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Authors: José Manuel Roldán

Tags: #Histórico

Césares (24 page)

BOOK: Césares
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Un apartado importante en el diseño del aparato administrativo creado por Augusto se refiere a las medidas en materia financiera, que, en su planteamiento, no fueron muy distintas a las esbozadas en otros sectores de la vida política y social, esto es, basadas en la coexistencia de instituciones de origen republicano con otras de nueva creación. Así, se mantuvo el
Aerarium Saturni
, la caja central del ordenamiento financiero romano, dependiente del Senado, que siguió decidiendo sobre su gestión y administración. Pero Augusto se aseguró al mismo tiempo el control del tesoro a través de una intervención indirecta de los nuevos magistrados encargados de su funcionamiento, los dos
praetores aerarii
. Todavía más: este control fue utilizado para debilitar su importancia a favor de la organización financiera centrada sobre el
princeps
. Es cierto que en este aspecto Augusto no fue demasiado lejos. El desarrollo de un Fscus, un tesoro imperial, frente al debilitamiento y progresivo control de la burocracia imperial sobre el
Aerarium
, sólo se produjo en los reinados sucesivos.
Aerarium
, patrimonio privado del emperador y los diferentes ,Fsci o cajas provinciales fueron las únicas instancias financieras durante el gobierno de Augusto. Pero a su iniciativa se deben las líneas directrices que permitirían la creación y robustecimiento de este
fiscus
imperial.

Durante el principado de Augusto, pues, aún no fue creada una administración central imperial distinta del patrimonio personal del
princeps
, pero sí al menos las premisas para su constitución, como la elaboración y puesta al día del llamado
rationanum imperii
, una especie de balance general de cuya existencia sabemos ya en el año 23 a.C. En todo caso, el
patrimonium
del
princeps
, cuyo origen y carácter privado el propio Augusto subrayó en sus
Res Gestae
, estaba destinado a convertirse en público a través de la conexión de su titularidad con la propia función imperial: de hecho, los bienes de este patrimonio serían adquiridos por el nuevo
princeps
en virtud de la designación o adopción por parte de su predecesor.

La ingente necesidad de recursos que la nueva política imperial de pacificación y bienestar social exigía, el mantenimiento de un ejército profesional y las medidas sociales para los veteranos, sobre todo, pero también la remuneración del servicio público creado por el imperio, la actividad edilicia en Roma y las liberalidades del
princeps
, obligaban a contar con reservas estatales cuantiosas. Pero junto con la acumulación de recursos, que casi en su totalidad procedían de las provincias, en una política imperial de largo alcance debía procurarse remediar el lamentable sistema de recaudación, objeto de continuas quejas por parte de la población del imperio.

Roma no había desarrollado, al compás de su expansión política, un aparato de funcionarios que cuidara de la gestión de los intereses económicos del Estado y de los servicios públicos. Fue necesario por ello acudir a empresarios, que recibían en arriendo del Estado las tareas públicas
(publica)
, con posibilidad de lucro. De ahí el nombre de
publicani
, bajo el que se agrupaban actividades muy variadas, que interesaban a distintos grupos sociales, en dos vertientes principales: por un lado, las contratas de servicios estatales como proveedores del ejército y ejecutores de obras; por otro, los arrendamientos, tanto de propiedades como de ingresos públicos, y, sobre todo, la recaudación de impuestos, derechos de aduana y tributos en las provincias. Eran los censores los encargados de arrendar estas contratas a particulares por un período de cinco años, el
lustrum
, contra el pago previo al erario público de una suma global, establecida mediante subasta, y un adelanto sobre el total. El volumen creciente de negocios trajo consigo la necesidad de una colaboración entre varios empresarios (
socii
), puesto que una sola persona no podía ya bastar para dirigir el negocio, aportar el capital y personal y la garantía para el erario que eran necesarios. Así fueron formándose compañías (
societates
) para las grandes actividades económicas estatales y, en especial, para el arriendo de todos los ingresos públicos de una provincia en su conjunto. El sistema no podía dejar de generar abusos, dada la connivencia entre los recaudadores y los órganos del gobierno provincial.

Aunque Augusto no pudo acabar en principio con el arrendamiento de tasas, al menos impuso un control efectivo sobre la arbitrariedad de publicanos y gobernadores provinciales, que constituían el aspecto más evidente de la precariedad del sistema. La presencia de procuradores ecuestres dependientes del emperador en las provincias senatoriales e imperiales, aunque con tareas distintas, significó, sin duda, una mejora de la gestión financiera
[17]
.

