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Authors: José Manuel Roldán

Tags: #Histórico

Césares (51 page)

BOOK: Césares
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No fue sólo la adopción del nombre
Caesar
el medio usado para ligarse ficticiamente al clan de los julios. Interesadamente, se resucitó el viejo rumor que achacaba a Augusto la paternidad de Druso, el hermano de Tiberio y padre de Claudio, nacido tres meses después de que su madre Livia desposara al
princeps
. No debe extrañar, por consiguiente, que uno de los primeros actos del nuevo emperador fuera obtener la deificación de su abuela Livia. difícilmente podía considerarse un acto de
pietas
, de devoción familiar por alguien que tan poco afecto le había mostrado, pero le convertía en «nieto de una divinidad», que había sido, además, esposa del divino Augusto.Tampoco era un rasgo de piedad filial la concesión del titulo de
Augusta
a su madre Antonia, que siempre le había considerado un imbécil. Honores y fiestas atendieron a resaltar unas relaciones familiares que le prestigiaban, sin descuidar siquiera la figura de su abuelo Marco Antonio, cuyo controvertido papel ya había desdibujado la pátina del tiempo.

A reforzar su posición respondió también la actitud hacia los asesinos de Cayo. Al margen del enjuiciamiento sobre su gestión de gobierno, Claudio no podía perdonar el asesinato de un miembro de su familia y el propio acto del magnicidio. Los principales ejecutores, entre ellos Casio Querea, fueron ajusticiados de inmediato. No obstante, la represión no se extendió hacia los círculos senatoriales que habían participado o simpatizado con el complot. Más aún: no tuvo dificultad en promover a senadores que habían exteriorizado su intención de restaurar la república u ocupar ellos mismos el trono durante las tormentosas horas de interregno que siguieron al asesinato de Calígula. Por otra parte, anuló los actos de gobierno del emperador muerto y, aunque evitó que prosperara formalmente la
damnatio memoriae
acordada por el Senado contra Cayo
[29]
, permitió que se borrara su nombre de las inscripciones y que se derribaran sus estatuas. En el caso de las fundidas en bronce, su metal sirvió para proporcionar materia prima a las acuñaciones monetarias del Senado.

Las difíciles relaciones con el Senado:
la obra de centralización

L
as primeras medidas de gobierno de Claudio tendían a la conciliación y podían considerarse un ejemplo de moderación, en craso contraste con la pesadilla de los últimos cuatro años de tiranía. Dión Casio recuerda un buen número de ellas: regresaron los exiliados, entre ellos las dos hermanas del emperador, Julia Livila y Agripina, y se restituyeron, por decreto del Senado, los bienes confiscados a sus dueños o, en caso de fallecimiento de los condenados, a sus hijos; se exigió, en cambio, la devolución de las cantidades regaladas por Cayo sin razón a sus protegidos; fueron castigados los esclavos y libertos que hubieran declarado en juicio contra sus patronos, y se destruyeron los venenos encontrados en la residencia de Calígula; fueron quemados los documentos relativos a los juicios de Cayo, y dos de sus libertos más siniestros y comprometidos, que le habían servido de espías, Protógenes y Helicón, fueron condenados a muerte.

Pero, especialmente y teniendo en cuenta las circunstancias de su ascensión, Claudio necesitaba reconciliarse con un senado parcialmente hostil, tratando de reanudar el diálogo interrumpido por la tiranía de Calígula, cada vez más difícil por la propia evolución del sistema del principado. Desde el principio, trató al colectivo con la mayor deferencia, mostrándose dispuesto a retornar al programa constitucional de Augusto. Restituyó a los senadores el derecho de elección que Calígula había concedido al pueblo, invistió el consulado sólo en cuatro ocasiones, pero, sobre todo, como censor, en el año 47, trató de remodelar la institución convirtiéndola en un cuerpo eficiente y representativo. Y procuró inyectar nueva sangre en un cuerpo tan castigado favoreciendo la inclusión de senadores de origen provincial, sobre todo de la Galia, donde él había nacido. La abolición de los odiosos procesos de lesa majestad y el aligeramiento de los procedimientos y de los ceremoniales públicos también trataban de establecer una mayor fluidez en las relaciones con el Senado. Pero todas estas muestras de acercamiento no impidieron que el odio de la aristocracia le acompañase durante todo su reinado, porque, al mismo tiempo, Claudio asumió con decisión el papel de príncipe, que Augusto y Tiberio habían tratado de enmascarar y que Calígula había convertido en burda tiranía. El desarrollo del principado exigía una más explícita manifestación del componente monárquico que coronaba el edificio estatal del imperio, necesitado de una organización burocrática centralizada, que cada vez se alejaba más del gobierno colectivo pretendido por el Senado. Claudio se vio atrapado en la contradicción de ser fiel a la tradición aristocrática, de la que se sentía parte integrante, o atender a la realidad de una administración eficiente, cuyas exigencias técnicas el colectivo senatorial no estaba en condiciones de cumplir. Y aunque las tradicionales formalidades y los principios legales en los que se había fundamentado el ilusorio papel determinante del Senado en el gobierno continuaron manteniendo su vigencia, con Claudio se mostró más explícita la auténtica realidad del despotismo, que, en última instancia, era la verdadera esencia del principado.

