatismo, sino la pasión que ponen en sus argumentos. Hay un espíritu en la oficina que no existía antes, un clima de maraña, envidia, que hace inevitable que todo el mundo critique, desprecie a quien no está alineado precisamente en su mismo frente; y, también, que se critique y se condene la mayor parte del tiempo a cualquiera que en el mismo grupo temporal o circunstancialmente no esté de acuerdo con ellos. Lo que me molesta es que hemos aprendido todo esto en varias fuentes libros, televisión, radio y, no obstante, estos jovenzuelos se mueven como si hicieran algo por vez primera, como si hubieran inventado todas estas frases rancias. Fue en el momento en que empezaba a sentirme inquieta por todo esto cuando comprendí lo que Vera me había dicho.

Con Vera disfrutamos de nuestros almuerzos, judías al horno o una tortilla y una taza de café, cuando vamos volando por allí. Disfrutamos de lo que hacemos o, mejor, para ser más precisa, disfrutamos de ser capaces de hacerlo y bien.

—Dios —dice Vera, al sentarse pesadamente, y deja un montón de expedientes de varios centímetros de espesor en el suelo mientras coge un cigarrillo—. Dios, Janna, te lo aseguro, si lo hubiera sabido cuando pedí el empleo, no, siéntate aquí y déjame descargarme, no podrías creerlo...

—No podría —le dije— si no lo hubiera visto en mi oficina.

Lo que no podría creer es que estamos a jueves y se han celebrado ya siete reuniones esta semana a las que ella debería haber asistido.

—Estas reuniones no sirven para nada,
nada
, Janna, por favor créeme, cualquier persona inteligente podría arreglarlo en cinco minutos con unas palabras. Hay tantas reuniones porque les encantan las reuniones, las reuniones son su vida social, la verdad, Janna, ésta es la verdad. Me costó bastante tiempo caer en la cuenta, pero cuando lo vi...

¿Qué les pasa? En primer lugar, cuando empecé, me pregunté si me equivocaba en algo. Ya sabes cómo van las cosas cuando eres nueva. Te dicen, ¿No asistirás a esta reunión, a aquella reunión? Iba. Sabes, hasta convocan reuniones en las que cada uno interpreta el papel de otro, ¿te das cuenta? Dicen, Ahora tú serás una anciana, tú su marido. O discuten esto y aquello. ¿Sabes que hay algunos que trabajan a media jornada y que nunca salen de la oficina a visitar a los casos que tienen? La que dice ser mi ayudante es una chica a media jornada y no ha salido de la oficina desde el lunes; ha asistido a reuniones. Creo que piensa que su trabajo es eso. Y las hay cada tarde después del trabajo, cada maldita noche. Y salen juntos, van al pub juntos, exactamente los mismos. No pueden soportar separarse. Y si sólo fuera eso, no, están los cumpleaños, las fiestas, te lo digo, si pudieran alquilar una cama de Ware lo bastante grande, se pasarían la vida juntos, reunidos. La verdad es que asistí a algunas, hice cuanto pude y luego dije: No contéis conmigo. Por lo tanto, ahora piensan que soy muy rara. Siempre me dicen, como si yo fuera peculiar, tal vez lo sea, aunque lo dudo: Hay reunión esta noche, ¿no vendrás? Les digo: Ya me lo contaréis por la mañana. Me lo podéis explicar, soy una estúpida, veis, parece que no soy capaz de comprender la política.

Volví a la oficina armada con esta nueva penetración psicológica. Era cierto. Convocan reuniones a diario, para discutir sobre el horario, las horas del almuerzo, cargas laborales, dirección, la política de la revi, yo, la tendencia política de la revi, el estado de la nación. Muchas, durante horas laborales. Llamé a Ted Williams, en enlace sindical, y le dije que por lo que a mí respecta él era la única persona inteligente del conjunto y yo prohibiría las reuniones excepto aquellas que él convocara. Se rió. Cree que estos revolucionarios de clase media son un chiste. (Confiemos en que no sean ellos los últimos en reírse.)

Convoqué una reunión de todos los empleados, presentes, estaban casi un centenar y les dije que era la última reunión que se celebraba en horas de trabajo, excepto las que convocara el representante del sindicato. A partir de ahora, podrían desarrollar su vida social fuera de la oficina. Sorpresa. Horror. Pero, naturalmente, les divirtió mucho esta confrontación con el enemigo, es decir, yo, es decir, la fuerza de la reacción.

Almorcé con Vera y le dije, cuando se quejó de las diez reuniones semanales:

—Despacio. Parece que crees que es una enfermedad peculiar de los trabajadores de la Seguridad Social. No, es una enfermedad nacional. Está por doquier, como una plaga. Reuniones, charlas, es la manera de
no
hacer nada. Es su vida social. Son gente que está sola, la mayoría, sin adecuadas salidas sociales. Por tanto, reuniones. En cualquier caso, las he prohibido en
Lilihb
.

—¡Lo has hecho!

—He instituido una reunión semanal. Debe asistir todo el mundo. Nadie puede hablar por más de un minuto a no ser que sea extremadamente urgente. Quiero decir urgente. Y, por tanto, se van al pub para reunirse y hablar de mí.

—El problema es que esta pobre gente no sabe que se trata de su vida social, realmente creen que se trata de política.

Aquí estoy, contemplo en retrospectiva mi vida del año pasado, concienzudamente... Considero esta palabra, concienzudamente. ¡No la repudiaré! Cuando la considero pienso en las lánguidas y afectuosas palabras de Joyce:
Mi querida Janna
.

Muy bien. Instalada aquí, concienzudamente considerando el año, advierto de nuevo que he trabajado mucho, mucho. No obstante, como le dije a mi querida sobrina Jill cuando me llamó para investigar, ¿No trabajarás demasiado duro, tía Jane?, espero, en el sentido de, ah, no trabajes demasiado, no seas aburrida, no hagas cosas difíciles y responsables, ¿qué pasaría con mi sueño de brillo y diversión fácil? Nunca en mi vida he trabajado tanto como tu madre, y sería verdad aunque hubiera trabajado veinte horas al día.

—¿Puedo pasar el fin de semana contigo?

—Naturalmente, ven. Me puedes ayudar en una cosa.

Vino. Esto pasó hace sólo un mes.

Le pedí que escribiera un artículo sobre la influencia de las dos guerras mundiales en la moda. Contemplé su cara. Ya había introducido la idea en la sesión de ideas. Dije que, en la Primera Guerra Mundial, todos en el mundo entero se acostumbraron a imágenes de masas uniformadas. Por vez primeras a esta escala. Condicionada a la idea de uniformes, sigues con mayor agrado la moda; si sigues la moda, estás mejor dispuesta hacia los uniformes. En la Segunda Guerra Mundial, todo el mundo
vio
millones de gente en uniforme. La nación que mandaba vistió pantalones estrechos y sexualmente provocativos, con énfasis en las nalgas. Desde la Segunda Guerra Mundial, todo el mundo lleva apretados uniformes con énfasis sexual. Una moda
mundial
. Debida a una guerra mundial.

Lo expuse de forma seca y factual, sin entusiasmo en ello. Quería ver su reacción. Escuchó. La contemplé. Estaba tensa, pero se esforzaba.

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