Pero la innovación más fructífera de Augusto en el ámbito financiero fue, indudablemente, la creación de un tesoro especial, el
Aerarium militare
, destinado a resolver establemente un viejo problema nunca solucionado satisfactoriamente durante la república: el licenciamiento de veteranos. Los tradicionales repartos de tierra cultivable con los que los generales del último siglo de la república habían provisto la reintegración a la vida civil de sus soldados se habían visto enfrentados a graves problemas de orden financiero y social. Desde mucho tiempo atrás, el Estado no contaba con tierras públicas en Italia para este fin, la compra de parcelas privadas estaba fuera de las posibilidades del erario y la brutal expropiación de campesinos itálicos en beneficio de ex soldados no había hecho sino atizar continuamente el fuego de la guerra civil y de la inestabilidad social. Ni siquiera las nuevas provisiones de César, y luego de Augusto, de asentamiento en colonias fuera de Italia habían sido una solución satisfactoria por la reluctancia de muchos veteranos a reconstruir una vida civil alejados de su patria, en
regiones
extrañas.

De ahí la propuesta de Augusto del año 13 a.C. ante el Senado de premiar a los veteranos con dinero en lugar de tierras, precedente de la definitiva solución de 6 d.C., en la que, con la institución del
Aerarium militare
, se estableció una fuente regular para atender al compromiso. Sus primeros fondos fueron proporcionados directamente por el
princeps
, pero en lo sucesivo se decidió incrementarlos con las entradas procedentes de dos nuevos impuestos, el del 5 por ciento sobre las herencias (
vicesima
hereditatum
) y el del 1 por ciento sobre las ventas (
centesima rerum venalium
). El nuevo tesoro fue confiado a un cuerpo de tres prefectos de rango pretorial, elegidos por sorteo para períodos de tres años. Naturalmente, como correspondía a una fuente de recursos que estaba llamada a proveer al ejército, es lógico que el emperador, como comandante real y único, ejerciera en ella un notable poder de decisión.

Un último punto de breve consideración en relación con las medidas financieras de Augusto se refiere a la moneda. En los años 15-14 a.C., después de una serie de experiencias, se creó en Lugdunum (Lyon) una ceca imperial que durante todo el tiempo del principado de Augusto fue prácticamente la única en acuñar moneda de oro y plata para el imperio. El emperador era directamente responsable de la emisión de moneda en ambos metales, mientras el Senado conservó el derecho de batir moneda de bronce, bajo la directa supervisión de los
triunvirii monetales
, una de las magistraturas del
vigintivirato
, el escalón previo de la carrera senatorial.

Augusto y el Imperio

A
ugusto trató de integrar en una unidad geográfica, de fronteras definidas, y en una unidad política, con instituciones estables y homogéneas, los territorios directamente sometidos a Roma o dependientes en diverso grado de su control, aumentados a lo largo de los dos últimos siglos de la república sin unas líneas coherentes.A su muerte, esta gran obra imperial era ya una firme realidad. Como elemento de propaganda, tras el largo período de guerras civiles, Augusto extendió la consigna de la paz (
pax
Augusta
), cuyos beneficios habrían de disfrutar no sólo los ciudadanos romanos, sino también los pueblos sometidos a Roma, en un
imperium Romanum
universal, caracterizado por el dominio de la justicia. Esa paz, no obstante, implicaba una pretensión de dominio universal y exigía una política expansiva e imperialista, en principio, ilimitada, como orgullosamente venía a proclamar el propio título de las memorias del
princeps
, las
Res Gestae
:
Empresas del divino Augusto, que le han permitido someter el mundo al dominio del pueblo romano
. Pero esta pretensión de dominio universal hubo, no obstante, de plegarse a limitaciones reales, exigidas por las circunstancias. Por otro lado, esta filosofia política estaba también apoyada en consideraciones prácticas: la necesidad de mantener ocupadas las energías de grandes cantidades de fuerzas militares, que no podían ser licenciadas tras el final de la guerra civil.

Uno de los fundamentos constitucionales del poder de Augusto —dejando de lado las bases reales de un ejército fiel— era el
imperium
proconsular, otorgado por el Senado en el año 27 a.C., que lo convertía en comandante en jefe de las fuerzas armadas. Lógicamente, era preciso justificar esta responsabilidad con éxitos militares. Con la concesión del
imperium
proconsular, se entregaba a Augusto la administración de aquellas provincias necesitadas de un aparato militar para su defensa
[18]
. De cara a la organización militar, esto significaba que el ejército venía a convertirse en elemento estable y permanente de ocupación de aquellas provincias en las que Augusto estimó necesaria su presencia. Los diferentes cuerpos militares repartidos por las provincias del imperio ya no estarían supeditados a la ambición o al capricho de los gobernadores provinciales. Augusto era el caudillo, y los mandos militares actuarían sólo por delegación del emperador.