Las buenas intenciones de Claudio con la nobleza se rompieron en cuanto se hicieron evidentes las nuevas tendencias de la administración, en las que el Senado perdía su posición de colega del
princeps
, desplazado por una gradual centralización del poder en las manos del soberano, que, asistido por un cuerpo de «funcionarios» bien organizado, reclutado al margen de la aristocracia senatorial, entre la baja nobleza ecuestre y los libertos del emperador, comenzó a desarrollar un aparato, espontáneamente creado para las necesidades del gobierno, basado en la jerarquía y en la burocracia.

El idilio inicial con el Senado, nacido de los escrúpulos de un viejo aristócrata como Claudio por mantener la dignidad y el respeto de la cámara, debía transformarse en una penosa relación en cuanto fue evidente que estos privilegios estaban privados de auténtico poder de decisión. Todavía más: mediante el canal tradicional de las magistraturas republicanas, el consulado y la censura, Claudio puso en práctica un programa unificado que incluía un buen número de elementos innovadores en detrimento de las actividades administrativas del estamento senatorial. Así, la investidura de la censura en durante los dieciocho meses reglamentarios del cargo, fue ocasión de una nueva
lectio senatus
, de una revisión de la lista de senadores, en la que, con la expulsión de la cámara de viejos miembros no considerados dignos, fueron introducidos por el procedimiento de la
adlectio
, es decir, de la voluntad personal del emperador, elementos procedentes en muchos casos del mundo provincial.

Pero fue, sobre todo, la creación de una máquina administrativa centralizada, dirigida por libertos, y la parcial transferencia a personajes del orden ecuestre, directamente dependientes del
princeps
, de cargos y actividades hasta ahora controlados por miembros del orden senatorial, la causa del creciente malestar de la aristocracia y de la dificultad de pacífica cooperación entre el emperador y el Senado, por más que todas estas innovaciones es tuvieran encaminadas a asegurar una mayor eficiencia administrativa. En todo caso, la pérdida de poder del Senado en esferas consideradas hasta el momento como de su estrecha competencia, los ataques a su autoridad en medidas concretas, las interferencias en la composición de la cámara y la persecución de algunos de sus miembros, envueltos en las intrigas de corte, fueron alienando al emperador de la lealtad de un cuerpo con el que, paradójicamente, hubiera deseado estar en buenos términos.

La causa fundamental de la dificultad de Claudio con el Senado, y por extensión también con un cierto número de miembros del orden ecuestre, era el hecho de que las innovaciones administrativas en bien de la eficiencia del Estado exigían una mayor dependencia de la aristocracia con respecto al
princeps
, mientras, por el contrario, el emperador se hacía más independiente de aquélla por la existencia de una máquina centralizada en manos de libertos griegos y orientales. La incomprensión entre Senado y burocracia y la firme decisión de Claudio de desarrollar un aparato de estado centralizado, sin renunciar a las formas conservadoras de tradición republicana, dio lugar a una actitud paternalista, que derivó en un verdadero control de la cámara: obligación de asistencia a las sesiones, prohibición de ausentarse de Roma sin autorización del emperador, insistencia del
princeps
en dar contenido real y eficiencia a los debates.

El expediente de utilizar libertos al frente de esta burocracia centralizada no podía considerarse como novedoso, puesto que ya Augusto, siguiendo la práctica tradicional romana, había usado libertos y esclavos de su casa para las necesidades de una secretaría privada. La propiedad imperial, en tres generaciones, había aumentado más allá de los límites de cualquier casa privada: ello, en unión de la enorme cantidad de trabajo que recaía sobre el emperador, significó que sus secretarios y servidores se estaban convirtiendo en realidad en funcionarios estatales, cuya influencia era grande y permanente. La presencia de libertos en cargos administrativos propiamente dichos era algo absolutamente indispensable, como consecuencia de la fusión de hecho entre administración privada y algunas funciones públicas, ya que era normal que los asuntos familiares de cualquier género, comprendida la gestión de la hacienda patrimonial, fuera confiada a personal esclavo o liberto. Naturalmente, fueron las proporciones las que suscitaron la oposición, ya que la progresiva concentración de poder y funciones públicas en la domas, la «casa», del
princeps
aumentaba la suma de poder en manos de los libertos.

La principal innovación introducida por Claudio fue reordenar este personal directamente dependiente y proporcionar con ello las bases decisivas para crear secciones especiales de lo que podría llamarse una administración estatal: cada una de dichas secciones sería controlada por un liberto, con un personal
auxilia
r, también liberto o esclavo, a su disposición para las diferentes ramas de su particular competencia. Existía, así, un departamento
ab epistulis
o secretaría general, confiado a Narciso y ocupado de la correspondencia oficial, que, una vez abierta y clasificada, se enviaba a las secciones correspondientes. Marco Antonio Palante fue encargado de la oficina
a rationibus
, una especie de departamento de finanzas que intentaba centralizar el poder financiero en manos del emperador. A Cayo julio Calixto se le encomendó la secretaría
a libellis
, con el cometido de ocuparse de todas las peticiones dirigidas al
princeps
, y de una oficina
a cognitionibus
, encargada de poner en orden y preparar la correspondencia referida a casos jurídicos directamente remitidos al emperador. Finalmente, Polibio asumió la responsabilidad de una secretaría
a studiis
, encargada de los estudios preparatorios para la administración y que probablemente incluía la dirección de la biblioteca privada del emperador y actividades de carácter cultural.

Narciso y Palante eran los más influyentes de los libertos de Claudio, en consonancia con sus respectivos encargos, y utilizaron esta influencia para sus propios fines, en alianza o competencia con otros grupos de poder. Así lo expresa Suetonio:

A los que más quiso fue a su secretario Narciso y a Palas, su intendente, a quienes el Senado, con beneplácito del emperador, otorgó magníficas recompensas y hasta los ornamentos de la cuestura y pretura; las exacciones y rapiñas de ambos fueron tales que, quejándose Claudio un día de no tener nada en su tesoro, le contestaron sarcásticamente que sus cajas desbordarían si sus dos libertos quisiesen asociarse con él. Gobernado, como he dicho ya, por sus libertos y esposas, antes vivió como esclavo que como emperador. Dignidades, mandos, impunidad, suplicios, todo lo prodigó según el interés de estos afectos y caprichos, y las más de las veces sin su conocimiento.

Estas intrigas no significan que, en sus manos, la administración del imperio no resultara beneficiada, más aún por la esencial lealtad que durante la mayor parte del reinado manifestaron al emperador, que mantuvo en sus manos el control del poder. La larga corriente, apoyada por la tradición, que ve en estos ex esclavos, inteligentes y sin escrúpulos, personas atentas sólo al propio enriquecimiento y a la satisfacción de su vanidad, aprovechándose de la debilidad de su señor, minimiza la activa intervención de Claudio en la organización administrativa y en la real dirección de los asuntos de gobierno. El estudio de los documentos emanados de Claudio descubre, sin embargo, un estilo particular y coherente que sólo puede atribuirse a una mente unitaria y que se corresponde con el gran número de decisiones de gobierno que conocemos por otras fuentes. Así, frente a la tradición hostil, la personalidad de Claudio se nos muestra como la reencarnación en forma original de la imagen característica del político de la tradición romana, al mismo tiempo conservador e innovador, con una actividad múltiple que se despliega en los distintos ámbitos del gobierno y la administración.

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