Para nutrir sus efectivos, el ejército quedó abierto a toda la población libre del imperio, bajo la premisa de mantener la división jurídica entre ciudadanos romanos y
peregrini
o súbditos sin derecho privilegiado, mediante su inclusión en cuerpos diferentes con funciones específicas: legiones y tropas de elite, reservadas a los ciudadanos romanos, y cuerpos auxiliares, los
auxilia
, en donde se integraba la población del imperio sin estatuto ciudadano. Salvo las tropas de elite, destinadas a cumplir servicio en Roma, todos los demás cuerpos fueron distribuidos en las diferentes provincias imperiales, a las órdenes de los correspondientes
legati Augusti propraetore
, los gobernadores del orden senatorial, designados directamente por el emperador.

Las legiones continuaron siendo el núcleo del ejército imperial. Augusto redujo su número, excesivo durante la guerra civil, a veintiocho unidades, unos ciento cincuenta mil hombres
[19]
. Cada ejército provincial se completaba con una serie de unidades auxiliares, los
auxilia
[20]
, organizadas según módulos romanos en mando, táctica y armamento, con unos efectivos semejantes a los de las legiones. Estas fuerzas de tierra se completaban con otras marítimas, menos estimadas y de menor importancia estratégica, con flotas permanentes en Italia —Rávena y Miseno— y en algunas provincias, así como flotillas fluviales en el Rin y el Danubio.

Si se piensa en la superficie de los territorios conquistados y en la extensión de las fronteras romanas, un ejército de trescientos mil soldados parece insuficiente. No obstante, superaba a cualquier otra fuerza armada, tanto dentro como fuera de los límites del imperio, por su organización, disciplina, tácticas y capacidad combativa, lo que podía compensar una eventual inferioridad numérica.

Augusto, en la sistemática organización de los territorios incluidos en el imperio, se encontraba preso de problemas heredados, que era imposible soslayar: la falta de homogeneidad del territorio bajo dominio romano, por la existencia de bolsas independientes y hostiles, que afectaban a la necesaria continuidad geográfica del imperio, y el contacto con pueblos real o potencialmente peligrosos en las fronteras de los territorios recientemente dominados.

En África, la frontera meridional, las provincias de África y Cirenaica no contaban con unos limites precisos al sur, objeto de incursiones de las tribus nómadas del desierto, problema que se veía complicado por la reciente anexión de Egipto, convertido, tras la victoria de Accio, en provincia.

La más complicada y peligrosa era, no obstante, la frontera oriental, donde se encontraba el reino parto, el secular enemigo de los romanos, extendido al otro lado del Éufrates. La provincia de Siria, los reinos de Judea y Commagene y un cierto número de principados árabes del desierto (Palmira, Abila, Emesa), bajo influencia y control romanos, formaban el frente sur contra el poderoso rival. En el norte, en Asia Menor, la rica provincia de Asia estaba flanqueada por una serie de estados clientes —Licia, Cilicia, Paflagonia y Galacia—, separados del imperio parto por estados tapón, también clientes de Roma: Capadocia, la Pequeña Armenia y el Ponto. Todavía más al norte, el reino del Bósforo Cimerio era también vasallo de Roma.

No eran más satisfactorias las condiciones que imperaban en el extenso frente septentrional. En su flanco oriental, al norte de la provincia de Macedonia, se extendía el reino de Tracia, gobernado por príncipes protegidos de Roma, pero continuamente expuesto a ataques de tribus bárbaras y belicosas, extendidas a ambos lados del Danubio. En el sector central, los Alpes eran, a la vez, la frontera de Italia y del imperio; la débil protección que ofrecían exigía extender los límites más al norte, toda vez que en los valles alpinos existían aún tribus que se mantenían independientes. De los Alpes al oeste, hasta el océano, la frontera seguía el curso del Rin, en cuya margen derecha las inquietas tribus germánicas eran un constante factor de inseguridad, lo mismo que, al otro lado del canal de la Mancha, los pueblos britanos, ya en dos ocasiones objeto de infructuosos intentos de sometimiento por parte de César. También, en el norte de la península Ibérica, protegidas por la barrera montañosa cantábrica, se mantenían fuera del control romano las tribus de cántabros y astures.

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